Francisco de Enzinas y los luteranos burgaleses

Primeros años. Francisco de Enzinas traduce al castellano el Nuevo Testamento

Poco se sabe de la infancia de Francisco de Enzinas, aparte de provenir de una noble y rica familia burgalesa tratante en lana, y haber nacido a finales de la década de 1510 o principios de la década de 1520. Gracias a los contactos mercantiles familiares, fue enviado a estudiar a la universidad de Lovaina, del mismo modo que su hermano Jaime de Enzinas lo fue a Paris, alrededor de 1536 o 1537. En sus Memorias, documento de incalculable valor para conocer su punto de vista, no deja bien parados a dos de sus profesores en esa institución. De Jacobo Latonio, ex-rector afirma que “despreciaba toda doctrina honesta”, e injuriaba a los profesores de lenguas; y del deán Rouard Tapper dice que era “impío, pérfido, cruel y mísero”. En descargo de Enzinas diremos que en el Renacimiento, y es algo que se olvida en la visión embellecida que de él tenemos, las palabras gruesas y los denuestos eran ciertamente frecuentes en la relación epistolar y aún en la letra impresa. Tiempos nuevos, con la avidez por el saber, también aumentaron exponencialmente las disputas.

Como otros muchos estudiantes del lugar y la época, Enzinas también leyó los libros y libelos de Lutero y Melantchon, que le causaron honda impresión. Durante las vacaciones del verano de 1537 regresó a Burgos, tomando contacto con su pariente el abad y ex-decano de la Sorbona Pedro de Lerma, erasmista confeso y probablemente ya luterano oculto, al que la Inquisición había probado y hecho retractar no mucho antes. A su regreso a Lovaina, obtuvo recomendación de Juan de Lasco (Jan Laski), un importante protestante polaco, para trasladarse a Wittemberg, en cuya universidad de matriculó en 1541. Enzinas se alojó en la casa del propio Felipe Melanchton, donde amplió sus estudios de griego y comenzó la traducción del Nuevo Testamento, del original heleno al castellano. En la misma universidad protestante había otros españoles matriculados, como Juan Ramírez, Fernando de Canarias y un tal Mateo Adriano, converso y profesor de lengua hebrea, autor de Introductiones in linguam hebraicam.

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Heterodoxias de Jaime de Enzinas y Francisco de San Román

Mientras tanto, su hermano Jaime también se había hecho reformista, influido por el profesor erasmista Jorge Casandro y, desencantado con la Sorbona, en 1540 se afincó en Lovaina, donde había más tolerancia a las disputas religiosas. Allí se despidió de su hermano, cuando marchaba a Wittemberg tras haber acompañado a su tío el abad en su muerte en París aquel año. De esta conversación salió ya Jaime luterano convencido, y tradujo al castellano un catecismo reformado que intentó imprimir en Amberes en 1541.

Según nos cuenta Enzinas en sus memorias, un día del año de 1540, otro mercader burgalés (pero no universitario) de Amberes, llamado Francisco de San Román, visitando Bremen entró casualmente en una iglesia protestante. Quedó prendado de las palabras del predicador Jacob Probst (o Spreng), amigo y discípulo de Martín Lutero (pese a que apenas comprendía el idioma alemán), bajo cuya guía se puso. Pronto se hizo ardiente luterano, componiendo un catecismo en castellano que no ha pervivido, y enviando cartas a sus amigos de Amberes y aún al emperador, conminándoles a “tomar por única regla la palabra de Dios y abandonar las tinieblas de la idolatría”.

Regresado a Flandes, su fama le precedía, y fue detenido, hallándosele numerosos libros de Lutero, Melanchton y Ecolampadio. Interrogado por dominicos, respondió entre insultos y destemplanzas que “sólo por los méritos de Jesucristo, sin consideración alguna a las buenas obras, gozaría de la vida eterna”, y que el Papa era el Anticristo, hijo del diablo, lleno del espíritu de satanás y lobo rabioso. Curiosamente le sentenciaron de loco, quemaron sus libros y fue encerrado seis meses en Amberes, al cabo de los cuales, pareciendo ya más templado, fue puesto en libertad. Viajó a Lovaina donde le conoció Francisco de Enzinas, que nos relata su misión.

Aunque Enzinas simpatizaba con el personaje, le dijo delicada pero llanamente que no debía “usurpar la vocación teológica sin llamado especial de Dios”, lo cual era impiedad, o más francamente que, no habiendo estudiado las Sagradas Escrituras ni conociendo las diferencias dogmáticas para refutar los argumentos de los adversarios, no saliese por las plazas públicas gritando como un loco. Que a lo visto era su forma de predicar.

No atendió San Román a los prudentes consejos recibidos, y en 1541 se presentó nada menos que ante el emperador en la Dieta de Ratisbona, atizándole un largo discurso en el que le quiso demostrar que la verdadera religión se hallaba entre los protestantes, y que debería abrazar la reforma e imponerla en sus dominios. A Carlos V le cayó simpático el vehemente castellano, y le prometió atender sus requerimientos. San Román, muy optimista, se presentó dos veces más al emperador para exhortarle, pero a la cuarta los soldados de la guardia, hartos de él, le prohibieron el paso, y aún querían arrojarlo al Danubio sin más trámite. Lo impidió el soberano, que a trueque le retuvo con otros presos en un carro que le acompañaba a donde iba (incluso a la expedición de Argel en octubre), mientras sus diatribas eran examinadas por los teólogos imperiales.

Como no podía ser de otra manera, le hallaron culpable de esparcir los errores de Lutero, y fue remitido a la Inquisición de Castilla. Allí le condenaron a sanbenito y retractarse de sus doctrinas anticatólicas. Mas como él seguía rechazando a voz en cuello ante quien quería oírle el libre albedrío, el mérito de las buenas obras, las indulgencias, la confesión auricular, el purgatorio, la adoración de la cruz, y la invocación y veneración de los santos, finalmente fue relajado al brazo secular (no se conoce el año exacto) y quemado en un auto de fe en Valladolid. Por cierto que algunos arqueros de la guardia imperial, ganados por las nuevas doctrinas, recogieron sus huesos, teniéndolo por mártir. El embajador de Inglaterra pagó 300 escudos por un huesecillo de la cabeza del finado. Irónico final para quien llamaba idólatras a los católicos por venerar reliquias.

Nos dice Enzinas que en su ejecución no había ningún otro luterano, sino sólo judaizantes. Es muy ilustrativo de la época que es llamase facinerosos, impíos y blasfemos, aplaudiendo muy mucho su quema, e indignado de que a San Román se le mezclase con esa gente. La tolerancia de los protestantes terminaba en ellos mismos.

Más allá de su forma de morir, ni entre los propios luteranos tuvó gran aprecio San Román. Campán, el editor belga de las memorias de Francisco de Enzinas, afirmaba de él que “demostró una exaltación parecida a la locura”. Y el propio helenista confesó que se admiraba más de “la paciencia de los católicos que de la dureza con que habían tratado a aquel insensato”.

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Francisco de Enzinas imprime su traducción del Nuevo Testamento

A principios de 1543, había terminado Francisco su traducción al castellano del Nuevo Testamento, y buscó en Flandes editor que lo imprimiese, pensando, como Jaime, que siendo territorio de la monarquía hispánica, sería más fácil que desde allí entrase en la península.

Francisco se detuvo en Frisia oriental para saludar a otros reformadores como el citado Jan Laski, y Alberto Hardemberg, monje bernardo que andaba dubitativo sobre las propuestas de Lutero y Zwinglio. Enzinas y Lasco le convencieron, y acabó dejando los hábitos y casándose con una ex-monja de Groninga.

Por aquellos días arreció la persecución de luteranos por los nuevos decretos imperiales, y veintiocho de ellos fueron reducidos a prisión en Lovaina y Bruselas. Advertido de ello, al llegar a los suyos, Enzinas procuró disimular un tanto sus nuevas convicciones, pero halló que muchos le evitaban pues se había corrido la voz de sus trabajos con Melanchton. Pudo acogerse, no obstante, con un tío suyo mercader en Amberes, llamado Diego Ortega, que se había hecho protestante.

Eran malos tiempos para controversias teológicas. La inicial tolerancia a las ideas “reformadas” habíase trocado en estricta persecución, y cinco dogmatizantes luteranos habían sido quemados por la Inquisición hacía poco en Flandes. Sin embargo, Francisco de Enzinas no se arredró, y tras consultar a varios teólogos y helenistas españoles, presentó su traducción del Nuevo Testamento a la junta de teólogos de la Universidad de Lovaina, para su censura.

Prudentemente, la junta respondió que no podía juzgar la exactitud de la versión, al no tener conocimientos de la lengua castellana, pero que le parecía dudosa utilidad la traducción de la Biblia a lengua vulgar, visto que de tales traducciones habían venido todas las confusiones y herejías en Alemania. Por tanto, negaron tanto su aprobación como su censura a la obra de Enzinas, indicándole que dado que el emperador no había prohibido la impresión de traducciones de textos sagrados en sus posesiones flamencas, libre era, si encontraba un impresor, de editarla.

Poco cortesmente, Enzinas les contestó que “no es maravilla que no entendáis el griego ni el castellano, cuando apenas sabéis la gramática latina, y tenéis que ver por ajenos ojos y oír por ajenos oídos”. Halló en Amberes al impresor Esteban Meerdmann, que aceptó dar la obra a tipografía a costas del propio autor, empeñado en la difusión de su versión del Nuevo Testamento en los países hispanoparlantes.

Por cierto que inició aquí la costumbre de firmar con su apellido traducido, para despistar a los inquisidores. Con frecuencia lo hizo (como buen helenista) en griego como Dryander, o en latín como Quernaeus, pero en los Países Bajos firmó también como Van-Eick, en Francia Du Chesne, y en Alemania como Eichmann, lo cual ha generado posteriormente no poca confusión a los historiadores del protestantismo, que han atribuido sus textos como de varios autores diversos.Dedicó la obra al emperador Carlos V Habsburgo, esperando ganar así su favor, y le puso el antetítulo de “El Nuevo Testamento, o la nueva alianza de nuestro Redemptor y Sólo Salvador Jesucristo”.

Era ese proemio bastante inocente, pero un amigo dominico a quien dio a leer, le aconsejó que modificase lo de la “alianza”, que era término empleado más frecuentemente por los luteranos, así como lo de “solo Salvador”, que parecía sugerir el menosprecio de las obras en la salvación. Así estaban las cosas en aquellos años turbulentos. Resistióse inicialmente, pero al fin, a consejo de familiares y buenos amigos, reimprimió la portada con el definitivo títuloEl Nuevo Testamento de nuestro Redemptor y Salvador Jesu Christo”, para sortear la censura, pues deseaba ardientemente su difusión legal por encima de todo.

Según diversos analistas modernos, la traducción de Enzinas merece en general elogio. El autor conoce profundamente el griego, aunque se detecta una adhesión bastante marcada por la versión de Erasmo de Rotterdam. Las notas son breves, y en general versan sobre palabras dudosas, o pesos y medidas. Es bastante literal y respeta el estilo evangélico, dejando las explicaciones de lo ambiguo para las notas al margen. Eso sí, hubiese sido mejor que marcase con distinto tipo de letra aquellos vocablos que sí suplió para mejor comprensión. A veces es tan literal que pierde incluso fuerza (como cuando en el inicio del evangelio de san Juan traduce Logos por “palabra” en lugar del más común y fiel “Verbo” o “Sabiduría”). El lenguaje es hermoso y pulido, aunque con algunos galicismos. La dedicatoria al emperador está basada en unas palabras del Deuteronomio dedicadas a la obligación del rey con respecto a los tomos de la Ley, para explicar a continuación que ha hecho la traducción para difundir la palabra de Dios, para que los españoles no queden en desventaja frente al resto de naciones de Europa que ya disponen de su traducción a vulgar (incluyendo varias súbditas de Carlos, como el reino de Nápoles) y porque ninguna ley pontificia o imperial lo prohibía, y que contra la opinión de que las herejías nacían de la traducción del latín de los Sagrados Textos, sostenía que estas nacían de la interpretación contraria a la enseñanza de la doctrina de la Iglesia, columna y firmamento de la verdad. Esta introducción estaba pensada para allanar las resistencias de los católicos piadosos, y a fe que lo consiguió. Francisco de Enzinas estaba convencido que una vez se difundiese el Nuevo Testamento en castellano, sería más fácil dogmatizar a los españoles en las ideas de los reformadores. Para poder llevarlo a cabo, estaba decidido a dejar de lado las disputas teológicas y simular sus convicciones hasta que su traducción circulase libremente.

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Francisco de Enzinas ante el emperador

El 13 de noviembre el emperador, que se hallaba en Cambrai, al conocer que se imprimía en Amberes un Nuevo Testamento el lengua castellana, había ordenado su confiscación. El margrave de la ciudad escribió al emperador que varios teólogos franciscanos había examinado la obra, sin hallar enseñanza sospechosa, y a lo sumo podían tacharse algunas notas marginales.

Francisco decidió evitar el golpe contra su obra marchando en persona a Bruselas, donde se había trasladado el emperador a la sazón, y donde llegó el 23 de noviembre. Conocemos el relato de la entrevista y lo acontecido posteriormente por sus Memorias. Comparado con otros documentos contemporáneos, estas son exactas en fechas y hechos, pero por desgracia bastante parciales e injustas en el juicio de las personas que se le opusieron, de las cuales constan en otras fuentes retratos bastante más benignos. Como otros protestante, Enzinas es un convencido de la bondad de sus ideas, y cae con frecuencia en el sectarismo cuando se trata de juzgar a quienes no las comparten, particularmente con los rectores católicos.

Enzinas fue introducido en la corte por Francisco de Mendoza, obispo de Jaén y hombre de gran predicamento en el entorno del emperador por su gran ciencia y loables costumbres, que le recomendó al emperador que admitiese la dedicatoria. Carlos V, que iba con el siglo y contaba entonces 43 años, hizo algunas preguntas básicas al autor y finalmente aceptó la petición siempre que sus consejeros religiosos no hallasen nada sospechoso en el libro.

Pasó el asunto a manos del confesor del rey, el fraile dominico Pedro de Soto, hombre muy docto y piadoso (a despecho del negro retrato con que le pinta en sus memorias Enzinas), reformador de las universidades de Dilingen y Oxford, padre de los teólogos del Concilio de Trento y autor de un excelente catecismo. En años posteriores fue uno de los más firmes restauradores de la fe católica en Inglaterra durante el reinado de María de Tudor.

Al día siguiente le recibió el dominico con grandes muestras de afecto, encareciendo sus buenas letras, y prometiendo dedicarse a su obra de inmediato. Y no pasó ni otro día cuando le citó de nuevo en su celda, en cuya mesa se hallaba el De haeresibus de fray Alonso de Castro, abierto por el capítulo en que se denuncian los daños y herejías nacidas de una atropellada y poco cabal lectura de la Biblia por el vulgo. Estaba todo dicho con tal signo, y fray Pedro de Soto recriminó amigablemente a Enzinas que hubiese ocultado su estancia en Wittelsberg y su relación estrecha con Melanchton y otros dogmatizadores protestantes, así como haber impreso en castellano un libro de Lutero (se refiere al De libertate christiana). Por todo ello, aconsejaba a Enzinas que se apartase de tales compañías e industrias, y que dedicase su preclaro ingenio a dar bueno frutos de religión, en lo cual no habrían de faltarle recomendaciones en la corte, empezando por la suya propia.

Quedó desairado el burgalés, y acertó a defenderse bien de la acusación de la traducción, pues efectivamente no había ley imperial (todavía) que la prohibiera. Asimismo, negó haber traducido ningún libro de Lutero, y explicó que sus relaciones con Melanchton eran puramente intelectuales, y que aún el propio emperador y otros insignes nobles y jerarcas de la Iglesia habían tenido también relación epistolar y diálogos sobre religión con los cabecillas de la así llamada “reforma”.

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Francisco de Enzinas es recluido en la prisión de Bruselas

Sea como fuere, el 13 de diciembre de 1543, Francisco de Enzinas fue preso por orden del canciller imperial Nicolás Perrenot de Granvela y llevado a la cárcel de Bruselas. Aunque al principio tuvo el preso gran angustia por su suerte, pronto comprobó que su reclusión era relativamente benigna, permitiéndosele pasear dentro de la prisión y recibir cuantas visitas quisiese (se cree que más de cuatrocientas bruselenses le visitaron durante su estancia, y hasta dos comisionados de los protestantes de Amberes). Fue consolado por cierto cuchillero de Bruselas llamado Gil Tielmans, famoso en la ciudad por sus obras de caridad, y encarcelado por propagar las enseñanzas de Lutero, que fortaleció su ánimo y con el que trabó gran amistad. Describe Enzinas en sus memorias esta estancia con otros recluidos por heterodoxia con estudiada similitud a las actas martiriales de los primeros cristianos arrojados a los leones del circo por los pretores paganos, empleando diálogos parecidos y a veces tomados textualmente de aquellas.

Lo cierto es que a diferencia del cuchillero, Francisco tenía poderosos protectores, con los que mantuvo correspondencia, y recibió en su prisión tanto al obispo de Jaén como a su ricos parientes de Amberes. Y aunque en privado le reprendieron por emplear sus talentos en tan peligrosa y vana empresa, que sólo traería disgustos a su persona e infamia a su linaje, no dejaron de interceder ante el confesor imperial por él. Pedro de Soto a todos contestaba que no deseaba la condenación de Enzinas, sino su regreso al redil de la Iglesia, donde estarían mejor empleados sus talentos, y que la reclusión no era castigo, sino medicina saludable para mantenerle apartado de las malas influencias (ya vimos que eso no fue así). Hasta el punto de que influyó para que su causa fuese vista no por el tribunal de la Inquisición de Castilla, su nación, sino por el de Bruselas, que suponía más benigno.

En las Memorias declara que fue primero interrogado por los comisarios del consejo privado imperial (en latín, porque no hablaba francés) por la traducción del Nuevo testamento y sus relaciones con Melanchton. Afirmó Enzinas que sus conversaciones con el alemán habían versado sobre elocuencia y filosofía, y muy poco sobre teología (lo cual era poco creíble porque en aquel entonces ya era Melanchton el más prominente y conocido de los reformadores, de importancia pareja a la del mismo Lutero, aunque verbo mucho más calmado y temperamento más apacible), y que le consideraba un buen hombre en lo moral, aunque no se atrevía a juzgar sus escritos sobre religión. Con esto dejaron en paz los comisarios a Enzinas en lo referente al teólogo alemán.

La acusación principal fue que en la edición de su versión castellana del Nuevo Testamento se habían impreso con letras mayúsculas las palabras “Concluimos pues que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley”, de Romanos 3, 28, punto capital de la doctrina de Lutero. Como no había mucha escapatoria en esta evidencia, Enzinas se descargó en el impresor, y acabó excusándose nada menos que en la bondad de destacar esa sentencia para que los lectores no tropezasen donde otros habían tropezado (en referencia a los protestantes), argumento ridículo que no obstante acredita la agilidad mental y el dominio de la retórica que poseía el elegante traductor de griego.

A Luis de Schore, presidente de la corte de Brabante, se le encomendó instruir el caso de Enzinas. Llamó a declarar a amigos y conocidos del acusado en Lovaina y Amberes. El proceso se dilató hasta agosto de 1544, cuando el emperador regresó a la ciudad. El único testimonio nuevo que se pudo aportar fue el de cierto párroco de Amberes, con el que había disputado Enzinas en defensa de Melanchton y Bucero, acabando por llamar al clérigo “asno rudo” (vemos que nuestro burgalés tenía una lengua tan afilada como elocuente, y que de carácter no andaba tampoco muy dulce). No quiso el reo tomar abogado, y sus amigos y parientes volvieron a escribir a Pedro de Soto, intercediendo por él. El dominico, lejos de las injurias que Enzinas le dedica en sus Memorias (le llama hipócrita, cruel, fanático e ignorante), le escribe con frecuencia y con cariño, encareciéndole a que se retractase, y todo le sería perdonado, y aún recibiría honores.

Finalmente se presentaron las acusaciones: haber conversado con y defendido a herejes (particularmente Melanchton), haber traducido o incluso ser el autor de De libertate christiana et libero arbitrio (atribuido a Lutero), haber imprimido la traducción al castellano del Nuevo Testamento sin permiso imperial, y poseer otros libros heréticos y prohibidos. Enzinas respondió negando poseer libros heréticos y matizando las otras acusaciones.

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Fuga de la prisión de Bruselas

Lo cierto es que en apenas un año habían cambiado las cosas a peor, y las prohibiciones imperiales se habían hecho más rigurosas. La posibilidad de convencer a Carlos para difundir legalmente su Nuevo Testamento traducido se había alejado definitivamente, y la ejecución de su amigo Tielmans y otros compañeros de prisión le hizo temer por su vida (en esto yerra Enzinas, pues el tribunal ni de lejos había pedido la pena capital para él). Nada hacía ya allí, y decidió escapar de prisión el 1 de febrero de 1545. En sus memorias, Enzinas describe su salida de la cárcel de un modo similar a la de san Pedro en la de Jerusalén (Hechos 1, 11), atribuyendo a la Bondad divina que se hallase abiertas todas las puertas. Lo cierto es que la reclusión de Enzinas era de las más permisivas, erafrecuente que no se le cerrasen literalmente las puertas de su celda, y de hecho él mismo reconoció que alguna vez había podido coger las llaves sin oposición.

Aunque tenía amigos en la ciudad, por no comprometerles, se confió a un conocido de Amberes que lo sacó por la parte menos vigilada de la muralla. Marchó andando a la cercana Malinas, donde tomó un carro que lo llevó a Amberes junto a otros dos desconocidos. Posteriormente supo que uno de los dos compañeros de viaje era Luis de Zoete, secretario imperial y uno de los que instruían su proceso… como se ve, toda una aventura rocambolesca.

Lo cierto es que tiempo más tarde, informaron de Bruselas a Enzinas que los jueces habían mandado que no se le encerrase estrictamente, y que el propio presidente del tribunal, al conocer la noticia, dijo al carcelero: “dejadle ir, no os apuréis, y cuidad sólo de que nadie sepa nada”. Es evidente que los jueces brabanzones tenían a mayor bien que se exiliara, que tener que ocuparse del juicio por herejía a un noble erudito bien conocido y apreciado en Flandes. Un mes estuvo en Amberes, mostrándose en público y sin ser molestado, antes de volver a Wittemberg a principios de marzo de 1545.

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Actividades en territorio protestante. Ejecución de Jaime de Enzinas

Regresado con Melanchton, este le encargó que pusiera por escrito la relación de su persecución y milagrosa liberación, que plasmó en la obra “De Statu Belgicae deque religione Hispanica”, de hermoso y pulido estilo renacentista, publicada póstumamente y cuyo original es rarísimo, sólo conociéndose una difusión amplia de la traducción al francés.

Poco después se enteró de que se le reclamaba desde el tribunal de Brabante, so pena de muerte y confiscación de los bienes en ausencia. Pensó inicialmente en ir a Italia, pero le disuadieron sus amigos. En Leipzig arregló sus finanzas, y luego partió a Estrasburgo en, donde se alojó en casa del reformador Martín Bucero, y tuvo trato con el conquense Juan Díaz.

Salió el 22 de agosto de 1546 rumbo a Constanza con cartas de recomendación del alsaciano para Ambrosio Blaurer y Vadiano de Saint Gall. Viajó luego a Zurich (donde trabó amistad con Henry Bullinger, sucesor de Zwinglio al frente de aquella congregación), Lindau y Basilea, donde residió bastante tiempo, y donde Juan Oporino imprimió dos de sus libros, uno de ellos una invectiva brutal, burlesca y sectaria contra el concilio de Trento, que no ahorraba insultos al papa.

El otro narra la “Historia de la muerte de Juan Díaz”, según testimonio presencial de un tal Claudius Senarcleus, que hoy en día se cree que es otro de los seudónimos de Enzinas. Díaz, a quien conociera en Estrasburgo, y al que habría acompañado como Senarcleus, fue atacado por su hermano gemelo Alfonso Díaz (juriconsulto en la Curia), que había tratado en vano de hacerle abjurar de su camino protestante, y un criado, en la noche del 27 de marzo de 1546, en Neoburgo, matándole entre ambos a hachazos. Senarcleus escapó de la casa, contó lo ocurrido, y se levantó gran alboroto entre los reformadores, que emplearon este fratricidio como pretexto para no acudir al concilio de Trento, aludiendo a la falta de seguridad (ciertamente, los asesinos a la postre fueron exonerados en atención a la alcurnia de Alfonso).

Ese año le llegó noticia de que su hermano Jaime (o Diego) había sido preso en Roma por la Inquisición, acusado de dogmatizar ideas luteranas en sus círculos de amistades. No se conservan las actas del proceso, y en el “Martiriólogo de Ginebra”, de Jean Crespin se hace una relación del mismo totalmente idealizada, a semejanza de las de los primeros mártires a manos de los pretores paganos, sin relación factual con los procesos del tribunal del Santo Oficio que nos son conocidos. Según este, fue interrogado por una asamblea con el papa y todos los cardenales y obispos de Roma, y que ante ellos “condenó las impiedades y artificios del grande Anticristo romano”, a lo cual los cardenales españoles prorrumpieron en gritos pidiendo su muerte. Lo poco que se sabe fehaciente por otra fuente es que rechazó retractarse y reconciliarse, pese a que se lo solicitaron insistentemente, y murió quemado en hoguera poco después.

En noviembre de 1546, Enzinas escribe una sorprendente carta al cardenal Jean de Bellay, uno de los consejeros más cercanos al monarca Francisco I, recomendado por Martín Bucero, ofreciéndose para espiar a los imperiales por cuenta de Francia, oficio que por lo visto ya había ejercido Juan Díaz, de quien pretendía heredarlo. No consta respuesta ni está confirmado si finalmente se aceptó su propuesta, pero en los siguientes dos años anduvo por las tierras protestantes de Alsacia y Suiza. Tanto le entristecieron y conmovieron las noticias de las continuas divergencias doctrinales, desavenencias y bandos entre los propios reformadores (consecuencia lógica, por lo demás, del principio del libre examen) que llegó a plantearse emigrar a fundar una comunidad protestante nada menos que en Constantinopla, corte del sultán otomano.

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Actividad editorial y últimos años

De tan peregrino proyecto le sacó su matrimonio con Margarita Elter, hija de un correligionario de Estrasburgo. Poco después partieron a Inglaterra con cartas de recomendación de Melanchton para Tomás Cranmer, arzobispo reformista de Canterbury, y Eduardo Seymour, tío y todopoderoso tutor del joven rey Eduardo VI. Ambos estaban decididos a transformar el cisma formal de Enrique VIII en una ruptura teológica, y acogieron bien al ya bien conocido Enzinas. Cranmer le ofreció el puesto de tutor del pequeño duque de Suffolk, y al rechazarlo el burgalés, le nombró catedrático de griego en la Universidad de Cambridge.

Ejerció el cargo durante un año, y en noviembre de 1549 pasó al continente, para resolver los problemas que habían surgido para imprimir algunas de sus traducciones al castellano. El burgomaestre (protestante) de Basilea rechazó autorizar la edición en una lengua extraña a aquellas tierras, por carecer de censores que la conocieran. Enzinas pasó a Estrasburgo, donde Agustín Frisio aceptó meter en planchas las traducciones de Tito Livio y Plutarco, en su mayoría hechas por él. Financiaron la operación los libreros Arnaldo Byrcmann de Amberes y Juan Frellón de Lyon, que impusieron que el nombre del autor no apareciera en las ediciones destinadas a los reinos de España, para evitar que fuesen requisados. Propuso también Enzinas imprimir una Biblia en castellano, pero Byrcmann no se atrevió, por la severa censura que había en España contra esa práctica.

En la obra de Tito Livio había una parte de Fray Pedro de Vega, y en Plutarco otra que era de Diego Gracián de Alderete. Este último era amigo de Enzinas, pese a las discrepancias religiosas (Gracián era católico devoto) y no tuvo inconveniente en que fuese su nombre el que figurase en los ejemplares a distribuir en España, pese a que admitió públicamente que sólo algunas de las obras traducidas lo habían sido por él, sin citar al otro traductor.

Con Byrcmann y Frellón publicó posteriormente otras muchas traducciones al castellano de Luciano, Mosco, y otros autores griegos y latinos. Su mala salud hizo que se trasladase definitivamente de Cambridge a Estrasburgo en 1550, acompañado de su mujer e hijas, Teresa y Beatriz. Visitó a Calvino en Ginebra en verano de 1552. Posteriormente visitó Ausburgo, pero al regresar a Estrasburgo, enfermó de la peste que asolaba la ciudad, falleciendo el 30 de diciembre de 1552, con poco más de 30 años de edad. Su esposa murió poco después, el 1 de febrero de 1553. Sus pequeñas hijas quedaron al cuidado de los familiares de su madre, aunque se sabe que Melanchton se ofreció a adoptar a una de ellas, y Beatriz de Encinas, la abuela castellana, pidió también su custodia. Parece que finalmente el magistrado de la ciudad de Estrasburgo se encargó de su manutención. Las exequias del traductor y su esposa fueron muy concurridas, pues se le apreciaba verdaderamente en la ciudad.

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Legado de Francisco de Enzinas

Mientras Jaime de Enzinas y Francisco de San Román apenas dejaron huella en la historia de la (mal llamada) Reforma, el papel de Francisco de Enzinas fue mucho más relevante en diversos ámbitos.

Fue autor, amén de las ya mencionadas, de la traducción de la “Breve y compendiosa institución de la Religión Christiana”, de Calvino, y se le ha atribuido las traducción al castellano del “Tratado de la libertad cristiana”, de Lutero (lo cual niega en sus memorias).

De los ejemplares de su traducción del Nuevo Testamento, varios se salvaron de la quema ordenada por la Inquisición. En 1556, un editor protestante español, Juan Pérez de Pineda, imprimió de nuevo la obra con seudónimo, con unas pocas variantes (inversiones de palabras). En su traducción de la Biblia, Casiodoro de Reina copió literalmente libros y capítulos enteros de la traducción de Enzinas publicada por Pérez de Pineda, por lo que nuestro burgalés sería el primitivo autor del Nuevo Testamento de la traducción considerada normativa por los protestantes hispanoparlantes, la Reina-Valera.

El estilo traductor del griego de Enzinas, tanto de textos sagrados como literarios, ha sido considerado por los entendidos como profundamente culto, con gran dominio de la gramática helena. Es bastante literal, y limita las notas al margen a lo imprescindible (lo cual se agradece en comparación con otros autores protestantes mucho más prolíficos en sus comentarios). El castellano vertido es elocuente y pulido, verdaderamente hermoso por sí mismo, y su autor poseía cualidades narrativas y dramáticas (que también se encuentran en sus Memorias y en el relato de su audiencia frente al emperador y los hechos acaecidos posteriormente hasta su fuga de la cárcel de Bruselas). No se libra, no obstante, de galicismos habituales en aquella época. También mostró buen dominio del latín, testimoniando que nos hallamos ante un auténtico erudito en lenguas muertas.

Francisco de Enzinas fue, a diferencia de los Valdés (https://www.infocatolica.com/blog/matermagistra.php/2002270322-juan-de-valdes#more39199), un protestante neto, convencido y proselitista. Fue además el español más ilustre de los primeros tiempos de la herejía: amigo personal de Melanchton y Bucero, conoció personalmente a Calvino y Zwinglio. Buen retórico y hasta marrullero, fue fiel a sus ideas y también a la descripción de los hechos, salvo en el juicio a sus adversarios teológicos, en los que cayó en el sectarismo con demasiada frecuencia. Era de ánimo apacible, y pese a su importante labor literaria y a sus esfuerzos por que sus obras se leyeran en España, vivió y murió de forma harto pacífica, salvo el episodio de su fuga, y no creó escuela protestante en su tierra natal.

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Bibliografía

El cuerpo principal de este artículo está basado en el capítulo “Nuestros luteranos fuera de España” de la monumental “Historia de los heterodoxos españoles”, de Marcelino Menéndez y Pelayo. Se han utilizado textos auxiliares diversos consultados en red.

1 comentario

  
El gato con botas
Hace décadas leí la Historia de los heterodoxos españoles. Monumental y estupenda para conoce bien las desviaciones habidas en la fé católica.
15/05/22 2:44 PM

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