La blasfemia de Santiago del Estero, escándalo y signo de esperanza
Lo que acaba de ocurrir en Argentina, con una ceremonia religiosa de bendición de la unión entre una persona transexual y su pareja, es sin duda un escándalo y a la vez un signo de esperanza.
Es escándalo por todo lo que supone de profanación de un templo católico, de blasfemia al pretender hacer a Dios cómplice de un pecado nefando, de mofa del sacerdocio por parte del cura que presidió semejante aquelarre, de burla del sacramento del matrimonio -se bendice una unión civil contraria a la ley natural-.
Y que nadie pretenda que aceptemos que basta con recordar la doctrina católica sobre el matrimonio para oponerse a una ceremonia de esas características. Es como si la policía se conformara con recordar que robar y matar es delito, pero se quedara mirando de brazos cruzados mientras se cometen robos y asesinatos.
¿En qué sentido se puede hablar de que lo ocurrido es signo de esperanza? Pues en que resulta tan evidente la maldad intrínseca de actos así, que cualquiera que tenga un ápice de catolicismo en su alma se sentirá asqueado y horrorizado. Cuando el mal se disfraza, no es fácil detectarlo y combatirlo. Cuando se muestra en toda su amplitud, es evidente lo que hay que hacer, paso previo a hacerlo.

El 3 de junio del año 2003, San Juan Pablo II, Papa, aprobó la publicación del documento
Hace unas semanas que
“Seamos claros: Jesús no fundó la Iglesia, Jesús no fundó una religión“. Cuando uno es capaz de soltar una frase como esa, no puede pretender que le tome en serio ningún católico auténtico. No hablo de aquellos que fueron bautizados siendo bebés o niños pequeños, tomaron una vez la comunión y desde entonces poco más se supo de ellos. Ni de los que dicen ser católicos y creen cualquier cosa menos aquello que enseña la Iglesia.
No, no pienso dedicarme al periodismo taurino. No tengo intención de hablar de la








