18.08.25

LXXXVI. El poder de Cristo de ascender al cielo

Los poderes de Cristo para subir al cielo[1]

En el artículo tercero de la cuestión dedicada a la ascensión del Señor, examina Santo Tomás la primera parte de la tesis de la conclusión anterior, que la ascensión de Cristo, o movimiento de la tierra al cielo, fue en cuanto hombre, aunque su causa, como se afirma en la segunda, fue en cuanto Dios. Precisa en este artículo que subió al cielo no sólo por el poder de su divinidad, sino también por virtud de su cuerpo glorioso.

La prueba que da es la siguiente: «Hayen Cristo hay dos naturalezas, a saber: la divina y la humana. Y según una y otra se puede tomar el poder propio de Cristo».

Así lo había establecido en la respuesta a la última objeción del artículo anterior, pero concreta ahora que «según la naturaleza humana, el poder de Cristo puede considerarse doble. Uno, el natural, que procede de los principios de la naturaleza. Y es evidente que con tal poder Cristo no subió a los cielos. Otro, el poder de la gloria, que existe en su naturaleza humana. Y con este poder subió Cristo a los cielos», que no es natural, sino recibido de Dios.

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1.08.25

LXXXV. La ascensión de Cristo al cielo

La Ascensión de Cristo en cuanto hombre y en cuanto Dios[1]

Afirmada la conveniencia de que Cristo subiera al cielo en el artículo primero de la cuestión de la Ascensión[2] de la Suma teológica, se pregunta Santo Tomás a continuación a cuál de sus naturalezas le convenía la ascensión. En este segundo artículo, examina, por tanto, si Cristo ascendió al cielos según su naturaleza humana o según su naturaleza divina.

En el Compedio de Teología, sostiene Santo Tomás que: «Del mismo modo que se dice del Hijo de Dios que nació, sufrió, fue sepultado y resucitó, no según la naturaleza divina, sino según la naturaleza humana, así también se dice que el Hijo de Dios subió a los cielos, no según la naturaleza divina, sino según la naturaleza humana».

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15.07.25

LXXXIV. La Ascensión de Cristo

Utilidad de la Ascensión de Cristo[1]

A las cuatro cuestiones dedicadas a la Resurrección de Cristo, en el tratado de la Vida de Cristo de la Suma teológica, ya examinadas, sigue otra en la que Santo Tomás se ocupa de su Ascensión, porque, como dice en el escrito sobre el Credo: «Después de la Resurrección de Cristo es necesario creer en su Ascensión: ascendió al cielo a los cuarenta días»[2].

En el artículo primero de esta cuestión sostiene que fue muy conveniente que Cristo subiera al cielo tanto para Él como para los hombres. Respecto a lo primero lo prueba con el siguiente argumento: «El lugar debe ser proporcional al que lo ocupa. Cristo, después de su resurrección, inauguró por ella una vida inmortal e incorruptible. Además, esta tierra que nosotros habitamos está sometida a la generación y a la corrupción, mientras que el cielo está exento de la corrupción. Tal es el motivo, porque no fue conveniente que Cristo, después de la resurrección, permaneciese en la tierra, sino que fue conveniente que subiese al cielo»[3].

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2.07.25

LXXXIII. Causalidad de la resurrección de Cristo

Causalidad eficiente de la resurrección de Cristo[1]

La última cuestión de las cuatro dedicadas por Santo Tomás a la resurrección de Cristo está dedicada a estudiar su causalidad en nosotros. En el primer artículo se analiza el benefició de nuestra futura resurrección corporal, que causó su triunfante resurrección.

Establece, en primer lugar, que la resurrección de Cristo es la causa eficiente de la resurrección de los hombres. Prueba esta tesis con la siguiente argumentación: «Dice Aristóteles en Metafísica que: «Lo que es primero en un género cualquiera, es causa de todos los que vienen después». (II, I a, c. l, n. 5)». Así, por ejemplo, en el género humano, el primero de los hombres, Adán, es la causa de todos los demás en cuanto a la generación.

Como: «en el género de la resurrección, fue primero la resurrección de Cristo, como ya se ha dicho anteriormente (q. 53 a. 3), se sigue que la resurrección de Cristo sea causa de nuestra resurrección».

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16.06.25

LXXXII. Las señales sensibles de la resurrección

Argumentos sensibles de la resurrección verdadera[1]

En el artículo sexto de la cuestión de la Suma teológica sobre la suficiencia de las pruebas de su resurrección, que manifestó Cristo, además de explicar el testimonio de los ángeles y de las Sagradas Escrituras, ya expuestos, Santo Tomás lo hace con los argumentos o señales sensibles.

Sostiene que: «los argumentos fueron también suficientes para manifestar su resurrección verdadera y asimismo gloriosa». En cuanto que la resurrección: «fuera verdadera, lo probó primeramente por parte del cuerpo».

En cuanto a su cuerpo, Cristo mostró tres cosas. «Primera, que era un cuerpo verdadero y sólido, no fantástico o vaporoso, como lo es el aire. Esto demostró dejándose palpar y diciendo: «Palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo» (Lc 24, 39)».

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