7.12.17

Eres toda pura, oh María, y terrible como un ejército

Inmaculada Concepción, Tiepolo, 1768

Preparando la maravillosa solemnidad mariana del día de mañana, traemos para la reflexión de nuestros lectores un fragmento del “Año Litúrgico” del ya citado varias veces en este Blog, Dom Prosper Guéranger. 

Dom Prosper Guéranger (Sablé, 1805-Solesmes, 1875), fue liturgista y restaurador de la orden benedictina en Francia. Ordenado en 1827, recuperó el antiguo priorato de Solesmes, del que tomó posesión en 1833, y en el cual llevó adelante el proyecto de restauración de la orden benedictina. Obtuvo el ascenso de Solesmes a abadía. Primer abad de Solesmes (1837) y superior de la Congregación de Francia, se convirtió en el alma del movimiento de restauración litúrgica. Entre sus principales obras cabe recordar las Instituciones litúrgicas (1840-1851) y el Año litúrgico (1841-1866). 

Dom Guéranger fue un gran apóstol de la Inmaculada. En 1850 escribió el libro «Memoria sobre la Inmaculada Concepción» («Mémoire sur l’Immaculée Conception»), y al año siguiente, Pío IX le encargó un documento en el que propusiera una definición del dogma de la Inmaculada Concepción. 

El privilegio de la Concepción inmaculada de María era algo que le resultaba particularmente querido. En sus memorias autobiográficas, narra la gracia de luz que recibió el 8 de diciembre de 1823, en la fiesta de la Concepción de Nuestra Señora, cuando era seminarista. Así cuenta el acontecimiento: «Fue entonces cuando la misericordiosa y compasiva reina, Madre de Dios, salió en mi auxilio de una manera tan triunfante como inesperada. El 8 de diciembre de 1823, mientras hacía mi meditación con la comunidad, y abordaba mi argumento (el misterio del día), con mis puntos de vista racionales como de costumbre, de repente, me sentí llevado a creer en María Inmaculada en su concepción. La especulación y el sentimiento se unieron sin esfuerzo en este misterio. Sentí una alegría dulce en mi consentimiento; sin arrebato, con una dulce paz y con una convicción sincera. María se dignó transformarme con sus manos benditas, sin desasosiego, sin apasionamiento: una naturaleza despareció para dejar lugar a otra. No le dije nada a nadie, sobre todo porque no me imaginaba el alcance que tendría para mí esta revelación. Sin duda me emocioné; pero hoy estoy todavía más emocionado al comprender todo el alcance del favor que la santa Virgen se dignó en concederme aquel día». 

Aquí entonces el texto del Año Litúrgico: 

La fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen es la más solemne de todas las que celebra la Iglesia en el Santo tiempo de Adviento; ninguno de los Misterios de María más a propósito, y conforme con las piadosas preocupaciones de la Iglesia durante este místico período de expectación. Celebremos, pues, esta fiesta con alegría, porque la Concepción de María anuncia ya el próximo Nacimiento de Jesús. 

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25.11.17

Una mirada contemplativa hacia la Realeza de Cristo

Cristo Pantocrator - XII - Anónimo Pintura al fresco Berze la Ville - Francia

Como preparación a la Solemnidad de Cristo Rey que la Iglesia celebra mañana, último domingo del año litúrgico, hemos traducido y copiado para nuestros lectores un fragmento del libro “Demain la Chrétienté” (“La Cristiandad mañana) de Dom Gérard Calvet (+2008), fundador y primer Abad de la Abadía Sainte Madeleinte de Le Barroux (Provence, Fracia). En este texto, Dom Gérard ofrece algunas claves para penetrar contemplativamente en el misterio de la realeza de nuestro Señor Jesucristo, realeza que es universal, espiritual y social.


Del libro “Demain la Chrétienté”, Capítulo VII.

Jesús busca primeramente reinar en el secreto del alma. El kyrios Patocrator -Oh milagro incomprensible- cuya mano sostiene el universo, se acerca a su creatura y le murmura: “Hijo mío, dame tu corazón”. Perdonarán a un monje el recordar incansablemente la búsqueda presente del reino de los cielos. La realeza del Señor Jesús es cosa dulce e interior, se dirige primero del alma al alma para introducirnos en la intimidad de las personas divinas. Cristo todopoderoso ejerce la realeza mendigando amor. Si tú conocieras el don de Dios y quien es el que te habla, dice a la samaritana.

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15.11.17

Santa Gertrudis, la confianza y el insomnio

Santa Gertrudis, Miguel Cabrera 1763

Preparando la celebración del día de Santa Gertrudis (16 de noviembre), hemos copiado para nuestros lectores dos textos de la principal obra de esta gran mística medieval, el “Heraldo del amor divino”.

Para quienes no la conozcan bien, Santa Gertrudis de Helfta, también conocida como Gertrudis la Grande, (+ Helfta, 1302), fue una monja benedictina o cisterciense (no hay consenso en este punto) y escritora mística. Entró al Monasterio a los 5 años de edad, y hasta los 26 años vivió una vida tibia. El 27 de enero de 1281 tuvo su primera experiencia mística, que supondría un profundo cambio en su vida. Se trató de una visión de Cristo adolescente, que le decía: “No temas, te salvaré, te libraré… Vuélvete a mí y yo te embriagaré con el torrente de mi divino regalo”. ​ A partir de este momento dejó los estudios profanos por los estudios teológicos y espirituales. Entre sus obras destacan el “Heraldo del amor divino” y los “Ejercicios espirituales”. Toda su espiritualidad está centrada en la Liturgia, la devoción al Corazón de Cristo y la confianza en su misericordia.

Los textos que a continuación copiamos destacan el tema de la confianza, verdadero núcleo del camino espiritual de Santa Gertrudis, terminando por una bella oración que le fue revelada por el Señor para quien padece de insomnio.


Del Heraldo del Amor Divino, Libro III, Cap. VII:

Como deseara la santa prepararse para la comunión y se viera molestada por muchas distracciones, imploró la ayuda divina y recibió del Señor esta respuesta: “Si un alma, molestada por la tentación, se refugiare en Mí, podré muy bien decir de ella: Una est columba mea, tamquam electa ex millibus, qui in uno oculorum suorum transvulnerat cor meum divinum: “Mi paloma es única, escogida entre mil; con una sola de sus miradas ha traspasado mi Divino Corazón”. Si creyera no poder socorrerla en dicho peligro, sentiría mi alma un dolor tan profundo por ello, que todas las alegrías del cielo no bastarían para endulzar mi pena. Mis amados encuentran siempre en mi humanidad, unida a mi divinidad, un poderoso abogado, que me obliga a tener piedad de sus miserias”.

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30.10.17

Para guardar la paz del alma

San Doroteo de Gaza, ícono de autor desconocido

San Doroteo de Gaza o de Palestina, también conocido como Doroteo el eremita (505-565) fue un monje y archimandrita palestino. Tradicionalmente se le considera discípulo de Juan de Gaza, llamado el Profeta, que le curó de una enfermedad que sufrió durante años. Ingresó en el monasterio basilio de Abba Serid, cerca de Gaza, bajo la tutela de Barsanufio de Palestina y Juan. Hacia el 540 fundó un monasterio propio, ejerciendo el cargo de abad. Escribió una regla para los monjes, conservadas en parte con el título Directrices de aprendizaje espiritual. Fue maestro de Dositeo de Gaza.

Entre sus obras, destacan las llamadas “Conferencias” acerca de los grandes temas de la espiritualidad monástica. De la VII conferencia titulada “De la acusación de sí mismo”, copiamos para nuestros lectores el siguiente pasaje, que aunque ciertamente está muy asociado al camino de perfección propiamente “monástico”, no deja de ser enriquecedor meditarlo y vivirlo en el contexto de cualquier otra vocación, que siempre es una vocación a la santidad.


De las conferencias de San Doroteo de Gaza:

“¡Qué alegría, qué paz disfrutará donde sea que vaya, aquel que se acusa a sí mismo, como lo ha dicho abba Poimén! Cualquiera fuere el daño, la ofensa o la pena que le infieran, si a priori se juzga merecedor de ella, no se sentirá perturbado nunca. ¿Hay algún estado que esté más exento de preocupación que este?

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5.10.17

La utilidad y el gozo divino de la soledad

San Bruno, Jean-Antoine Houdon (1741-1828)

En estas primeras Vísperas de San Bruno (+1101), Solemnidad para nosotros, miembros de Schola Veritatis, reproducimos aquí una de las 2 cartas que se conservan de este gran santo fundador de la Cartuja, la carta a su amigo Raúl le Verd, el cual habiendo hecho con él voto de vida monástica, no lo complía retenido por sus cargos eclesiásticos.  


Al venerable señor Raúl, preboste de Reims, envía Bruno sus saludos, con un espíritu de caridad muy puro.

   Brilla en ti la fidelidad a una antigua e inquebrantable amistad, tanto más admirable y digna de elogios cuanto más rara es encontrarla entre los hombres. A pesar de la distancia y el tiempo que han separado nuestros cuerpos, jamás tu afecto se ha separado de su amigo. Lo atestigua la extrema amabilidad de tus cartas en las que me repites lo entrañable de tu amistad, los numerosos favores que me has prestado a mí y al hermano Bernardo por mi causa, y otras muchas atenciones. Mi agradecimiento no está, por cierto a la altura de lo que tú mereces, pero brota de la fuente límpida del amor, en pago a tanta bondad.

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