InfoCatólica / La Mirada en Perspectiva / Archivos para: Julio 2018

30.07.18

(282) El colapso del humanismo

1.- Con el humanismo contemporáneo la doctrina del pecado original adopta un perfil bajo, como la gracia, reducida a colaboradora del hombre. Porque, supuestamente, Dios respeta nuestra libertad, tanto, que es mero espectador. ¿No parece, acaso, que para los personalistas, la voluntad es causa primera y única, y no segunda?

El P. Castellani relaciona con mucho tino pelagianismo y humanismo postmodernista:

«El pelagianismo negaba de un modo u otro la gracia; y es importante por ser el padre del naturalismo o modernismo actual. Pelagio, que era un espléndido inglés residente en Roma, una especie de Maritain de aquel tiempo (siglo IV), enseñó primero que la gracia de Dios, de que tanto habla San Pablo, era simplemente la naturaleza que Dios dio al hombre; y más tarde añadió que sí había una ayuda de Dios, pero no era necesaria sino solamente facilitante, “adjuvante”, ayuda; no para poder salvarnos sino para poderlo más fácil. Negando la gracia, negaba el pecado original y, lógicamente, también la Redención de Cristo, que se volvía superflua; aunque él nunca lo dijo así. Los errores de Pelagio reaparecen en Maritain.

»Fray Alberto García Vieyra, escribe al respecto: “El Humanismo Cristiano, que tiene sus orígenes en el humanismo integral de Jacques Maritain, (muestra) aversión a lo sobrenatural: no tolera más que una fe subjetivista, en el fuero interno, y tiene una concepción naturalista de las instituciones sociales y políticas. Tal concepción humanista o pluralista ha paralizado y corrompido todas las fuerzas reales del apostolado católico, llevándole a la pendiente de las concesiones, de la tolerancia, de los silencios cómplices”».

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29.07.18

(281) Apostillas críticas al personalismo, 1 -autodeterminación y valores

Apostilla, según la RAE, es acotación que comenta, interpreta o completa un texto.

Los textos acotados, en esta serie, son textos personalistas, pasajes relevantes de esta escuela. Una escuela privada, con la que se puede discrepar responsablemente, porque no es identificable con el magisterio. Es solamente una perspectiva intelectual, una filosofía y una teología, incluso una psicología, a la que no estamos obligados en modo alguno por ser católicos. Porque es una escuela privada y opinable.

En su equivocidad, hay conceptos personalistas que confunden. En su ambigüedad, pueden interpretarse en un sentido o en otro, dar problemas, ser instrumentalizados con fines heterodoxos, como hizo, por ejemplo, Berhard Häring.

Este carácter anfibológico puede ser utilizado para la heteropraxis, o para una ortodoxia débil de perfil bajo, al margen, a menudo, de la intención original de sus autores. 

Es necesaria, por tanto, una sana crítica de sus puntos débiles. Porque, tras Amoris laetitia, el personalismo, o mejor dicho los personalismos, cada cual en distinto grado, han colapsado.

Desde el momento, por ejemplo, en que algunos personalistas de renombre afirman, sin ambages, que es mejor no utilizar el concepto de alma, es que se están traspasando indebidamente ciertos límites conceptuales.

Los personalismos tuvieron su momento de gloria, pero han entrado en crisis. A partir de la exhortación apostólica postsinodal, los principios personalistas, utilizados con excesiva imprudencia y equivocidad para justificar y reforzar las tesis del capítulo VIII, han implosionado. Es preciso, por tanto, mostrar las lagunas de su asistematismo antiescolástico, de sus prejuicios contra el pensamiento clásico aristotélico-tomista, fuera del cual es muy fácil perderse. Porque una excesiva aproximación al pensamiento moderno es, a todas luces, imprudente.

Es urgente una saludable revisión, por ello, para salud y humilladero de la mente católica, de todas estas nociones asumidas acríticamente, como si fueran magisterio, sin serlo. Aprovechar lo bueno y positivo, rechazar y corregir lo erróneo, defectuoso, confuso o extraño.

En esta labor, documentos excepcionales de la doctrina católica tradicional, como Libertas praestantissimum, la magistral Veritatis splendor, o Humanae vitae, son hitos que nos sirvirán de ayuda para salir de esta crisis.

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24.07.18

(280) Concepto personalista de libertad como autodeterminación. Problemas y equívocos

El personalismo incorpora a su concepto de libertad el concepto de autodeterminación, que no es propio del pensamiento clásico y tradicional católico, pues procede del pensamiento moderno. Esto tensiona la doctrina católica y produce equivocidad, generando confusión y dando problemas, sobre todo a la teología moral.

Es un concepto poco claro, que por su ambigüedad puede más o menos entenderse en un sentido correcto, pero también malentenderse y dar lugar a errores.

Además, una interpretación en sentido antimetafísico, o asimilado al concepto de libertad negativa, como en Hegel, puede utilizarse para justificar tesis incompatibles con el magisterio de la Iglesia.

 

1. El concepto de libertad según la doctrina católica

—1.1. Libertad como facultad de elección del bien

La doctrina tradicional de la Iglesia enseña que la libertad es «la facultad de elegir entre los medios que son aptos para alcanzar un fin determinado, en el sentido de que el que tiene facultad de elegir una cosa entre muchas es dueño de sus propias acciones.» (León XIII, Libertas praestantissimum 5, 1888).

Hay que dejar claro que la elección voluntaria de un medio malo no es un acto propio o capacidad de la libertad, sino una posibilidad que supone un abuso, un indicio de albedrío, pero como la enfermedad es indicio de vida.

Especifica León XIII en el mismo punto de la encíclica Libertas, utilizando la doctrina tomasiana: 

«Pero así como la posibilidad de errar y el error de hecho es un defecto que arguye un entendimiento imperfecto, así también adherirse a un bien engañoso y fingido, aun siendo indicio de libre albedrío, como la enfermedad es señal de la vida, constituye, sin embargo, un defecto de la libertad. De modo parecido, la voluntad, por el solo hecho de su dependencia de la razón, cuando apetece un objeto que se aparta de la recta razón, incurre en el defecto radical de corromper y abusar de la libertad.»

«El Doctor Angélico se ha ocupado con frecuencia de esta cuestión, y de sus exposiciones se puede concluir que la posibilidad de pecar no es una libertad, sino una esclavitud.»

La libertad, por tanto, para el pensamiento clásico, es la capacidad de elegir el bien, siendo la elección del mal un abuso posible. Necesita radicalmente de la ley moral, necesita de la razón, necesita de la gracia. 

1.2. La gracia, auxilio eficacísimo de la libertad

Libertas, 6 realiza una síntesis espléndida, en su concisión y precisión, del papel de la gracia, en sintonía además con la tradición tomista hispánica:

Enseña Leon XIII que los auxilios de la gracia son «aptísimos para dirigir y confirmar la voluntad del hombre». La gracia divina «iluminando el entendimiento y robusteciendo e impulsando la voluntad hacia el bien moral, facilita y asegura al mismo tiempo, con saludable constancia, el ejercicio de nuestra libertad natural.»

Combate el prejuicio voluntarista que presupone que la gracia reduce la libertad, afirmando, de acuerdo con la doctrina tomasiana, que: «es totalmente errónea la afirmación de que las mociones de la voluntad, a causa de esta intervención divina, son menos libres.». Y aporta la explicación de ello:

«Porque la influencia de la gracia divina alcanza las profundidades más íntimas del hombre y se armoniza con las tendencias naturales de éste, porque la gracia nace de aquel que es autor de nuestro entendimiento y de nuestra voluntad y mueve todos los seres de un modo adecuado a la naturaleza de cada uno. Como advierte el Doctor Angélico, la gracia divina, por proceder del Creador de la Naturaleza, está admirablemente capacitada para defender todas las naturalezas individuales y para conservar sus caracteres, sus facultades y su eficacia.»

Añadimos, además, que la gracia santificante cualifica la voluntad humana para realizar actos libres sobrenaturales y meritorios. El estado de gracia, cuya pérdida es el peor mal que puede sufrirse, eleva la libertad humana a un plano de esplendorosa claridad, en que se participa de los méritos de Nuestro Señor y se puede, incluso, gracias a los dones del Espíritu Santo, actual al modo sobrehumano.

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18.07.18

(279) El rebaño en el desfiladero

Hay buenos pastores en la Iglesia católica, pero la abundancia de malos ha puesto a la grey de Cristo en el desfiladero. Son pastores sin voz o de voz confusa, que no hablan claro y pierden ovejas, arrimadas en exceso al acantilado.

Viven los fieles, en esta crisis, como caminantes entre nubes, como jinetes del Paso de Imladris, por donde pasó Elendil. 

Y es que tiene el camino eclesial actual peligros abundantes; y a falta, demasiado a menudo, de una sólida predicación en que consolidar la fe, el católico superviviente ha de buscarse la buena doctrina por su cuenta, que es como buscarse la vida.

La travesía es difícil. Los orcos llegaron a las Montañas Nubladas. Sea el católico, por eso, cual caballero del abismo, y precisando el paso, sobre caballo recio, sujete bien las riendas con el socorro de Nuestra Señora, para llegar a Rivendel.

 

1.- Pastores turbados y canes mudos.— No es que no haya pastores, o que no tengan voz, sino que muchos hablan confuso, y sus ovejas no les reconocen, se desconciertan, el rebaño se desordena junto al precipicio, la turbación las aproxima al abismo.

Sus canes son mudos, de nada les sirven sino para reñir entre sí. Frecuentan chacales, compadrean con lobos. Gustan del activismo de la ociosidad y no corren los campos ni reagrupan la grey. Se apuntaron, tal vez, a congresos de licántropos, firmaron la paz con jaurías; o asistieron a eventos de la alta sociedad canina, llegando tarde al rebaño y sin ladrido.

 

2.- Con palabra irreconocible.— Hay buenos pastores, sin duda: las ovejas escuchan su voz, y se enmiendan y pastan seguras. Pero también los hay malos, que hablan extraño, y abundan —por eso, principalmente, hay crisis—. Y a falta de un verbo preciso, confunden la grey. Los cristianos, sin guía en el desfiladero, buscan pasajes y atajos por su propia cuenta y riesgo, sin brújula ni mapa, ni Dardos que brillen contra los orcos.

El pastor, en sus actos de gobierno, debe ser la vanguardia de la buena doctrina. Enseña San Gregorio Magno que «el prelado debe ser siempre el primero en obrar, para que, con su ejemplo, muestre a los súbditos el camino de la vida, y para que la grey que sigue la voz y las costumbres del pastor camine guiada» (Regla pastoral, 2, 3)

 

3.- El azúcar, pero no la sal, en la voz del pastor.— No es misión de los pastores desalar la doctrina, ni intoxicar conceptos con malas cavilaciones, que elucubrar no es hacer magisterio. Aténganse a saberes heredados, que son brújula perenne para el rebaño. Doctrina sin sal es doctrina sin sabor, doctrina inútil que para nada vale, aunque guste al nuevo sistema mundial de trasgos. No es misión de los pastores, tampoco, endulzar nociones, ni edulcorar misterios con valores añadidos. Aténganse a predicar lo verdadero, que es el acto de liberación más potente que existe, y es saludable en todo momento aunque suponga el martirio. Voz sin sal es voz inútil.

El mal pastor puede ser piadoso, pero mal pastor. Por eso la culpa principal del descalabro es del que, debiendo pastorear, no pastorea. Pudo haber sido en sus ratos libres piadoso y limosnero, pero no fue pastor. Y sus ovejas caminaron precipicios y muchas cayeron.

 

AÑADIMIENTOS

4.- Remedios saludables.— Gracias a Dios, también hay buenos pastores, con buenos canes. No abundan, pero los hay. Sus rasgos distintivos son remedio:

Primer punto, saber gobernar: 1) tener autoridad (saber y enseñar la sana doctrina) y 2) tener potestad (mandar, sancionar, regir, ordenar, organizar, hacerse obedecer, hacerse todo a todos, delegar, etc).

Segundo punto de buena pastoría, ser defensor del rebaño y buen guía.

Tercer punto, que es primero en importancia: andar en santidad (estar en gracia, actuar al modo sobrenatural, ser varón teologal, cultivador en especial de las cuatro virtudes viriles —según decían los romanos: gravedad, racionalidad, serenidad y fortaleza)

Cuarto punto, ser bandera de la Transustanciación, embajador del único medio de salvación que es la Iglesia. Faro de la ley natural, rescatador del sacramento de la penitencia, defensor del derecho natural y divino y del derecho penal, con todas sus consecuencias.

 

5.-Más remedios.— Sepa el buen pastor callar cuando sea preciso, que hay silencios más potentes que cualquier palabra. Conforme a la enseñanza de San Ignacio de Antioquía, que dice: «maravillado estoy de la serenidad de un hombre que puede más con su silencio que otros con su vana garrulería» (Carta a los filadelfos, 1, 1).

Sepa el buen pastor ser fiel y veraz, no un mercenario, conforme explica el Santo de Hipona: «¿Quién es el mercenario? El que viendo venir al lobo, huye, porque busca su interés, no el de Jesucristo; el que no se atreve a reprender con libertad al que peca; [el que] por no perder la satisfacción de la amistad de un hombre y soportar las molestias de la enemistad, calla y no lo reprende.» (Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 46, 8)

 
6.- Y otros más.— Cruce el buen pastor los umbrales precisos, no puertas traseras, ni huecos de ladrones. Sea su pastoreo participación del único pastoreo, para que se cumpla la Escritura, que dice: 

«En verdad, en verdad os digo que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador; pero el que entra por la puerta, ése es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero y las ovejas oyen su voz, y llama a las ovejas por su nombre y las saca fuera; y cuando las ha sacado todas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz; pero no seguirán al extraño; antes huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» (Jn 10, 1-5)

 

y 7.- En conclusión, no tema.— Sepa el buen pastor hablar con sal de Cristo, para que le reconozcan sus ovejas y su voz sea como antorcha que ilumina las tinieblas. No hable, por eso, con tonos extraños, sino heredados. No pierda en su discurso el sí sí no no evangélico. 

Sea su predicación y su silencio mapa de ruta para la salvación de las almas. Sea su doctrina salada claridad. No olvide apoyar su labor en fieles y bravos canes, de los de antes, buenos perros ladradores y enfrentadores de leones. Y no tema desfiladero ni cañada, porque, si Dios con él, ¿quien contra él?

 

David Glez. Alonso Gracián

 

15.07.18

(278) A Mordor en tren

1.- No perdamos el tino.— Que hoy es muy fácil. Tiene la atmósfera teológica que nos envuelve, en general, una resaca de locura, una mar picada de inconsciencia, un canto de Sirenas en que es muy fácil perderse. Tan pronto se sumerge uno en el discurso eclesiástico hodierno, comienza a malentenderse y ahogarse en fenomenologías. Tanto parece que la nueva teología ha invadido la mente de la Iglesia. Quien no sepa nadar entre malas ideas, como entre tiburones, quédese en casa, al amparo de la piedad y del silencio, y no se dedique a pastorales temerarias ni a alemanas filosofías. Quien no sepa contrastar doctrinas, no se meta en agua tapá, como se dice por estos lares. No sea que, por falta de preparación, se descubra modernista, que es como no saber nadar y no hacer pie.

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