Hacia el fin de una nación llamada España

Sí, España va camino de su desaparición. No soy alarmista ni profeta de calamidades. Me limito a examinar los datos y a extraer las conclusiones que cualquier otra persona puede y debe extraer. Un pueblo sin hijos acaba muriendo, y este ya no los tiene. Es más, en un futuro cercano tendrá todavía menos.

Hemos pasado de 600 000 nacimientos anuales a 300 000, y es obvio que, cuando esos 300 000 de hoy lleguen a la edad de procrear, tendrán muchos menos de los que se tienen ahora. Y esos, a su vez, tendrán todavía menos. ¿Tengo que explicarles lo que eso va a suponer?

Hay quien piensa que la inmigración va a solucionar el abismo demográfico. De hecho, de esos 300 000 nacimientos, un tercio tiene al menos un padre no nacido en España. Sin inmigrantes el desplome sería más profundo y más rápido. Esa ayuda externa a la natalidad se da -y se seguirá dando- a cambio de un aumento brutal de la conflictividad social, tal y como estamos viendo estos días en el país. 

Además, los mismos que hoy vienen aquí porque el nivel de vida es mejor que en sus países de origen se marcharán cuando la situación se haga insostenible. Y a eso vamos. No podrán pagarse las pensiones, ni el coste de la sanidad pública, ni el de la atención a los ancianos que necesitan ayuda. No sabemos cuándo va a pasar eso, pero va a pasar. Lo saben, pero callan para no “alarmar”. Engañan a la gente; llevan haciendo eso décadas.

Estoy convencido -aunque esto es mera especulación- de que España y el resto de Europa pasarán de tener una edad de jubilación a fijar una edad de eutanasia obligatoria. Es decir, a partir de esa edad, quien enferme puede darse por muerto, porque no se va a cubrir su tratamiento; a cambio se le ofrecerá una “dulce muerte”. ¿Creen que exagero? Hablemos dentro de veinte años, si es que sigo vivo para entonces. Ya hoy se seda a los abuelos en cuanto uno se descuida, y cada vez son más las familias que lo piden.

De hecho, todos esos que, por las razones que sean, hoy no tienen hijos o sólo tienen uno -y son legión-, ¿quién cree que les va a atender cuando lleguen a la ancianidad? ¿El Estado? ¿En serio? ¿De verdad?

Podría analizar las diversas causas, pero hay una principal de la que todas las demás derivan: el abandono de la fe cristiana. No le den ustedes más vueltas. Un país auténticamente cristiano está abierto a la vida, alberga familias numerosas y estructura la sociedad en todos los niveles -educativo, económico, asistencial- de modo que ayuda a los jóvenes a formar nuevos hogares. Hoy eso se ha perdido. Es más, no se va a recuperar; pueden quedar remanentes muy pequeños acá y allá.

Habrá quien sostenga que todo podría revertirse si regresamos a la fe. Pues sí… y no, señores: es indispensable, pero ya no queda tiempo para evitar el colapso. Aunque España se llenara de grandes y excelsos predicadores que llevaran a la conversión de muchos, y aunque se abolieran en el país las leyes perversas que atentan contra la familia y la vida, ya no habría manera de impedir el desastre. De ocurrir eso-y ustedes saben, como yo, que no sucederá-, habría que comprobar si entre las cenizas queda levadura suficiente para concebir un futuro esperanzador. Sin embargo, nuestros ojos no lo verán.

¿Y entonces qué?

«Despiértate, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y Cristo te alumbrará»
Ef 5,14

Los católicos que se queden aquí y no huyan de la quema deberán reafirmarse en su fe, apoyarse unos a otros, cuidar a los buenos sacerdotes que queden, educar a sus hijos cristianamente aunque el Estado los pervierta.

Tendrán que ofrecer a Cristo y su Evangelio como senda de futuro. Es previsible que surjan alternativas políticas populistas y totalitarias que prometan la salvación de la patria. Olvídense de ello. Sin cristianos, España no se salva. Y la conversión a Cristo no llegará persiguiendo falsos mesianismos de izquierda o de derecha.

Paz y bien

Luis Fernando Pérez Bustamante