Agradecido a los sacerdotes que me han confesado
Quizás he tenido mucha suerte, pero en los quince años largos desde que el Señor me trajo de vuelta a su Iglesia, no me he encontrado a un solo sacerdote que me haya confesado de tal manera que yo saliera desanimado tras recibir el sacramento.
Ninguno me ha lanzado condenas intimidatorias.
Ninguno me ha sometido a interrogatorios “incriminatorios".
Ninguno me ha impuesto penitencias insoportables.
Ninguno me ha echado en cara el confesarme de los mismos pecados vez tras vez.
Todos, sin excepción, me han dado buenos consejos. Y si digo todos, es todos. Tanto los que se podrían considerar como sacerdotes “conservadores” como los “progresistas".
Ha dado igual que me confesara con párrocos, vicarios parroquiales, sacerdotes de basílicas, catedrales e incluso obispos. Ha dado lo mismo que fueran jóvenes, de mediana edad o ancianos. Diocesanos o religiosos. Españoles o de otra nacionalidad (alguna vez me he confesado en inglés). No recuerdo una sola confesión “mala".