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16.11.16

(154) Inconveniencias eclesiales IX: crisis de lenguaje, crisis de fe

Nuestro refranero, no pocas veces rico en sabiduría, lo dice claro: al buen entendedor, pocas palabras le bastan. La Veterum Sapientia lo enseñaba así, tajantemente, como un dardo: inteligenti pauca.

Pocas palabras cumplen al buen entendedor, se dice en el Libro de Buen Amor, y en La Celestina se omite la mitad, de tan conocida: A buen entendedor… Cervantes en la segunda del Quijote lo recalca: al buen entendedor, pocas palabras.

En la lista de refranes del Seniloquium, ya en el siglo XIV, se consigna el refrán de manera actualísima: A buen entendedor, pocas palabras.

Por eso, quien predica ha de saber que el buen entendedor no necesita más palabras que las precisas. Que captará el sentido, sea verdadero o falso. Pero que el mal entendedor lo entenderá al revés y quedará sumido en confusión

Es necesario, pues, dominar el lenguaje con la ayuda de Dios y el fruto de sus dones; utilizarlo bien, con belleza y verdad, sea conceptual, de imágenes, metafórico, técnico, filosófico, teológico. Todo lenguaje al servicio de la Iglesia debe ser lo más competente posible, ardientemente sobrenatural. De Escritura y Tradición. Sin renunciar a los tesoros de expresión forjados a través de los siglos por la cultura cristiana.

La inflación de voces fatuas y el retorcimiento del sentido fragmentan la doctrina y entorpecen la comunicación, suscitando conflicto y divisiones.

Es la verborrea interminable de la mala metafísica, el bla bla bla que te vuelve embabiado, que te uniforma político-correctamente, sectorizándote de buenismo poliédrico.

 

Es el problema del espíritu de vértigo en el discurso teológico, causante de seísmos en el sentido de la fe, productor de oleajes en la mente, piedra de demolición de ciudades enteras de doctrina; es el problema de las paráfrasis cansinas que disfrazan el error y lo camuflan de borrón y cuenta nueva, de una cosa y otra que ambas valen, aun siendo contrarias. Es el problema, hermanos, del sí pero también no, de la ausencia de precisión y el bisturí mellado, que no sirve para curar. Es el problema de la neoteología católica de estos tiempos.

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