(179) De Cristo o del mundo -XXI. La Cristiandad. 2. Renuncia al mundo y pobreza

–Como no venía usted por el blog, pensaba ya en irme.

–Pensaba… «La funesta manía de pensar», como se decía en el Plan de estudios de la Universidad de Cervera.

El vínculo entre la renuncia al mundo y la perfección evangélica –tan ignorado hoy entre los cristianos, y tantas veces negado–, está expresado en el mismo rito del bautismo, ya en sus formulaciones más antiguas. Y es una convicción de fe generalizada durante el milenio de Cristiandad. Aquellas palabras de Cristo, «si quieres ser perfecto, véndelo todo y sígueme» (Mt 19,21), están entonces muy vivas en la conciencia del pueblo cristiano. Y aunque el mundo medieval, al menos en comparación con los siglos precedentes, es ya un mundo en buena medida cristianizado, sin embargo, siguen los cristianos estimando que el abandono del mundo facilita en gran medida la perfección cristiana. Eso explica que son muchos los cristianos que dejan el mundo para seguir más libre­mente a Cristo. Van formándose miles y miles de monasterios por toda Europa. Y muchos otros cristianos laicos, a su modo, también dejan el mundo, procurando «no conformarse a este siglo» (Rm 12,2), y ayudándose para ello en hermandades y órdenes terceras. Y también dejan el mundo, aunque sea temporalmente, por me­dio de peregrinaciones o cumpliendo un voto de Cruzada.

Los maestros medievales de la espiritualidad, al enseñar los caminos de la perfección cristiana, hablan con frecuencia del contemptus mundi (menosprecio del mundo), de la fuga mundi, en el sentido que veremos, hoy tan ignorado, incomprendido y rechazado.

San Pedro Damián (1007-1072) escribe el Apolo­geticum de contemptu mundi y la carta De fuga mundi gloria et sæculi despectione. San Anselmo (1033-1109) es autor de la Ex­hortatio ad contemptum temporalium et desiderium æternorum, así como del Carmen de contemptu mundi. Muy importante es la obra de Hugo de San Victor (+1141) De vanitate mundi et rerum transeuntium usu. San Bernardo de Claraval (1091-1153) exhorta a liberarse de la cautividad del mundo en numerosas predicaciones y cartas, y concretamente en el sermón De conversione ad clericos, para bus­car más fácilmente la perfec­ción, libres de impedimentos. Inocencio III (+1216), en los años en que na­cen las Ordenes mendicantes, trata del mismo tema en De miseria humanæ conditionis.

La bondad de la creación y la pobreza evangélica, en la espiritualidad medieval, son dos hermanas que caminan de la mano. Recordemos, por ejemplo, a San Francisco de Asís. Sujeto ya el mundo en buena parte a Cristo, la Edad Media capta en la fe la bondad del mundo creado con una lucidez renovada. Cuando Santo Tomás de Aquino afirma, por ejemplo, que «lo más natural al hom­bre es amar el bien» (STh II-II, 34,5) o de­fiende la capacidad que la razón tiene para conocer la verdad, lo hace con un tono se­reno, medieval, que no hallamos igualmente en el Crisóstomo o en Agustín.

Pues bien, la renuncia medieval al mundo es la pobreza evangélica aconsejada por Cristo. La fuga mundi, sobre todo en los siglos XI, XII y XIII, sigue siendo un aparta­miento del mundo-pecador; pero es también, una renuncia al mundo-criatura para más libremente amar al Creador. Esto significa que se considera la pobreza evangélica como la puerta que abre al camino de toda perfección. Y en esa dirección avanzan tanto los muy numerosos movimientos lai­cales de la época, como las nuevas Ordenes reli­giosas: Camáldula (1012), Cartuja (1084), Císter (1098), Fran­ciscanos (1209), Domini­cos (1216). .

La teología de la pobreza llega a su plena madurez en el siglo XIII, con las controversias ocasionadas por el nacimiento de las Órdenes mendicantes, franciscanos y dominicos. En efecto, la vida religiosa mendicante e itinerante, como forma de vida de perfec­ción, tan diferente de la vida monástica, es­table y quieta, separada del mundo y apo­yada en propiedades de tierras, suscita im­pugnaciones muy duras, semejantes a las surgidas cuando nace el monacato pri­mitivo. Algunos clé­rigos protestan al ver que las ciudades se van llenando de nuevos religiosos, muy bien aco­gidos por el pueblo, que tienen cura animarum y más aún licentia docendi.

La posición adversa de los clérigos seculares vendrá defen­dida por hombres como Guillermo del Santo Amor (+1272) y Gerardo de Abbeville (+1272). Mientras que la legi­timidad de la vida pobre, incluso mendicante, estará sostenida por San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, San Bue­naventura y otros autores presti­giosos, como Tomás de York y Juan Pecham. Son muy valiosos sobre el tema los escritos de San Buenaventura De perfectione evangelica y la Apologia pauperum, escrito éste contra Gerardo de Abbeville (BAC, Madrid 1949).

Un texto admirable de Santo Tomás sintetiza la doctrina cristiana sobre la pobreza. En él se recoge de modo perfecto la enseñanza de la tradición patrística:

«El estado religioso es un ejercicio y aprendizaje para alcanzar la perfección de la caridad. Para llegar a ella es necesario destruir totalmente el apego a las cosas del mundo», según enseñan, entre otros, el Crisóstomo y Agus­tín. En efecto, «de la posesión de las cosas mundanas nace el apego [desordenado] del alma a ellas; pues los bienes de la tierra se aman más cuando se poseen que cuando se desean… Por eso la pobreza voluntaria es el primer fun­damento para adquirir la perfección de la caridad, de modo que se viva sin poseer nada, según dice el Señor: “Si quieres ser per­fecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, ven y sígueme”… En cambio, la posesión de las riquezas de suyo dificulta la perfección de la cari­dad, principalmente porque arrastran el afecto y lo distraen. Es lo que se lee en San Mateo: “los cuida­dos del siglo y la seducción de las riquezas ahogan la pala­bra de Dios”. Así pues, es difícil conser­var la caridad en medio de las riquezas; por eso dijo el Señor “qué di­fícilmente entrará el rico en el reino de los cielos”. Y estas palabras, ciertamente, han de entenderse de aquel que simplemente posee riquezas, pues de aquel que pone su afecto en las riquezas, dice el Señor que es impo­sible, cuando añade: “más fácil es a un camello entrar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos”» (STh II-II, 186,3 in c y ad 4m).

El aprecio cristiano medieval por la vida monástica y religiosa es máximo. Los predicadores popula­res, sobre todo en los siglos XI-XIII, lla­man con energía a dejar el mundo o a tenerlo como si no se tuviera (1Cor 7,31). Así, renunciando al mundo en efecto o al menos en afecto, todos los cristianos, religiosos o laicos, podrán seguir a Cristo plenamente y llegar a la santidad. Este espíritu evangélico hace que durante el milenio de Cristiandad prácticamente todas las familias cristianas tienen una parte de sus miembros en monasterios o en conventos.

Recordemos aquí que en la Cristiandad medieval tanto la sociedad civil como la eclesial se entienden como un conjunto orgánico y unitario. La sociedad se compone de órde­nes, y la Iglesia, de estados de vida más o menos perfectos (Santo Tomás, STh II-II, 183-189). Según esto, no sólo es lícito, sino altamente meri­torio, animar a un laico a que ingrese en la vida religiosa, o en ciertos casos a un religioso para que pase a otra Orden cuya vida es más perfecta (189,8-9). Esta visión es general en el pueblo cristiano, como podemos apreciar con algunos ejemplos.

La familia de Teodoro Studita, en Constantinopla. Su padre, Fotinos, es funcionario del Tesoro imperial, y su madre, Teoctista, hermana del abad Platón. Por influjo de éste, en 781 toda la familia ingresa en el mona­cato: Teoctista y su hija en un monasterio de la capital; Fotino y sus hijos, Teodoro, José y Eutimio, en el monasterio de Sakudion. Teodoro será más tarde abad de Studios y famoso escritor. Casos como el de esta fa­milia, por supuesto, aunque son excepcionales, se producen con relativa frecuencia. Es también el caso de los santos hermanos Leandro, Isidoro, Fulgencio y Florentina. Y cuando en el siglo X los monasterios benedictinos cluniacenses crean un estado de vida más perfecto que el de otros de la época, el papa Juan XI, en una Bula de 931 –cuando todavía en la Iglesia era costumbre designar las cosas por sus nombres–, escribe a Odón, abad de Cluny:

«Puesto que, como es sabido [¡!], casi to­dos los monaste­rios han abandonado su Propósito [es decir, su Re­gla], concedemos que si algún monje proce­dente de cualquier monasterio quiere pasar a vuestra comuni­dad con el único deseo de mejorar su vida… que po­dáis vos acogerlo, mientras no se enmiende la vida de su monasterio». El Papa, por tanto, hablando y actuando con una gran claridad, autoriza el paso de lo menos perfecto a lo más perfecto. Con el favor de Dios, he de tratar en su momento de la reforma cluniacense.

Las vocaciones monásticas y religiosas son innumerables en la Edad Media. Y ellas, con la Jerarquía apostólica, vienen a ser el fundamento y modelo de la vida cristiana. La gran valoración de la renuncia al mundo y de la pobreza evangélica, suscitada habitualmente por la predicación, hacen que en esta época sean innumerables los que, dejando el mundo, siguen a Cristo, bien sea en la vida monástica o en las nuevas ór­denes religiosas. Para los católicos de hoy ésa situación de Iglesia, que es sana y normal, resulta prácticamente inimaginable, y para algunos incluso inadmisible. Por eso me permito insistir en la magnitud de su realidad histórica con algunos ejemplos.

La Orden Benedictina es un árbol de una frondosidad impresionante, plantado por San Benito en el monasterio de Montecassino (529). Thomas E. Woods Jr., en su libro Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental (Ciudadela, Madrid 2007, 276 pgs.), muestra la fecundidad espiritual, social y cultural de la Orden de San Benito en toda Europa.

«En los inicios del siglo XIV la congregación había proporcionado a la Iglesia 24 papas, 200 cardenales, 7.000 arzobispos, 15.000 obispos y 1.500 santos canonizados. La orden benedictina llegó a tener en su mayor momento de gloria 37.000 monasterios. Sin embargo, las estadísticas no se limitan a señalar su influencia en el seno de la Iglesia; tal era la exaltación que el ideal monástico producía en la sociedad que en torno al siglo XIV más de veinte emperadores, diez emperatrices, cuarenta y siete reyes y cincuenta reinas ya se habían adherido a ella. Muchos de entre los más poderosos de Europa llegaron así a cultivar la vida humilde y la disciplina espiritual que la Orden propugnaba. Aun los diversos grupos bárbaros se sintieron atraídos por la vida monástica. Y personajes tan destacados como Carlomagno de los francos y Rochis de los lombardos adoptaron finalmente este estilo de vida» (pg. 50).

La Orden Cisterciense tuvo también un desarrollo fulgurante. A la muerte de San Bernardo (1090-1153), el recién nacido Císter (1098) contaba con 343 monasterios, 168 de los cuales pertenecían a la línea de Claraval, y de ellos 68 fundados por el mismo Bernardo.

San Bernardo hace propaganda arrolladora de la vo­cación mo­nástica, y concretamente cisterciense. Ya a los veintiún años forma en su casa paterna de Chatillon una comunidad de más de treinta jó­venes, entre familiares y amigos, varios de ellos ca­sados, y no pocos pertenecientes a las primeras fami­lias de Borgoña. En 1115, des­pués de una predicación en Chalons, una multitud de nobles y eruditos, clérigos y laicos, le acompañan en su regreso a Clairvaux. En 1119, bajo su estímulo, el príncipe Amadeus, sobrino del empera­dor alemán Enrique V, con dieciséis amigos, ingresa en el monasterio cisterciense de Bonnevaux (Ailbe J. Luddy, San Bernardo, RIALP, Madrid 1963, pgs. 48, 59 y 108).


La Orden Franciscana experimentó de modo semejante una expansión enorme. San Francisco de Asís (1182-1226) la inició con siete compañeros, y a los diez o doce años, en el Capítulo general de las esteras (1219?), reúne ¡más de cinco mil frailes! (Florecillas 18; Leyenda mayor 4,10; Espejo de perfección 68).

No es demasiado sorprendente, si recordamos los temas de predicación que predominan en Francisco de Asís. La Leyenda mayor dice que cuando inició su apostolado, comenzó a predi­car «acerca del reino de Dios, del despre­cio del mundo, de la abnegación de la pro­pia voluntad y de la mortificación del cuerpo» (3,7; cf. 1 Celano 29). Muestra Francisco a los hombres de su tiempo el esplendor del Reino de Cristo en todo su atractivo, denuncia abiertamente la vanidad y el pecado del mundo en todo su horror, y señala el camino de la santidad, encareciendo la necesidad de la abnegación propia y de la mortificación. Y ciertamente es el Espíritu Santo quien, causando en Francisco por la gracia su predicación y su ejemplo, suscita por su medio innumerables vocaciones. Perfectamente normal y previsible.

La Iglesia medieval venera la vocación monástica y religiosa, y así crece en todo el pueblo cristiano como un árbol frondoso, porque mantiene siempre viva la palabra de Cristo: «si quieres ser perfecto, véndelo todo y sígueme». Y también la de San Pablo: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra» (Col 3,1-2). Nunca el pueblo cristiano ha desfallecido tanto como cuando ha casi ignorado esas palabras: es la situación actual. Y nunca ha manifestado la Iglesia tanta fuerza para configurar efectivamente el mundo secular como cuando ha predicado y vivido esas palabras de vida. Lo comprobaremos en seguida.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

11 comentarios

  
Alejandro Holzmann
Me alegro, Padre, que siga usted machacándonos esto de la perfección evangélica y la pobreza. Tarde o temprano la gota de agua tendrá que horadar la piedra.

Saludos en Cristo,

AHK.
15/05/12 5:15 PM
  
Virginia
Sólo en el Cielo podrá ud. saber la frondosidad impresionante de su paternidad y apostolado por la Verdad. Dios lo bendiga, querido padre.
15/05/12 8:12 PM
  
Ariel
Padre, cómo se podría hoy, desde las familias, generar una auténtica comunidad cristiana, en donde el amor, la generosidad, sean el vínculo a través del cual el Espíritu Santo alimente y de testimonio de Su presencia en esta sociedad actual, así como en las primeras comunidades y los monasterios que Ud. cita en este blog. Cordialmente, Ariel.
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JMI.-No es posible responder una pregunta tan amplia.
"¿Cómo se podría hoy?"... Dependerá del sitio, de las personas, de su capacidad doctrinal, psicológica, moral, etc.etc. etc. etc. etc. etc.

Por si le interesa, puede ver la obra del P. Iraburu, Evangelio y utopía:

http://www.gratisdate.org/nuevas/utopia/default.htm
15/05/12 9:40 PM
  
Liliana
Renunciar al mundo, quiere decir aceptar a Cristo, a su Evangelio, a su Ley y su Iglesia.
Este cambio de enfoque de la vida hace caer la ambición del poder y del tener, porque es más importante la caridad espiritual, que hay para todos, inagotable porque se recibe y se reproduce, la semilla esta, la siembra también y la cosecha es abundante, pero son pocos los capaces de cosechar, porque no reconocen el valor del trigo, se quedan con la cizaña, que no sirve para nada.
Son pocos los que hoy se conforman con lo necesario materialmente, porque creen que la seguridad de la vida es el dinero y no Dios.
Nosotros no sabemos que tiene preparado el Creador de todo para cada uno, lo que si sabemos que es bueno y licito, lo que viene de El, cada domingo o cada vez que lo invocamos renovamos esa alianza o contrato.
¿Cuanto tiempo o dinero invertimos hoy para dar testimonio de nuestra fe? Y para el cesar, que no propone, sino obliga, ¿Cuánto le damos?
No habrá Justicia justa ni Verdad, ni salvación, sino entramos al Reino Espiritual, del Padre Hijo Espíritu Santo, fuera de este reino, hay llanto y rechinar de dientes.
Gracias padre, su blog me inspira a interpretarlo y compartir la opinión.
16/05/12 5:00 PM
  
Ariel
A mi humilde entender, y a modo de ser un poco mas concreto, el Papa Juan Pablo II hablaba sobre la ecología humana, sobre una manera mas esencial, profunda, de concebir nuestra vida. Tengo una flia de cuatro hijos y pienso, oro, sobre qué testimonio auténtico quiere Dios dar a través de la flia de hoy, dada la crisis actual (seudo matrimonio homosexual aprobados recientemente por nuestro país, Argentina) Confiando en sus consejos, padre, cree Ud que el testimonio radique en volver a esas primeras comunidades (al menos unas pocas flias) donde el principio era Dios y el resto añadiduras, ponía sus bienes en común, compartían todo y vivían austeramente, priorizando el agradar a Dios mas que al mundo y todo el caudal de prioridades, obligaciones, del mundo competitivo, moderno en el que vivimos. ¿Podrá ser la voluntad de Dios el reencontrarse el hombre mas con la naturaleza, tomar distancia de los ruidos y vértigos vigente, para que las flias se reencuentren con el sentido genuino de su existencia de hijos de Dios? Cordialmente, Ariel
17/05/12 1:03 AM
  
Ariel
Padre, olvidé comentarle que ya leí el Libro Evangelio y Utopías , al igual que muchos otros libros que Ud. publicó, lo que aprovecho a agradecerle por permitir que se publiquen gratis, ya que me parecen muy clarificadores y construtivos en la vida espiritual. Cordialmente, Ariel
17/05/12 1:06 AM
  
Miriam
Gracias padre por el inmenso bien que nos hace!
17/05/12 4:10 PM
  
Eleuterio
A lo mejor hay creyentes que tienen como buena la idea de que renunciar al mundo quiere decir hacer como si se viviera en Babia o en la inopia. A mí modesto entender tal forma de pensar está equivocada.

Aún siendo cierto que los cristianos no somos de este mundo sino que estamos destinados a uno que lo es mejor y eterno (aunque cuidado con creerse que por el hecho de serlo ya se tiene la vida eterna sin preocuparse de nada) lo bien cierto es que, como discípulos de Cristo somos, por eso mismo, hijos de Dios y tal pertenencia al Padre ha de influenciar en nuestra vida en este mundo. Con esto quiero decir que no se puede ser buen cristiano sino se vive en el mundo con un espíritu divino y, por eso mismo, vivir en el mundo no quiere decir abandonarse al mismo y dejarse dominar por la Bestia que, con gusto, nos pone su señal en la frente y en la mano o, lo que es lo mismo, nos influye en lo que pensamos y en lo que hacemos... si nosotros nos dejamos influir, claro.

Por eso digo que vivir en el mundo no es sinónimo de vivir alejados de Dios. Sí lo es si al vivir en el mundo nos dejamos atrapar por sus mundanidades. Ya dijo, a este respecto, San Josemaría, que había que vivir en el mundo pero o ser mundanos.

Pues eso... que muchas gracias otra vez P.Iraburu por ser una gran luz para muchos creyentes en Cristo.
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JMI.-Y por si alguno no se ha enterado de lo que dices y tampoco ha entendido bien lo que digo, que se lea en este mismo blog, con el favor de Dios, los veintidós artículos de mi serie CATOLICOS Y POLÍTICA, concretamente los titulados "¿Qué debemos hacer?" (109-117).
17/05/12 6:20 PM
  
Vicente
"es difícil conservar la caridad en medio de las riquezas"
Suena muy actual esto, cuando el ansia de poseer cada vez más bienes materiales ha llevado a un endeudamiento público y privado que amenaza con llevar España a la quiebra y a millones de personas a la pobreza. El bien común --que es el fin de la política-- quedó olvidado por el deseo de disfrutar de bienes --obras farónicas, aeropuertos, lujosos edificios, etc-- aun a costa de asumir deudas cuya devolución era incierta, por no decir imposible. ¡Qué bien hubiera venido un poco de espíritu de pobreza!
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JMI.-El Evangelio nos lleva a la felicidad del cielo. Pero ciertamente en esta misma vida presente nos da unidad, alegría, paz, justicia. Si lo rechazamos, estamos perdidos no sólo en orden a la vida eterna, también en el tiempo presente. Esto es de fe. Y también de experiencia.
20/05/12 7:00 AM
  
Victor de Argentina
Hola Padre, le escribo por este medio porque no he econtrado su email por ningun lado. Le queria pedir si en algún momento puede usted escribir acerca de la Acedia. Con gusto lo leeré y sacaré frutos de ello.
Muchas gracias, Dios lo bendiga.
Victor
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JMI.-Busque en internet, porque allí tiene puestos varios trabajos suyos, P. Horacio Bojorge, S.J. Él tiene buenos estudios sobre la acedia.
21/05/12 2:13 PM
  
Ariel
Después de leer sus art.sobre católicos y política y orar a Dios Padre sobre qué quiere hoy de nosotros, los laicos, llego a la conclusión que Dios espera que seamos "Santos", que confiemos en Él y nos entreguemos a Él individualmente para que desde "nuestro testimonio", humilde, generoso, "El" se manifieste a nosotros. En base a estos comentarios suyos (El arma mas poderosa que el cristiano tiene para vencer los males de este mundos son la oración, el testimonio de la verdad, la eucaristía, el martirio y todo lo que es propio de la gracia. Sin Dios, sin la obediencia a su palabras y a su mandato, no tenemos salvación temporal ni eterna. La política ha de procurar el bien temporal y eterno de los hombres); destaco la importancia mas del ser que del hacer, es decir, primero seamos auténticos cristianos, que oran incesantemente, dan testimonio concretos con su vida de obediencia a Dios Padre, que hacen de la Eucaristía el ppal. alimento de sus vidas, que son capaces de dar sus vidas a Dios muriendo, renunciando a todo aquello que los apega al mundo, lo seduce, y pervierte su carne, y desde esa lucha, sacrificio, siempre renovados, depositemos nuestra confianza en la divina providencia que Dios nos manda. Para esto creo que mas que depositar esperanza en la política, las familias de hoy debemos aprender a dejarnos moldear interiormente por Dios, y desde ahí, contagiar a otros. Ser odres nuevos para vinos nuevos. Es recomenzar el camino, poner prioridad a otros bienes "los espirituales" sobre los materiales. Me parece que es mucho mas sencillo el camino, no mas fácil, sí mas profundo y personal, por eso le nombraba en el comentario anterior sobre la ecología humana. Gracias Padre, perdón por no saber sintetizar e ir al punto, es que desde mi ignorancia creo que Dios nos pide a las familias de hoy, que despertemos, ya que el futuro de la humanidad se fragua en la familia.
Ariel
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JMI.-..."creo que Dios nos pide a las familias"...
Lea, por favor, (64) y (65), al principio.
Cordial saludo en Cristo.
21/05/12 9:34 PM

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