«Es de todos conocido el infernal encarnizamiento con que escritores y enemigos de Dios y de la sociedad trabajan por socavar el edificio social, destruyendo la indisolubilidad del Matrimonio.
Con una fuerza de lógica que nos parece irresistible, se apoyan en la imposibilidad del hombre, dejado a sí mismo, de cumplir las obligaciones de un estado que pide una constancia de voluntad y un imperio sobre las pasiones superior a las fuerzas ordinarias de la naturaleza. Imposible refutar con éxito tal argumento, si se rechazan las enseñanzas de Jesucristo y se sustrae el Matrimonio al influjo sobrenatural de la gracia. Demostrar que la indisolubilidad del Matrimonio es una institución necesaria para la conservación de la familia y el verdadero progreso de la sociedad, es fácil; pero esto no prueba que esté, en manos del hombre dejado a sí mismo, hacerlo. ¡Cuántas cosas necesarias no puede el hombre conseguir y conservar con sus propias fuerzas!
Estamos, pues, en presencia de uno de esos enigmas sociales cuya única solución está en el Corazón de Jesús; solución sublime y consoladora en teoría y realizable en la práctica, como la constante experiencia de diecinueve siglos lo ha ido demostrando. Lo que el corazón humano no puede encontrar en sí, la entrega perfecta a otro, la abnegación, la fidelidad inviolable, la inalterable ternura, concédelo la caridad de Corazón de Jesús a los que se unen a Él. ¡Gran Dios! ¿Es posible que la sociedad titubee todavía, después de tan largas experiencias, y en presencia de peligros que, si profana el Matrimonio, le amenazan? ¿Es posible que, cuando el Vicario de Jesucristo le recuerda, como en la célebre Encíclica de 8 de diciembre de 1864, las condiciones vitales del Matrimonio cristiano, rechace sus saludables enseñanzas como un atentado contra el moderno progreso, en vez de recibirlas con agradecimiento?
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