El Papa y el sacerdocio como sacramento
Como dije en mi post de ayer, “la homilía que Benedicto XVI ha predicado ante miles de sacerdotes en la Misa de clausura del Año Sacerdotal, ha sido uno de los momentos cumbres de este pontificado". Su contenido magisterial es de tanta importancia y está teniendo tan buena acogida, que no descartaría que el Santo Padre decidiera lanzarse a preparar una encíclica tomando como base lo predicado ayer en Roma.
En relación a la importancia de la figura del sacerdote, el Papa quiso dejar bien claro que el sacerdocio no es un simple oficio. Es decir, uno no se hace sacerdote como el que se hace albañil, fontanero o ingeniero de caminos. Y no hay oficio en el mundo capaz de llevar a cabo lo que realizan los sacerdotes. Dice Benedicto:
…el sacerdote hace lo que ningún ser humano puede hacer por sí mismo: pronunciar en nombre de Cristo la palabra de absolución de nuestros pecados, cambiando así, a partir de Dios, la situación de nuestra vida. Pronuncia sobre las ofrendas del pan y el vino las palabras de acción de gracias de Cristo, que son palabras de transustanciación, palabras que lo hacen presente a Él mismo, el Resucitado, su Cuerpo y su Sangre, transformando así los elementos del mundo; son palabras que abren el mundo a Dios y lo unen a Él.
En otras palabras, los sacerdotes son instrumentos de salvación para un mundo que vive condenado por el pecado. San Pablo dice que colaboran con Dios (1 Cor 3,9; 2 Cor 6,1). Ciertamente todo bautizado que participa del sacerdocio universal de los fieles está llamado a colaborar con Dios, pero sólo los que han sido ordenados como sacerdotes tienen el ministerio específico de administrar la gracia sacramental que obra en nosotros la salvación y nos guía por el camino de la santificación.
El Papa también señala algo que muchos fieles no parecen comprender:
Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor. Esta audacia de Dios, que se abandona en las manos de seres humanos; que, aun conociendo nuestras debilidades, considera a los hombres capaces de actuar y presentarse en su lugar, esta audacia de Dios es realmente la mayor grandeza que se oculta en la palabra “sacerdocio”.
Efectivamente, Dios sabe muy bien que todo sacerdote, en cuanto que es un ser humano como los demás, tiene sus limitaciones, sus debilidades, sus flaquezas y hasta sus miserias. No hay más que ver al grupo de los doce para darse cuenta que Cristo no eligió a super-hombres ni a ángeles puros. Como el Señor le dijo a San Pablo: “mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” (2 Cor 12,9). A veces los fieles no somos conscientes de que Dios obra incluso a través de ese sacerdote que parece más seco que un desierto o de aquel que se pasa de entusiasta. Debemos pedir al Señor que nos ayude a ver su presencia en la persona y el ministerio de sus sacerdotes. Sólo así aprenderemos de verdad a amarles y respetarles.
Mañana, Dios mediante, seguiré compartiendo con vosotros mis impresiones sobre la predicación del Papa ante miles de sacerdotes de nuestra querida Iglesia.
Luis Fernando Pérez