(23) De la caída y la gracia de la justificación
1 Con la Caída, nos caímos de la amistad con Dios.
Este es el hecho desastroso que atraviesa milenios, y que ha desordenado la Creación entera, aun sin destruir su bondad. Date cuenta: de amigos de Dios, pasamos a ser inmundos a sus ojos, como dice Trento.
A ojos de Dios, estamos injustificados. Sin excusa. Como enemigos. De ahora en adelante, una vez caídos de su gracia, ya ni la naturaleza ni la ley pueden justificarnos a ojos de Dios:
“habiendo perdido todos los hombres la inocencia en la prevaricación de Adán, hechos inmundos, y como el Apóstol dice, hijos de ira por naturaleza, según se expuso en el decreto del pecado original; en tanto grado eran esclavos del pecado, y estaban bajo el imperio del demonio, y de la muerte, que no sólo los gentiles por las fuerzas de la naturaleza, pero ni aun los Judíos por la misma letra de la ley de Moisés, podrían levantarse, o lograr su libertad; no obstante que el libre albedrío no estaba extinguido en ellos, aunque sí debilitadas sus fuerzas, e inclinado al mal.” (Trento, ses VI, cap. 1)
2 Nos caímos de la gracia. ¿A dónde? Al imperio de la muerte, del pecado y del demonio. (Aún así, conservamos libre albedrío, aunque debilitado e inclinado al mal.) Esclavos del pecado. Bajo el imperio del demonio. Y con el mal introducido en la Creación misma, que queda deformada en su figura primigenia. -Debido a una misteriosa relación, lógica, sin duda, teniendo en cuenta el papel del ser humano en el mundo creado, el universo y el ser humano comparten el desastre de la Caída, de distinta manera, claro.
CAT 1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre
3 De alguna manera, pues, la Creación también cae con la caída. Muerte, enfermedades, depredación, violencia, desórdenes morfológicos, crueldad… El mundo se llena de pecado, sufrimiento, injusticias. El pecado original y el pecado actual han deformado nuestra identidad. Inmundos a ojos de Dios, aun con nuestra dignidad natural no del todo destruida. ¿Cómo hacemos para volver a ser amigos de Dios?
¿Qué hacemos para arreglar esto? Nosotros, por nosotros solos, con nuestras fuerzas naturales, no podemos arreglar nuestra enemistad con Dios ni sus efectos en la Creación. Tenemos que darnos cuenta de esto.
Ninguno de nosotros puede merecer con obras naturales la gracia de ser justificado y limpiado. Ninguno de nosotros puede merecer por sí mismo ser de nuevo amigo de Dios.
Ninguno de nosotros, con nuestras propias fuerzas, puede, tampoco, devolver a este universo herido por el pecado su figura y esplendor primigenio, ni a este mundo sufriente traer la salvación.
4 Pero Dios no se contenta con esta situación. Para subsanarla, envía a su Hijo a los hombres injustificados, para que los justifique verdaderamente ante Él.
No sólo a que no les sean imputados sus pecados,no sólo a cubrirlos, no sólo a tapar el mal para que el Padre no lo vea, por así decir, no sólo a arrojar una manta sobre un muerto, como decía Lutero.
Sino a justificarlos real y verdaderamente, mediante una infusión de vida justificante y sanadora, que limpie la inmundicia, libere, y sea principio de vida agradable a Dios, tan agradable a Él, como puede serlo su vida participada.
Es tan bello, que nos quebranta en lágrimas, y en oración de alabanza y agradecimiento. ¡Felix culpa!
5 Dios no se conforma con limpiar al ser humano de su inmundicia, ni con hacerlo amigo. Quiere además hacerlo hijo adoptivo suyo. Quisiera que
“todos recibiesen la adopción de hijos” (Trento, ses VI, cap II)
“No obstante, aunque Jesucristo murió por todos, no todos participan del beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunican los méritos de su pasión. Porque así como no nacerían los hombres efectivamente injustos, si no naciesen propagados de Adán; pues siendo concebidos por él mismo, contraen por esta propagación su propia injusticia; del mismo modo, si no renaciesen en Jesucristo, jamás serían justificados; pues en esta regeneración se les confiere por el mérito de la pasión de Cristo, la gracia con que se hacen justos.” (Trento, ses. VI, cap. 3)
6 La gracia con que se hacen justos. La gracia gratum faciens, como se decía en el pensamiento medieval. No hablamos aquí de la gracia que es auxilio eficaz o suficiente. Hablamos de la gracia que justifica, y que de enemigo, vuelve amigo al hombre, y más aún, hijo.
Distinguimos pues en este post la gracia santificante de la gracia actual, eficaz o suficiente.