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21.07.20

Santa María Magdalena y el deseo de Dios: fundamento de la vocación monástica

Saint Mary Magdalene. Domenico Puligo (1492-1527)

“Ardens est cor meum: desidero videre Dominum meum…”


“Todo cuerpo, por su propio peso, tiende al lugar que le es propio. El peso no impulsa únicamente hacia abajo, sino hacia el lugar propio. El fuego tiende hacia arriba, la piedra hacia abajo. Movidos por su propio peso, buscan su lugar propio. El aceite, echado debajo del agua, se coloca sobre ella. El agua, derramada sobre el aceite, se coloca debajo de él. Movidos por sus propios pesos, buscan el lugar que les es propio. Las cosas que no están ordenadas se hallan inquietas: al ordenarse, encuentran su descanso. Mi amor es mi peso: por él soy llevado adondequiera que me dirijo” (San Agustín de Hipona, Confesiones, XIII, IX, 10).


“Mi corazón está ardiendo, deseo ver a mi Señor…”.

En estas palabras de la antífona del oficio de Santa María está toda la vida monástica… Ya lo decía el papa Pío XII: “No son ni el temor, ni el arrepentimiento, ni la sola prudencia quienes pueblan las soledades de los monasterios. Es el amor de Dios…” (S. S. Pío XII, Alocución a los miembros del Congreso de estudios sobre el monacato oriental, Roma (11 de abril de 1958). AAS 25 (1958), 285).

Solo el amor explica nuestra vida, solo el amor la justifica… Y solo el amor de un corazón inflamado, que arde en deseos de ver a su Señor, explica nuestros votos. Pues es solo por su amor por lo que lo hemos dejado y sacrificado todo, considerándolo como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unidos a Él (cf. Fil 3, 8-9): por amor a Cristo, por seguirlo solo a Él, a cuyo amor, como nos dice Nuestro Padre san Benito, nada, absolutamente nada, debemos anteponer: “Nihil amori Christi praeponere” (RB, IV, 21). Y, como queriéndonos dejar una especie de testamento espiritual, nos lo vuelve a recalcar con más fuerza hacia el final de la Santa Regla: “Christo omnino nihil praeponant” (RB, LXXII, 11): “Nada absolutamente antepongan a Cristo”. Jesucristo ha de ser toda nuestra “filosofía”: no hemos de querer saber nada fuera de Él (cf. 1 Cor 2, 2).

Decíamos que es el amor el que explica y justifica los votos que profesamos: votos de estabilidad, conversión de costumbres y obediencia.

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