Los desafíos de la técnica según la Encíclica “Caritas in Veritate” (3)

Mi sexta tesis es que, si extrapolamos simplemente la actual tendencia a un desarrollo técnico mayormente desvinculado de la ley moral natural, nos enfrentamos a la oscura perspectiva de una sociedad cada vez más deshumanizada.

El Papa Benedicto XVI se detiene a analizar un ámbito (el de la bioética) donde esa tendencia se muestra hoy con máxima claridad. Dice lo siguiente:

En la actualidad, la bioética es un campo prioritario y crucial en la lucha cultural entre el absolutismo de la técnica y la responsabilidad moral, y en el que está en juego la posibilidad de un desarrollo humano e integral. Éste es un ámbito muy delicado y decisivo, donde se plantea con toda su fuerza dramática la cuestión fundamental: si el hombre es un producto de sí mismo o si depende de Dios. Los descubrimientos científicos en este campo y las posibilidades de una intervención técnica han crecido tanto que parecen imponer la elección entre estos dos tipos de razón: una razón abierta a la trascendencia o una razón encerrada en la inmanencia. Estamos ante un aut-aut decisivo. Pero la racionalidad del quehacer técnico centrada sólo en sí misma se revela como irracional, porque comporta un rechazo firme del sentido y del valor. Por ello, la cerrazón a la trascendencia tropieza con la dificultad de pensar cómo es posible que de la nada haya surgido el ser y de la casualidad la inteligencia. Ante estos problemas tan dramáticos, razón y fe se ayudan mutuamente. Sólo juntas salvarán al hombre. Atraída por el puro quehacer técnico, la razón sin la fe se ve abocada a perderse en la ilusión de su propia omnipotencia. La fe sin la razón corre el riesgo de alejarse de la vida concreta de las personas.” (CV, 74).

La biotecnología divorciada de la ética está generando hoy problemas cada vez más graves y parece estar empeñada en una tarea de deshumanización que C. S. Lewis, en el título de uno de sus libros (9), denominó “la abolición del hombre”, o sea de la naturaleza humana y, por consiguiente, de la humanidad.

Continúa Benedicto XVI:

Pablo VI había percibido y señalado ya el alcance mundial de la cuestión social. Siguiendo esta línea, hoy es preciso afirmar que la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica, en el sentido de que implica no sólo el modo mismo de concebir, sino también de manipular la vida, cada día más expuesta por la biotecnología a la intervención del hombre. La fecundación in vitro, la investigación con embriones, la posibilidad de la clonación y de la hibridación humana nacen y se promueven en la cultura actual del desencanto total, que cree haber desvelado cualquier misterio, puesto que se ha llegado ya a la raíz de la vida. Es aquí donde el absolutismo de la técnica encuentra su máxima expresión. En este tipo de cultura, la conciencia está llamada únicamente a tomar nota de una mera posibilidad técnica. Pero no han de minimizarse los escenarios inquietantes para el futuro del hombre, ni los nuevos y potentes instrumentos que la «cultura de la muerte» tiene a su disposición. A la plaga difusa, trágica, del aborto, podría añadirse en el futuro, aunque ya subrepticiamente in nuce, una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos. Por otro lado, se va abriendo paso una mens eutanasica, manifestación no menos abusiva del dominio sobre la vida, que en ciertas condiciones ya no se considera digna de ser vivida. Detrás de estos escenarios hay planteamientos culturales que niegan la dignidad humana. A su vez, estas prácticas fomentan una concepción materialista y mecanicista de la vida humana. ¿Quién puede calcular los efectos negativos sobre el desarrollo de esta mentalidad? ¿Cómo podemos extrañarnos de la indiferencia ante tantas situaciones humanas degradantes, si la indiferencia caracteriza nuestra actitud ante lo que es humano y lo que no lo es?” (CV, 75).

La extrapolación de estas tendencias ya presentes en la actual “cultura de la muerte” nos enfrenta a un futuro posible particularmente inquietante, anticipado en la novela (yo diría profética) de Aldous Huxley, “Un mundo feliz” (10), que hace casi 80 años previó el advenimiento de una sociedad hedonista, masificada y clasista, marcada por la manipulación del origen de la vida humana, por medio de la clonación. De proseguir el curso actual, el ser humano se convertirá en un producto técnico más, comprable y vendible por catálogo.

Mi séptima tesis es que Nuestro Señor Jesucristo, único Redentor del hombre y Salvador del mundo, es también el Salvador de la ciencia y de la técnica.

Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, asumió la naturaleza humana y, al asumirla, la redimió, uniéndola a su divinidad. Nada de lo verdaderamente humano le es ajeno. Dado que la ciencia y la técnica son realidades humanas, Cristo también ha redimido la ciencia y la técnica.

El físico, historiador y teólogo húngaro Stanley Jaki, en varias de sus numerosas obras, ha insistido en que Cristo es el Salvador de la Ciencia, mostrando que sólo el cristianismo ha proporcionado las condiciones espirituales y culturales adecuadas para hacer posible el florecimiento de la ciencia (11). Por eso, no es ninguna casualidad que la ciencia moderna haya nacido en la civilización cristiana, y no en otras.

Jesucristo fue carpintero (cf. Marcos 6,3) e hijo adoptivo de un carpintero (cf. Mateo 13,55). En el original griego, en ambos casos se utiliza el término “tekton”, que significa “carpintero”, pero tiene también un sentido más amplio de artesano, albañil o constructor. De ese término deriva la palabra “arquitecto”, que etimológicamente significa “constructor principal”. Los años de la vida oculta de Jesús en Nazaret nos muestran que Jesús ha santificado el trabajo, en su caso concretamente un trabajo técnico. Por lo tanto, también para nosotros la técnica puede ser un medio de santificación.

En la parábola de la casa sobre roca (cf. Mateo 7,24-27), Jesús, el tekton, enseña el camino de salvación para nuestra civilización técnica. Debemos reconstruirla sobre la roca firme de la Palabra de Dios revelada por Cristo. Él mismo es la piedra que los constructores desecharon y que se ha convertido en piedra angular del edificio espiritual del que todos debemos formar parte como piedras vivas (cf. 1 Pedro 2,4-8). “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles” (Salmos 126,1).

Mi octava y última tesis es que, para superar la actual crisis moral de nuestra civilización técnica, necesitamos ante todo personas y comunidades santas.

Benedicto XVI escribió que “El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común.” (CV, 71).

Durante su largo pontificado, el gran Papa Juan Pablo II insistió mucho en que el primer deber de los cristianos de hoy es ser santos (12). De ahí que un elemento fundamental de su “estrategia evangelizadora” (por así decir) fueron las canonizaciones y beatificaciones, que llevó a cabo en gran número, para re-proponer con fuerza al mundo el testimonio de los santos.

Para ser santos, es decir, para alcanzar la plena realización de nuestra vocación sobrenatural, no alcanza la práctica de las virtudes técnicas. Todos sabemos, por experiencia, que es posible ser un buen ingeniero, un buen mecánico o un buen pianista y ser a la vez una mala persona. Para llegar a ser hombres cabales, necesitamos adquirir y practicar otra clase de virtudes, las virtudes morales, que no nos perfeccionan en uno u otro aspecto particular, limitado o relativo, sino en cuanto personas. A las virtudes morales, el santo añade las virtudes teologales, practicadas en grado heroico.

Al final de su ya citado libro “Tras la Virtud”, Alasdair MacIntyre subraya que nuestra civilización, en su presente estado de crisis moral, tiene una urgente necesidad de comunidades abocadas a la conservación y el cultivo de la práctica de las virtudes morales. Haciendo un paralelismo entre la situación actual y la del final del Imperio Romano de Occidente, MacIntyre dice que, en nuestro caso, los bárbaros ya llevan bastante tiempo gobernándonos y termina afirmando que esperamos a un nuevo San Benito, indudablemente muy distinto del primero (13).

G. K. Chesterton escribió una vez que la actual crisis moral es ante todo una crisis mental. Creo que hay mucho de verdad en ello. Por eso, sin negar nada de lo anterior, agregaré que hoy también necesitamos con urgencia doctores o maestros que cultiven eficazmente el apostolado intelectual, la evangelización de la cultura.

Nos puede animar una idea que expone Christopher Dawson en uno de sus libros. Dice Dawson que el enemigo contra el que luchamos (podríamos llamarlo el secularismo tecnocrático) puede parecer un Leviatán inexpugnable, pero tiene un punto débil: es un monstruo grande con un cerebro pequeño.

Creyendo firmemente que somos humildes portadores del único mensaje de salvación que nuestro mundo necesita y en alguna medida también espera, no nos desanimemos y redoblemos nuestros esfuerzos por cooperar, en la verdad y la caridad, con la obra redentora de Jesucristo, el Técnico que nos liberó –entre otras cosas– también de nuestra tendencia a convertir la técnica en instrumento de esclavitud. Confiemos en Él, quien nos alienta diciéndonos: “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo.” (Juan 16,33). (Fin).

Daniel Iglesias Grèzes

Ponencia presentada en la Segunda Jornada Académica de “Fe y Razón”
Montevideo, 14/10/2010.

Notas

9) C. S. Lewis, La abolición del hombre, Ediciones Encuentro, Madrid, 1990.

10) Aldous Huxley, Un mundo feliz, Plaza & Janes Editores S.A., Barcelona, 1994, 9ª edición. Esta obra, cuyo título original es “Brave New World”, fue publicada por primera vez en 1932.

11) Cf. Stanley L. Jaki, The Savior of Science, Real View Books; Stanley L. Jaki, Christ and Science, Real View Books; en: http://www.realviewbooks.com/catalog8.html

12) Por ejemplo, cf. Juan Pablo II, carta apostólica Novo Millennio Ineunte, nn. 30-31.

13) Cf. Alasdair MacIntyre, o.c., p. 263.

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