Explicando el dogma de la Inmaculada Concepción a un protestante.

Post publicado en mi primer blog, alojado en Religión Digital, el 14 de diciembre del año 2006. O sea, prácticamente hace 10 años. Mucho ha llovido desde entonces. Por ejemplo, el que era mi obispo, Mons. Jesús Sanz Montes, al que felicitaba al final del artículo, ahora es arzobispo de Oviedo. Y ya no vivo en Huesca, desde donde fueron escritas estas palabras. Pero sobre todo ha cambiado el hecho de que, por pura gracia de Dios, hoy tengo más devoción a nuestra Madre Inmaculada. Junto con nuestra salvación, fue el gran regalo que Cristo nos hizo a los cristianos en la Cruz. Nos dio por Madre a su Madre. De y por Aquella que es la llena de gracia, Dios nos derrama hoy y siempre gracia sobre gracia. Y, aunque sé que eso es casi como pedir el cielo en la tierra, le ruego al Señor que me conceda amarla como Él la amó.

El artículo tenía el toque apologético habitual en mí en esos tiempos. Llevaba poco como bloguero y los años anteriores me había dedicado en cuerpo y alma a la apologética católica con protestantes evangélicos. La gracia me llevó por esos caminos, como me lleva ahora, a pesar de mis muchos pecados, por los que transito. Además era lo menos que podía hacer como agradecimiento a Dios por haberme traído de vuelta a la Iglesia, a la fe católica. Pero a pesar de ese toque, lo que realmente quise hacer es hablar a ese hermano separado de corazón a corazón (cor ad cor loquitur), y por eso no entré en demasiadas honduras teológicas y apologéticas.

Hoy, 8 de diciembre del 2016, día en que la Iglesia celebra la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, republico esta carta destinada a todos aquellos que aman al Señor pero se oponen a reconocer los privilegios que Dios concedió a Aquella de quien la Escritura dice que habría de ser llamaba bienaventurada por todas las generaciones. A Aquella cuyo seno dio como fruto nuestra salvación. A Aquella cuyo Fiat a Dios anuló el Fiat de Eva a la serpiente. Como enseñó San Ireneo de Lyon en el siglo II, recogiendo seguramente una tradición de la era apostólica, ella es nuestra “causa salutis".

Laus Deo Virginique Matri.

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Estimado hermano en Cristo, el motivo de estas líneas es darte una explicación sobre alguna de las razones teológicas que llevaron a la Iglesia Católica a proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción de la Madre de nuestro Señor Jesucristo. Aunque en realidad el dato no añade nada a lo que voy a exponerte, déjame que te diga que conozco todos y cada uno de los argumentos que te hacen rechazar ese dogma, pues yo mismo los sostuve hace años cuando, siendo protestante evangélico, me dedicaba a contradecir las doctrinas católicas en Internet. Mas la gracia de Dios pudo más que mi obcecación en agarrarme al libre examen de las Escrituras para seguir negando uno de los dogmas que, aunque te parezca mentira, más gloria da a Dios.

Tú y yo creo que coincidimos en aceptar la doctrina cristológica que nos viene dada de la Revelación y los concilios ecuménicos del primer milenio de la Cristiandad. Las misma enseña que Cristo, siendo una sola persona, es verdadero Dios y verdadero hombre. Por tanto, en su única persona coexisten la naturaleza humana y la divina. Esto pudo ser así gracias al milagro de la Encarnación.

Aunque hay matices dentro del mismo protestantismo sobre el alcance del pecado original, es igualmente cierto que todos los protestantes coinciden con la Iglesia Católica en la existencia de dicho pecado que afecta a todos y cada uno de los seres humanos desde la caída de nuestros primeros padres. Es decir, desde el mismo instante de la concepción, cuando Dios pone el espíritu del hombre en ese embrión recién engendrado, esa criatura humana contrae (no comete) el pecado original.

Cristo no contrae el pecado original por una doble razón: La unión hipostática del Hijo de Dios con el Padre y la condición de Inmaculada y llena de gracia de su Madre. Siendo Cristo una sola persona (y no dos como sostenían los nestorianos) no podía ser que el pecado anidara en su naturaleza humana de ninguna de las maneras posibles: o por generación (pecado original) o por comisión. Era conveniente pues que la virgen que habría de ser madre del Verbo hecho carne estuviera libre de pecado. Y como en ella no se daría la circunstancia de la unión hipostática con la divinidad, la única forma de que fuera libre de todo pecado era el derramamiento de la gracia divina sobre ella de una forma extraordinaria. Sólo de esa manera podía el Verbo divino encarnarse en un ser humano, su madre, puro y santo. De otra manera, la santidad divina del Hijo de Dios habría arrasado la carne de la que habría de tomar su propia carne. Habría consumido la naturaleza humana de la que habría de tomar su naturaleza humana.

María, como todo ser humano, debería haber contraído el pecado original. Y en condiciones normales, debería de haber pecado como todos los hombres, salvo los que no han alcanzado el uso de razón, pecan. Pero María no fue creada para ser un ser humano como los demás. Fue creada para ser la Madre del Salvador. En toda la historia de la Creación no hay criatura alguna llamada a desempeñar esa tarea. Y de esa condición de excepción extraordinaria parten todas las gracias que Dios derramó sobre ella. Tanta gracia dio Dios a María que el ángel de la Anunciación no pudo por menos que llamarla Kejaritomene (llena de gracia o agraciada). Tú sabes, estimado hermano en Cristo, que cuando en la Escritura se da un nombre especial a alguien, dicho nombre está señalando un aspecto esencial de la persona que lo recibe. Pues bien, el nombre de María en la Encarnación es el que te he mencionado. Y la Iglesia de Cristo ha entendido que dicho nombre indica cuál es la condición de María desde su misma concepción.

Por tanto, resumamos. Cristo es sin pecado porque es Dios y Dios, obviamente, no puede pecar. María fue redimida del pecado original en su concepción y llena de gracia para no pecar porque de ella había de tomar la carne el Verbo. Y si, como también dice la Escritura, para ofrecerse vicariamente por nosotros el Verbo no habría de tener nada que ver con el pecado, el seno materno donde se encarnó debía de ser el de una mujer sin pecado. No es tan complicado de aceptar. Es fruto de lo que dice la Escritura. Lutero así lo creyó incluso después de ser separado de la Iglesia, cuando ya era sola-escriturista. El dogma de la Inmaculada Concepción es un canto a la gracia de Dios operante en María. Los católicos así lo vemos, lo entendemos, lo aceptamos y lo proclamamos para mayor gloria de Dios.

Querido hermano, María, con todo lo bendita que es, con todo lo Inmaculada que es, con todo lo digna de honra que es, no deja de ser una criatura. Por tanto hay un abismo insondable entre ella y su Creador. Y no hay ni un solo privilegio que ella tenga que no le venga dado de su condición de esclava de Dios y Madre del Salvador. Por ello los católicos sabemos que honrar a María da gloria a su Hijo. Sabemos que amar a María es fruto del amor por su Hijo. Sabemos que bendecir a María es bendecir a su Hijo y que eso es fruto del Espíritu Santo obrando en nuestras vidas. Y sabemos que cuanto más se la honra, más se la ama y más se la bendice, más gloria recibe el Dios que es su Padre, el Dios que es su Hijo y el Dios que la cubrió con su gloria que es el Espíritu Santo.

Solo Deo gloria

Luis Fernando Pérez Bustamante

PD: Desde aquí quiero felicitar a mi Obispo, Monseñor Jesús Sanz, por el tercer aniversario de su ordenación episcopal.