25.07.15

A la Iglesia en España le ha venido bien el regreso del cardenal Cañizares

Aunque se dice que su deseo habría sido ser el arzobispo de Madrid, la verdad es que el regreso del cardenal Cañizares a España, y más concretamente a su tierra natal, Valencia, le ha venido la mar de bien a la Iglesia en este país. Hemos recuperado a un cardenal con ganas de decir las cosas claras, como ya acostumbraba a decirlas en su tiempo como vicepresidente de la Conferencia Episcopal, en tiempos del primer trienio presidencial del cardenal Blázquez. Por entonces, el purpurado valenciano era arzobispo de Toledo y Primado de España. Hoy, y sin desmerecer para nada al bueno de don Braulio, actual primado, el arzobispo de Valencia parece querer ejercer un primado eclesial a la hora de ejercer la labor profética de advertir de la deriva a la que se enfrenta esta nación.

Por decirlo de otra manera, aunque sus años al servicio de dos Papas en la Curia fueron bastante correctos, parece claro que podía servir más y mejor a la Iglesia en este pais que allá en Roma, donde por otra parte ha ocupado su cargo al frente de Culto Divino el magnífico cardenal Sarah, que es sin duda uno de los mejores nombramientos de este pontificado.

El cardenal Cañizares acaba de publicar una carta pastoral en la que, tomando como base un texto del profeta Jeremías, hace una descripción bastante acorde con la realidad de lo que ocurre en España. Aunque muchos se fijan más en su defensa de la unidad de la patria y del peligro de los secesionismos -concretamente el catalán-, el texto aborda otros temas como la crisis económica, que por más que digan que se va sigue siendo la pesadilla diaria de multitud de familias, el aborto, gran indignidad del actual gobierno, y la familia, cuya verdadera naturaleza no puede ser abrogada por leyes inicuas.

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19.07.15

De cómo aprovechar un viaje a Plutón para arremeter contra la fe

Antonio Ruiz de Elvira es Catedrático de Física Aplicada de la Universidad de Alcalá de Henares. Y en calidad de tal ha escrito un artículo para el diario El Mundo titulado “¿Por qué puede una nave viajar 5.000 millones kilómetros hasta Plutón?”.

La primera parte del artículo está dedicada a explicar la mecánica de los vuelos de las sondas espaciales que el hombre lleva enviando a diversos planetas desde hace décadas. En el fondo no deja de ser una serie de cálculos matemáticos bien sencillos que tienen en cuenta la fuerza gravitatoria de los planetas, que sirve de impulso para dichas naves, que así no necesitan grandes cantidades de combustible para ir de acá para allá.

Todo iba bien hasta que el catedrático, en vista de que no tenía más que contarnos acerca de su especialidad, se pone en plan “existencialista”:

El ser humano quiere explorar, o al menos algunos seres humanos queremos explorar mientras que la gran mayoría prefiere quedarse en sus casas (cuevas, rocas, tiendas de campaña…) sin moverse, esperando que otros hagan la labor (en general, esa mayoría lo que quiere es que le den todas las cosas hechas, para vivir como vegetales sin iniciativa). Menos mal que esos algunos seres humanos han querido explorar. La alternativa habría sido quedarnos viviendo como los monos en las sabanas africanas.

Me pregunto cuántas veces en su vida habrá salido el señor Ruiz de Elvira a explorar la sabana africana, el polo norte, la patagonia chilena o la tundra siberiana. No parece que haya figurado entre los hombres que han puesto su pie en la luna, ni que haya pilotado desde un buque uno de esos submarinos que se adentran en las grandes fosas marinas.

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14.07.15

Lo que sé de mí lo sé porque tú me iluminas


No saben lo mucho que se pierden aquellos que no hacen la Liturgia de las Horas, que aunque es preceptiva para sacerdotes y religiosos, está a disposición de todos los fieles que quieran crecer en gracia mediante la oración, la lectura de la Escritura y las perlas de grandes padres de la Iglesia y santos como San Agustín. 

Precisamente el día de hoy encontramos en el Oficio de lecturas esta joya del santo obispo de Hipona:

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9.07.15

Silvano, desde Athos (y IX)

Última entrega de la selección de textos escogidos de Silvano de Athos, monje ortodoxos canonizado por la Iglesia Ortodoxa.

El Señor tiene compasión de todos. Y quiere que amemos de la misma forma a nuestros hermanos. Por eso: ama a los hombres hasta el punto de cargar sobre ti el peso de sus pecados. 

Yo entré al monasterio poco después del servicio militar. Pero pronto me asaltaron las dudas y quise volver al mundo y casarme. Sin embargo me dije enérgicamente: es aquí que quiero morir a causa de mis pecados. Durante algún tiempo viví en la desesperación. Me parecía que Dios me había repudiado y que no había más salvación para mí. Me parecía que Dios no tenía piedad. Y estos pensamientos eran tan atormentadores que, aún hoy, no puedo recordar ese tiempo sin sentir espanto. El alma no tiene fuerza para soportarlo. 

Adán, padre de la humanidad, había conocido la felicidad del amor de Dios en el Paraíso, y por eso sufrió amargamente cuando el pecado lo expulsó del Edén y le hizo perder el amor y la paz de Dios. Llenó el desierto con sus lamentos y el recuerdo de lo que había perdido atormentó su alma: ¡He ofendido al Señor amado! 

Deseó de tal forma el Paraíso y su belleza, que sufrió por haber perdido el amor que atrae continuamente al alma hacia Dios… Toda alma que, después de haber conocido a Dios en el Espíritu Santo, ha perdido la gracia, vuelve a sentir el sufrimiento de Adán. Ella está enferma y triste por haber afligido al Señor amado. 

Adán lloró amargamente. La tierra no le dio más ninguna alegría y su grito recorrió el desierto: “Mi alma desea al Señor y lo busca con lágrimas. ¿Cómo no buscar al Señor? Mi alma estaba feliz en El y en paz, y el enemigo no estaba dentro mío. Ahora el espíritu de malicia ha adquirido poder sobre mí, mi alma está en la incertidumbre y bajo sus golpes. También ella languidece por el Señor y lo desea a muerte. Mi espíritu tiende hacia Él, nada sobre la tierra me regocija más, ¡nada puede consolar mi alma!

Yo quiero ver al Señor y en Él ser saciado. No puedo olvidarlo y grito en la plenitud de mi pena: “¡Dios, mi Dios, ten piedad de mí, ten piedad de tu criatura caída!” Así se lamentaba Adán. Las lágrimas caían sobre sus mejillas, bañaban la tierra a sus pies; el desierto escuchó sus gemidos, los pájaros se callaron de dolor. Y así toda paz abandonó la tierra. Cuando vio a Abel muerto por su hermano Caín, no contuvo más su dolor y llorando gritó: “de mí saldrán los pueblos que se multiplicarán, pero ¡vivirán en la enemistad y se matarán!" 

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5.07.15

Tu sacrificio al Señor

Texto patrístico de hoy en el Oficio de Lecturas de la Liturgia de las Horas

De los Sermones de san Agustín, obispo.(Sermón 19, 2-3: CCL 41, 252-254)

Yo reconozco mi culpa, dice el salmista. Si yo la reconozco, dígnate tú perdonarla. No tengamos en modo alguno la presunción de que vivimos rectamente y sin pecado. Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el reconocimiento de nuestras culpas. Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en qué pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás. No es así cómo nos enseña el salmo a orar y dar a Dios satisfacción, ya que dice: Pues yo reconozco mi culpa, tengo presente mi pecado. El que así ora no atiende a los pecados ajenos, sino que se examina a sí mismo, y no de manera superficial, como quien palpa, sino profundizando en su interior. No se perdona a sí mismo, y por esto precisamente puede atreverse a pedir perdón.

Cuando Adán pecó, quiso echar la culpa de su pecado a Eva. Cuando Eva pecó, quiso echar la culpa de su pecado a la serpiente. ¿Cuántas veces no hacemos lo mismo? ¿cuántas veces miramos el pecado ajeno sin reparar en el propio? ¿No seremos a veces como Caín, que quiso huir de su pecado desviando la atención a una supuesta falta de obligación de cuidar a aquel a quien había asesinado?

Ante Dios, no valen excusas. Solo vale el reconocimiento de la culpa. Y no cualquier reconocimiento. No basta con decir “oh, sí, Señor, no lo he hecho bien pero es que mira…". No, no hay nada que mirar. Si somos templo de su Espíritu -y si no lo eres es porque no lo has pedido-, no busquemos explicación a la profanación que hacemos cada vez que nos alejamos de su voluntad, porque no la hay. Aunque creamos tener una paja en tu ojo, eso no nos da derecho a ver la viga en el ojo ajeno. Porque es más fácil que nuestra paja sea viga que cualquier viga auténtica que pueda haber en los ojos de quienes, por las razones que sean, no han sido todavía iluminados por Cristo.

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