(350) Sobre un distingo maritainiano

Hay que despojar la mente católica de las adherencias del pensamiento moderno, que la oscurecen y desenfocan. Para que brille lo esencial, lo clásico, lo de siempre. Es el reto al que nos enfrentamos.
Usar el lenguaje cristalino, recio y preciso de la antigua sabiduría católica. No hay otra.
1.- Distinción y distingo.— No confundamos la primera, tan necesaria en doctrina, con el segundo, tan necesario en demagogia. La fragmentación de la unidad del sujeto que hace Maritain, por ejemplo, es un distingo: por un lado se considera el individuo, que es sólo parte material del Estado; por otro la persona, que es todo, incluso fin en sí misma, y más que el bien común.
Es un distingo tendencioso en clave progresista y liberal de tercer grado, de graves consecuencias morales, sociales y políticas.
Es un distingo que suplanta una verdadera distinción, la que existe entre individuación e individualidad. Es un distingo que sustituye la primacía del bien común, que es lo tradicional, por la primacía privada, que es lo moderno.
2.- Derecho y pretensión.— Aunque la segunda esté subvencionada, aunque reciba aprobación jurídica, ni son lo mismo ni podrán serlo; no se confunda lo justo con lo deseado, ni lo teorético con lo teórico.
3.- El distingo personalista tiene efectos negativos sobre la noción de Estado. Por un lado, funciona con potencia absoluta respecto a los individuos, convirtiéndose en árbitro público del bien y del mal, y de las pretensiones subjetivas de los ciudadanos; por otro, pide también, para la persona, potencia absoluta sobre el Estado, convirtiéndola en árbitro privado del bien y del mal, para poder autodeterminarse.

1ª.- Los orígenes.— La doctrina de los nominalistas, encabezados por Ockham, rompió la armonía entre la fe y la razón y desmontó la mente occidental, deconstruyendo sus principios. De las cenizas de esta deconstrucción surgió una nueva era, la era del subjetivismo. En ella se levantaron dos grandes movimientos disolventes, el protestantismo y el humanismo. De la interconexión de ambos emerge la Modernidad.
1ª.- El espejismo existencial.— Conocer el ser no como ser sino como valor. En esto consiste el nihilismo piadoso de los axiólogos. Lo copiaron de los existencialistas, lo introdujeron en la mente católica, lo exportaron y lo exportan al mundo bajo apariencia de evangelización. ¿Hasta cuándo no despertará el católico, formado o formador, de esta ilusión antimetafísica?
1ª.- El pensamiento católico contemporáneo se caracteriza por su apertura al pensamiento moderno. Apertura significa, literalmente, como dice la RAE, «actitud favorable a la innovación». Por pensamiento moderno entendemos ese inmenso y polimorfo conjunto de conceptos y principios que constituyen la modernidad como cosmovisión, idiosincrasia y mentalidad.