¿Somos de los que no retroceden para perdición?
Todos los salvos han sido predestinados desde antes de la fundación del mundo para la salvación (Efe 1,4). Dios les concede su gracia para que se salven. Toda buena obra que realiza el que se salva es fruto de la gracia de Dios, por lo cual no tiene sentido oponer la idea “salvos por gracia” a “salvos por obras”, a menos que por obras entendamos las “obras de la ley” como objeto de nuestra justificación, que es algo condenado por la Escritura. Pero esa misma Escritura enseña que Dios premia con vida eterna a los que obran el bien (Romanos 2.6-7). Ahora bien, es Dios quien obra en nosotros, tal y como enseña Filipenses 2,13: “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad“; lo cual no quiere decir que nosotros no obremos. No somos unos robots a los que se aprieta un botón y empezamos a producir las obras que Dios ha dispuesto de antemano para que anduviéramos en ellas (Efe 2,10). De hecho, en el versículo anterior al citado de Filipenses se nos pide trabajar en nuestra salvación con temor y temblor (Fil 2,12).
Como le he leído a un hermano separado en un foro, “…la mayor motivación que tenemos para andar el camino asidos de la mano de Cristo es que Él no nos soltará si nuestros dedos afloiaran“. Tan cierto es eso como que “el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1ª Cor 10,12) y “así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1ª Cor 9,26-27). Más quiera Dios que podamos decir que “nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (Heb 10,39).
Luis Fernando Pérez Bustamante

Aunque todavía queda tiempo para que se celebre el Sínodo extraordinario de los obispos sobre la familia, se puede decir que
Todos los asistentes a la Misa de hoy han escuchado las palabras de San Pablo a los fieles cristianos. Palabras que, como bien confesará cualquiera que se precie de ser católico, son inspiradas por el Espíritu Santo. Por tanto, no son la mera opinión particular de un apóstol, aunque ello ya debería de ser lo suficientemente valorado como para tenerlas en cuenta. No, ese párrafo leído hoy lleva la autoridad del mismísimo Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad, que procede del Padre y del Hijo y que junto con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria.
Desde el lunes hasta ayer miércoles Madrid ha sido testigo de un interesantísimo congreso sobre la Palabra de Dios con motivo de la publicación de la versión oficial de la Biblia en nuestro idioma para la Iglesia en España. Vaya por delante mi felicitación a la Conferencia Episcopal Española por haber llevado a feliz término ese proyecto, que sin duda puede convertirse en una herramienta importante para todo el pueblo de Dios que peregrina en este país. A pesar de que algunos personajes mal intencionados ven motivaciones extrañas y/o perversas en la publicación de una versión oficial, lo cierto es que la misma no desmerece en nada al resto de versiones que se puede comprar en las librerías de este país. Por ejemplo, los kikos van a seguir usando la Biblia de Jerusalén y dudo que la Universidad de Navarra deje de vender su Biblia.








