Mensaje del Papa en el Miércoles de Ceniza
Queridos hermanos y hermnas:
El Miércoles de Ceniza que hoy celebramos, es para nosotros, cristianos, un día particular, caracterizado por el intenso espíritu de recogimiento y reflexión. Emprendemos, de hecho, el camino de la Cuaresma, tiempo de escucha de la Palabra de Dios, de oración y de penitencia. Son cuarenta días en los que la liturgia nos ayudará a revivir las fases destacadas del misterio de la salvación.
Como sabemos, el hombre ha sido creado para ser amigo de Dios, pero el pecado de los primeros padres quebró esta relación de confianza y de amor y, como consecuencia, la humanidad es incapaz de realizar su vocación originaria.
Gracias, sin embargo, al sacrificio redentor de Cristo, hemos sido rescatados por el poder del mal: Cristo, de hecho, escribe el apóstol Juan, ha sido víctima de expiación por nuestros pecados (Cf. 1 Juan 2, 2); y san Pedro añade: Él ha muerto una vez para siempre por los pecados (Cf. 1 Pedro 3,18).
Al morir con Cristo al pecado, el bautizado también renace a una vida nueva y es restablecido gratuitamente en su dignidad de hijo de Dios. Por este motivo, en la primitiva comunidad cristiana, el Bautismo era considerado como la «primera resurrección» (Cf. Apocalipsis 20,5; Romanos 6,1-11; Juan 5,25-28).