Toca esperar un tiempo

Una de las cosas más complicadas en el ámbito de la opinión, y da igual que sea sobre temática política, social o religiosa, es lanzarse a la piscina de dar previsiones a medio largo plazo. Hay tantos factores que pueden cambiar el curso de los acontecimientos que lo que hoy puede parecer seguro, pasado mañana es sencillamente irrealizable. Pero el que quiere coger peces con la mano tiene que mojarse hasta allá donde la espalda pierde su nombre. Y a mí hoy me apetece salir de pesca.

La vitalidad de la Iglesia Católica en todo el mundo depende en buena medida de la labor pastoral de sus obispos. Ellos, por sí solos, pueden más bien poco, pues si los sacerdotes, religiosos y laicos nos dedicamos a mirar a la luna o a dormirnos en los laureles, de casi nada valdrá que tengamos grandes y santos obispos. Ahora bien, de la misma forma que el cristianismo se expandió por todo el Imperio romano gracias a la labor incansable de un grupo de apóstoles, hoy el cristianismo necesita de pastores que exhorten, animen, guíen, prediquen, formen y gobiernen sabiamente al pueblo de Dios. Los obreros de la mies necesitan capataces que les organicen bien sus tareas.

La Iglesia en nuestro país ha visto como en los últimos treinta años ha dejado de ser un referente fundamental para la sociedad española, para convertirse en una especie de apestada a la que gran parte de la sociedad española ve como algo inútil o un estorbo. La batalla mediática, si es que en realidad ha habido tal cosa como una batalla, está perdida desde hace mucho tiempo. La secularización interna ha dejado casi inválida a la que en otro tiempo era una con el alma de la nación. En tan solo una generación, España ha dejado de ser católica. Quedan católicos, sin duda, pero son una minoría menguante. Para ser justos, hay que decir que ese no es un fenómeno exclusivamente español. Otros países católicos han sufrido lo mismo en mayor o menor grado. Pero por alguna razón, de todas las grandes naciones católicas del mundo, es la nuestra donde la descomposición del tejido social cristiano ha sigo más acusado.

Sería un tanto injusto y simplista acusar de todo lo ocurrido a la jerarquía católica de este país. Son los laicos, no los obispos, los que han dejado de ir a misa y de confesar la fe en la que fueron bautizados. Pero, seamos sensatos, los que eran obispos en la España de la Transición algo habrán tenido que ver, digo yo, con la catástrofe que ha sufrido el catolicismo patrio. Prácticamente todos están retirados y no es plan de pedirles cuenta por lo que hicieron o dejaron de hacer. Ciertamente la iglesia “taranconiana” tiene una bien merecida fama por su labor en la Transición, si se la juzga desde el punto de vista político. La Iglesia en España no sólo no fue un obstáculo para lograr pasar del régimen franquista a la democracia, sino que colaboró activamente en esa travesía, enfrentándose, y no poco, a los que querían que todo siguiera igual.

Ahora bien, ¿cuál fue el precio por esa actitud abierta y conciliadora? ¿implicó la misma la renuncia implícita al papel que le corresponde a la Iglesia como luz del mundo y sal de la tierra? Por ejemplo, ¿hizo la Iglesia todo lo que estuvo en su mano para impedir que el aborto pudiera tener un lugar al sol de la legalidad constitucional?, ¿hizo lo que pudo para conseguir que el matrimonio no acabara siendo, como hoy, algo más que un contrato que se puede romper con una facilidad pasmosa? Más bien parece que hubo una dejación irresponsable por parte de la iglesia española a la hora de ejercer la influencia que todavía tenía. Y de lo que entonces se pudo hacer y no se hizo, hemos pasado a lo que ni podemos hacer ni hacemos.

La iglesia que dejó de jugar el papel que debía en la conservación del alma cristiana de este país, dio paso a una iglesia que no supo aprovechar del todo uno de los papados más grandes que ha tenido la Cristiandad a lo largo de los siglos. El primer viaje de Juan Pablo II a España abrió los ojos de no pocos obispos, que vieron entonces lo que el carisma de ese Papa santo era capaz de conseguir. Muchos de los sacerdotes que hoy llaman a la puerta del episcopado incubaron su vocación en aquel viaje del papa polaco a la España que había votado socialista de forma aplastante. Por eso mismo los obispos más jóvenes no son tanto hijos del marasmo post-conciliar como del Papa magno que Dios nos regaló. En manos de ellos estará el futuro de la iglesia española, pero todavía no ha llegado su era.

Mucho se ha dicho desde la izquierda política y eclesial acerca de la supuesta radicalidad de aquellos que ostentan hoy el mando de la Iglesia en nuestro país. Ciertamente se produjo un cambio de caras, de actitudes y de comportamiento cuando el sector más taranconiano de la iglesia española dejó paso, por ley de vida y por los cambios que el anterior Papa iba introduciendo en el episcopado, al denominado como “rouquismo” -y que me perdone el cardenal Rouco si no le gusta el palabrejo-. Pero en realidad ese cambio no supuso un giro de 180º al camino emprendido por la Iglesia durante el papado de Pablo VI. Ni el más “conservador” de los obispos de la iglesia “rouquista” le hacía sombra en cuanto a contundencia “conservadora” a los Guerra Campos y don Marcelo. Pero curiosamente, el futuro de la jerarquía católica española va más por la línea de estos últimos que por el del taranconianismo y el roquismo. Todavía queda otra etapa de transición en la que llegarán a las principales diócesis y archidiócesis una serie de obispos y arzobispos de poco “peso". De hecho, sospecho que nos llegará a dar la impresión de que se estará produciendo un regreso a la iglesia pastueña y de sonrisas ante el poder gobernante -sea este del color que sea-, pero durará poco. Las piezas se están colocando poco a poco y de aquí a un año es posible que podamos contemplar cuál será el panorama de la Iglesia española, al menos a nivel de jerarquía, dentro de 10-15 años. Los obispos que hoy son menospreciados por el progresismo eclesial, que ven en ellos la peor de sus pesadillas, estarán al frente de la Iglesia de este país en ese periodo de tiempo que he señalado. Falta por ver cuál de ellos será el verdadero “patriarca", que mande tanto como manda hoy el hombre del Papa en España, que no es otro que el cardenal arzobispo de Madrid.

Pero sea quien sea el futuro hombre fuerte de la iglesia española, el grupo que hoy está a las puertas del poder sabe lo que quiere y está dispuestos a llevarlo a cabo. Ese poder estará puesto al servicio de la salud doctrinal y espiritual de la propia Iglesia. Será una Iglesia más aguda, más directa, más políticamente incorrecta, más pequeña pero, a su vez, más fuerte. Será verdadera sal y por ello escocerá mucho en la herida abierta de una España moralmente moribunda. Y más le vale que sea así, pues de lo contrario, el catolicismo español será literalmente la nada.

Habrá quien diga que mi análisis es más bien fruto de mi deseo que de la realidad. Pero si de mis deseos quisiera hablar, no esperaríamos 15 años para ver lo que creo que veremos. En cualquier caso, el tiempo dirá si tengo o no tengo razón.

Luis Fernando Pérez