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16.06.20

(429) Confuso moderantismo

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El proceso de confusión, desde el nominalismo hasta el presente, ha sido largo pero efectivo. Pero no ha terminado. En estos momentos, el peligro estriba en la ambigüedad: que se sepa si es fe o esperanza, si es fe o convicción, si es fe o experiencia, si es fe o caridad.

La indefinición oscurece el camino del creyente, que deja de saber si debe creer, esperar y amar, como siempre, o sólo amar y experimentar pero no tanto creer ni esperar, como ahora. (Pues si uno, bajo esta perspectiva, ya se ha “encontrado” con el misterio, no hace falta esperar, pues ya se tiene, ni creer, pues ya se “ve").

 

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Privada de su fundamento intelectual, la fe se desvincula de la Revelación y se encadena a la historia. La Revelación pasa de ser también una comunicación de verdades a convertirse tan sólo en un presenciar momentáneo, situacional y circunstancial.

Ya no es reposo en lo recibido, sino búsqueda de lo que no se encuentra ni se quiere encontrar jamás. No se sabe, ya, si la fe es tener verdades recibidas o tan sólo buscarlas, (pero sin recibirlas de generación en generación; se exige incluso tener derecho civil a rechazar la verdad revelada (y heredada) y a buscar a capricho otra “verdad” particular o ninguna).

 

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La fe, entonces, es trasladada del orden cognoscitivo al orden apetitivo, como apunta certeramente Romano Amerio. «La confusión de la esperanza con la fe desciende del existencialismo», observa en Iota unum, n. 168. El hombre moderno cree porque espera, invirtiendo el orden lógico (que es esperar porque se cree).

Por eso, como sigue advirtiendo con razón Romano Amerio, «todos los Padres y los Escolásticos entendieron rectamente que la fe es […] substrato y fundamento de la esperanza: las cosas sobrenaturales que se esperan tienen como principio […] las cosas sobrenaturales que se creen. La fe es sustancia que da sustancia a la esperanza, no que la recibe de ella». 

 

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El neomodernismo católico ha dado la vuelta a este orden lógico y concebido un nuevo tipo de fe que surge del desear y del esperar. Entiende que es con la fe, y no con la esperanza, como deseamos y esperamos la salvación y confiamos en ella. Contra lo que siempre se ha enseñado:

«893. ¿Qué es Esperanza? - Esperanza es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, y con la cual deseamos y esperamos la vida eterna que Dios ha prometido a los que le sirven y los medios necesarios para alcanzarla»

Y es que «somos justificados por la fe, en cuanto esta es principio de la salvación del hombre, fundamento y raíz de toda justificación, y sin la cual es imposible hacerse agradables a Dios» (Concilio de Trento, ses. I, cap. VIII); pero, ojo,  no por la fe sola; no se puede separar la fe de las demás virtudes teologales, aunque cabe distinguirlas para no confundirlas. El organismo sobrenatural requiere la armonía entre ellas, no su disonancia, ni la pérdida de identidad de cada una, porque 

«se difunden al mismo tiempo en el hombre por Jesucristo, con quien se une, la fe, la esperanza y la caridad; pues la fe, a no agregársele la esperanza y caridad, ni lo une perfectamente con Cristo, ni lo hace miembro vivo de su cuerpo. Por esta razón se dice con suma verdad: que la fe sin obras es muerta y ociosa; y también: que para con Jesucristo nada vale la circuncisión, ni la falta de ella, sino la fe que obra por la caridad. Esta es aquella fe que por tradición de los Apóstoles, piden los Catecúmenos a la Iglesia antes de recibir el sacramento del bautismo, cuando piden la fe que da vida eterna; la cual no puede provenir de la fe sola, sin la esperanza ni la caridad» (Trento., cap. VII).

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