InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Evangelio

25.07.10

Que se lo diga mamá

- “Oye, hermano, ¿qué hacemos pues? ¿se lo dices tú o se lo digo yo?”

- “Es que a mí me da `cosa´. Díselo tú”.

- “Claro, qué listo eres. Y si luego me echa la bronca, tú te escabulles y te haces el desentendido”.

- “Mira, se me ha ocurrido una cosa. Hablamos con mamá y que sea ella la que se lo proponga”.

- “Vale, no es mala idea”.

Los dos hermanos se dirigen a su madre y le cuentan sus planes. Ella, que como toda buena madre quiere lo mejor para sus hijos, acepta pero con una condición:

- “Tenéis que venir conmigo”.

- “Pero mamá”, dijeron ambos, “precisamente lo que queremos es que no se nos note mucho”.

- “Nada, nada. O venís conmigo o no voy”.

- “Vayamos los tres”, respondió el mayor.

- “Pero hablas tú, mami”, dijo el pequeño.

Antes de llegar ante Su presencia, Él levantó los ojos y les lanzó una mirada penetrante, como si supiera realmente qué es lo que querían. La mujer sintió como las piernas le temblaban un poco y al menor de sus hijos se le hizo un nudo en la garganta. Sin embargo, no era ella una persona de las que se echaba para atrás una vez que se decidía a hacer algo. Se postró ante los pies del Maestro, quien abrió la boca:

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21.04.10

Y los hombres amaron más las tinieblas que la luz

Prácticamente no hay un solo cristiano evangélico que no se sepa de memoria el versículo 17 (versión Reina Valera del 60) del evangelio de San Juan:

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.

Son palabras del propio Cristo, que dejan bien a las claras la intención salvífica de Dios y cuál es el único medio para ser salvo. De tal manera que, quien no acepta ese medio, se condena:

El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.

Como católico, he prestado también atención a los versículos siguientes. Siendo que Cristo es ofrecido gratuitamente al mundo, ¿por qué la mayor parte de los hombres no creen en él? El Señor responde:

Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.

Al leer esas palabras de nuestro Señor y Salvador tendemos pensar en todos aquellos que se dedican al mal por sistema. Pensamos en narcos, terroristas, violadores, pedófilos, proxenetas y todo tipo de escoria humana. No es habitual que reflexionemos sobre la gravedad de nuestros propios pecados. A veces parece que Satanás es un principiante comparado con esos seres creados a imagen y semejanza de Dios por los que Cristo dio la vida. ¿Qué mal hay que el hombre no haya practicado a lo largo de la historia? ¿qué salvajada no se ha cometido? ¿qué guerra sangrienta no se ha librado?

En Occidente vivimos en la idea de que el progreso y la libertad nos hace mejores personas. Pero el hombre del siglo XXI no es esencialmente distinto del de hace diez o treinta siglos. Somos más sofisticados a la hora de obrar el mal, pero la naturaleza caída sigue presente allá donde no reina la gracia de Dios. E incluso donde la gracia abunda, sigue la lucha contra el mal. Mucho nos ha de amar Dios para haberse entregado por nosotros a pesar de que somos como somos.

Dice Cristo que el que hace lo malo no viene a la luz para que su maldad no quede manifiesta. Lo vemos en el caso del aborto. Los pro-abortistas odian que se les muestre imágenes de embriones destruidos y de fetos descuartizados. La luz les molesta, les produce erisipela. Quieren que todo quede oculto, porque si todos viéramos, un día sí y otro también, en qué consiste un aborto, es bastante probable que incluso una sociedad tan enferma como la nuestra se levantara y dijera ¡Basta ya!.

Es por ello que una de las tareas ineludibles de la Iglesia consiste en arrojar luz allá donde la maldad reina. Empezando por la que anida entre sus atrios. Acabamos de aprender la lección de que hay más escándalo en la ocultación cómplice de los abusos sexuales que en los propios abusos. Quien tiene la misión de ser luz del mundo no puede poner un manto de tinieblas sobre la maldad de algunos de sus miembros. Dios mismo no lo permite y por eso ha pasado lo que ha pasado.

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9.06.09

La Iglesia hace lo que tiene que hacer, tanto si le ahorra dinero al Estado como si no

Siempre que se ha planteado el debate sobre la financiación de la Iglesia, el argumento de lo que la misma le ahorra al Estado ha estado encima de la mesa. Entiendo que ese argumento era muy contundente cuando el porcentaje de la X de la declaración de la Renta no era suficiente para cubrir las necesidades de la Iglesia y el Estado tenía que aportar un pequeño complemento. El mismo era el chocolate del loro comparado con la reducción del gasto público que se logra gracias a la labor de la institución que más hace por los necesitados. Como ahora no hay complemento alguno y la Iglesia sólo obtiene los ingresos que los españoles quieren que obtenga, ese debate debería de haber quedado cerrado.

Los panfletos progres, tanto los publicados en papel como en la red, han insistido vez tras vez en meter la partida del concierto que reciben los colegios católicos en la cuenta de ingresos de la propia Iglesia. Eso es absurdo ya que al Estado le saldría mucho más caro hacerse cargo de la educación gratuita de los niños que acuden a esos colegios. Es decir, los colegios católicos le ahorran un pastón a las cuentas públicas de la nación. Yo soy partidario del cheque escolar, verdadera herramienta para garantizar la libertad de elección de centro, pero no sé muy bien si eso supondría, a día de hoy, más o menos dinero para las arcas del país.

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2.06.09

Certero análisis de la delegación de juventud de la diócesis de Getafe

Se puede decir más alto pero no más claro: “el problema actual de España no radica tanto en las políticas educativas y juveniles laicistas cuanto en la secularización de tantos corazones bautizados que al perder su identidad dejan de ser luz en la oscuridad“. ¿Quién puede negar que hay mucha verdad en esa afirmación de la delegación de juventud de la diócesis de Getafe?

Ciertamente el mayor problema no está en el mal que hacen los malos sino en aquellos que abandonan el bien y la gracia del evangelio para dejarse arrastrar por el mundo. Ahora bien, eso no significa que debamos pensar que las leyes que emanan de los parlamentos no juegan un papel esencial en la descristianización de España. San Pablo decía en Gálatas que la ley mosaica era fue pedagogo que nos llevó a Cristo. También afirma el apóstol que por la ley pudimos saber qué era pecado. Aunque eso se dice de la ley de Dios para el pueblo de Israel, toda ley, religiosa o civil, tiene un componente pedagógico.

Cuando se legaliza para favorecer el aborto, se están lanzando la idea de que el aborto no es lo que es: un asesinato. Cuando se facilita el divorcio o cuando se aprueba una ley que pone a las uniones sexuales al mismo nivel que el matrimonio natural, se está lanzando la idea de que el matrimonio es cualquier cosa, y no sólo la unión entre un hombre y una mujer abierta a la vida y de naturaleza estable. Cuando se aprueban leyes y decretos que atacan directamente a la patria potestad de los padres y tutores sobre sus hijos, se está lanzando la idea de que los niños y jóvenes no deben someterse a la autoridad paterna. Cuando se aprueba una ley del menor que permite que un asesino de 17 años, once meses y 30 días pueda salir a la calle en un espacio corto de tiempo, se está promoviendo directamente la delincuencia juvenil. Y así con todo.

Es decir, aun sabiendo que el problema al que se enfrenta la Iglesia es más de carácter interno, la secularización de gran parte de sus fieles, no debemos de olvidar que el ambiente en el que hoy se desarrolla su misión es cada vez menos favorable. Y ahí es donde surge de nuevo una pregunta esencial: ¿está nuestra Iglesia preparada, más allá de declaraciones de intenciones rimbombantes y de documentos muy elaborados que sólo leen unos pocos, para la tarea de re-evangelizar, o evangelizar por primera vez, a una sociedad que en gran medida ha dado la espalda a Cristo?

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30.09.07

No harán caso ni aunque resucite un muerto

Me pregunto cuántas de las homilías que hoy serán pronunciadas a costa de la lectura del evangelio que corresponde a este domingo harán referencia, siquiera brevemente, a la parte final de las palabras de Cristo, quien pone en boca de Abrahán lo siguiente: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."

Ciertamente todo lo que precede a esta parte final de la charla entre el rico Epulón y Abrahán ha de ser material para dar una enseñanza clara sobre la maldad intrínseca que existe en los que ignoran la condición de los pobres -recordemos que somos ricos en comparación con la inmensa mayoría de la población de este planeta-, así como sobre la realidad del castigo para los injustos, cuya condición tras la muerte es ya irreversible.

Pero no deberíamos dejar pasar la oportunidad de meditar en lo que el Señor nos quiere decir en la última frase de nuestro padre en la fe. La enseñanza es clara: el que se niega a escuchar, creer y obedecer a la palabra de Dios, no creerá aunque vea algo tan insólito como la resurrección de un muerto. Y su condición será, de no mediar arrepentimiento sincero, la misma que la del rico condenado para toda la eternidad.

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