(562) Evangelización de América (72). -La esclavitud en Hispanoamérica

–Tengo entendido que la esclavitud pervive en no pocas naciones, sobre todo africanas y asiáticas.

–En algunas naciones sigue siendo legal, y en bastantes otras perdura de hecho, sobre todo por la prostitución, la tiranía política y los contratos laborales muy abusivos.

 

–La esclavitud de indios en América

En los primeros años del Descubrimiento de América, «los españoles legiti­maban la esclavitud del mismo modo que lo hacían los indígenas. En el caso español se trataba de una institución practicada por todos los euro­peos y los musulmanes entre sí y con los africanos, y desde luego repre­sentaba un derecho de guerra reconocido universalmente y que sólo la Co­rona interrumpió con los indios americanos cuando dispuso prohibirla» (Esteva Fabregat, La Corona española y el indio americano 175-176).

Her­nán Cortés, por ejemplo, cuando se disponía a conquistar la región de Te­peaca, después de la Noche Triste, le escribía a Carlos I con toda naturali­dad: «Hice ciertos esclavos, de que se dio el quinto a los oficiales reales»… De ellos se ayudaban los conquistadores como guías, porteadores y cons­tructores, y a veces incluso como fieles guerreros aliados. El problema mo­ral de conciencia por entonces –como en los tiempos de San Pablo– no se planteaba, en modo alguno, sobre el tener esclavos, sino sobre el trato bueno o malo que a los esclavos se daba.

Así las cosas, «si los indios coincidían con los combatientes españoles en cuanto a considerar legítimo el derecho a tener esclavos a los que les ha­cían la guerra, la Iglesia y la Corona tuvieron que empeñarse no sólo en una lucha ideológica con los diversos grupos y culturas indígenas, sino que también se vieron obligados a convencer a sus propios españoles acerca de que el indio debía ser una excepción en lo que atañe a esclavitudes y ser­vidumbres. Ambos, indios y españoles, tuvieron que ser reeducados en función de la confluencia de una nueva ética: la que se fundaba en el cris­tianismo y en la igualdad de trato entre cristianos» (Esteva 167).

En este sentido, «lo que aprendieron [los indios] de los españoles fue precisamente el protestar contra la esclavitud y el tener derecho a ejercer legalmente acciones contra los esclavistas» (168). Y éste, como veremos, fue ante todo mérito de la Iglesia y de la Corona.

Como es natural, el empeño por cambiar la mentalidad de indios y es­pañoles sobre la esclavitud de los naturales de las Indias hubo de prolon­garse durante varios decenios, pero se comenzó desde el principio. En efecto, los Reyes Católicos iniciaron el antiesclavismo de los indios cuando Colón, al regreso de su segundo viaje (1496), trajo a España como esclavos 300 indios de La Española, y le obligaron a regresarlos de inmediato, y como hombres libres.

Alertados así sobre el problema, los Reyes dieron en 1501 rigurosas instrucciones al comendador Nicolás de Ovando, en las que insistían en que los indios fuesen tratados no como esclavos, sino como hombres libres, vasallos de la Corona. Recordaremos aquí bre­vemente las acciones principales de la Iglesia y la Corona para la libera­ción de los indios.

Por parte de la Iglesia, el combate contra la esclavización de los indios vino exigida tan­to por misioneros como por teólogos y juristas. La licitud de la esclavitud, según hemos visto, estaba por entonces íntimamente relacionada con la cuestión gravísima de la gue­rra justa, y ésta con el problema de los títulos lícitos de conquista, como ya vimos breve­mente en el artículo anterior (561). Pero, en referencia directa a la esclavitud de los indios, hemos de recordar, por ejemplo, –el sermón de Montesinos (1511), –la enseñanza del catedrático salmantino Matías de Paz (1513), –la carta de fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México, al virrey Mendoza; –la carta de los franciscanos de México al Rey, firmada por Ja­cobo de Tastera, Motolinía, Andrés de Olmos y otros; –las intervenciones de Las Casas; –las tesis de la Escuela de Salamanca, encabezadas en esta cuestión por Diego de Covarrubias y Leyva, contra Sepúlveda, y apoyadas por Soto, Cano, Mercado, Mancio, Guevara, Alonso de Veracruz (+Pereña 95-104); y poco más tarde –las irrefutables argumentaciones del je­suita José de Acosta, fundadas en buena medida en Covarrubias.

Por parte del Estado, recordaremos primero las numerosas y tempranas intervenciones anti-esclavistas de altos funcionarios reales. –Núñez de Balboa, por ejemplo, en 1513, escribe al Rey desde el Darién, quejándose del mal trato que Nicuesa y Hojeda dan a los indios, «que les parece ser seño­res de la tierra», y que una vez que se hacen con los indios «los tienen por esclavos» (Céspedes, Textos 53-54). A los cuatro años de la conquista de México, –don Ro­drigo de Albornoz, contador de la Nueva España, escribe en 1525 al Rey, denunciando que con la costumbre de hacer esclavos «se hace mucho estrago en la tierra y se perderá la gente de ella y los que pudieran venir a la fe y dominio de V. M., si no lo mandare reme­diar luego y que en ninguna manera se haga sin mucha causa, porque es gran cargo de conciencia» (+Castañeda 65-66). Unos diez años más tarde, –don Vasco de Quiroga, oidor real en México, refuta en 1535 uno tras otro todos los posibles supues­tos legítimos de esclavización de los indios, en su Información en derecho. «Naturalmente, estos autores no intentan negar el derecho de cautiverio, fruto de la guerra, sino conseguir una excepción con los indios americanos» (Castañeda 66; +68-88, 125-136).

 

–Acción de los Reyes

La Corona hispana, atendiendo estas voces, prohíbe desde el principio la esclavización de los indios en reiteradas Cédulas y Leyes reales (1523, 1526, 1528, 1530, 1534, Leyes Nuevas 1542, 1543, 1548, 1550, 1553, 1556, 1568, etc.), o la autoriza solamente en casos extremos, acerca de indios que causan estragos o se alzan traicionando paces –caribes, araucanos, chiriguanos–. En 1530, por ejemplo, en la Instrucción de la Segunda Au­diencia de México, el Rey prohíbe la esclavitud en absoluto, proceda ésta de guerra, «aunque sea justa y mandada hacer por Nos», o de rescates (+Castañeda 59-60).

Pero también llegaban al Rey informaciones y solicitudes favorables a la esclavitud de los indios, formuladas no sólo por conquistadores y enco­menderos, sino también por religiosos dominicos y franciscanos, que, al menos en algunos lugares especialmente bárbaros, «aconsejaron la servi­dumbre de los indios», contra la primera idea de los Reyes Católicos (López de Gómara, Historia gral. I,290).

Pedro Mártir de Anglería, en una carta de 1525 al arzobispo de Cosenza, refiere: «El derecho natural y el canónico mandan que todo el linaje humano sea libre; mas el derecho ro­mano admite una distinción, y el uso contrario ha quedado establecido. Una larga experiencia, en efecto, ha demostrado la necesidad de que sean esclavos, y no libres, aquellos que por naturaleza son propensos a vicios abominables y que faltos de guías y tutores vuelven a sus errores impúdi­cos. Hemos llamado a nuestro Consejo de Indias a los bicolores frailes Dominicos y a los descalzos Franciscanos, que han residido largo tiempo en aquellos países, y les hemos preguntado su madura opinión sobre este extremo. Todos, de acuerdo, convinieron en que no había nada más peli­groso que dejarlos en libertad» (+Cortés 38).

Algunos españoles de Indias aducían contra la prohibición de la esclavitud «varias razones, y al parecer, de peso: que los hombres de armas, no viendo provecho en conservar la vida de sus prisioneros, los matarían; que siendo el sistema de hueste el usual de la conquista la hueste indiana era una expedición de voluntarios, organizada con la autorización real” class="nota” title="ver nota la hueste indiana era una expedición de voluntarios, organizada con la autorización real">[ la hueste indiana era una expedición de voluntarios, organizada con la autorización real], y siendo los esclavos parte fundamental y a veces única del botín, nadie querría embar­carse en nuevas guerras contra los indios; que si impedían los rescates se cerraban las posibilidades de que muchos indios conocieran el cristianismo y abandonaran la idolatría; que los indios, viendo que sus rebeliones no podían ser castigadas con el cautiverio, se es­taban volviendo ya de hecho incontrolables» (Castañeda 60). Todas estas presiones teóri­cas y prácticas explican que la Corona española, a los comienzos, quebrase en algún mo­mento su continua legislación antiesclavista, como cuando en 1534 autoriza de nuevo el Rey, bajo estrictas condiciones, la esclavitud de guerra o de rescate.

Pero inmediatamente venían las reacciones antiesclavistas, y entre ellas quizá la más fuerte la del oficial real don Vasco de Quiroga: «Diré lo que siento, con el acatamiento que debo, que la nueva provisión revocatoria de aquella santa y bendita primera [1530] que, a mi ver por gracia e inspiración del Espíritu Santo, tan justa y católicamente se había dado y proveído, allá y acá pregonado y guardado sin querella de nadie, que yo acá sepa»… (+Castañeda 118). Las Leyes Nuevas de 1542, y las que siguen a la gran disputa acadé­mica de 1550 entre Las Casas y Ginés de Sepúlveda, reafirmaron definitivamente la tra­dición antiesclavista de la Iglesia y la Corona. Así en 1553 ordena el Rey «universalmente la libertad de todos los indios, de cualquier calidad que sean», y encarga a los Fiscales proceder en esto con energía, «de forma que ningún indio ni india deje de conseguir y con­servar su libertad».

Por lo demás, «la persecución de que se hizo objeto a quienes practicaban la esclavitud de los indios se fue generalizando a medida que se acentuaba el papel de la Iglesia en Indias, y a medida también que la Corona españo­la aumentaba sus controles funcionarios sobre los españoles» (Esteva 184). Esta persecución comenzó muy pronto, y no eximió tampoco a los poderosos, como vimos ya en el caso de Colón, o podemos verlo en el de Hernán Cortés, que en el juicio de residencia de 1548, fue acusado de te­ner trabajando en sus tierras indios esclavos de guerra o rescate, a los que se dio libertad.

 

–Encuentro de España con el Nuevo Mundo de las Indias

1492, 1550… En aquel primer encuentro de indios y españoles, es evidente que los indios, mucho más primitivos y subdesarrollados, en un marco de vida moderna absolutamente nuevo para ellos, vinieron a ser el proletariado de la nueva sociedad que se fue desarrollando, con todo los sufrimientos que tal condición social implicaba entonces –no mayor, pro­bablemente, a los que, por ejemplo, se daban en el XIX durante la revolu­ción industrial entre los mismos ingleses, o a los que en los siglos XX y XXI se experi­mentan en los suburbios y lugares más deprimidos de América–.

La es­clavitud, en las Indias hispanas, desde el comienzo, cedió el paso a la en­comienda, con el repartimiento de indios, y ésta institución no tardó mu­cho en verse sustituída por el régimen de las reducciones en pueblos. En todo caso, es preciso reconocer que, ya desde 1500, al abolir la esclavitud de los indios, «la Corona española se adelantaba varios siglos a la aboli­ción de la esclavitud en el mundo» (Pereña, Carta Magna de los Indios 106).

De la encomienda ya traté más detenidamente en (467) La encomienda indiana

 

–La esclavitud de negros en América

La actitud antiesclavista de la Iglesia y la Corona en relación a los indios fue firme y clara, aunque al principio hubo algunos momentos de vacilación, como hemos visto.En cambio, la importación de esclavos negros a las Indias constituyó un problema moral y legal diferente. Si su presencia, más o menos difundida por toda Europa, no suscitaba problemas de conciencia, tampoco se veían dificultades morales para permitir su paso a América, donde estuvieron presentes desde el primer momento, aunque en modali­dades muy diferentes, que ahora simplificaremos en tres tipos.

1. Esclavos-conquistadores. Los negros esclavos fueron casi siempre compañeros de aventura de los descubridores y conquistadores –Ovando, Cortés, Pizarro, Núñez Cabeza de Vaca, etc.–, desempeñando a veces funciones relevantes. En las Instrucciones dadas en 1501 por los Reyes Católicos al gobernador Nicolás de Ovando, se prohibía el paso a las In­dias de judíos y moros, pero se autorizaba el ingreso de negros esclavos, con tal de que fuesen nacidos en poder de cristianos.

El historiador chileno Rolando Mellafé hace notar que estos esclavos «se sentían tam­bién conquistadores, y de hecho lo eran», y «muchos de ellos obtuvieron su libertad por este hecho, otros alcanzaron a adquirir hasta la jerarquía de conquistadores y pudieron a su vez poseer esclavos» (La esclavitud… 25), con los que no solían ser demasiado clemen­tes. Muy pronto las leyes de la Corona hubieron de proteger a los indios de posibles abu­sos de los negros. En todo caso, «la aceptación social de estos esclavos llegó hasta el ma­trimonio de conquistadores o hijos de ellos con esclavas mulatas y negras, y de negros con hijas mestizas de conquistadores. De este modo, estos grupos, que podríamos llamar es­clavos-conquistadores, se enriquecieron a través de granjerías económicas, encomiendas de indios, etc., y pasaron a constituir puntos troncales importantes de la aristocracia se­ñorial indiana, y se diferenciaron claramente de los demás esclavos negros, que después llegaron en forma masiva [ a finales del XVIII], como mano de obra» (26).

2. Esclavos-criados. Por otra parte, «permisos para pasar a las Indias con un número de esclavos que fluctuaba entre tres y ocho se les dio a casi todos los funcionarios nombrados por el Consejo [de Indias] en el siglo XVI: virreyes, gobernadores, oidores, contadores, fundidores, así como a las dignidades eclesiásticas y hasta los simples párrocos» (22). Estos ne­gros de que hablamos ahora venían a ser criados, hombres a veces de mu­cha confianza de sus señores. El arzobispado de Sevilla, por ejemplo, tenía un gran número de estos esclavos, y también los tenían en las Indias los religiosos, a veces en gran número, como los jesuitas.

Cuando el obispo Mogrovejo parte en 1580 para Lima con veintidós familiares y colabo­radores, «iban también por especial licencia real seis fieles criados de raza negra. En bien de estos servidores hizo don Toribio dos solicitudes al Rey antes de partir: una para el uso de “armas ordinarias dobladas”; otra, para que en el Perú se les concediesen “tierras y so­lares en que puedan labrar y edificar”. A ambas accedió el Monarca» (Rodríguez Valencia I,154). Dando a los esclavos buen trato, no había escrúpulo de conciencia en tenerlos. San Martín de Porres, por ejemplo, con un donativo que recibió, «compró un negro para el la­vadero del convento». Y San Pedro Claver tuvo en Cartagena escla­vos negros a su servicio como intérpretes.          

3. Esclavos-mano de obra.Otra muy distinta, y mucho más dura, fue la situación de los negros llevados a las Indias, en primer lugar a las Anti­llas, como mano de obra.Estas Islas fueron a los comienzos la base fun­damental de los descubrimientos y conquistas, de tal modo que los indíge­nas antillanos, poco numerosos y primitivos, se vieron obligados a trabajos enormes y urgentes, siendo así que, a diferencia de los indios de los gran­des imperios de México o del Perú, ellos no estaban habituados de ningún modo al trabajo organizado y persistente.

Esfuerzos tan agotadores, uni­dos a las epidemias y a la violencia de los comienzos anárquicos, acabaron prácticamente en las Islas con lo población india. Y fue preciso entonces pensar en la importación de negros africanos, que viniesen a comple­mentar, y en muchos casos a sustituir, la mano de obra indígena. Los negros, en efecto, resistían las epidemias de origen europeo, pues per­tenecían al mismo medio endémico, y poco a poco, a requerimiento de fun­cionarios y pobladores, fueron trayéndose a todas las zonas de las Indias hispanas, aunque en proporciones muy diversas.

 

–El tráfico negrero

«Convencido el gobierno español de que el comercio de negros no debía dejarse librado a la mera iniciativa privada, casi desde el primer momento lo despojó de toda libertad, sujetándolo a un rígido control en provecho del Real Tesoro y a una estricta vigilancia de la cantidad y calidad de los es­clavos introducidos en las Indias» (Elena F.S. de Studer, La trata…48). La Corona española percibía, pues, por cada pieza que permitía introducir en América un impuesto, señalado en las licencias o asientos que establecía con personas o Compañías traficantes. Este tráfico requería en sus orga­nizadores –casi nunca españoles– grandes medios de capital, barcos y personas, así como posesiones o contactos en el Africa, y fue asumido por personas o compañías de diversas nacionalidades, según las vicisitudes económicas y políticas de Europa.

En efecto, «no hubo potencia de la Europa occidental –señala Klein– que no partici­para en alguna medida en el tráfico negrero; cuatro, empero, preponderaron en él. Del principio al final hubo portugueses, quienes fueron los que mayor cantidad de esclavos transportaron. Los ingleses dominaron la trata durante el siglo XVIII. En tercer lugar se sitúan, también en el XVIII, los holandeses, y luego los franceses. A la cola figuran, por períodos más o menos cortos, daneses, suecos, alemanes y norteamericanos, pero nunca los españoles» (94). Casi nunca, para ser más exactos.

Los puertos de Cartagena y Veracruz son autorizados por la Corona para recibir esclavos africanos; pero el permiso poco a poco se va am­pliando a otros puertos, hasta que Carlos III en 1789, ya en la órbita liberal del despotismo ilustrado, decreta la total liber­tad del comercio negrero. Hacia 1804 todos los puertos importantes de Hispanoamérica tienen una completa libertad de comercio de esclavos negros.

 

–Número de esclavos negros en América

Durante los siglos en que la esclavitud estuvo vigente, 10 o 15 millones de negros africanos fueron trasladados a América como esclavos. Al prin­cipio se importaron esclavos en cantidades muy reducidas, pero después, a medida que avanzaba la secularización de Europa y se relajaba su espíritu cristiano y su con­ciencia moral, y a medida también que el desarrollo de los pueblos acre­centaba la necesidad de mano de obra, el número creció enormemente.

En los siglos XVI y XVII Brasil importó entre 500.000 y 600.000 esclavos negros; el Caribe no ibérico más de 450.000; la América hispana entre 350.000 y 400.000; y las incipientes colonias de Francia e Inglaterra 30.000 (Klein 43).

En los siglos XVIII y XIX se acrecienta mucho la importación de ne­gros en América. «Cuatro quintos del total de esclavos africanos llegados al Nuevo Mundo, fueron transportados en siglo y medio, entre 1700 y me­diados del siglo XIX» (94). A medida que van creciendo las estructuras productivas de las naciones de América, y también a medida que el espíri­tu de la Ilustración liberal y capitalista las va impregnando, se multiplica terriblemente la cantidad de esclavos negros, sobre todo en el Caribe, Bra­sil y los Estados Unidos. En algunas de estas regiones las importaciones son tan masivas que llegan a tener una población mayoritariamente ne­gra.

A fines del XVIII, por ejemplo, en los Estados Unidos, la mitad de la población de Maryland, Virginia, Carolinas y Georgia es negra; y aún más, dos tercios, en Carolina del Sur (L. A. Sánchez, Breve historia… 217, 227-228). En 1768 en la colonia británica de Jamaica hay 167.000 negros por 18.000 blancos, es decir, diez negros por un blanco (Klein 44). Descri­biremos este proceso con ayuda de dos cuadros (Klein 173-175).

 

1. Población negra en América a fines del siglo XVIII           

esclavos    –    libres    –    total

–Brasil     

1.000.000    –    399.000    –    1.399.000

–Caribe no ibérico, colonias

francesas                                  

575.000    –    30.000    –    605.000

inglesas                                   

467.000    –    13.000    –    480.000          

Estados Unidos    

575.420    –    32.000    –    607.420

América Hispana   

271.000    –    650.000    –    921.000

Totales:  

2.888.420  –  1.124.000  –  4.012.000

 

2. Población negra en América entre 1860 y 1872

esclavos    –    libres    –    total

–Estados Unidos (1860)

3.953.696    –    488.134    –    4.441.830

Brasil (1872)           

1.510.806    –    4.245.428    –    5.756.234

Caribe hispano        

 Cuba (1861)

 370.553    –    232.493    –    603.046

 Puerto Rico (1860)

 41.738    –    241.037    –    282.775

Totales:    

5.876.793  –  5.207.092  –  11.083.885

   

Estas grandes diferencias cuan­titativas entre unas a otras regiones proceden de ciertas diferencias cualitativas, espirituales, culturales, y al mismo tiempo las causan.

La esclavitud en América fue abolida a lo largo del siglo XIX, aunque se mantuvo de hecho en ocasiones después de las prohibiciones legales, al ser éstas bastante tiempo ineficaces.

«Chile y México destacan por haber de­clarado la emancipación plena desde el primer momento. Chile liberó a sus 4.000 esclavos incondicionalmente en 1823; fue, al parecer, la primera república americana en hacerlo. México, que antes de su independencia conservaba 3.000 esclavos, emancipó a todos a principios de la década de 1830» (Klein 160). Estados Unidos liberó a los esclavos en 1863. Y en 1888  Brasil «decretó la emancipación inmediata y sin compensación de todos los esclavos. Caía así el más vasto régimen esclavista sobreviviente. Con él terminó la esclavitud americana» (163).

 

–Suavización hispana de la esclavitud negra

En opinión de Enriqueta Vila Villar, «sorprende ver –escribe Jaramillo Uribe– la situación de inferioridad en que se encontraba el negro ante la legisla­ción colonial, especialmente cuando se le compara con la que tuvo el indí­gena». En efecto, a partir de la aplicación de las Leyes Nuevas y la consi­guiente política de protección al indio se cargaron sobre el negro las tareas más duras. En toda la legislación indiana de los siglos XVI y XVII apenas algunas normas humanitarias aparecen al lado de las disposiciones pena­les más duras. Lo cual contribuyó a crear una mentalidad de represión continua conseguida mediante una conducta de crueldad, tortura y malos tratos» (Hispanoamérica… 237).

El profesor Kamen, en cambio, afirma que «no se puede dudar que la legislación española para los negros, como para los indios, era la más progresista del mundo en aquella época» (+Cortés López 188). En realidad, como señala Elena F. S. de Studer, «no existió un cuerpo legal que reglamentara la situación del esclavo hasta la R. C. de 31 de mayo de 1789, que vino a constituir el Code Noir de la mo­narquía española. Al implantarse la esclavitud en América, las relaciones entre el amo y el esclavo se rigieron por Las Siete Partidas, título XXI» (333).

La esclavitud negra fue en el mundo hispano más suave que en otras zo­nas de América. Es ésta, al menos, la opinión de autores importantes. El cubano José Antonio Saco, en su monumental Historia de la esclavitud desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, después de treinta años de investigación sobre el tema, llegó a concluir que «la crueldad no fue el signo distintivo de la esclavitud de los negros en las posesiones españolas, sobre todo en ciertos países del continente» (+Tardieu, Le destin des noirs…317).

Ésta fue también la opinión del bra­sileño Gilberto Freyre, reafirmada por Frank Tannenbaumen su libro Slave and Citizen: the Negro in the Americas (1947), y compartida tam­bién por Elsa Goveia y Herbert S. Klein (+Tardieu 315-320), y más recien­temente, en su estudio sobre Los africanos en la sociedad de la América española colonial, por Frederick P. Bowser (AV, Hª de América Latina 138-156).

Ciertamente, fueron grandes las diferencias en el trato de los esclavos negros según épocas y zonas. Elena F. S. de Studer, estudiando La trata de negros en el Río de la Plata durante el siglo XVIII, afirma: «El trato que los negros recibieron en estas regiones fue humano y benévolo. Los cronistas y viajeros están de acuerdo en afirmar que los esclavos porteños eran considerados por sus amos con bastante familiaridad, recibiendo muchos de ellos no sólo el apellido sino hasta la libertad y bienes. Su suerte no difirió, en general, de la de los blancos pobres. La mayoría murió sin haber recibido un solo azote, no sabían de tormentos, se les cuidó durante la enfermedad, y como el alimento principal, la carne, era muy barata, y se les vestía con las telas que ellos mismos fabricaban, siendo muy raro el que trajera zapatos, se mantenían con facilidad. Hubo, sin duda, excepciones, pero si alguna vez fueron maltratados, intervenía la autoridad y el esclavo era vendido a un amo más humano» (331-332).

 

Causas de la suavización hispana

Las causas de esta menor dureza de la esclavitud negra en Hispanoa­méricason bastante claras:

La condición religiosa católica, común a blancos, negros o indios, con­tribuye también, sin duda, a suavizar el horror inherente a la esclavitud, fomentando el respeto a la dignidad personal del esclavo. «El Estado y la Iglesia reconocían la esclavitud como nada más que una desafortunada condición secular. El esclavo era un ser humano que poseía un alma, igual que cualquier persona libre ante los ojos de Dios» (Bowser 147).

Las cofra­días religiosas de negros tuvieron gran importancia en la América españo­la, como las irmandades en el Brasil. Por el contrario, la escla­vitud negra de América fue muchísimo más dura donde apenas hubo em­peño por evangelizar a los africanos.

La liberación de esclavos era muy recomendada por la Iglesia católica. Ermila Troconis de Veracoechea, estudiando la esclavitud negra en Vene­zuela, dice que «era una modalidad muy común de muchos amos libertar a sus esclavos [por testamento] en el momento de su muerte; este sistema de manumisión la hacía el testador con el fin de sentirse exento de cargos de conciencia y morir así en paz y sin remordimientos» (XXXIV).

En efec­to, la frecuencia de la manumisión en los esclavos de la América española queda reflejada en los documentos notariales, en los testamentos, y hemos tenido muestra patente de ella en los dos cuadros estadísticos más arriba transcritos, que consignan la proporción entre los negros esclavos y libres de América según las regiones. Este es un dato de mucha importancia, pues puede establecerse como regla general, por razones obvias, que el trato peor de los esclavos se dio en América donde los negros esclavos eran muchos más que los libres, y el mejor donde los negros libres eran muchos más que los esclavos.

Bowser, por ejemplo, nos informa de que en el período comprendido entre 1524 y 1650, fueron liberados incondicionalmente en Lima un 33’8 % de esclavos africanos, en la ciu­dad de México un 40’4 %; y en la zona de Michoacán, entre 1649 y 1800, un 64’4 % (146).

La adquisición de la libertad, por otra parte, no era obstruida legal­mente por condiciones casi insuperables, pues ya desde las Siete Partidas medievales venía favorecida en la legislación hispana.

Y así vemos, con la misma información de Bowser, que el resto de negros esclavos compró por sí mismo la libertad, o fue comprada por un tercero: en Lima un 39’8 %, en México el 31’3 %, y en Michoacán el 34 % (153-154). Y téngase en cuenta que las ciudades de Lima y México tenían por esos años las mayores concentraciones de negros del hemisferio occidental (146).

Los prejuicios sociales y raciales en el mundo hispánico, al ser éste ca­tólico, fueron y son siempre mínimos, al menos en relación a otros marcos culturales. Estima Bowster que «las investigaciones de otros estudiosos pa­recen confirmar la afirmación de Tannenbaum de que los latino-america­nos aceptaban de buena gana la presencia de negros libres, para asimi­larlos a una sociedad más tolerante (aunque en sus niveles más bajos) e incluso otorgarles cierto respeto como artesanos o como oficiales de la mi­licia. No hubo linchamientos en Hispanoamérica, y la ruidosa oposición a los negros libres que prevaleció en el sur de los Estados Unidos no llegó, ni mucho menos, a un extremo parecido, aunque eso no niega una gran dosis de sutiles prejuicios» (154).

A este propósito transcribe Madariaga las impresiones escritas por un observador in­glés en el Buenos Aires de 1806: «Entre los rasgos más estimables del carácter criollo ninguno sobresale más que su conducta para con sus esclavos [negros]. Testigos con fre­cuencia del duro trato que a estos semejantes nuestros se da en las Antillas inglesas, de la total indiferencia para con su instrucción religiosa que allí se observa, les llamó al ins­tante la atención el contraste entre nuestros estancieros y estos sudamericanos» (Auge 419). Y añade Madariaga: «Por muy cruel que haya sido un español con un indio o con un negro, jamás le infirió insulto o maltrato alguno que no hubiera sido capaz de inferir a otro español en circunstancias análogas» (424).

Fuera del mundo hispano-católico, el trato del indio o del esclavo negro tuvo una dureza mucho mayor. Era otro espíritu, que causaba otro trato.

El mismo Madariaga da referencia de cómo en 1830, en las Indias occidentales holandesas, el gobernador de Surinam ordenó en una pragmática «que ningún negro fumara, cantara o silbara en las calles de Paramaribo; que al acercarse un blanco a cinco varas todo negro se descubriera; que no se permitiera a ninguna negra llevar ropa alguna por encima de la cintura, que era menester que lleva­sen los pechos al aire, y sólo se les toleraba una enagua de la cintura a la rodilla» (424). El capitán Alexander, que publica en 1833 sus impresiones tras un largo viaje por América, describe en términos patéticos la pena de azotes con látigo que podían sufrir los esclavos negros en la América holandesa, en tanto que «un inspector holandés lo contempla todo fumando su pipa con tranquilidad. Cualquiera [allí] puede mandar un negro a la cárcel y hacer que le den ciento cincuenta azotes mediante pago de un peso» (107).

Y en las Antillas británicas o en los Estados Unidos el desprecio racial no fue menor. James Grahame, en su historia de los Estados Unidos y de las colonias británicas, habla en 1836 de indios y negros, quizá influido por las recientes tesis de Darwin, llamándoles «las dos razas degeneradas» (Madariaga 425).

De Abraham Lincoln, presidente de los Es­tados Unidos y liberador de los negros (1863), cuenta Julien Green que en su momento «apoyaba la vieja idea humanitaria de Henry Clay de enviar a Liberia a toda la gente de color para devolverles la libertad, sus costumbres y su tierra de origen». En un discurso en Charleston, Illinois, decía en 1858: «No soy partidario –nunca lo he sido, bajo ningún concepto– de la igualdad social y política entre la raza blanca y la raza negra… Existe una diferencia física entre ellas que les impedirá, siempre, vivir juntas en igualdad social y política. Existe naturalmente una situación de superioridad e inferioridad, y mi opinión es asignar la posición de superioridad a la raza blanca» (Las estrellas del Sur, 477, 519). 

Una mentalidad como la de este distinguido antiesclavista ha sido y es completamente ajena a la propia del mundo hispano-católico americano. La filantropía no-católica no da más de sí.

Por último, la profusión del mestizaje entre blancos, indios y negros, caracte­rística de las Indias hispanas desde un comienzo –el caso por ejemplo de los padres de San Martín de Porres–, es a un tiempo efecto de la ausencia de prejuicios raciales y sociales, y causa de que éstos no se produzcan o se den con más suavidad. «Esta mezcla ha traído como consecuencia la ven­taja de la falta de prejuicios raciales en los países hispanoamericanos, lo cual bien podría calificarse de herencia cultural de los primeros españoles conquistadores» (Troconis XIX).

La realidad es que en el mundo católico hispano-lusitano, nunca llegó a formarse un abismo infranqueable entre los hombres blancos y los de color. Mientras que, por ejemplo, en los Estados Unidos o en Sudáfrica la diferencia entre negro y blanco ha sido neta y abismal, en la zona iberoamericana, incluso en el campo terminológico, había una «escala resbaladiza» –mulatos, tercerones, cuarterones, quinterones, zambos o zambahigos, par­dos o morenos, castizos, chinos, cambujos, salta-atrás, chamizos, coyotes, lobos, etc.,  etc.–, por la cual siempre era posible subir o bajar.

 

En el próximo artículo trataré de la vida y milagros del gran San Pedro Claver, el jesui­ta que se hizo esclavo de los esclavos.

José María Iraburu, sacerdote

 

Índice de Reforma o apostasía

Bibliografía de la serie Evangelización de América

 

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