Consejo a mis hermanos católicos: no os dejéis llevar por la rumorología
Supongo que es inevitable. La dimisión del Papa abre la caja de los truenos de la rumorología. La inmensa mayoría de los medios de comunicación le están buscando los tres pies al gato de las razones que ha dado el Santo Padre para presentar su renuncia. Unos directamente niegan que el Papa haya dicho la verdad. Otros apuntan a que no ha dicho todo. Y los de más allá bucean en los últimos años de este papado buscando claves que nos ayuden a entender por qué un anciano de 85 años nos cuenta que su vigor físico ha disminuido tanto que, en conciencia, no se siente capacitado para desarrollar el ministerio al que Dios le ha llamado. Me gustaría saber cuántas personas en el mundo serían capaces de desarrollar a esa edad una tarea tan agotadora.
Habrá quien diga que han habido papas más ancianos. Cierto. León XIII, sin ir más lejos, falleció a los 93 años de edad. Pero es que hasta hace bien poco, los papas se pasaban todo su pontificado en Roma, sin apenas salir fuera del Vaticano. Pablo VI ya hizo viajes al extranjero y no hace falta que explique lo que hizo el Beato Juan Pablo II. Benedicto XVI, sin llegar a viajar tanto como su antecesor, se ha pateado medio mundo, con la particularidad de que era bastante más anciano que el papa polaco. En otras palabras, las exigencias “físicas” para un Papa del siglo XXI son bastante más elevadas que para uno del siglo XIX. ¿Significa eso que a partir de ahora todos los papas van a retirarse cuando se vean muy mayores y cansados? Pues solo Dios sabe. Cada uno tendrá que hacer lo mismo que ha hecho Benedicto. Es decir, examinar su conciencia delante de Dios y tomar la decisión que crean mejor para la Iglesia.

Nadie quiere enfermar. Nadie quiere sufrir. Nadie quiere ver como sus seres queridos enferman y sufren. Pero la enfermedad es compañera de camino en nuestras vidas. Antes o después nos encontraremos con ella, tanto sufriéndola en nuestras propias carnes como en la de aquellos a los que más amamos.
En breve va a dar comienzo el Año de la Fe. A semejanza del año sacerdotal, es una iniciativa del Papa Benedicto XVI, que busca obviamente señalar el camino por el que debe avanzar la Iglesia. Un camino, por otra parte, que no es otro que el propio Cristo.
Tras dar a conocer las dos cartas del Cardenal Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, a Mons. Marcel Lefebvre, creo oportuno dar mi opinión sobre la situación actual. La Fraternidad lleva cuarenta años rechazando la autoridad y los argumentos de la Santa Sede, empeñada en reintegrarla en la unidad de la Iglesia. Estos argumentos se mantienen siempre iguales, porque exponen siempre la misma verdad católica. Ya fueron formulados desde el principio del lefebvrismo por una carta del Papa Pablo VI a Mons. Lefebvre (11 octubre 1976). Las negritas en las citas siempre serán mías:
Una segunda carta del Sr. Cardenal Prefecto de la Congregación de la Fe, dirigida a Mons. Lefebvre, también poco conocida, es publicada por Mons. Rifan en su libro Tradición y Magisterio vivo de la Iglesia, tomándola de la revista Fideliter (45, mayo-junio 1985, pgs. 6-20). En ella el cardenal Ratzinger eran rechazasas las ofertas-exigencias de la primera carta, hechas en el nombre del Papa, vuelve a argumentar en defensa de la Liturgia renovada y del Concilio Vaticano II, y advierte del peligro de que la Fraternidad Sacerdotal San Pío X incurra en cisma si decidiera consagrar un obispo. Las negritas son mías.








