InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Benedicto XVI

8.09.09

Benedicto XVI y el post-concilio

A nadie debería sorprender lo que el Papa acaba de decir sobre el marasmo post-conciliar. Los obispos brasileños han sido testigos de primera mano del análisis papal, pero está claro que el mensaje va dirigido a toda la Iglesia. Las cosas se han hecho mal, muy mal, y como consecuencia de ello el rebaño que el Señor encomendó a Pedro ha sufrido merma. El Santo Padre constata que tras el concilio los “responsables eclesiásticos” -se supone que mayormente obispos- dejaron de hablar en público del pecado, la gracia, la vida teologal o los novísimos (muerte, juicio, infierno, cielo y purgatorio). En otras palabras, dejaron de predicar el evangelio para entregarse a la comodísima tarea de decirle al mundo aquello que el mundo quiere oír.

Para los que seguimos el blog “Reforma o apostasía” del padre José María Iraburu, las palabras del Papa no nos resultan ajenas. No es que Benedicto XVI lea a nuestro sacerdote navarro y se haga eco de su análisis de la realidad de la Iglesia en los últimos 40 años. Es que no cabe explicar de otra forma las razones que han llevado a buena parte del catolicismo post-conciliar a convertirse una versión aguada del catolicismo auténtico y genuino que ha sido seno materno de la civilización occidental.

El Papa habla de la pérdida de fieles por parte de la Iglesia. Yo iría más allá. No sé qué es peor, si el alejamiento de muchos bautizados de su “Mater et Magistra” o la condición espiritual de muchos de los que no se han ido. Hemos oído en repetidas ocasiones la acusación de que entre los fieles de antes del Concilio Vaticano II se daba la denostada “fe del carbonero", esa que no necesitaba de la razón para creer lo que la Iglesia enseñaba. Pero me pregunto si aquella fe despreciada por Unamuno no era mucho más genuina que la “fe del disidente", esa que no para de buscar razones para oponerse a lo que la Iglesia enseña. Al fin y al cabo, san Pablo habla de la “obediencia a la fe” (Rom 16,25; 2ª Cor 2,9) y no de la oposición razonada a la misma. Porque, señores míos, la razón en la vida del cristiano, si es iluminada por Dios, tiene poco que ver con ese falso ídolo llamado “diosa razón", que lleva corrompiendo la conciencia de millones de cristianos desde que alguien decidió que es mejor que el mundo conforme a la Iglesia a que la Iglesia sea luz del mundo.

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20.07.09

Benedicto XVI, un papa querido y respetado

Por si alguien albergaba alguna duda sobre el estado del Santo Padre, ayer se despachó con la siguiente afirmación: “cómo veis, a causa de mi infortunio estoy un poco limitado, pero la presencia de mi corazón es plena“. Como dice el refrán, a la vejez viruelas. Benedicto XVI puede estar con una mano escayolada pero ya quisieran muchos jóvenes tener su presencia de ánimo y sus ganas de trabajar. El percance ocurrido la semana pasada puede servir para que el Papa entienda que quizás le conviene tener un asistente personal que se encargue de su cuidado de una forma más “personal", valga la redundancia. Aunque nadie está libre de caerse en el baño, está claro que a partir de determinada edad es más fácil acabar con la crisma partida entre azulejos, bañeras y sanitarios. Y aunque cualquier caída, incluso la más tonta, puede terminar con una o varias fractura, los ancianos son candidatos seguros a las mismas cuando dan con sus huesos en el suelo. Así que bien haría el Papa en tener a alguien muy cerca cada vez que deba asearse a conciencia.

Como todo el mundo sabe, a Benedicto XVI le encanta escribir y tocar el piano. Con la mano derecha escayolada no podrá hacer ni una cosa ni otra, lo que espero que no le impida acabar su segundo libro sobre Jesús de Nazaret, que era uno de sus objetivos para estas vacaciones. Aunque no es igual escribir que dictar, nuestro Papa es maestro en ambas cosas así que la muñeca rota no debería de impedirle llevar a cabo su deseo.

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7.07.09

Una primera valoración de "Caritas in Veritate"

Como todo el mundo se puede imaginar, intentar hacer una valoración profunda de un texto de decenas de páginas tras haberlo leído un par de veces no es cosa fácil. Por tanto, mi primer artículo sobre la encíclica Caritas in Veritate difícilmente puede contener un análisis exhaustivo sobre esta obra vital del magisterio papal.

Mi primera sensación tras los tres primeros puntos, que por sí solos dan material para una futura encíclica, es que nos encontramos ante la encíclica menos “ratzingeriana” de las publicadas hasta ahora. Del punto 4 al 20 no se aprecia la frescura de este Papa a la hora de explicar las cosas. Con eso no estoy diciendo, líbreme Dios, que el texto no sea suyo. Pero más parece una clase teórica de ámbito universitario sobre la Populorum progressio que un texto de encíclica. Pero a partir del punto 21 la cosa se anima. Y si hay algo claro, nítido, contundente y hasta abrumadoramente irrebatible es que estamos ante un texto que arremete contra la esencia de la política económica neoliberal. Por ejemplo, dice el Papa:

…las políticas de balance, con los recortes al gasto social, con frecuencia promovidos también por las instituciones financieras internacionales, pueden dejar a los ciudadanos impotentes ante riesgos antiguos y nuevos; dicha impotencia aumenta por la falta de protección eficaz por parte de las asociaciones de los trabajadores.

y

El mercado único de nuestros días no elimina el papel de los estados, más bien obliga a los gobiernos a una colaboración recíproca más estrecha. La sabiduría y la prudencia aconsejan no proclamar apresuradamente la desaparición del Estado. Con relación a la solución de la crisis actual, su papel parece destinado a crecer, recuperando muchas competencias.

Y por si no es suficiente, más adelante plantea una de las cuestiones más espinosas y posiblemente polémicas de toda la encíclica:

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22.06.09

Hay que dar un voto de confianza a Fellay

Desde que Benedicto XVI “osó” levantar la excomunión a los obispos lefebvristas, el espectáculo al que hemos asistido los que queremos el bien mayor para la Iglesia ha sido bastante deprimente. A través de declaraciones más o menos claras, algunos obispos europeos han demostrado que la medida del Papa no les ha gustado. Y da la sensación de que harán todo lo que esté en su mano para que fracase la posibilidad de que se produzca la reintegración de los obispos de la FSSPX a la plena comunión con la Iglesia. Por otra parte, es también evidente que algunos sectores del lefebvrismo se sitúan en posiciones incompatibles con la condición de futuros fieles de la Iglesia Católica. Son los que piensan que Roma se tiene que convertir al lefebvrismo, que ellos identifican como la Tradición con mayúscula. Porque una cosa es que el más alto magisterio de la Iglesia responda a las dudas legítimas que hacen los obispos lefebvristas sobre el Concilio Vaticano II y el magisterio posterior al mismo y otra, muy distinta, que pretendan torcer el brazo de toda la Iglesia hacia sus posturas sobre ambos asuntos.

Desde un primer momento ha quedado claro que no es casual que monseñor Bernard Fellay sea el máximo responsable de su Fraternidad. Se ve que es el más sensato de los cuatro obispos de la FSSPX. Sin apartarse de las líneas maestras del lefebvrismo, su tono conciliador y su prudencia hacen de él la persona ideal para conducir el proceso desde su “bando”. Del resto de obispos lefebvristas, salvo quizás Galarreta, lo mejor que se puede decir es que cuanto menos abran la boca, mejor.

Entre las dificultades que se están presentando figura la futura ordenación sacerdotal en Alemania de varios seminaristas de la Fraternidad. Roma ya ha dicho que las mismas son ilegítimas, pero tanto el tono del comunicado como lo que se sabe del diálogo discreto de miembros de la curia con Fellay está muy lejos de la amenaza de volver a las excomuniones que ha lanzado el obispo de la diócesis alemana donde se van a llevar a cabo las ordenaciones. Y si finalmente Roma envía un observador al acto, estaremos ante un nuevo gesto, ¿y van?, del Papa ante los lefebvristas.

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1.06.09

La Iglesia no es una mera ONG aunque a veces lo parezca

El Papa puso ayer el dedo en la llaga. Durante su alocución tradicional de los domingos tras el rezo del Ángelus, Benedicto XVI aseguró que la Iglesia Católica no es meramente una “compleja y sólida institución social” ni “una especie de agencia humanitaria". Otra cosa, digo yo, es que a veces lo parezca. Por ejemplo, en España vemos que la campaña a favor de marcar la X en la casilla de la Renta la imagen que se da de la Iglesia es muy oenegista. No digo que eso esté mal, pues al fin y al cabo las actividades asistencias de la Iglesia son las que pueden provocar que los no creyentes se animen a marca la casillita de marras.

Ahora bien, la misión principal de la Iglesia es salvar almas. Y eso sólo se produce mediante la predicación del evangelio. La atención a los pobres, a los enfermos, a los, en definitiva, más necesitados, es la consecuencia lógica del seguimiento a Cristo. Si amamos a Dios, amamos a los hombres, tanto más si se encuentran en una situación delicada. Pero de poco vale cubrir las necesidades materiales de una persona si dejamos su alma sin el alimento espiritual que le lleva a la vida eterna. La pregunta que debemos hacernos es si no hemos desatendido un poco, o “un mucho", lo esencial. Yo tengo la sensación de que estamos perdiendo un potencial evangelizador fundamental en la labor de entidades católicas como Cáritas, ya que en demasiadas ocasiones se deja de lado la evangelización para sustituirla por una mera acción de ONG, aunque esa acción esté motivada por los valores que hemos recibido del evangelio.

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