InfoCatólica / Schola Veritatis / Archivos para: Agosto 2020

27.08.20

Santa Mónica y el poder de la oración con lágrimas

San Agustín y Santa Mónica, autor desconocido

Lo que evitó mi perdición fueron las fieles y cotidianas lágrimas de mi madre…1

“Misterio verdaderamente tremendo y que jamás se meditará bastante: el que la salvación de muchos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del Cuerpo místico de Jesucristo, dirigidas a este objeto, y de la cooperación que Pastores y fieles ―singularmente los padres y madres de familia― han de ofrecer a nuestro divino Salvador”2.

En la conmemoración litúrgica de santa Mónica, como tributo a esta santa mujer, esposa y madre, y a la vez como invitación y llamado a la oración de intercesión por la salvación de las almas, ofrecemos aquí una consideración sobre lo que, en palabras de Pío XII, “jamás se meditará bastante”, a saber, el poder de la oración y de las lágrimas, de las de santa Mónica, y esto a partir de lo que sobre las mismas escribió quien fue nada menos que el “hijo” de ellas ―según el corazón―, y su propio hijo ―según la carne―: el gran Doctor de la gracia, san Agustín, en sus sublimes Confesiones.

“Mi madre, tu sierva fiel, lloraba en tu presencia por mí mucho más de lo que lloran las madres la muerte física de sus hijos. Gracias a la fe y al espíritu que le habías dado, veía ella mi muerte. Y Tú la escuchaste, Señor. La escuchaste y no mostraste desdén por sus lágrimas, que profusamente regaban la tierra allí donde hacía oración”3.

Gracias a la fe sobrenatural, infusa, que el Señor le había dado, santa Mónica veía que había otra vida y otra muerte muy distintas de las físicas y naturales, e infinitamente más importantes. Vida otra incomparablemente más digna de ser buscada que la meramente física, muerte otra incomparablemente más digna de ser llorada que la solamente corpórea. Vida y muerte de “autre ordre”, como diría Pascal4, infinitamente más elevado: vida y muerte que en definitiva no son sino la gracia y el pecado, que son la vida y la muerte del alma. Pero esto sólo llegan a percibirlo los ojos de la fe, con los que santa Mónica precisamente veía, “pues la fe tiene también sus ojos, con los cuales de algún modo ve que es verdadero lo que todavía no ve, y con los cuales ve con firme certeza que todavía no ve lo que cree5.

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21.08.20

La vida contemplativa en tiempos de apostasía

Noli foras ire, in teipsum redi, in interiore homine habitat veritasi

¿Adónde estás cuando no estás contigo?ii

En plena crisis postconciliar, cuando la tormenta arreciaba fuertemente, escribía el venerable Don José Rivera en una de sus cartas:

Entre progresistas y conservadores, no hay cristiano apenas que crea en la Iglesia, ni en la Trinidad, ni que ame al prójimo, que sólo es prójimo por su relación con las Personas divinas, realizada en la Iglesia de una u otra manera. Yo, que tanto casco [hablo], estoy cada vez más convencido de que en los tiempos especialmente difíciles hay que volver casi exclusivamente a lo esencial, y lo esencial interiormente es la fe, la esperanza y la caridad, y en cuanto a realizaciones concretas, la oración y la cruz. Y todo lo demás viene a ser nada o poco más de nada, o puro daño ―como creo que está siendo una buena parte de las cosas que se hacen hoy en el «apostolado» por una parte y por otra―”iii.

Estas palabras del venerable Rivera no pueden dejar de evocar ―hasta parece incluso citarlo― el conocido pasaje del Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz, en el que responde a “todos aquellos que impugnan el santo ocio del alma y quieren que todo sea obrar”iv:

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6.08.20

Hagamos una tienda junto a Cristo Transfigurado

Teófanes el Griego (+1410), La Transfiguración

De los sermones de San Agustín, obispo, sobre los Evangelios Sinópticos

Hermanos amadísimos, debemos contemplar y comentar esta visión que el Señor hizo manifiesta en la montaña. En efecto,a ella se refería al decir: En verdad os digo que hay aquí algunos de los presentes que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su reino. Con estas palabras comenzó la lectura que ha sido proclamada. Después de seis días, mientras decía esto, tomó a tres discípulos, Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña. Estos tres eran de los que había dicho hay aquí algunos que no gustarán la muerte hasta que no vean al Hijo del hombre en su reino.

El mismo Señor Jesús resplandeció como el sol; sus vestidos se volvieron blancos como la nieve y hablaban con él Moisés y Elías. El mismo Jesús resplandeció como el sol, para significar que él es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Lo que es este sol para los ojos de la carne, es aquél para los del corazón. Sus vestidos, en cambio, son su Iglesia. Los vestidos, si no tienen dentro a quienes los llevan, caen. ¿Qué tiene de extraño señalar a la Iglesia en los vestidos blancos, oyendo al profeta Isaías que dice: Y si vuestros pecados fueran como escarlata, los blanquearé como nieve? ¿Qué valen Moisés y Elías, es decir, la ley y los profetas, si no hablan con el Señor? Si no da testimonio del Señor, ¿quién leerá la ley? ¿Quién los profetas? Ved cuan brevemente dice el Apóstol: Por la ley, pues, el conocimiento del pecado; pero ahora sin la ley se manifestó la justicia de Dios: he aquí el sol. Atestiguada por la ley y los profetas: he aquí su resplandor.

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