Temían a la multitud, que lo consideraba un profeta

Evangelio del viernes de la Segunda semana de Cuaresma:

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.  El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. 
Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: “Respetarán a mi hijo". Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: “Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia".  Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. 
Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?». 
Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo.» 
Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos.» 
Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.
Mateo 21,33-43.45-46.

Los sumos sacerdotes y los fariseos podían ser malos, pero no tontos. Tras el relato de Cristo, emiten una sentencia lógica: “Acabará con esos miserables y arrendarán la viña a otros".

Entonces Cristo les viene a decir que eso, precisamente eso, es lo que les va a ocurrir. Y ellos captan el mensaje y empezaron a pensar la manera en quitarle de en medio. Pero como no eran tontos, sabían que no podían realizar tal cosa a ojos de todo el pueblo, que ya se había percatado que el Señor no era un rabino cualquiera. Todavía no sabían que era el Mesías, pero como poco le consideraban un profeta.

San Pablo elabora en Romanos lo ocurrido de la siguiente manera:

Entonces, ¿qué? Que Israel no consiguió lo que buscaba, mientras que sí lo consiguieron los elegidos. Los demás se endurecieron, según está escrito:
Dios les dio un espíritu de embotamiento, ojos para no ver y oídos para no oír hasta el día de hoy.
Y David dice:
Que su mesa se convierta en trampa y en lazo, en ocasión de tropiezo y en retribución para ellos; que sus ojos se oscurezcan hasta no ver y que su espalda se vaya encorvando continuamente.
Digo, pues: ¿acaso cometieron delito para caer? De ningún modo. Lo que ocurre es que, por su caída, la salvación ha pasado a los gentiles, para darles celos a ellos. Pero si su caída ha significado una riqueza para el mundo y su pérdida, una riqueza para los gentiles, ¡cuánto más significará su plenitud!
Ahora bien, a vosotros, gentiles, os digo: siendo como soy apóstol de los gentiles, haré honor a mi ministerio, por ver si doy celos a los de mi raza y salvo a algunos de ellos.
Pues si su rechazo es reconciliación del mundo, ¿qué no será su reintegración sino volver desde la muerte a la vida? Si las primicias son santas, también lo es la masa; y si la raíz es santa, también lo son las ramas.
Rom 11,8-16

La caída de Israel, salvo el resto que habría de ser salvo en esa generación, abre la salvación a los gentiles -o sea, nosotros-. Las promesas del Señor a su pueblo pasan a la Iglesia, sin que ello implique que Dios se olvida por completo de Israel, aunque obviamente tendrán que aceptar a Cristo como Mesías, lo cual significa que el no predicarles el evangelio es contrario a la voluntad de Dios y desde luego contrario a lo que hacía el propio San Pablo.

Ahora bien, el apóstol lanza un aviso que deberíamos tener muy en cuenta:

Por otra parte, si algunas de las ramas fueron desgajadas, mientras que tú, siendo olivo silvestre, fuiste injertado en su lugar y hecho partícipe de la raíz y de la savia del olivo, no te enorgullezcas en contra de las ramas. Y si te enorgulleces, piensa que no eres tú quien sostiene a la raíz, sino que la raíz te sostiene a ti.
Pero objetarás: las ramas fueron desgajadas para que yo fuera injertado. De acuerdo: fueron desgajadas por su incredulidad, mientras que tú te mantienes por la fe; pero no te engrías por ello; más bien, teme.
Pues si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ver si tampoco te perdona a ti. En fin, considera la bondad y la severidad de Dios: severidad con los que cayeron; contigo, bondad de Dios, si permaneces en la bondad; de otro modo, también tú serás desgajado.
Rom 11,17-22

Si Dios retiró el Reino a Israel, ¿qué nos hace pensar que no nos lo retirará a nosotros si nos alejamos de Cristo y no cumplimos su voluntad? ¿de verdad creemos que podemos engañar al Señor? ¿acaso no nos dijo que no vale de nada llamarle Señor si no hacemos lo que Él nos dice?  ¿y no vemos hoy como, en nombre de una falsa misericordia, nos están queriendo sacar del camino seguro y firme a la salvación que supone la fidelidad plena al evangelio, sin atajos ni concesiones al pecado? ¿estamos tan ciegos como para no ver la obra de los que quieren pervertir la fe?

De poco vale una Iglesia que no sea fiel a Cristo en todo. De poco vale ser cristiano de nombre si no se es de corazón y de obra. Dios no hace acepción de personas. Si Dios castigó a su pueblo hace siglos, puede volver a hacerlo ahora. 

En este tiempo de Cuaresma, imploremos del Señor su benevolencia y, sobre todo, que no permita que su Iglesia siga el camino del error y la mundanidad. Y, en todo caso, clamemos a Él para que nos conceda estar entre aquellos que no doblan su rodilla ante el Baal del modernismo, la herejía y la vida de pecado. Seamos el pueblo que hace temer a los falsos maestros porque por gracia confesamos que Cristo es nuestro Dios y Señor y no estamos dispuestos a que nos engañen ni nos roben o manipulen su mensaje.

Santidad o muerte.

Luis Fernando