15.04.24

LIV. El pecado y la pasión de Cristo

Liberación de la pena y de la culpa del pecado[1]

En el artículo tercero de la cuestión dedicada a los efectos de la pasión de Cristo, se ocupa Santo Tomás de la liberación de los hombres de la pena del pecado. Afirma que el tercer efecto de la pasión de Cristo fue que fuimos librados de la pena del pecado. Así: «se lee en el Apocalipsis que Cristo: «Nos amó y nos limpió de los pecados con su sangre» (Ap 1, 5)»[2].

Aclara seguidamente que: «De dos maneras fuimos librados por la pasión de Cristo del reato de la pena», de la obligación o débito por el pecado, aun que haya sido perdonado. «De una manera, directamente, en cuanto que la pasión de Cristo fue una satisfacción suficiente y sobreabundante por los pecados de todo el género humano. Y, una vez ofrecida la satisfacción suficiente, se quita el reato de la pena. La otra manera es indirecta, en cuanto que la pasión de Cristo es causa de la remisión del pecado, en el que se funda el reato de la pena»[3], porque con la remisión, perdón o absolución de la culpa del pecado, da lugar al castigo, pero que fue quitado.

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1.04.24

LIII. Liberación del poder del diablo

La esclavitud del demonio[1]

El segundo efecto de la pasión de Cristo en nosotros, sostiene Santo Tomás, es la liberación del poder del diablo. La importancia del mismo lo revela que lo coloque en segundo lugar entre los seis efectos de la pasión, y después de la liberación del pecado por la redención.

Queda probada, porque en la Escritura: «está lo que dice el Señor, cuando se acerca su pasión: «Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera, y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todas las cosas hacia mí» (Jn 12, 31-32). Pero fue levantado de la tierra por la pasión de la cruz. Por tanto, por esta fue el diablo privado del poder sobre los hombres»[2].

Sin embargo, parece que no hemos sido liberados del poder del demonio de ningún modo mediante la pasión de Cristo. En primer lugar, porque: «No tiene poder sobre algunos el que, sin el permiso de un tercero, no puede hacer nada sobre ellos. El demonio no ha podido nunca hacer cosa alguna en perjuicio de los hombres, sin la permisión divina; como se ve por la historia de Job (c. l y 2), a quien, sólo con esa permisión divina, pudo privar de los bienes y de la salud corporal. Y del mismo modo se dice en San Matero que, sólo con licencia de Cristo, pudieron entrar los diablos en los puercos. Luego el diablo no tuvo nunca poder sobre los hombres, y, por tanto, nunca pudieron estos ser librados del poder del diablo por la pasión de Cristo»[3].

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15.03.24

LII. Liberación del pecado

El amor y el perdón[1]

Estudiada la causalidad de la pasión de Cristo, en la cuestión siguiente, Santo Tomás se ocupa de sus efectos en nosotros. En esta segunda cuestión, estrechamente relacionada con la anterior, estudia seis efectos. Cinco en nosotros: liberación del pecado, liberación del poder del diablo, liberación de la pena del pecado, reconciliación con Dios, apertura de las puertas del cielo. Y uno del mismo Cristo: exaltación por su pasión.

Respecto al primer efecto, la liberación del pecado, recuerda Santo Tomás que: «se lee en el Apocalipsis: «Nos amó y nos lavo de nuestros pecados con su sangre» (Ap 1, 5)»[2].A continuación afirma que: «La pasión de Cristo es causa de la remisión de nuestros pecados de tres modos».

El primero, porque nos mueve a la caridad para con Dios. El conocer el amor de Cristo hacia nosotros actúa «a manera de excitante a la caridad, porque, como dice San Pablo: «Dió pruebas de su amor hacia nosotros porque, siendo aún enemigos suyos, Cristo murió por nosotros». (Rm 5, 8-9). Y por la caridad conseguimos el perdón de los pecados, según lo que se lee en San Lucas: «Le son perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho» (Lc 7, 47)»[3].

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1.03.24

LI. La actuación de la pasión de Cristo

La vía de mérito[1]

A los efectos en nosotros de la pasión de Cristo, le dedica Santo Tomás las dos cuestiones siguientes. En la primera de ellas, se ocupa de la causalidad de la pasión de Cristo y más concretamente las modalidades de causalidad o vías por las que consiguió nuestra salvación. Considera que son estas cinco vías: de merecimiento, de satisfacción, de sacrificio, de redención y de eficiencia.

La justificación que da de estos modos por los que la pasión de Cristo alcanzó su finalidad la expone al final de la cuestión de la manera siguiente: «La pasión de Cristo, en cuanto vinculada con su divinidad, obra por vía de eficiencia; pero, en cuanto referida a la voluntad del alma de Cristo, obra por vía de mérito; vista en la carne de Cristo, actúa a modo de satisfacción, en cuanto que por ella se nos libra del reato de la pena; a modo de redención, en cuanto que mediante la misma quedamos libres de la esclavitud de la culpa; y a modo de sacrificio, en cuanto que por medio de ella somos reconciliados con Dios»[2].

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15.02.24

L. Los autores principales de la Pasión

El grave pecado de judíos y gentiles[1]

En los tres artículos anteriores de esta cuestión dedicada a la causa eficiente de la pasión de Cristo, Santo Tomás se ha ocupado del estudio de las dos principales: Dios Padre y el Hijo. En los tres siguientes, se ocupa de las tres causas, o autores secundarios o instrumentales, de la pasión de Cristo: los judíos y los gentiles.

En el primer artículo de ellos, muestra que fue conveniente que Cristo padeciera por parte de los judíos y de los gentiles, con la siguiente argumentación: «En el mismo modo en que se realizó la pasión de Cristo estuvo figurado el efecto de la misma. La pasión de Cristo ejerció primeramente su efecto salvador en los judíos, muchísimos de los cuales fueron bautizados en la muerte de Cristo, como consta en los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 41 y 4, 4). Pero después, mediante la predicación de los judíos, el efecto de la pasión de Cristo llegó a los gentiles. Por eso, fue conveniente que Cristo comenzase a padecer por parte de los judíos, y después estos le entregasen a los gentiles, que por sus manos debían concluir su pasión»[2].

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