InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categorías: Papado, Benedicto XVI

12.02.13

Consejo a mis hermanos católicos: no os dejéis llevar por la rumorología

Supongo que es inevitable. La dimisión del Papa abre la caja de los truenos de la rumorología. La inmensa mayoría de los medios de comunicación le están buscando los tres pies al gato de las razones que ha dado el Santo Padre para presentar su renuncia. Unos directamente niegan que el Papa haya dicho la verdad. Otros apuntan a que no ha dicho todo. Y los de más allá bucean en los últimos años de este papado buscando claves que nos ayuden a entender por qué un anciano de 85 años nos cuenta que su vigor físico ha disminuido tanto que, en conciencia, no se siente capacitado para desarrollar el ministerio al que Dios le ha llamado. Me gustaría saber cuántas personas en el mundo serían capaces de desarrollar a esa edad una tarea tan agotadora.

Habrá quien diga que han habido papas más ancianos. Cierto. León XIII, sin ir más lejos, falleció a los 93 años de edad. Pero es que hasta hace bien poco, los papas se pasaban todo su pontificado en Roma, sin apenas salir fuera del Vaticano. Pablo VI ya hizo viajes al extranjero y no hace falta que explique lo que hizo el Beato Juan Pablo II. Benedicto XVI, sin llegar a viajar tanto como su antecesor, se ha pateado medio mundo, con la particularidad de que era bastante más anciano que el papa polaco. En otras palabras, las exigencias “físicas” para un Papa del siglo XXI son bastante más elevadas que para uno del siglo XIX. ¿Significa eso que a partir de ahora todos los papas van a retirarse cuando se vean muy mayores y cansados? Pues solo Dios sabe. Cada uno tendrá que hacer lo mismo que ha hecho Benedicto. Es decir, examinar su conciencia delante de Dios y tomar la decisión que crean mejor para la Iglesia.

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8.01.13

Enfermo, Cristo te llama y está a tu lado

Nadie quiere enfermar. Nadie quiere sufrir. Nadie quiere ver como sus seres queridos enferman y sufren. Pero la enfermedad es compañera de camino en nuestras vidas. Antes o después nos encontraremos con ella, tanto sufriéndola en nuestras propias carnes como en la de aquellos a los que más amamos.

No sé bien como pueden enfrentarse a la enfermedad aquellos que no tienen fe. Y como no lo sé, no tiene sentido que hable por ellos. Si acaso, espero que este post les sirva para comprender un poco mejor como un cristiano afronta esa dificultad.

El cristiano sabe que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom 8,28). Eso significa que incluso una enfermedad puede ser instrumento para el bien de su alma -que es lo que verdaderamente cuenta- y de los que le rodean. Por ejemplo, si ofrecemos al Señor nuestros dolores y nuestros sufrimientos, formamos parte de su misión redentora. Es imposible que se me olvide las veces que oí a mi madre -que sufrió mucho en los últimos años de su vida- decir que ofrecía sus dolores a Dios “para que haga lo que crea oportuno. Él sabrá". No creo que sea casual que al mes y pico de su muerte, mi esposa y yo regresáramos a la Iglesia Católica. Veo en ello la intercesión de mi madre tanto en su vida terrena como en la vida eterna -murió en gracia de Dios-. Su enfermedad fue la que me hizo llevarla antes de morir a Lourdes, donde Cristo me entregó a su Madre.

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3.09.12

El Año de la Fe

En breve va a dar comienzo el Año de la Fe. A semejanza del año sacerdotal, es una iniciativa del Papa Benedicto XVI, que busca obviamente señalar el camino por el que debe avanzar la Iglesia. Un camino, por otra parte, que no es otro que el propio Cristo.

La vida cristiana es necesariamente una vida de fe, pues sin fe no se puede agradar a Dios, ni entenderle y conocerle, ni serle fiel. “El justo vive de la fe” es una frase repetida en la Sagrada Escritura (p.e. Rom 1,7). En ese sentido, cada año de nuestras vida es un año de fe. Y cada día un día de fe. Y bien haríamos en dejar que la fe iluminara todas nuestras actividades, incluso las que creemos más intrascendentales. Quien permite que la gracia se apodere de su vida se convierte en fuente de agua viva de la cual pueden saciarse los demás.

Esa entrega en los brazos de la gracia y de la fe no empieza por un activismo exacerbado, sino por un silencio activo en el que se busca conocer la voluntad de Dios para nuestras vidas. Yerra gravemente el que se marca a sÍ mismo el camino de la santidad, pues si el Señor no nos concede la santificación, es imposible que nos santifiquemos. Bastante haremos con no ser obstáculo de la obra de Dios en nuestras vidas. Pero es Él quien obra, a su modo y manera, en el tiempo que quiere y de la forma que predispone. “Es Dios el que obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito” (Flp 2,12). “Dejarle hacer a Dios“, decía san Francisco de Sales.

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24.08.12

Dos cartas del cardenal Ratzinger a Monseñor Lefebvre (y III. Comentario)

Tras dar a conocer las dos cartas del Cardenal Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, a Mons. Marcel Lefebvre, creo oportuno dar mi opinión sobre la situación actual. La Fraternidad lleva cuarenta años rechazando la autoridad y los argumentos de la Santa Sede, empeñada en reintegrarla en la unidad de la Iglesia. Estos argumentos se mantienen siempre iguales, porque exponen siempre la misma verdad católica. Ya fueron formulados desde el principio del lefebvrismo por una carta del Papa Pablo VI a Mons. Lefebvre (11 octubre 1976). Las negritas en las citas siempre serán mías:

«Nada de lo decretado en ese Concilio, como en las reformas [litúrgicas] que Nos hemos decidido llevar a cabo, se opone a lo que la Tradición Bi milenaria de la Iglesia considera fundamental e inmutable. De todo esto somos Nosotros garantes, en virtud, no de nuestra cualidades personales, sino por la tarea que el Señor nos ha confiado como sucesor legítimo de Pedro y de la asistencia especial que nos ha prometido, como a Pedro: “He rogado por ti con el fin de que tu fe no desfallezca” (Lc 22,32). Con Nosotros es garante de esto el episcopado universal. Nuevamente, usted no puede distinguir lo que es pastoral de lo que es dogmático para aceptar algunos textos del concilio y rechazar otros».

La carta del Card. Ratzinger a Mons. Lefebvre (28 julio 1987), tratando de evitar la ordenación cismática de Obispos para la Fraternidad, reitera los mismos argumentos:

«Divinamente instituida, la Iglesia tiene la promesa de asistencia de Cristo hasta el final de los tiempos. El romper su unidad con un acto de plena desobediencia de su parte causaría incalculable daño y destruiría el futuro mismo de su trabajo debido a que fuera de la unidad con Pedro no se puede tener futuro sino solo la ruina de todo lo que desea y aspira… Dándole su interpretación personal a los textos del Magisterio estaría usted cayendo en el mismo liberalismo que pretende combatir. De hecho es a Pedro quien el Señor le ha confiado el gobierno de Su Iglesia; por lo tanto es el Papa el principal artesano de su unidad. Asegurado en la promesa de Cristo, el Papa nunca será capaz de oponerse a la Santa Tradición ni al magisterio auténtico. Excelencia, ¿considera mis palabras severas? Me gustaría expresarme de otra manera pero la gravedad del asunto no me permite otra elección».

Aunque en 1988, tras muchas negociaciones, se mostró Mons. Lefebvre dispuesto a firmar un Protocolo que le ofrecía-exigía la Santa Sede, al día siguiente se retractó. Y vino el horror de las ordenaciones episcopales cismáticas el 30 de junio de 1988.

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21.08.12

Dos cartas del cardenal Ratzinger a Monseñor Lefebvre (II)

Una segunda carta del Sr. Cardenal Prefecto de la Congregación de la Fe, dirigida a Mons. Lefebvre, también poco conocida, es publicada por Mons. Rifan en su libro Tradición y Magisterio vivo de la Iglesia, tomándola de la revista Fideliter (45, mayo-junio 1985, pgs. 6-20). En ella el cardenal Ratzinger eran rechazasas las ofertas-exigencias de la primera carta, hechas en el nombre del Papa, vuelve a argumentar en defensa de la Liturgia renovada y del Concilio Vaticano II, y advierte del peligro de que la Fraternidad Sacerdotal San Pío X incurra en cisma si decidiera consagrar un obispo. Las negritas son mías.

La carta del 20 de julio de 1983

«Excelencia, el Santo Padre ha meditado cuidadosamente ante Dios su carta del día 5 del pasado mes de abril, a la luz de su responsabilidad como Pastor Supremo de la Iglesia. Después de hacerlo, me ha encargado que responda en su nombre, deber que cumplo con la presente carta.

Sobre la Liturgia renovada

I.–No le sorprenderá leer que el Soberano Pontífice se ha sentido decepcionado y entristecido por el brusco rechazo con el que usted responde a su generosa oferta de abrirle el camino de la reconciliación.

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