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28.06.15

Silvano, desde Athos (VIII)

Nueva entrega de textos escogidos de Silvano de Athos, monje canonizado por la Iglesia Ortodoxa.

Mi espíritu está impregnado de Dios. Estoy seguro de que el Señor me guía si me abandono humildemente a su Voluntad. 

Cuanto más grande es el amor, más grande es la pena del alma; 
cuanto más vasto es el amor, más pleno es el conocimiento; 
cuanto más ardiente es el amor, más ferviente es la oración; 
cuanto más perfecto es el amor, más santa es la vida. 

Si todos los hombres observaran los mandamientos de Dios, sería el Paraíso sobre la tierra y tendríamos a nuestra disposición todo lo que nos es necesario. El Espíritu Santo habitaría en los corazones de los hombres porque busca establecer en ellos su morada; pero a causa de la vanidad de nuestro espíritu, no encuentra lugar en nosotros. 

El alma en oración siente este amor, y el Espíritu de Dios da en el alma testimonio de su salvación. 

Estamos en la lucha cada día a toda hora… 

Todo nuestro combate debe tender a adquirir la humildad. El Maligno cayó a causa de su orgullo y trata de tentarnos también a nosotros. Al contrario, hermanos míos, busquemos la humillación para poder contemplar la gloria de Dios desde aquí abajo, pues el Señor se hace conocer al humilde por medio del Espíritu Santo. 

El alma se humilla completamente si ha gustado la dulzura del Amor divino. Es como si ella naciera de nuevo. Con todas sus fuerzas tiende hacia Dios, ama día y noche, y, por un instante, descansa en el Reposo de Dios; después vuelve a disgustarse a causa de los humanos. 

¡Oh misericordia de Dios! Yo soy un horror frente a Dios y frente a los hombres, pero el Señor me ama, me alienta, me cura; y enseña Él mismo a mi alma la humildad y el amor, la paciencia y la obediencia. Él ha derramado toda su bondad sobre mí. 

“Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20); “llámame en el día de la angustia y yo te salvaré, y me bendecirás". 

El alma se renueva enteramente cuando el Señor la toca. Pero esto lo puede comprender sólo quien ha hecho la experiencia, porque no podemos conocer las realidades celestiales sin el Espíritu Santo y Dios nos da este Espíritu aquí abajo. 

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