(340) Pecado –y 11. Lo primero, no pecar

Murillo- El hijo pródigo

–Lo primero es no pecar… Ascética muy negativa.

–Vamos a ver. Si usted quiere ganarse la amistad de un señor al que le ha robado la cartera, y él lo sabe, me figuro que lo primero que tendrá usted que hacer es devolverle la cartera… ¿O no?

Las edades espirituales

–En la sagrada Escritura la vida de la gracia siempre exige crecimiento; es vida, que bajo la acción del Espíritu Santo, se desarrolla en un constante dinamismo perfectivo. «El justo crecerá como palmera, se alzará como cedro del Líbano» (Sal 91,13). El Reino de Dios en el corazón del hombre es como una semilla que «germina y crece, sin que él sepa cómo» (Mc 4,26-27): «primero hierba, luego espiga, en seguida trigo que llena la es­piga» (4,28-29). La vida cristiana, por tanto, ha de ir pasando siempre de lo imperfecto a lo perfecto (1Cor 2,6; 13,9-10s; Flp 3,9-14), hasta llegar a ser «perfectos en Cristo» (Col 1,28; cf. Ef 4,15-16). «Sed perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).

Las edades del hombre –niño, joven, adulto– son la imagen bíblica más perfecta del crecimiento en Cristo.En efecto, algunos cristianos son como «niños en Cristo»: piensan, hablan y actúan en las cosas de la fe como niños, y han de ser alimentados con «leche espiritual», porque todavía no admiten alimento más sólido (1Cor 3,1-3; cf. 13,11-12; 14,20; 1Pe 2,2; Heb 5,11-13). En ellos falta con frecuencia el discernimiento, y por eso «fluctúan y se dejan llevar de todo viento de doctrina». Está claro; necesitan crecer «cual varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo» (Ef 4,12-13). Y la fidelidad a la gracia ha de llevarles a una progresiva configuración a Cristo adulto, «a medida que obra en nosotros el Espíritu del Señor» (2Cor 3,18; cf. Gál 4,19).

–Los Padres orientales, al enseñar el camino de la perfección evangélica, usaron esas mismas doctrinas bíblicas, añadiendo y precisándola con otras descripciones equivalentes del cecimiento espiritual. El esquema temor-esperanza-caridad fue enseñado por varios, indicando las motivaciones predominantes en las diferentes fases de la vida espiritual. Sabían que «la caridad perfecta echa fuera el temor», como enseñó San Juan, pues «el que teme no es perfecto en la caridad» (1Jn 4,18). Pero quizá su contribución más importante fue mostrar que el paso de la ascética a la místicaes fundamental para entender el crecimiento espiritual cristiano.

«Los limpios de corazón verán a Dios» (Mt 5,8). En este sentido, Evagrio Póntico (+399), el monje sabio del desierto, enseña que la practiké,purificando al cristiano de vicios, desórdenes pasionales y del influjo del Demonio, conduce a la apátheia: pureza de corazón, silencio interior, pacificación de las agitaciones interiores desordenadas; lo que llamará Casiano (+435) «tranquilitas mentis» (Collationes 9,2; 18,16). Y esa pureza de pecados y madurez espiritual son las que hacen posible la gnosis o theoría,es decir, la contemplación. En otros términos, más conocidos para nosotros: la ascética ha llevado a la mística, en la que llega el cristiano a la plena unión de conocimiento y de amor con Dios: «los limpios de corazón verán a Dios».

En la Scala Paradisi de San Juan Clímaco (+649) el crecimiento espiritual tiene tres fases: renuncia(1-7), superación de vicios por crecimiento de virtudes(8-26), y finalmente perfección (27-30). El Pseudo-Dionisio (ss. V-VI)  ofrece un esquema, también trifásico, muy integrado posteriormente en la historia de la espiritualidad. Lo primero que necesita el cristiano es una purificación (katarsis),para ir creciendo luego en la iluminación (fotismos),que le conducirá a la perfecta unión (henosis, teleiosis).Son las clásicas tres vías de la doctrina espiritual ascético-mística.

–Los Padres latinos asimilan estas doctrinas espirituales que en el Oriente cristiano hallaron sus primeras formulaciones sistemáticas, añadiendo también otras enseñanzas equivalentes. San Agustín ve el crecimiento espiritual en los grados de la caridad,por los que el cristiano va pasando del amor a sí mismo, con olvido de Dios, al amor total a Dios, con olvido de sí mismo (Ciudad de Dios 14,28). También considera la analogía de las edades espirituales, por las que llega el cristiano a una captación habitual y muy alta de la inhabitación de la Santísima Trinidad, que siempre había estado en él presente, pero casi sin saberlo (Carta 187).

El monje Casiano contribuyó a difundir en la Iglesia latina las doctrinas espirituales de los maestros cristianos del Oriente: el paso necesario de la ascesis a la mística (Colaciones 14,2); las series temor-esperanza-caridad, vida de fe-esperanza-caridad (11,6-12), las tres renuncias sucesivas: primero a los bienes exteriores, después a los propios vicios, finalmente a todo el mundo presente, para buscar en el venidero a solo Dios (3,6).

Todos los Padres, tanto de Oriente como de Occidente, ven el crecimiento espiritual como un deber fundamental del cristiano, y son también varios los que caracterizan las fases del desarrollo en esquemas trifásicos: comienzo-progreso-perfección;las tres conversiones, que vencen el pecado mortal, el venial y finalmente las imperfecciones;principiantes-adelantados-perfectos. No ser perfecto no es un pecado. Pero no pretender la perfección evangélica, la santidad, sí es un pecado. Y grave.

* * *

–Lo primero de todo es la victoria sobre el pecado. Todos esos esquemas de vida espiritual coinciden en que este empeño ha de predominar en el comienzo del camino de la perfección evangélica. Si se quiere crecer en el amor a Dios, que eso es crecer en vida cristiana, el primer empeño ha de ser dejar de ofenderle.  Sería, pues, un grave error no enfrentar este combate seriamente en el trato espiritual con el cristiano principiante. Si alguno quiere emprender un largo camino, y está encadenado, lo primero de todo será ayudarlo a soltarse de sus cadenas.

Igualmente, mientras el principiante ande sujeto por sus pecados, será insensato procurar que se empeñe en grandes acciones apostólicas, de las que sólo conseguirá frustraciones y distracciones de sus necesidades ascéticas. Sí convendrá en cambio recomendarle modestas acciones de beneficencia y pequeñas acciones apostólicas auxiliares.

Santo Tomás de Aquino, siguiendo estas tradiciones, enseña que

«en el primer grado [purificación] la dedicación fundamental del hombre es la de apartarse del pecado y resistir sus concupiscencias, que se mueven contra la caridad. Este grado corresponde a los principiantes, en los que la caridad ha de ser alimentada y fomentada para que no se corrompa. En el segundo grado [iluminación], el adelantado ha de procurar crecer en el bien, aumentando y fortaleciendo la caridad. En el tercer grado [unión], el perfecto ha de unirse plenamente a Dios y gozar de él, y ahí se consuma la caridad. Sucede aquí como en el movimiento físico: lo primero es salir del término original; lo segundo es acercarse al otro término; y lo tercero es descansar en la meta pretendida» (STh II-II,24,9). Lo mismo en términos bíblicos: salir de Egipto (pecado), atravesar el Desierto (penitencia), y llegar a la Tierra Prometida (santidad).

Según esto, el principiante ha de vencer el pecado mortal, el adelantado centra su lucha contra el pecado venial, y el perfecto llega a una relativa impecabilidad (cf. San Ignacio de Loyola, los grados de humildad, Ejercicios 164-167).

* * *

–Algunos aspectos de esta victoria progresiva sobre el pecado pueden ser considerados con la ayuda de San Juan de la Cruz (1 Subida 11) .

1.–Tendencias naturales. La perfecta unión con Dios es imposible mientras tendencias conscientes-voluntarias se opongan más o menos a la gracia. Pero, en cambio, esa unión con Dios no se ve imposibilitada porque todavía ciertas desordenadas inclinaciones naturales subsistan en sus primeros movimientos, siempre que no sean consentidas y hechas así voluntarias.

«Los apetitos naturales [desordenados: deseos de saber, de ser feliz, de no enfermarse, de tener compañía, etc.] poco o nada impiden para la unión del alma [con Dios] cuando no son consentidos; ni pasan de primeros movimientos todos aquellos en que la voluntad racional ni antes ni después tuvo parte. Porque quitar éstos –que es mortificación del todo en esta vida– es imposible, y éstos no impiden de manera que no se pueda llegar a la divina unión, aunque del todo no estén mortificados, porque bien los puede tener el natural, y estar el alma según el espíritu racional [y la voluntad] muy libre de ellos» (1 Subida 11,2). Eso sí, al serles negada la complicidad de la voluntad, irán desapareciendo con el tiempo, sanados por la gracia de Cristo. Por eso, si una tendencia natural desordenada (por ejemplo, una antipatía hacia alguien que nos dañó gravemente) no va desapareciendo, si perdura obstinadamente, es clara señal de que tal sentimiento halla un con-sentimiento mayor o menor en la voluntad. Pero, por el contrario, mientras subsiste, si tiene la voluntad en contra, no es señal de pecado, sino sólo de inmadurez espiritual.

2.–Tendencias voluntarias. Estas, si son desordenadas, son las que frenan la obra de la santificación e impiden la unión plena con Dios, por mínimas que sean.

«Todos los apetitos voluntarios [desordenados], ahora sean de pecado mortal, que son los más graves, ahora de pecado venial, que son menos graves, ahora sean solamente de imperfecciones, que son los menores, todos se han de vaciar y de todos ha de carecer el alma para venir a esta total unión con Dios, por mínimos que sean. Y la razón es porque el estado de esta divina unión consiste en tener el alma según la voluntad con tal transformación en la voluntad de Dios, de manera que no haya en ella cosa contraria a la voluntad de Dios, sino que en todo y por todo su movimiento sea voluntad solamente de Dios; pues si esta alma quisiere alguna imperfección que no quiere Dios, no estaría hecha una voluntad con Dios, pues el alma tenía voluntad de lo que no la tenía Dios; luego claro está que, para venir el alma a unirse a Dios perfectamente por amor y voluntad, ha de carecer primero de todo apetito [desordenado] de voluntad por mínimo que sea, esto es, que advertida y conocidamente no consienta con la voluntad en imperfección, y venga a tener poder y libertad para poderlo hacer en advirtiendo» (ib. 11,2-3).

Nótese la última observación. La santidad se ve impedida por el pecado que era conocido (a veces una persona, por ejemplo, habla demasiado, pero no se da cuenta) y que era evitable (o quizá se da cuenta, pero no puede evitarlo). «Digo conocidamente, porque sinadvertirlo o conocerlo, o sin estar en su mano [evitarlo], bien caerá en imperfecciones y pecados veniales y en los apetitos naturales que hemos dicho; porque de estos tales pecados no tan voluntarios y subrepticios [ocultos] está escrito que “el justo caerá siete veces en el día y se levantará” (Prov 24,16)» (ib. 11,3).

3.–Pecados actuales y habituales. A veces un cristiano incurre en actos malos, aunque esté en lucha para matar el hábito malo del cual proceden. Es comprensible. Pero lo más grave y alarmante es que todavía tenga hábitos malos no mortificados, es decir, consentidos en cuanto hábitos. Es cosa evidente que quien incurre en pecados habituales y deliberados, aunque sean muy leves, no puede ir adelante en la perfección.

Tratándose de personas con vida espiritual suele ser cuestión de pequeños apegos, no de graves pecados. Fíjense en los ejemplos que pone el santo Doctor: «estas imperfecciones son: como una común costumbre de hablar mucho, un asimientillo a alguna cosa que nunca acaba de querer vencer, así como a persona, a vestido, a libro, habitación, tal manera de comida y otras conversacioncillas y gustillos en querer gustar de las cosas, saber y oír, y otras semejantes». Como se ve, cosas nimias; pero «cualquiera de estas imperfecciones en que el alma tenga asimiento y hábito hace tanto daño para poder crecer e ir adelante en virtud que, si cayese cada día en otras muchas imperfecciones y pecados veniales sueltos, que no proceden de ordinaria costumbre de alguna mala propiedad ordinaria, no le impedirá tanto cuanto tener el alma asimiento en alguna cosa, porque, en tanto que le tuviera, excusado es que pueda ir el alma adelante en perfección, aunque la imperfección sea muy mínima. Porque lo mismo me da que un ave esté asida a un hilo delgado que a uno grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida se estará a él como al grueso en tanto que no lo quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar, pero, por fácil que sea, si no le quiebra, no volará. Y así es el alma que tiene asimiento en alguna cosa, que, aunque más virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina unión» (ib. 11,4).

Adviértase, sin embargo, que la mera reiteración de un pecado no arguye necesariamente que haya en la persona hábito consentido en cuanto tal. Una persona, siempre la misma, con una constitución psico-somática permanente, viviendo en las mismas circunstancias, es previsible que incurra más o menos en los mismos pecados, aunque esté en lucha sincera contra ellos, y no esté por tanto asida a su mal hábito.

4.–No adelantar, es retroceder. Éste es un axioma repetido por los maestros espirituales. Si un cristiano no adelanta, es esto signo claro de que está limitando de un modo consciente, voluntario y habitual su entrega a Dios. No quiere amar a Dios con todo el corazón. Le ofrece su vida, pero como una hostia mellada, no circular. Guarda escondida en su mano una monedita, muy poca cosa, pero que se la reserva, sin querer darla al Señor. Las consecuencias de esto son desastrosas.

Millet - El Angelus«Es lástima de ver algunas almas como unas ricas naves cargadas de riquezas y obras y ejercicios espirituales y virtudes y gracias que Dios les hace [nótese que es gente, según suele decirse, «muy buena»], y que por no tener ánimo para acabar con algún gustillo o asimiento o afición –que todo es uno–, nunca van adelante, ni llegan al puerto de la perfección… Harto es de dolerse que les haya hecho Dios quebrar otros cordeles más gruesos de aficiones de pecados y vanidades y, por no desasirse de una niñería que les dijo Dios que venciesen por amor de El, que no es más que un hilo y que un pelo, dejen de ir a tanto bien. Y lo peor es que no solamente no van adelante, sino que por aquel asimiento vuelven atrás, perdiendo lo que en tanto tiempo con tanto trabajo han caminado y ganado; porque ya se sabe que en este camino el no ir adelante es volver atrás, y el no ir ganando es ir perdiendo… El que no tiene cuidado de remediar el vaso, por un pequeño resquicio que tenga basta para que se venga a derramar todo el licor que está dentro. Y así, una imperfección basta para traer otras, y éstas otras; y así casi nunca se verá un alma que sea negligente en vencer un apetito, que no tenga otros muchos que salen de la misma flaqueza e imperfección que tiene en aquél, y así siempre van cayendo. Y ya hemos visto muchas personas a quien Dios hacía gracia de llevar muy adelante en gran desasimiento y libertad, y por sólo comenzar a tomar un asimientillo de afección y (so color de bien) de conversación y amistad, írseles por allí vaciando el espíritu y gusto de Dios, y caer de la alegría y entereza en los ejercicios espirituales, y no parar hasta perderlo todo» (ib. 11,4-5).

5.–Impecabilidad de los perfectos. El santo se une tanto al Señor, con un amor tan fuerte, que apenas tiene ya capacidad psicológica y moral para pecar, y puede decirle como el salmista: Dios mío, «en esto conozco que me amas, en que mi enemigo no triunfa sobre mí» (Sal 40,12).

Santa Teresa confesaba con humildad y verdad: «Guárdame tanto Dios en no ofenderle, que ciertamente algunas veces me espanto, que me parece veo el gran cuidado que trae de mí, sin poner yo en ello casi nada» (Cuenta con­ciencia 3,12). El cristiano adulto en Cristo está ya decidido a no ofender a Dios por nada del mundo, «por poquito que sea, ni hacer una imperfección si pudiese» (6 Moradas 6,3).

6.–En la victoria sobre el pecado se da la plena potencia apostólica. Antes no, porque los pecados, aunque sean veniales, frenan en algo la acción de la gracia –la única que puede obrar conversiones– y oscurecen en el cristiano el resplandor de la gracia divina, de tal modo que el testimonio así dado sobre Dios apenas resulta inteligible y conmovedor. Ya nos dijo Cristo: «así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen al Padre, que está en los cielos» (Mt 5,16).

Es normal que apenas dé fruto apostólico la persona que aún peca deliberada y habitualmente, aunque sea en cosas mínimas. En esa falta de santidad –de unión con Dios: sólo Dios salva– radica sin duda la causa principal de la ineficacia apostólica que un cristiano, que una comunidad y que una Iglesia local sufren en tantos lugares. Cuando un sacerdote, por ejemplo, que está lejos de la perfección y no tiende hacia ella seriamente, dice con desánimo: «Yo he hecho todo lo que he podido en mi trabajo pastoral, pero esta gente no ha respondido», se está engañando lamentablemente. Cuando fue ordenado, ejerció quizá el apostolado con cierto entusiasmo –aunque junto a la caridad hubiera no pocas motivaciones más bien carnales–. Todavía no se habían formado en su vida hábitos negativos que hicieran estériles los trabajos de la acción pastoral. Pero pasaron los años, y después de tantas misas, oraciones, sacramentos y actividades, aunque es posible que el grado real de su celo apostólico sea mayor, sin embargo, como en su vida se han ido formando muchos pequeños malos hábitos, que él no ha combatido suficientemente (comodidad, seguridad, respeto humano, etc.), resulta que el ejercicio concreto de ese celo apostólico se ha ido viendo cada vez más limitado por trabas diversas, y quizá cada vez trabaja menos por el Reino de Dios –aunque también es posible que busque en el activismo la justificación de su secreta mala conciencia–. No se ha decidido a morir del todo al pecado, y el resultado es patente. «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto» (Jn 12,24).

* * *

–La compunción

Uno de los rasgos fundamentales de la espiritualidad del cristiano es esa conciencia habitual de ser pecador; lo que los latinos llamaban «compunctio» y los griegos «penthos». Es la compunción una pena interior habitual por ser un pecador que peca. No es una tristeza amarga, sino en la paz de la humildad, y a veces en lágrimas, que pueden ser de pena, pero también de gozo, cuando en la propia miseria se alcanza a contemplar la misericordia abismal del Señor. «La tristeza conforme a Dios origina una conversión salvadora, de la que nunca tendremos que lamentarnos; en cambio, la tristeza producida por el mundo ocasiona la muerte» (2Cor 7,10).

En la tradición cristiana la compunción de corazón ha sido un rasgo muy profundo. En los Apotegmas de los padres del desierto, leemos que uno de ellos confiesa: «si pudiera ver todos mis pecados, tres o cuatro hombres no serían bastantes para lamentarlos con sus lágrimas» (MG 65,161). Y otro explica la causa de esa actitud: «cuanto más el hombre se acerca a Dios, tanto más se ve pecador» (65,289).

Pero ese acercamiento a Dios, a su bondad, a su hermosura, explica a su vez por qué la compunción no es sólo tristeza, sino también gozo inmenso y pacífico, un júbilo que a veces conmueve el corazón hasta las lágrimas. Así lo describe Casiano: en el monje «a menudo se revela el fruto de la compunción salvadora por un gozo inefable y por la alegría de espíritu. Prorrumpe, entonces, en gritos por la inmensidad de una alegría incontenible, y llega así hasta la celda del vecino la noticia de tanta felicidad y embriaguez espiritual… A veces está [el alma] tan llena de compunción y dolor, que sólo las lágrimas pueden aliviarla» (Colaciones 9,27).

–La pérdida del sentido de pecado

«El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado». Esta afir­mación de Pío XII (Radiomensaje 26-X-1946) es recogida por Juan Pablo II en la exhortación apostólica Reconciliatio et pænitentia (1984, n.18), al mismo tiempo que señala sus causas principales:

–«Oscurecido el sentido de Dios, perdido este decisivo punto de referencia interior, se pierde el sentido del pecado». –El secularismo, «que se concentra totalmente en el culto del hacer y del producir, embriagado por el consumo y el placer, sin preocuparse por el peligro de «perder la propia alma», no puede menos de minar el sentido del pecado. Este último se reducirá a lo sumo a aquello que ofende al hombre». Pero «es vano esperar que tenga consistencia un sentido del pecado respecto al hombre y a los valores humanos, si falta el sentido de la ofensa cometida contra Dios, o sea, el verdadero sentido del pecado». Y también hay que tener en cuenta los equívocos de la ciencia humana mal entendida: –La psicología, cuando se preocupa «por no culpar o por no poner frenos a la libertad, lleva a no reconocer jamás una falta». –La sociología conduce a lo mismo, cuando tiende a «cargar sobre la sociedad todas las culpas de las que el individuo es declarado inocente». –Un cierta antropología cultural, «a fuerza de agrandar los innegables condicionamientos e influjos ambientales e históricos que actúan en el hombre, limita tanto su responsabilidad [su libertad] que no le reconoce la capacidad de ejecutar verdaderos actos humanos y, por lo tanto, la posibilidad de pecar». –Una ética afectada de historicismo «relativiza la norma moral, negando su valor absoluto e incondicional, y niega, consecuentemente, que puedan existir actos intrínsecamente ilícitos».

«Incluso en el terreno del pensamiento y de la vida eclesial algunas tendencias favorecen inevitablemente la decadencia del sentido del pecado. Algunos, por ejemplo, tienden a sustituir actitudes exageradas del pasado con otras exageraciones: pasan de ver pecado en todo, a no verlo en ninguna parte… ¿Y por qué no añadir que la confusión, creada en la conciencia de numerosos fieles por la divergencia de opiniones y enseñanzas en la teología, en la predicación, en la catequesis, en la dirección espiritual, sobre cuestiones graves y delicadas de la moral cristiana», por ejemplo, en lo referente a la moral conyugal, «termina por hacer disminuir, hasta casi borrarlo, el verdadero sentido del pecado? Ni tampoco deben ser silenciados algunos defectos en la praxis de la Penitencia sacramental». Ante estas situación reconocida, el Papa quiere que «florezca de nuevo un sentido saludable del pecado. Ayudarán a ello una buena catequesis, iluminada por la teología bíblica de la Alianza, una escucha atenta y una acogida fiel del Magisterio de la Iglesia, que no cesa de iluminar las conciencias, y una praxis cada vez más cuidada del sacramento de la Penitencia».

* * *

–Entre el don y el perdón de Dios

Dios siempre dona o perdona a los hombres que quieren vivir en su amistad. Cuando obramos el bien, es porque recibimos el don de la gracia divina. Y cuando obramos el mal, es porque rechazamos el don de Dios. Pero entonces, si nos arrepentimos, si no rechazamos la gracia del arrepentimiento, Dios nos concede su per-dón, es decir, nos da de nuevo el don, en un don intensivo, reiterado, sobreabundante. Por eso hemos de ser muy conscientes de que vivimos siempre del don o del perdón de Dios. De tal modo que «donde abundó el pecado [un abismo], sobreabundó la gracia» (otro abismo) (Rm 5,20).

San Agustín, como San Pablo, contempla con frecuencia estos dos abismos:

«En la tierra abunda la miseria del hombre y sobreabunda la misericordia de Dios. Llena está la tierra de la miseria humana, y llena está la tierra de la misericordia de Dios» (ML 36,287).

José María Iraburu, sacerdote

Post post.– En la oración colecta de hoy (XXVI domingo T.O.), hemos rezado: «Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia, derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos prometes, consigamos los bienes del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.

Índice de Reforma o apostasía

 

 

13 comentarios

  
María de los Ángeles Lizasoaín Allaria
Oh, todo hermoso, especialmente la "compunción"...! Sí, es un dolor tan profundo que traspasa las entrañas y en la quietud y el silencio se logra ver la maravilla e inmensidad de lo perdido, la Vida Divina...! El arrepentimiento es tan grande que deseáis no haber pecado jamás. Más, Él todo lo hace tan bien que nos dejó la Confesión para regresar a Casa para siempre...!!
28/09/15 2:35 AM
  
Ignacio
Padre, un post realmente bonito y muy a tener en cuenta por todos los católicos en nuestra vida diaria. Hemos de buscar la perfección evangélica no sólo para ser cristianos maduros y asemejarnos cada vez más a Cristo, sino también porque nuestro Padre merece encontrar en el corazón de sus hijos (hijos en el Hijo) una respuesta de amor entregado a su amor primero. ¡Son tantos los tesoros espirituales que hay en la Iglesia para ayudarnos a ello! Gracias una vez más, Padre Iraburu, por todo lo que publica y por compartir los dones que Dios le ha concedido con todos nosotros.
¡El Señor le devuelva el ciento por uno por todo el bien espiritual que hace!
------------------------
JMI.-Amén.
Bendición +
28/09/15 4:23 PM
  
José Luis
San Isidoro de Sevilla
Los tres libros de las «Sentencias», BAC
pág. 86
• Una cosa es abstenerse de pecar por sentimientos de amor de Dios, y otra por temor al castigo. Porque el que no peca por el afecto de amor de Dios, dado que se adhiere al bien de la justicia, aborrece todo vicio, y el pecado no le deleita ni aún en el caso que se garantice impunidad al crimen. En cambio quien reprime el vicio en su persona por el solo temor al castigo aunque no llegue a consumar la obra pecaminosa, con todo, subsiste la voluntad de pecar, y se duele de que no se le permita lo que reconoce que la ley prohíbe. Por tanto, aquel recibe la recompensa de la obra buena que practica la justicia por amor, no este que la observa, contra su voluntad, por exclusivo por temor al infierno.
* * *
Nosotros debemos evitar cualquier tipo de pecado, porque no nos agrada que Jesucristo esté triste. El pecado nos aleja de su amor. Es decir no al amor de Dios, y debemos sentir un dolor que incluso nos haga derramar lágrimas, no solamente por nuestros pecados, sino cuando en el mundo que siempre ofende al Señor. San Francisco de Asís derramaba tantas lágrimas y decía con frecuencia que el Amor no es amado.
*********************
• Enfocada esta capacidad de amar hacia Jesucristo con el nuevo impulso de la gracia, no es extraño que llegara a donde llegó.
• «¡El Amor no es amado! ¡El Amor no es amado!», repetía frecuentemente el Santo, herido en su fina sensibilidad de amante, al comprobar la fría indiferencia de los cristianos ante las amorosas finezas del Redentor. (San Francisco de Asís. Año Cristiano, Tomo X, página 93. BAC)
*********************
A mí me angustia ser pecador, pero siento dolor al ofender al Señor, y el Señor sabe las veces que le he pedido la muerte, antes que dejarme ensuciar por el pecado.
Hay quienes no dan importancia a la gravedad del pecado, y llevan una vida bastante alegre, que “hay que sonreír y divertirse”. No espera la sonrisa de la Gracia de Dios, sino que van a la caza de esa sonrisa.
Los Santos Padres por la Palabra de Dios, nos invitan a gemir, a llorar nuestros pecados, a la penitencia.

¡Es tanto el aborrecimiento que tengo a mis pecados y vicios que no tiene fin!

Los santos y santas temían ir al infierno por una cosa, porque allí no se ama al Señor nuestro Dios, en cambio, soportaban en este mundo terribles sufrimientos, que no obstaculizaban el amor a Dios.
29/09/15 12:21 PM
  
José Luis
Cuando vamos al confesionario y nos confesamos, todos los pecados, no significa volver luego al vomito de nuestros antiguos pecados y vicios, nunca tener nuevos pecados, sino prevenirnos con una vigilancia perseverante, orando, pues tenemos numerosos remedios espirituales para no ensuciarnos con el pecado.
29/09/15 12:23 PM
  
Feri del Carpio Marek
Estoy aprendiendo mucho con sus posts, Padre. En los últimos tres me estoy desayunando en qué consiste eso de ser santo. Por cierto, un post suyo que viene a complementar muy bien a éste, es el que escribió sobre los santos no ejemplares: infocatolica.com/?t=opinion&cod=3423
---------------------------------
JMI.-Sí, es un artículo que toca un tema muy interesante y poco conocido.
29/09/15 11:04 PM
  
manuel
Padre José María Iraburu:
¿como no pecar? si hoy en día mediante sutilezas se le está pidiendo
al cristiano católico que respete el pecado ajeno y no tanto al pecador
que sería lo correcto. Hay prelados católicos que están pidiendo que se respeten las uniones homosexuales, cuando lo más que podríam pedir es que se respete al homosexual en su persona, no en el pecado.
El pecado es un acto personal, pero nosotros tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos con ellos:

participando directa y voluntariamente.
ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos.
no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo.
protegiendo a los que hacen el mal.
MisericordIa dentro de los parametros de la VERDAD unicamente.

Gracias.


-----------------------------
JMI.-Efectivamente. "El justo vive de la fe" (Rm 1,17), de "la fe operante por la caridad" (Gal 5,6). Si alguno enseña contra la fe, y pide respeto no sólo para el pecador sino para el pecado, no debe ser escuchado: habla por él el padre de la mentira. Pero el ESanto, por la Escritura sagrada y el Magisterio apostólico nos enseña claramente la fe verdadera. Por tanto, lo que tenemos que hacer es "resistir firmes en la fe" (1Pe 5,9). Nunca nos faltará para ello la gracia de Dios.
30/09/15 4:46 AM
  
Gorka
¿P. Iraburu, nos escribirá sobre D. José Rivera con motivo de su declaración de Venerable?
-----------------------------
JMI.-Posiblemente. A ver si Dios me lo concede.
01/10/15 10:58 AM
  
Horacio Castro
Padre José María Iraburu. “Y 11”; creo que así completa esta magnífica serie de artículos sobre el pecado. No quiero importunarlo (aunque en el segundo año de la década que Ud. completa no me quedan ‘suficientes’ inhibiciones) pero creo que sería oportuno que publicara algunas precisiones sobre la doctrina de la predestinación y la gracia. Hay un gran esfuerzo de articulistas de InfoCatolica en sus blogs sobre este trascendental tema y sería también de mucha utilidad, para todos los lectores, una nueva intervención suya. Gracias y mis saludos.
-------------------------------
JMI.-Posiblemente. A ver si Dios me lo concede.
01/10/15 3:13 PM
  
Beatriz Mercedes Alonso (Córdoba - Argentina)
¡¡¡Qué alegría he tenido hoy con la noticia!!! Me imagino como está Ud. Seguramente Dios le va a conceder escribirnos sobre el Venerable José Rivera para que nos siga alentando en el camino de nuestra santificación.

Que Dios lo bendiga, la Santísima Virgen y San José lo protejan siempre y el Venerable José Rivera interceda por Ud., por toda Infocatólica y por nosotros también.
01/10/15 5:45 PM
  
antonio
"El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado"
Por desgracia, la vigencia de la frase de Pio XII y actualizada también
por el papa san Juan Pablo II, yo creo, que ahora y aquí, su oportunidad
es flagrantre.
Pienso muy a menudo con el santo cura de Ars. Cuando llegó a dicho pueblo los filigreses estaban bastante (despistados). Por suerte para ellos,
a san Juan María no carecía de simiente de santo. En fin, su biografía
es un paseo por el camino del amor a Dios y al prójimo.
Lamento que conozco cercanías que se presume psicología y se omite,
yo creo que bastante,evangelización. Ay de mí si no evangelizo. San Pablo
nos lo dice a todos. Ud. cumple, padre Iraburu. Dios nos ayude a nosotros
a asimilar sus enseñanzas y merezcamos trabajar para el Reino.
-------------------
JMI.-Así sea.





02/10/15 10:25 AM
  
Roblete
La indiferencia actual ante el pecado está produciendo un daño enorme en la educación los hijos. La contumacia en la iniquidad arrasa a las personas. Tengo para mí que muchos de los males actuales se deben al desprecio de la confesión y a la frivolidad con la que se recibe la Sagrada Comunión. Lo sé bien porque lo he sufrido en carne propia y nada hay más hermoso que llorar de arrepentimiento y de agradecimiento al Señor cuando un sacerdote te absuelve de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
02/10/15 1:04 PM
  
Curro Estévez
El sínodo próximo nos dirá por fin que abandonar a nuestra mujer, que no nos hacía feliz, por otra mujer más joven y más simpática, es actuar conforme a la voluntad de Dios, que quiere que seamos felices, y si para serlo algunos hermanos que se sienten atraídos por personas de su mismo sexo han de practicarlo (el sexo en cualquiera de sus ricas maneras), pues que así sea si dicha unión al menos es estable (no diré indisoluble que eso no lo quiere Dios si nos hace infelices y deseamos a otra/o más cariñosa/o, joven, o de mejor ver) .
Este papa si que es bueno.
No los doscientos y pico anteriores que además usaban nombres raros.
---------------------------------
JMI.-¿Tiene usted una bola de cristal donde ve el futuro?
...
Lo que gratis se afirma, gratis se niega o gratis se pone en duda.
03/10/15 12:20 AM
  
Alma R- Navarro Rodríguez
Me parece que no hemos acabado de entender en que consiste la verdadera felicidad, la verdadera libertad.... porque está, la que nos ofrece el mundo, la carne ... y detrás de ello, el demonio que sutilmente nos lo presenta como bueno... (como la felicidad) Pero está también, la que El Cristo, el Mesías el Hijo de Dios nos propone en los Evangelios... "El doloroso camino de la perfección) que lo vemos así porque no queremos salir de nuestra zona de confort... "eso causa dolor" pero una ves que se va ejercitando en el estilo de vida del erdadero Cristiano.... entonces se empieza a degustar la Verdadera felicidad, la verdadera Libertad de hijos de Dios. como Pablo en esa expresión llena de júbilo " Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mi..." Dios nos ayude a avanzar en el camino de la Perfección. Gracias.
08/10/15 5:40 PM

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.