Hay que acabar con los espectáculos que se producen por el cambio de párrocos.

No hace falta que dé nombres de pueblos, porque todos conocemos casos recientes y pasados. Cada cierto tiempo ocurre lo mismo. Un obispo decide trasladar a un párroco y el pueblo se pone en pie de guerra. La última moda parece ser tomar el templo parroquial como lugar de manifestación. Pues no señores, esto no puede continuar así.

Ha de reconocerse el hecho de que es bueno que unos parroquianos aprecien a su párroco. No lo es que se cree una relación de dependencia tal, que parezca que la fe de aquellos dependiera de la presencia de determinado cura. Los párrocos pasan, las parroquias y los parroquianos quedan. Y los obispos no son seres caprichosos que gustan de cambiar párrocos como el que se cambia de muda cada mañana. Antes de lanzarse a la calle a protestar como energúmenos, algunos deberían de plantearse que una parroquia no tiene el copyright sobre ningún sacerdote. Si tanto quieren al que se va, den gracias a Dios porque otros fieles de la diócesis van a recibirle como sacerdote. Si tan cristianos son, que oren al Señor para que el nuevo párroco pueda servirles fielmente.

Además, la situación que se crea tanto al saliente como al entrante es muy incómoda. El que se va debería de ser el primero en desmovilizar a cualquier grupo de fieles que se olvide de quién está a la cabeza de la Iglesia local, que es la diócesis. El que entra debe de tener la suficiente templanza como para no dejarse aplastar por el ambiente crispado que se encuentra. Debe de tener paciencia y cierto don de gentes. Y si su temperamento es poco compatible con todo esto, debe de pedir al Señor sabiduría durante el tiempo en que dure el "enfado".

A los obispos cabe pedirles suavidad en las formas y firmeza en el fondo. Posiblemente la tarea de cambiar a sacerdotes de destino sea la más ingrata de todo el ministerio episcopal, sobre todo cuando se es consciente de que va a haber oposición entre los propios curas. A mí me costaría horrores. Pero ser obispo tiene estas cosas y ellos bien que lo saben. Yo sé de alguno que ha llegado a recibir amenazas de muerte por trasladar a un cura. Otros, sin llegar a tanto, se tiran al volcán mediático, que siempre está en erupción y deseoso de escupir su lava destructora en forma de noticias que sirvan para desprestigiar a la Iglesia en general, y a la jerarquía en particular.

Finalmente, hay que recordar que la autoridad episcopal está al servicio de toda la comunidad. Aunque debe de arroparse de la caridad, no por ello es menos autoridad. Es decir, es el obispo, y nadie más, quien tiene que tomar decisiones. Puede pedir opiniones pero no tiene que pedir permiso. Y una vez que manda que se haga algo, se debe de obedecer. Sí, he dicho obedecer, ese verbo tan vital para la vida cristiana y tan políticamente incorrecto en esta sociedad. Obedecer no implica no dar la opinión, ni dejar de manifestar alguna queja cuando se crea justo y necesario. Pero primero la obediencia. Tanto a nivel personal como a nivel comunitario. Por tanto, quede bien claro que ha de ponerse fin al espectáculo al que asistimos una vez sí y otra también tras el cambio de algunos curas. Y si para ello la autoridad tiene que ser más firme y tomar decisiones drásticas, que lo sea y que las tome. Aun a costa de la impopularidad. La disciplina que sirve de ejemplo, si deja lugar al arrepentimiento, es para el bien de todo el pueblo de Dios.

Luis Fernando Pérez Bustamante