Misa Crismal del Papa: liturgia, sacerdocio, gracia
Una de las cosas que, como cristiano, siempre me ha llamado mucho la atención es que que la Revelación de Dios, por más que la conozcamos o por más que la hayamos oído predicada en boca de sus ministros, siempre es una novedad para el alma. Es decir, el fiel que vive en comunión con el Señor nunca debe cansarse de oír el mensaje del evangelio y las doctrinas que marcan el camino de la salvación. La Escritura no pierde un ápice de interés por mucho que la hayamos leído mil veces. Y las buenas homilías son alimento para el alma aunque se prediquen, con ligeras variaciones, vez tras vez. De la misma manera que nunca ponemos reparos a comer los alimentos que consideramos más sabrosos, tampoco nos incomoda lo más mínimo nutrir nuestro espíritu con buenas predicaciones.
La llegada de un nuevo Papa tiene como consecuencia inevitable el que todo el mundo esté pendiente de cuáles son los primeros mensajes que da al pueblo de Dios y al mundo. Sin necesidad de caer en comparaciones estériles y estúpidas con sus antecesores, se puede apreciar en el nuevo Pontífice las características personales que el Señor va a usar para enriquecer y fortalecer a su pueblo. Por tanto, empezamos a saborear el plato de la sana doctrina católica según nos la prepara el papa Francisco. Los ingredientes son los mismos que la Iglesia ha usado en sus veinte siglos de existencia, pero él le da un toque personal a la cocción y la fritura que, sin la menor duda, gustará a unos y no agradará tanto a otros.

Es cosa buena y recomendable analizar todas las intervenciones que se dieron en el último Sínodo de obispos celebrado en Roma, que buscaba reafirmar a la Iglesia en la tarea de la Nueva Evangelización. A mí lo de “nueva” no me acaba de convencer porque se supone que Iglesia y evangelización deben ir siempre de la mano y no deberíamos llamar novedad a lo que es el cumplimiento de la tarea más importante del Cuerpo de Cristo.
Para ser sincero, he de decir que me han sorprendido mucho algunos datos de la
Cuando Benedicto XVI publicó el 7 de julio del 2007 la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio


