El Papa se gana el corazón de América
La visita de Benedicto XVI a los Estados Unidos va a marcar un antes y un después en la historia de la Iglesia Católica en ese país y, quién sabe, quizás en la propia historia de la nación. Gran parte de la atención mediática está girando alrededor de las repetidas intervenciones del Santo Padre lamentando y reconociendo la mala gestión de los casos de pederastia entre el clero. Es obvio que el pasado no se puede cambiar y que el reconocimiento de los errores no borra el horror que sufrieron las víctimas de los degenerados miserables que abusaron de ellas, pero si algo queda ha quedado claro es que el Obispo de Roma hará lo posible para que en la Iglesia que él pastorea jamás vuelvan a cometerse los mismos errores. Es posible que todavía haya sacerdotes depravados que abusen de menores en el futuro. Lo que ya no es posible es que haya un solo obispo que les esconda, les traslade de parroquia en parroquia, extendiendo de manera cómplice el mal. Porque, no lo olvidemos, el mal posiblemente es inevitable. La complicidad con el mismo, sí lo es. Si los pederastas no tienen lugar en la Iglesia, los obispos que les den cobijo, tampoco. Eso es lo que queda claro tras escuchar al Papa estos días.
Como las palabras no bastan, Benedicto XVI aceptó encontrarse ayer con un grupo de víctimas. Ante la imposibilidad de atender personalmente a los miles de afectados, el Papa podría haber optado por no recibir a ninguno, pero el Santo Padre sabe muy bien que el gesto hacia unos pocos puede consolar a los muchos. Y a fe que consoló a los que recibió. Algunos de ellos se mostraban escépticos antes del encuentro. Pero debió ser tan emotivo, tan sincero, tan franco, tan pastoral, que a la salida del mismo el escepticismo se había convertido en agradecimiento hacia el Vicario de Cristo, que quizás nunca antes en sus tres años de pontificado había sido tan vicario de nuestro Señor.