InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Cristianos en la vida pública

4.11.09

Yo no sé a quién puede sorprender lo de Estrasburgo

Muchos se rasgan las vestiduras ante la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, por la que se por la que se asegura que “la exhibición obligatoria del símbolo de una determinada confesión en instalaciones utilizadas por las autoridades públicas, y especialmente en aulas” restringe los derechos paternos a educar a sus hijos “en conformidad con sus convicciones” y además “limita el derecho de los niños a creer o no creer". Desde el Vaticano se ha reaccionado con estupor y pesar y son varios los ministros y políticos italianos que le han dicho a Estrasburgo que se vaya a freír espárragos.

A mí me parece muy bien todas estas manifestaciones de indignación y de condena, pero, señores míos, este es el sistema que hemos elegido y votado. Europa es lo que es porque así lo han querido los políticos que hemos elegido en nuestros respectivos países. Y la Iglesia Católica lleva décadas apoyando el proceso de unión europea a pesar de que el mismo está en manos de masones, de anticlericales y de chusma que fue capaz de negar la historia con tal de impedir que en la fallida constitución europea aparecieran una mención a las raíces cristianas de Europa.

Dijo ayer el padre Lombardi que “no es así como se nos atrae a amar y a compartir más la idea europea que como católicos italianos hemos apoyado fuertemente desde sus orígenes". ¿Y quién le dice que quieren atraernos? ¿no será más bien que nos quieren fuera de “su” Europa? ¿qué más necesitamos para darnos cuenta de que en la Europa de Bruselas y de Estrasburgo la cruz no tiene lugar? ¿hemos de ir a arrastrarnos ante el nuevo César que escupe sobre los derechos de los cristianos a exhibir nuestros símbolos en lugares públicos?

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30.10.09

Pepe Bono, apóstol del socialismo

Don José Bono es un político ciertamente interesante. Presidente de Castilla La Mancha durante seis legislatura consecutivas, estuvo en un tris de convertirse en el secretario general del PSOE pero, no sé si para bien o para desgracia de España, le ganó José Luis Rodríguez Zapatero. Como bien sabrá el lector español, luego fue ministro de defensa para, tras una breve ausencia de la política nacional, ocupar el tercer cargo de mayor relevancia institucional en este país: presidente del Congreso de los Diputados.

Si Bono fuera un político socialista más, ateo, agnóstico o católico no practicante, sus declaraciones no dejarían de ser unas más entre tantas. Pero muy al contrario, el manchego se presenta a sí mismo como cristiano y católico. De hecho, es conocida su amistad personal con altos jerarcas de la Iglesia Católica, alguno de los cuales ha declarado que es un gran político.

La trayectoria católica de Bono es, cuanto menos, peculiar. Cuando el zapaterismo se dedicó a poner en marcha su fábrica de ingeniería social, Bono se dedicó a administrar el nihil obstat católico-progre. Por ejemplo, apoyó el matrimonio gay aludiendo a que a Dios no le importaba gran cosa lo que los hombres hacían de cintura para abajo, argumento teológico de altura como todo el mundo puede comprobar. Y fue él quien contribuyó no poco a la escandalera mediática que provocó que el cardenal arzobispo de Madrid decidiera que podían seguir siendo sacerdotes de su archidiócesis los curas de Entrevías, cuyos abusos litúrgicos y sus desviaciones doctrinales tuvieron como “castigo” el pasar de regir una parroquia a dirigir un centro pastoral, con los mismos fieles, el mismo lugar de culto, etc.

De entre todos los obispos españoles habidos y por haber, el único que le ha plantado cara públicamente a don José Bono fue el por entonces obispo de Mondoñedo-Ferrol, hoy emérito, monseñor Gea Escolano. Fuera de él, ni cardenales, ni arzobispos, ni obispos, titulares o auxiliares, han sido capaces de decirle en la cara o públicamente que sus opiniones chocan radicalmente contra la fe de la Iglesia.

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29.10.09

A veces es necesaria la división

Es evidente que a la hora de defender determinados valores, la unidad es un valor fundamental. Pero aun es más claro que cuando dicha unidad salta por los aires, el valor defendido sigue teniendo la misma validez. Es más, a veces viene bien la división si es que sirve para aclarar dónde está cada cual. San Pablo, que se hartó de pedir a los fieles que fueran de un mismo pensar y de un mismo parecer, dejó un lugar para la división: “Pues, ante todo, oigo que, al reuniros en la asamblea, hay entre vosotros divisiones, y lo creo en parte. Desde luego, tiene que haber entre vosotros también disensiones, para que se ponga de manifiesto quiénes son de probada virtud entre vosotros” (1ª Cor 11,18-19). Es decir, de la bronca se pueden sacar cosas positivas, como por ejemplo el comprobar quién sirve de verdad al bien y quién se sirve del bien para sus propios intereses.

A favor de la defensa de la vida, los organizadores de la manifestación del 17-O consiguieron mantenerse más o menos unidos precisamente hasta el día en que centenares de miles de españoles dieron en Madrid una lección al resto del país. Pero muchos supimos lo que estaba ocurriendo detrás de las bambalinas. Por responsabilidad, por fidelidad a una causa que merece la pena como pocas, muchos decidimos no contar lo que pasaba. Y si no muchos, al menos este medio de comunicación, conmigo como director y de acuerdo con el consejo de redacción, decidió permanecer en silencio. Pero ha llegado un momento en que no se puede seguir ocultando la verdad. La razón es obvia: la verdad siempre nos hace libres, siempre nos lleva al bien. Ocultar la verdad, taparla, esconderla cuando no nos gusta para que no cause daño, sólo sirve para que luego el daño sea mayor. Y creo que desde InfoCatólica buscamos no sólo la verdad sino una forma de contarla que sea lo más útil para los ideales que defendemos. Por ejemplo, el titular y el tratamiento que damos a la ruptura entre HazteOir y el Foro Español de la Familia no tiene nada que ver con el que han dado aquellos que sirven al mal desde medios de comunicación que, diciéndose cristianos, son instrumentos de la mentira, de la salsa rosa eclesial y de la anti-Iglesia. Ellos, que se arrodillan como cobardes o que sirven como cómplices a los directores de la ingeniería social anti-cristiana que se nos impone desde el poder, parecen disfrutar al ver como los que luchan contra el aborto discuten entre sí. La miseria humana de los que trabajan por el bien es la gloria de esa bazofia periodística y pseudo-eclesial. Pues nada, que disfruten.

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28.10.09

Bien por monseñor Iceta, pero...

Monseñor Iceta, obispo auxiliar de Bilbao, es un notorio ejemplo de la savia nueva episcopal que está mejorando, y no poco, el árbol episcopal de la Iglesia Católica en España. Además de obispo, don Mario es doctor en medicina -cirujano para más señas-, lo cual le ayuda para hablar no sólo como pastor católico sino como experto en temas que tengan que ver con la realidad “biológica” del ser humano. Bien sabe él que cuando el espermatozoide fecunda el óvulo, ahí surge un ser genéticamente distinto de su madre y de su padre.

El auxiliar de monseñor Blázquez ha sido entrevistado hoy por Radio Euskadi y, como era de esperar, se le ha preguntado por la nueva ley del aborto y por la postura del PNV, partido que dicen que pretendió ser católico desde sus inicios, aunque no acabo de entender cómo se puede conciliar eso con el hecho históricamente indiscutible de que su fundador, Sabino Arana, era un proto-nazi racista e indeseable.

Monseñor Iceta ha pedido al partido de Arzallus, ese que acaba de alabar el patriostimo de los batasunos, que no apoye la ley del aborto en Madrid. El partido ya había cambiado ligeramente su posición inicial de apoyo a la ley, asegurando que si no se aceptan sus enmiendas, votarán en contra. Pero esas enmiendas no van a lo esencial, o sea, a impedir que haya aborto libre en las primeras 14 semanas de embarazo. Si, como supongo, el PSOE acabará cediendo en el tema de las menores y si acaba dejando cierta puerta abierta a la objeción de conciencia para los profesionales de la salud público que se nieguen a practicar abortos, el PNV votará sí, diga lo que diga monseñor Iceta o el resto de los obispos vascos.

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23.10.09

La responsabilidad moral del Rey en la sanción de las leyes, por monseñor Guerra Campos

Como quiera que la buena gente de Bebé-Aído ha enviado un muñequito de los suyos a la Familia Real y han pedido al Rey que interceda para que no salga adelante la nueva ley del aborto, recupero para los lectores de este blog y de InfoCatólica una carta que escribió monseñor Guerra Campos el 19 de julio de 1985, a cuenta de la primer ley del aborto y su sanción por el sucesor de Franco a título de Rey y actual Jefe de Estado de nuestra querida España:

MORAL CATÓLICA Y MONARQUIA CONSTITUCIONAL
La responsabilidad moral del Rey en la sanción de las leyes

El 19 de julio “YA” publicó un editorial titulado “El Rey y la ley del aborto”. Envié al diario una exposición complementaria con el propósito de que la doctrina moral católica no quedase rebajada a mero liberalismo. “YA” no se ha dignado publicar dicha aclaración. Y así me veo obligado a hacerla pública en este número del “Boletín”, añadiéndole un párrafo conclusivo.

“YA” en su editorial de hoy glosa mi declaración de 13 de julio en lo tocante a la sanción y promulgación de la ley. Destaca este punto como novedad. La novedad, si la hay, no me corresponde, pues, en 1983, un Obispo muy ligado al “YA”, escribió sobre el “grave problema de conciencia para muchas personas porque no es lícito cooperar ni a la elaboración, ni a la promulgación, ni a la puesta en práctica…”

El artículo de “YA” merece ser continuado para que podamos asomarnos de verdad al problema moral que nos preocupa. Recuerda primero la conocida falta de responsabilidad jurídica del Rey según la Constitución, su carencia de iniciativa y de libertad para oponerse, su función meramente nominal, su preeminencia simbólica y puramente representativa como encarnación suprapartidista del Estado.

En el último párrafo, que es el que toca la cuestión, hace dos afirmaciones. En la primera reconoce que “la responsabilidad moral no queda agotada en la responsabilidad jurídica ni de las personas ni de las instituciones”. “Puede darse incluso contraposición entre ambas, lo mismo que puede darse entre la legalidad de una norma y su moralidad”. Reconocimiento oportuno, pues el gran problema tras la promulgación de la ley está precisamente en que numerosos practicantes del aborto quedan exentos de responsabilidad jurídica mientras permanece su responsabilidad moral, como autores de lo que la Iglesia califica de “crimen abominable”.

La segunda afirmación es aplicable al caso del Rey. Dice que para “calibrar su verdadera responsabilidad moral” es forzoso tener en cuenta como condicionante: 1º la obligación jurídica de obrar en un sentido determinado, en razón de su cargo; 2º la necesidad de ponderar, en difícil discernimiento, las gravísimas consecuencias de carácter general que pudieran derivarse de sus decisiones.

Y aquí se detiene la exposición de “YA”. Que hay que tener en cuenta ese condicionante es evidente; pero no basta para formar un criterio moral. Nos deja en una hipótesis indeterminada. En primer lugar, ¿consta que el Rey tuviese obligación jurídica de sancionar cuando la ley se opone a las garantías que exige el Tribunal Constitucional? Y dado el condicionante, ¿elimina sin más y en cualquier caso la responsabilidad moral? ¿No se requiere alguna otra condición, al menos como propósito de futuro?

Una respuesta cómoda sería que el Rey, en virtud del sistema constitucional, queda exento de responsabilidad moral sancionando con pasividad permanente y automática todo lo que produzca aquel sistema, aunque ello le convirtiera en símbolo de un Estado que conculque valores inviolables.

En nuestro caso es forzoso no olvidar que, mientas dure la ley del aborto, lo que se produce no es sólo una situación insatisfactoria respecto a opiniones o formas constitucionales. Lo que ocurre es que se está destruyendo de manera monstruosa la vida de niños inocentes. Esto condiciona seriamente la valoración de las consecuencias que pudieran derivarse de evitarlo (¿es claro que sean realmente más graves?). Además, según enseño la Santa Sede, no es aplicable al caso el criterio del pluralismo democrático, porque “la vida de un niño prevalece sobre todas las opiniones; no se puede invocar la libertad de pensamiento para arrebatársela”. No se puede invocar ningún concepto de tratadistas constitucionales. Si una ley ataca esa vida, un Rey constitucional no puede olvidar que la ley existe con su sanción y sin ella no.

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