Philip Trower, La Iglesia docta y la rebelión de los eruditos -1D

(Las primeras tres partes de este capítulo fueron publicadas como 1A, 1B y 1C).

EL CENTRO DE LA RUEDA MODERNISTA

El modernismo en su primera fase funcionó aproximadamente desde 1875 hasta 1910, cuando, como se recordará, fue detenido, o se pensó que lo había sido, por San Pío X. Luego pasó a la clandestinidad durante 50 años y resurgió con la muerte de Pío XII. En este primer período el movimiento se limitó a los académicos: la masa de los fieles fue poco afectada.

Lo que sucedió fue una de esas hermandades intelectuales de hombres de ideas afines que parecen surgir espontáneamente; hombres que leen los mismos libros, y por consiguiente tienen los mismos pensamientos, y que se conocen personalmente o bien por correspondencia.

Entre 1888 y 1900, una parte de ellos se reunió en una serie de “congresos científicos internacionales” de católicos (principalmente reuniones de historiadores, biblistas y filósofos) organizados por Mons. d’Hulst, rector del Institut Catholique de París, un instituto de estudios superiores católicos fundado recientemente para proporcionar académicos que pudieran responder a los ataques hechos en nombre de la cultura y de la ciencia contra las razones para la fe.

La figura más activa fue el barón von Hugel, un inglés naturalizado, austriaco de nacimiento, que vivió la mayor parte de su vida posterior en Cambridge, Inglaterra. Era una especie de entrometido religioso, muy culto y muy erudito, que se dedicó a poner en contacto entre sí a sacerdotes y laicos con ideas dudosas, animándolos a persistir en su trabajo cuando mostraban signos de debilidad, y en general a tratar de mantenerlos juntos como grupo. Vivió hasta 1925 y ha tenido una gran reputación entre los católicos ingleses. Los que lo conocen han minimizado su modernismo y el resto no ha sido consciente del mismo. Es difícil saber en qué creyó en varios momentos, pero hacia 1900 no parece haber sido la fe católica. El P. Tyrrel, él mismo un modernista, después de escuchar a von Hugel hablar sobre religión una noche, resumió las opiniones de von Hugel así: “Nada es verdad, pero la suma total de las nadas es sublime". Creo que esta estimación está confirmada por el testimonio de otros contemporáneos. A pesar de esto, él era notablemente piadoso —para sorpresa de sus amigos franceses más lógicos. Disfrutaba mucho actuando como guía espiritual de almas atribuladas, asegurando a veces a los protestantes que era mejor para ellos no convertirse en católicos. Muchos de sus otros consejos son perfectamente sensatos, ya que estaba familiarizado con los grandes maestros de la vida espiritual. Los malentendidos sobre él se deben en gran parte, creo, a su psicología extraña, sosa y, uno se siente tentado a decir, resbaladiza. Como otros modernistas de este período, tenía la extraña habilidad de escribir como si tuviera una personalidad dividida, sonando a veces como un monje (o monja contemplativa) devoto y excepcionalmente espiritual, y otras veces como el editor de una revista para escépticos. También Teilhard de Chardin tenía esta habilidad.

Ciertamente von Hugel no creó el modernismo, pero su conocimiento de idiomas, su posición social y su independencia financiera le permitieron actuar como empresario para el movimiento de una manera que no habría sido fácil para nadie más. Le dio así una coherencia que de otro modo podría no haber tenido y sin la cual las medidas públicas tomadas por San Pío X para poner fin al movimiento podrían no haber sido necesarias.

RADIOS CONECTADOS AL CENTRO

Entre los corresponsales modernistas de von Hugel, menos de una docena ocupan un lugar destacado en los estudios del movimiento.

Loisy, el estudioso de las Escrituras, es quizás el más conocido. Enseñó en el Institut Catholique y escribió una serie de libros durante los años noventa y poco después, que parecían ser una defensa del Nuevo Testamento contra ideas como las del erudito alemán Harnack, pero en realidad lo socavaban. Laberthonniere, un sacerdote oratoriano, y Leroy, un laico, eran filósofos. Hebert era director de la Ecole Fenelon de París, un famoso colegio para varones: sus intereses también eran principalmente filosóficos, aunque se extendían también a la Biblia y la historia. Houtin, otro sacerdote, era una especie de autoproclamado publicista del movimiento, y el escritor protestante liberal Paul Sabatier era un participante entusiasta. Éste fue el principal contingente francés. Los italianos Minocchi, Buonaiuti, Samaria y Fogazzaro fueron los principales agentes de la popularización de las ideas modernistas en Italia. Los tres primeros eran sacerdotes. Minocchi y Buonaiuti editaron revistas. Semaria, un barnabita, era un biblista como Loisy. Fogazzaro, el novelista exitoso, pudo llevar las ideas modernistas ante el público lector en general. En Inglaterra, el P. Tyrrel, irlandés por su nacimiento y su educación, un converso, era el modernista más abiertamente entusiasta —en opinión de sus amigos, un pensador místico y un reformador de la filosofía de la religión. Tanto él como Loisy tenían algo de enfant terrible —la necesidad de llamar la atención y salpicar— para vergüenza de sus socios más adultos y prudentes.

Éstos fueron los hombres que hicieron ruido, que estuvieron dispuestos a decir abiertamente lo que otros sólo  pensaban, o a llevar al límite y más allá ideas que estos otros sólo estaban comenzando a tocar cautelosamente, y que, por lo tanto, finalmente se hicieron excomulgar, abandonaron la Iglesia por su propia voluntad, les fueron censurados libros o se les prohibió escribir. Sin embargo, ellos no fueron la causa del modernismo más de lo que lo fue von Hugel. Fueron simplemente síntomas de un desorden más amplio y más profundo: la punta de la roca que se muestra por encima de las olas durante la marea alta.

Finalmente, Mons. Mignot, el arzobispo francés de Albi, fue un patrocinador episcopal cauteloso del círculo.

Figuras más grandiosas y de mayor sabiduría mundana como el filósofo francés Blondel simpatizaron con el movimiento y tuvieron una participación en él, pero se apartaron de las consecuencias extremas de las ideas modernistas. Otros, como Edmund Bishop, el académico litúrgico inglés, laico y converso, sólo expresaron sus puntos de vista en cartas privadas y, por lo demás, mantuvieron un perfil bajo. El Abbé Bremond, el historiador de la espiritualidad francesa del siglo XVII, otro del tipo enfant terrible, entraba y salía del juego, pero sobre todo corría arriba y abajo de la línea de banda, manteniéndose así afuera de los problemas serios; mientras que el erudito francés Mons. Duchesne se podría decir que se sentó en la tribuna y disfrutó del deporte sin quemarse con el sol ni mojarse, a veces incitando a un hombre y otras veces gritando una advertencia.

CULTIVANDO LAS SEMILLAS DE LA INCREDULIDAD

Duchesne, un sacerdote duro, enigmático e intelectualmente mundano, estuvo primero en el Institut Catholique y luego, durante los últimos 20 años de su vida, en la Escuela Francesa de Roma. Aunque incuestionablemente culto y con un conocimiento detallado de la historia de la Iglesia primitiva, parece haber tenido poca comprensión de lo que la Iglesia es realmente. Su sentimiento hacia la Santa Sede parece haber sido un desprecio sardónico. Hebert dijo que Duchesne lo ayudó a ver las “razones” para no creer en la Resurrección. Más tarde Duchesne lo negó. Siguiendo sus instrucciones, sus papeles fueron quemados después de su muerte. Las letras que sobreviven ofrecen una lectura escalofriante.

Aquí hay una para Hebert instándolo a no renunciar a la dirección de la Ecole Fenelon, aunque Duchesne tenía buenas razones para creer que él había perdido la fe.

“La autoridad religiosa cuenta con sus tradiciones y con los miembros más devotos de su personal, que son también los menos inteligentes. ¿Qué se puede hacer?… ¿Esforzarnos para reformarla? El único resultado de tales intentos sería lograr que a uno mismo lo tiren afuera por la ventana…

Enseñemos, entonces, lo que enseña la Iglesia… No es necesario que neguemos que en todo esto hay una gran parte de simbolismo que requiere una explicación. Pero deja que la explicación se abra paso en privado.

Puede ser que, a pesar de todas las apariencias, el viejo edificio eclesiástico se derrumbe algún día… Si esto sucediera, nadie nos culpará por haber apoyado el viejo edificio durante el mayor tiempo posible.”

He citado esta carta por dos razones. En primer lugar, porque aunque algunos volúmenes de Duchesne fueron incluidos en el Índice, él tiene una reputación impecable como un gran erudito católico; en segundo lugar, porque ilustra lo que decía antes sobre las tentaciones de la erudición y sobre lo que sucede cuando la fe, la esperanza y la caridad declinan detrás de una pila de libros eruditos. Lo que vemos es algo muy triste y feo. ¿Detrás de cuántas otras pilas de libros se estaba produciendo la misma decadencia? Duchesne multiplicado por varios cientos proporcionaría suficientes explosivos para desencadenar varias revoluciones.

Escuchando al grupo de modernistas indiscutibles que acabamos de considerar había una audiencia cada vez mayor de simpatizantes, cuyos corazones estaban perturbados por los mismos cuestionamientos y cuyos pensamientos se movían en la misma dirección.

(FIN DEL CAPÍTULO 1. EL LIBRO CONTINUARÁ).

Traducido al español por Daniel Iglesias Grèzes con autorización de Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.

Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/church-learned/church-learned-chap-1.htm (versión del 05/03/2019).

Copyright © Estate of Philip Trower 1979, 2019.


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1 comentario

  
franciscus
Cuando leí el último artículo publicado en el blog "the wanderer", sobre el Cardenal Newman, me acordé mucho de usted.


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DIG: Publiqué este comentario sin notar que estaba fuera de tema. Por lo tanto, aunque añado aquí mi respuesta, adelanto que no voy a seguir aquí una discusión sobre este punto.

El artículo de Caminante Wanderer al que usted alude es muy interesante y tiene muchas cosas que comparto, pero adolece de un defecto fundamental, que se evidencia sobre todo en estas frases del autor: "resultan sorprendentes las pretensiones de los newmanistas, que no newmanianos, de presentar a Newman como un antecesor de la nueva iglesia inaugurada con el Vaticano II. No me parece que el cardenal reconocería en la Iglesia católica contemporánea la que él conoció hace poco más de un siglo."

Pues no. Ni el Vaticano II inauguró una nueva Iglesia, ni el Cardenal Newman dejaría de reconocer a la única verdadera Iglesia de Cristo en la Iglesia Católica contemporánea, gobernada por el Sucesor de Pedro y los Obispos en comunión con él, pese a todos sus defectos y a la gran confusión doctrinal actual.
02/12/21 12:48 PM

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