La Iglesia siríaca (VII)

El general romano

Un joven aristócrata, Nicéforo, de la distinguida familia de los Focas, había ascendido en el ejército romano oriental durante la década de 940, hasta que se le confío el ejército de la frontera con el califato. En una primera batalla, en 956, sufrió una aparatosa derrota. Nicéforo aprendió de sus errores y el califato sufriría en años sucesivos sus golpes, hasta ganarse el sobrenombre de “la muerte pálida de los sarracenos”. En 960 dirigió una expedición que tomó Creta a los árabes. Era la primera reconquista de los griegos frente al enemigo musulmán, y su prestigio creció inmensamente. Tras vencer en Cilicia, retornó a Constantinopla donde, a la muerte del emperador Romano II, fue proclamado sucesor con el apoyo de la emperatriz viuda, Teófano, con quien casó.

A partir de 964, Nicéforo Focas levantó un formidable ejército de 40.000 hombres, decidido a retomar las provincias perdidas en Oriente. En una campaña de dos años, conquistó definitivamente Cilicia, lanzó expediciones en toda Siria y Mesopotamia, y uno de sus generales ocupó la isla de Chipre. A pesar de la tenaz resistencia de los musulmanes, en sucesivas campañas tomó el emirato de Alepo y finalmente, en 969, 333 años después, reconquistó Antioquía para el Imperio.

En 974 su sucesor y sobrino Juan Tzimisces dirigió una nueva expedición contra los decadentes abasíes, arrebatándoles nuevas plazas y llevando la frontera oriental al Éufrates. A su muerte en 976, los árabes lanzaron una contraofensiva, recuperando varias provincias y sitiando Alepo y la propia Antioquía, pero Basilio II encabezó en 996 un ejército de 40.000 romanos, y no sólo derrotó a los soldados turcos del califa, sino que conquistó todo el valle del Orontes y en conjunto recuperó toda la Siria Occidental hasta el Eufrates, y hasta Trípoli y Emesa por el sur. Tenía planeado lanzar una nueva ofensiva para conquistar Palestina y liberar Jerusalén, pero sus querellas con los zares búlgaros alejaron esa posibilidad, que resultó ser la última para el imperio de Constantinopla.

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La temporal preeminencia de los melquitas en la Siria Occidental

El cambio de tendencia modificó también el equilibrio de fuerzas, predominando los greco-ortodoxos (como Iglesia oficial) en las áreas reconquistadas. La Iglesia jacobita (en cierto modo, la que representaba con mayor fidelidad el espíritu sirio-arameo), que quedó partida entre los dos imperios, buscó establecer relaciones armónicas con el emperador romano. No obstante, sus patriarcas gobernaron desde monasterios situados en territorio bajo gobierno musulmán.

El patriarca jacobita Juan VI Sarigta (965-985)- sucesor de Abraham I (962-963)- visitó Constantinopla acompañado de Sergio, metropolitano de Apamea (en la llanura al norte de Hama), para tratar la situación de los miafisistas en las zonas dominadas por el emperador.

Atanasio IV (986-1002), de nombre secular Lorenzo, gobernó la Iglesia miafisista desde el monasterio de Al-Barid, donde fue el autor de la compilación de leccionarios de ambos Testamentos para el uso litúrgico.

Poco sabemos de sus sucesores, que fueron Juan VII bar Abdun (1004-1033) y Dionisio IV Yahya (1034-1044), al que siguió un período de vacancia en la sede durante 5 años, hasta que fue elevado Juan VIII (1049-1057). A su muerte, sus seguidores elevaron en Amida como patriarca a un monje que había sido estrecho colaborador del finado, llamado Yeshu, con el nombre de Juan IX bar Shushan. Pero otro grupo de obispos, elevaron en Amida a otro religioso con el nombre de Atanasio V (1058-1063). Para evitar el cisma, Yeshu abdicó, pero fue nuevamente elevado a la muerte de Atanasio. Fue conocido por su pasión bibliófila, siendo el autor de una recensión de las obras de san Efraím y san Isaac. También escribió una obra sobre los errores doctrinales de los melquitas, así como una carta al catholicos Gregorio II de los armenios, advirtiéndole de varias malas costumbres de su congregación. Durante su gobierno se produjeron fricciones con el patriarca miafisista copto de Alejandría, Cristodulo, con el que Juan tuvo discusiones acerca de la confesión auricular y de la costumbre de los miafisistas sirios de Libia de mezclar algo de aceite y sal con la oblación eucarística, práctica que repugnaba al patriarca egipcio. Por estos motivos ambas sedes, muy unidas frente a sus enemigos comunes, enfriaron su relación por aquella época.

A la muerte de Juan en noviembre de 1072 fue sucedido por Basilio II, y a su muerte en 1075 por Juan Abdun, el cual fue depuesto por un sínodo en 1077, aunque siguió reclamando su título hasta su muerte en 1091. La inestabilidad se incrementó con los breves gobiernos de sus sucesores, Donisio V Lázaro (1077-1078) e Iwanis III (1080-1082), que desembocaron en un nuevo periodo de sede vacante hasta 1088, cuando fue elevado un nuevo patriarca efímero, Dionisio VI, que murió en 1090. El sínodo reunido se fijó entonces en un monje devoto, Abu al-Faraj de Amida, un discípulo aventajado de Dionisio Modiana, versado en teología, sirio y árabe, pero este rehusó humildemente. Tras nueve meses de vacancia, y sin que los obispos lograran un candidato de consenso, los obispos metropolitanos, con la ayuda de Gabriel, gobernador independiente de Melitene y antiguo subordinado de Filareto Bracamios, acudieron a la celda de Abu y le forzaron a aceptar el cargo, eligiendo este el nombre de Atanasio VI bar Khamoro.

La nueva Iglesia oficial, la greco-ortodoxa, ofrece pocos datos en esta época. Sus patriarcas retomaron el título de único reconocido en la capital y en toda la Siria gobernada por los romanos. A Cristóforo le siguieron Teodoro II (966-977), Agapio (977-995), Juan IV (995-1000), Nicolás III (1000-1003), Elías II (1003-1010), Jorge Lascaris (1010-1015), Macario el virtuoso (1015-1023), Eleuterio (1023-1028), Pedro III (1028-1051), Juan V Dionisio (1051-1062) que trató de mantener la comunión con Roma a propósito del Gran Cisma, pero acabó cediendo ante las presiones del patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario. Siguieron Emilio (1062-1075) que ya no fue reconocido por Roma, Teodosio II (1075-1084) y Nicéforo (1084-1090). Su principal diferencia con la iglesia jacobita (amén de las doctrinales) era su uso litúrgico del griego, en vez del arameo, y su vinculación con la sede de Constantinopla. Todo el rito melquita tendió a la bizantinización durante este periodo, a imitación del rito imperial. Eso alejó aún más a los greco-ortodoxos sirios de sus compatriotas miafisistas y marcó aún más su carácter “griego”.

Lo mismo se puede decir del tercer patriarcado antioqueno, el de los maronitas. En este caso, la lista de patriarcas ni siquiera se acompaña de los años de gobierno: a Domicio le sucedieron Ishaq, Youhanna III, Sham´un, Urmia, Youhanna IV, Sham´un II y Sham´un III, antes de la llegada de los turcos y posteriormente la conmoción de la primera cruzada.

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El dominio selyúcida

En 1030, los sarracenos recuperaron Alepo y su comarca, y el emperador Romano III sufrió una aparatosa derrota cuando intentaba reconquistar la ciudad. No obstante, los bizantinos tuvieron éxito en defender el resto de plazas de Siria, principalmente Edesa, que sufrió un riguroso asedio de varios años de duración. Posteriormente, lograrían que el gobernador árabe de Alepo se declarara vasallo del emperador. La marea cambio los siguientes años, cuando la familia imperial cayó presa de conjuras, gobernada por eunucos y favoritos de emperatrices. El golpe de gracia definitivo fue la aparición de los turcos selyúcidas. Los califas de Bagdad habían contratado durante más de un siglo soldados turcos para su ejército, pero ahora fue una gran invasión de turcos musulmanes sunníes, de la estirpe de un jefe llamado Selyuq, los que, tras conquistar todo Afganistán e Irán, entraron en Irak en 1055, conquistando Bagdad. Allí desplazaron a los búyidas chiíes, siendo el nuevo poder detrás del califa árabe.

El sultán Arp Arslán (1063-1072) lanzó el ataque definitivo sobre Siria. En 1070 sus tropas arrebataron Alepo al general Filareto Bracamio (gobernador griego de Siria), y al año siguiente derrotaron al ejército imperial en pleno en la batalla de Manzikiert (Armenia), penetrando profundamente en Anatolia. Filareto se retiró con parte de las tropas (entre ellas miles de mercenarios normandos) y estableció un gobierno personal en Siria, reclamando el título imperial. En 1078 se avino con el nuevo emperador, Nicéforo III, a cambio de ser nombrado duque de Antioquía. Los selyúcidas establecidos en Anatolia (el llamado sultanato de Rum) lanzaron una nueva ofensiva: en 1084 conquistaron Antioquía, y en 1087 Edesa, poniendo fin a la última reconquista imperial en Siria.

En la misma ofensiva los selyúcidas tomaron Palestina y Jerusalén. Prohibieron a los cristianos la peregrinación a los Santos Lugares que los abbasíes habían permitido, causando indignación en la Cristiandad latina. En Constantinopla una nueva dinastía se había elevado y el emperador Alejo Comneno vio la oportunidad de recabar ayuda de los poderosos occidentales. Envió embajadores al papa Urbano II, solicitándole que los reyes latinos enviaran oro y mercenarios para recuperar los Santos lugares. Esperaba así ayuda para recuperar los territorios de Anatolia y Siria perdidos ante los turcos. En cambio, se encontró con que el papa decidió predicar en 1095 la guerra santa, conocida como Primera Cruzada. Movidos por el fervor religioso, más de 35.000 cristianos latinos, incluyendo nobles, caballeros, hidalgos, siervos y vagabundos, viajaron hacia Oriente dispuestos a recuperar Jerusalén.

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La Primera Cruzada en Siria

Alejo actuó lo mejor que pudo. Al llegar los latinos a Constantinopla, les hizo jurar que devolverían al imperio todas las conquistas que hiciesen en territorios que hubiesen pertenecido al mismo en el pasado, a cambio de proveerles de suministros. Tras muchas batallas y penalidades en Anatolia, los cruzados alcanzaron Cilicia y en octubre de 1097, acamparon a las puertas de Antioquía llevando la enseña del emperador de Oriente. La división del otrora poderoso sultanato selyuquí en diversos emiratos había facilitado la tarea. El emir de la ciudad, Yaghi-Siyan, encerró al patriarca melquita, Juan VII Oxites, en una jaula que colgó de la muralla, y expulsó de la plaza a toda la población greco-ortodoxa y armenia, pero no así a los jacobitas, a los que suponía aliados fiables.

El sitio fue largo y difícil. Las murallas de la ciudad, reconstruidas en su momento por arquitectos bizantinos, eran muy poderosas y disuadieron a los francos de tomarlas al asalto. Los pocos emires que quisieron acudir a ayudar a Yaghi-Siyan fueron derrotados por los cruzados, pero el hambre se cebó más pronto en los sitiadores que en los sitiados, y durante varios meses hubo dificultades para abastecer al ejército, pese a las flotas con suministros que enviaron tanto Alejo como los genoveses. Durante este tiempo, el noble Raimundo de Tolosa encontró a los cristianos maronitas en el Monte Líbano. Fueron restablecidas las relaciones con ellos, y en 1100 el papa Pascual II reconoció la autoridad patriarcal de Youseff Al Jirjisi (aprox. 1100-1120), enviándole un báculo y una corona. Desde ese momento, los maronitas formaron parte de la Iglesia Católica, siendo su título de patriarca histórico y circunscrito a sus fieles (una especie de ordinariato particular), de modo que no pretendiera disputar la primacía siria del patriarca latino.

Mientras, el asedio de la capital siria llegaba a su clímax. Edesa había sido tomada por Balduino de Boulogne, y allí se quedó estancado en mayo de 1098 un poderoso ejército de varios emires turcos, dirigidos por Kerbogha de Mosul, que acudieron a socorrer a la ciudad. El conde normando Bohemundo Hauteville de Tarento (viejo enemigo de los bizantinos) logró entonces que un esclavo del gobernador Yaghi-Siyan le prometiera entregarle una torre. Ante la amenaza de la proximidad del ejército selyúcida y las penalidades sufridas, los cruzados acabaron cediendo a la propuesta de Bohemundo de entregar la torre si la ciudad le era concedida a él. Así se hizo, y el 2 de junio por la noche, los normandos tomaron la torre y abrieron la puerta principal. De inmediato, los cristianos de la ciudad abrieron el resto de puertas y el ejército cruzado entró por sorpresa, conquistando fácilmente Antioquía. Los odiados turcos fueron perseguidos y matados (los cristianos sirios participaron en la matanza). Contra la oposición de varios de los cabecillas, Bohemundo retuvo la plaza y no la entregó al emperador Alejo, pese al juramento hecho en Constantinopla, proclamándose Príncipe de Antioquía.

Deseoso de mantener buena relación con los orientales, el legado papal, Ademar de Monteil liberó de inmediato y repuso al patriarca greco-ortodoxo, Juan VII Oxites, y organizó una procesión de acción de gracias. Oxites, que había sufrido graves penalidades y había tenido los pies aherrojados durante todo el sitio, no podía andar. En agradecimiento a Ademar, accedió a consagrar al primer obispo latino de Siria, Pedro de Narbona, para la sede inédita de Bara (no lejos de Antioquía). Por desgracia, el conciliador Ademar murió en agosto de 1098, y el príncipe Bohemundo, que había visto su influencia aumentada por el hallazgo de la reliquia llamada “lanza sagrada” en la catedral de san Pedro de la ciudad y su victoria sobre Kerbogha en la batalla de Antioquía (28 de junio), obsesionado con mantener su poder en el principado frente a las reclamaciones de Alejo Comneno (que no había olvidado el juramento que comprometía a los cruzados a devolverle todas las posesiones arrebatadas por los selyúcidas), comenzó a ver al patriarca greco-ortodoxo como un posible espía del emperador. Recordando que hacía medio siglo que la sede de Constantinopla y la de Roma no se reconocían mutuamente (Gran Cisma), acabó por expulsar a Juan VII de la ciudad en 1100, proclamando que Bernardo de Valence, sucesor de Pedro de Narbona, era el primado de Siria. El nuevo arzobispo latino trasladó su sede a Antioquía, y creó el cuarto patriarcado en la ciudad, el de los católicos occidentales. Juan VII Oxites se exilió a Constantinopla, donde tendría su sede el patriarca melquita durante casi dos siglos.

Los cruzados prosiguieron hacia el sur, tomando Palestina y Jerusalén en 1099. Así nacieron los llamados Estados Latinos de Tierra Santa, que durante doscientos años tuvieron una importancia capital en la política secular y religiosa de Oriente. En Siria, además del Principado de Antioquía, que ocupaba la Siria noroccidental, se creó en la costa el condado de Trípoli, una estrecha franja al sur, y el condado de Edesa, que ocupaba todo el norte de Siria y parte de Capadocia, en la cuenca alta del río Éufrates. De otra parte quedaron los emiratos selyúcidas, siendo los más importantes los de Damasco, Alepo y Harrán, en Siria oriental. También las comunidades cristianas quedaron afectadas. Los miafisistas jacobitas se retrajeron hacia los territorios musulmanes, donde eran mejor tratados. Los greco-ortodoxos, aunque aliados iniciales de los latinos, se vieron pronto relegados como sospechosos de cooperación con el emperador de Oriente. Sus prelados fueron desplazados por el nuevo clero latino predominante, al que habían de aceptar como legítimo. Entre los nativos, únicamente los maronitas conocieron una expansión de su culto y organización eclesiástica, como aliados de los nuevos señores, saliendo de su tradicional reclusión en el Monte Líbano. A Youssef Al Jirjissi le sucedió Butros (aprox. 1120-1130), que trasladó la sede del patriarcado a Mayfuq (cerca del Monte Líbano). Siguieron Gregorio I de Halat (1130-1141), Ya´qub I de Ramat (1141-1151), Youhanna V de Lehfed (1151-1154) y Butros II (1154-1173). Los maronitas sirvieron como cuerpos auxiliares cristianos en numerosos ejércitos cruzados.

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El patriarcado latino en Antioquía

Siria había quedado dividida en dos mitades, por una línea imaginaria diagonal suroeste-noreste. La parte sudoriental perteneció a varios emiratos selyúcidas, y la noroccidental a varios señoríos feudales latinos (Edesa, Trípoli), aunque más o menos sujetos al influyente príncipe latino de Antioquía. La Iglesia greco-ortodoxa, única reconocida, fue forzosamente unida bajo el gobierno del patriarca latino mientras su patriarca titular estaba exiliado en Constantinopla. El emperador Alejo no aceptó tal estado de cosas.

Bohemundo fue derrotado por los selyúcidas en la batalla de Harran en 1104. Dejando a su sobrino Tancredo como regente, marchó al oeste en busca de ayuda, obteniéndola del rey de Francia, con cuya hija casó, y del papa Pascual II, que bendijo una nueva cruzada. Pero con los refuerzos obtenidos el normando trató de invadir el imperio oriental por las costas de Grecia (viendo retirado el apoyo pontificio). Tras su derrota en Dirraquio en 1107, se vio forzado a firmar con Alejo el acuerdo de Devol, por el que se convirtió en vasallo del emperador y su hijo Juan, rigiendo en su nombre toda Siria con el título de dux imperial. Asimismo se comprometía a dejar que el emperador eligiera al nuevo patriarca antioqueano. Pero Bohemundo no llegó a regresar a Siria, murió en Italia en 1111, y el regente Tancredo desconoció el pacto.

El patriarca Bernardo de Valence (1100-1135) ejerció de fuerza moderadora entre latinos y griegos durante el gobierno del siguiente regente normando, Roger de Salerno (1112-1119), para que hubiese buen entendimiento entre ambos grupos. Roger estuvo en guerra con el emir de Alepo durante su gobierno, y aunque logró vencerle en 1115 en la batalla de Tell Danith, fue derrotado y muerto cuando intentó tomar la capital en la batalla de Ager Sanguinis, frustrando su intento de dominar toda la Siria occidental. Fue sucedido como regente por Balduino II, conde de Edesa y posterior rey de Jerusalén (1119-1124), que consolidó los lazos del principado con el recién creado reino armenio de Cilicia, del que siempre fue aliado. Al alcanzar la mayoría de edad, Bohemundo II, hijo del primer Bohemundo, partió a Siria, casándose con Alicia, hija del rey Balduino II para reforzar su posición como príncipe de Antioquía. Sus seis años de gobierno los pasó combatiendo contra el emir de Alepo en su intento de ampliar sus dominios, pero sus constantes peleas con los condes de Edesa y Trípoli y con el rey armenio de Cilicia restaron toda eficacia a sus acciones. En 1127, Zengi, el gobernador selyúcida de Mosul (Alta Mesopotamia), vasallo del poderoso sultán de Bagdad, unificó todos los emiratos sirios, incluyendo el de Alepo, con lo que los musulmanes formaron un frente unido contra los cruzados. Bohemundo murió en combate en 1130, dejando una niña de dos años llamada Constanza Hauteville como heredera, bajo la regencia de su madre Alicia.

Alicia trató de ejercer el gobierno efectivo, ofreciendo a su hija en matrimonio a muchos señores locales, desde Zengi hasta el príncipe Manuel Comneno, nieto de Alejo, pero su padre el rey Balduino II la expulsó de la ciudad por dos veces. Casada Constanza por su abuelo con un noble aquitano llamado Raimundo de Potiers, este ejerció como príncipe de Antioquía desde 1136 a 1149. Apenas llegado al trono hubo de enfrentar una expedición del emperador de Oriente Juan II Comneno, decidido a recuperar Cilicia y Antioquía según los términos del tratado de Devol que los latinos habían desoído. Tras su éxito frente en Armenia(donde expulsó a todo el clero latino), Juan plantó sus tiendas frente a la capital siria en 1137. Raimundo hubo de someterse a vasallaje al emperador, prometiendo entregar la ciudad a cambio de un nuevo feudo en tierras conquistadas a los musulmanes al este. Asimismo, aceptó que el patriarca latino rindiera homenaje al greco-ortodoxo Oxites que acompañaba a Juan (según el tratado de Devol el patriarca debía ser griego). La expedición militar contra los turcos se llevó a cabo en 1138 y fue un fracaso porque el príncipe de Antioquía no tenía ningún interés en ceder su hermosa ciudad, y apenas participó. Juan II le pidió al menos la ciudadela de Antioquía, pero Raimundo se negó, y el emperador regresó a Constantinopla enfurecido.

A Bernardo de Valence le había sucedido en 1135 como patriarca el arzobispo de Edesa Radulfo de Domfront que, debido a su sangre normanda, era un clérigo francamente beligerante. A diferencia de su predecesor, buscó afirmar su posición a costa del entendimiento entre griegos y latinos. Su propia elevación había sido tumultuosa (incluso se había negado a reconocer al papa Inocencio II), y Raimundo usó esta circunstancia como excusa para deponerlo y encerrarlo cuando las tropas de Juan estaban frente a la ciudad. El terco Radulfo se negó a prestar homenaje a Oxites, y el tiempo le dio la razón cuando los bizantinos se marcharon y Oxites hubo de irse con ellos. Su excarcelación y reconciliación con Raimundo hubo de pasar por un viaje a Italia donde el papa le comnfirmara en su cargo. Tras algunas vicisitudes logró el reconocimiento papal, pero a su regreso a Siria sus intrigas con el conde de Edesa contra Raimundo provocaron que el príncipe no le dejara entrar en la ciudad en el invierno de 1138. Finalmente, un sínodo en Antioquía de todos los obispos latinos de Tierra Santa convocado por el legado papal en 1140, le depuso por elección no canónica, simonía y fornicación. Únicamente los obispos de Edesa votaron en su favor. Fue encarcelado y aherrojado. Logró escapar un año después y viajó a Roma a apelar su caso al papa, pero tras obtener su reposición, murió envenenado antes de regresar, poniendo fin a un turbulento patriarcado digno de épocas más oscuras.

En su sustitución fue elevado Aimery de Limoges, un erudito que dominaba el griego y que tradujo al latín y lenguas romances varios tratados de teología oriental. Aunque fue elegido en 1140, no fue hasta 1149, con la muerte efectiva de su predecesor, cuando recibió la consagración papal. Mientras, el turco Zengi había lanzado una poderosa ofensiva, conquistando en 1144 el condado de Edesa, con lo que los latinos quedaron confinados a la franja costera de Siria, en torno a la gran capital. Para entonces se había hecho con el poderoso emirato de Damasco, controlando toda la Siria y la Alta Mesopotamia. A su muerte en 1146 había fundado una dinastía, llamada zengida. Sus posesiones fueron repartidas: uno de sus hijos heredó las mesopotámicas, y Nurad Din las sirias.

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Influencia imperial y restauración temporal del patriarcado greco-ortodoxo

Juan II había hecho una nueva incursión militar en 1142 para reclamar Antioquía, pero murió en 1143 aún en campaña sin lograrlo. Su hijo Manuel Comneno obligó a Raimundo de Poitiers a renovar el pacto de vasallaje y reconocer al patriarca greco-ortodoxo, aunque sin consecuencias prácticas. En 1148 llegó a las costas de Antioquía la segunda cruzada, al mando nada menos que del rey Luis VII de Francia (en la primera no habían participado monarcas). Raimundo de Potiers trató de convencer al rey de que no marchara a Jerusalén y su ejército le ayudara a conquistar Alepo y Cesarea, ampliando sus posesiones. Al rechazarlo Luis, Raimundo tuvo una relación adúltera con su esposa Leonor de Aquitania (además sobrina suya). Se marcharon los franceses y Raimundo quiso desquitarse atacando a Nurad Din, siendo derrotado y muerto en la batalla de Inab en 1149. Se dice que su cabeza fue enviada en una caja de plata al califa de Bagdad.

De Constanza había tenido Raimundo un único hijo, Bohemundo- apodado el Tartamudo- que contaba tan sólo 5 años, por lo que el principado vio una nueva regencia materna. Constanza la llevó a cabo en solitario (bajo teórica supervisión del rey Balduino III de Jerusalén) hasta 1153, cuando casó con el caballero Reinaldo de Chatillon, uno de los participantes en la segunda cruzada. El patriacra Aimery no vio con buenos ojos el matrimonio por ser plebeyo el novio, pero hubo de plegarse al nuevo regente. Reinaldo era hombre violento: en 1156 acusó al emperador Manuel (su teórico señor) de no habrle pagado cierta cantidad de dinero prometida y decidió cobrársela atacando la isla griega de Chipre. El patriarca latino Aimery se negó a financiar una expedición contra otros cristianos, y el regente ordenó torturarle (le azotó y cubrió las heridas con miel, dejándolo desnudo al descubierto para que los insectos se cebaran en él). Finalmente Aimery se avino, y los latinos arrasaron la isla de Chipre. Aimery se exilió en Jerusalén, donde en 1158 ofició el matrimonio del rey Balduino III con Teodora Comneno, sobrina del emperador Manuel. El enfurecido emperador marchó al frente de un ejército y Reinaldo se humilló ante él, aceptando pagar un tributo en castigo por sus fechorías y aceptar un patriarca griego en Antioquía. Para entonces, Juan Oxites había muerto, siendo sustituido por Juan IX (1155-1159) y posteriormente por Eutimio (1159-1164) y Macario (1164-1166), ninguno de los cuales llegó a sentarse efectivamente en la sede antioquena. En 1160, Reinaldo fue capturado por los musulmanes en una expedición, permaneciendo diecisiete años confinado, y desapareciendo de la historia de Siria. Aimery regresó a Antioquía, alcanzando gran preeminencia en la política local siria.

Constanza de Hauteville trató de recobrar la regencia, pero el rey Balduino III la encomendó a Aimery. La princesa murió en 1163 y Bohemundo III, alcanzada la mayoría de edad, comenzó a regir como príncipe. Constanza había tenido otra hija, María de Antioquía, a la que había casado con el emperador viudo Manuel Comneno en 1161 (al que daría un hijo llamado Alejo en 1169), buscando una alianza con el imperio. Gracias a esta alianza, Bohemundo volvió sus fuerzas contra Alepo, tratando por enésima vez de ampliar sus dominios hacia oriente. En 1164, Nurad Din Zengi lanzó un ataque contra la fortaleza de Harim (que protegía la capital por el este) con todos sus vasallos sirios y aliados de Mosul. Bohemundo logró armar una coalición de latinos de Antioquía, Trípoli, bizantinos y armenios, y acudió en rescate de la plaza. Su ataque fue atolondrado, y fueron derrotados y masacrados en toda la línea en la batalla de Harim. Unos diez mil cristianos murieron y sus principales caudillos (incluyendo Bohemundo III) fueron capturados. Nurad Din tomó varias fortalezas más pero prefirió no avanzar sobre Antioquía (nuevamente regida por el patriarca Aimery) para no enfrentarse directamente al emperador Manuel.

Gracias a las gestiones de su cuñado el emperador, Bohemundo III fue liberado en 1165 tras el pago de un rescate de 150.000 dinares. En agradecimiento, el príncipe aceptó el reestablecimiento del patriarca greco-ortodoxo en 1166, en la persona de Atanasio I. Por primera vez desde la conquista cruzada, el patriarca retornó de Constantinopla para quedarse. Aimery de Limoges protestó y puso la ciudad en interdicción temporal, retirándose al castillo de Al Qusayr durante unos meses. Allí trabó amistad con el patriarca jacobita Miguel, y por enojar a los imperiales, preparó a este un recibimiento ceremonial en su visita a la ciudad en 1167, dándole la bienvenida con toda solemnidad y reconocimiento en la catedral de san Pedro. Nada menos que tres patriarcas residieron durante dos años en la ciudad, y las relaciones fueron peculiares, con el latino y el miafisista aliados contra el melquita.

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El contraataque sarraceno

Nurad Din envió un ejército que conquistó Egipto a los chíies fatimidas en 1169, convirtiéndose en el monarca más poderoso del Oriente, con mayor influencia que el propio sultán selyúcida de Bagdad. Puso como gobernador egipcio a Saladino, un sobrino de su general de confianza, el kurdo Shirkuh. Saladino resultó amar en exceso su autonomía, provocando el enojo de Nurad Din, al que desobedecía de contínuo. Cuando este ya armaba una expedición de castigo en 1174, murió, y Saladino acabó pronto por hacerse también con el control de Siria al morir el heredero de Nurad Din en 1181. Unos años antes, en 1176, los selyúcidas del sultanato de Rum habían aplastado un ejército imperial al mando de Manuel en la batalla de Miriocefalon (donde también participaron caballeros latinos de Antioquía como vasallos del emperador). Aunque las pérdidas no fueron graves, el Imperio perdió la iniciativa e inició su definitiva decadencia.

Bohemundo III había enviudado antes de 1175 de su primera mujer (una noble local), que le había dejado dos hijos varones. Casó entonces con Teodora Comnena, una sobrina del emperador Manuel, con el que deseaba reforzar lazos. Pero a la muerte de este en 1180 (pese a que tenía tres hijos pequeños con ella), Bohemundo la repudió para casarse con una tal Sibila, una mujer plebeya con fama de bruja. Ello le valió la excomunión fulminante por parte del papa Alejandro III, que puso el principado bajo interdicción. El contumaz Bohemundo encarceló al patriarca Aimery y varios obispos, saqueando sus iglesias, y expulsó a una legación conciliatoria del rey de Jerusalén, así como a varios de sus nobles que la secundaban. Saladino aprovechó las disensiones para atacar el territorio del principado en 1183, y Bohemundo III hubo de firmar un tratado de vasallaje con él. Mientras, las intrigas por la sucesión en el reino de Jerusalén, en las que también el príncipe de Antioquía participó, facilitaron la campaña del kurdo. Tras la batalla de Hattin, en 1187, el ejército cruzado (en el que participaba Raimundo de Antioquía, primogénito del príncipe) fue derrotado, y Saladino conquistó Jerusalén y casi todo el reino. Poco después atacó Antioquía, pero fue rechazado gracias al auxilio de una flota normanda siciliana.

En 1180 un terremoto había destruido parcialmente la catedral melquita, matando a parte del clero allí reunido, entre ellos el patriarca Atanasio. Aimery entonces regresó a la ciudad, donde fue poco después encerrado por el príncipe, como ya se dijo. Tras su liberación, logró que se levantase el interdicto (aunque no la excomunión), pero conspiró junto a varios nobles de la ciudad contra Bohemundo III. Durante esa década, además de la buena relación con el patriarca jacobita (que no concluyó en ningún acercamiento doctrinal), tuvo reuniones con el patriarca maronita Butros III (1173-1189) que concluyeron en la reunificación formal con la Iglesia católica. También tomó parte en conversaciones para la reunificación con la Iglesia ortodoxa armenia (también miafisista), aunque estas no llegaron a buen puerto.

Los últimos años de Bohemundo III fueron de caos y decadencia. Su aliado Raimundo de Trípoli había muerto poco después de Hattin, nombrando a Raimundo, hijo primogénito del príncipe de Antioquía como su sucesor, pero este, neciamente, impuso a su otro hijo Bohemundo IV. Ambos hermanos entraron en conflicto, y poco después Bohemundo se enredó también en intrigas en la sucesión al torno del reino de la Pequeña Armenia en Cilicia. Al llegar la cruzada germánica a Antioquía portando el cuerpo del emperador Barbarroja en 1190, se negó a participar en ella para no molestar a Saladino, prefiriendo continuar con sus intrigas. En 1194 fue capturado por el rey armenio León II. Para obtener su liberación, entregó Antioquía a su captor, pero al llegar los emisarios armenios a la ciudad, el patriarca Aimery encareció a los nobles y la población a que se resistieran, entregándose a la soberanía de Raimundo IV de Trípoli, el primogénito del príncipe. Finalmente se firmó la paz y Raimundo casó con Alicia de Armenia, la sobrina del rey León. Bohemundo III murió en 1201, tras 38 años de reinado desastroso. Para colmo, su hijo Bohemundo IV y su nieto Raimundo Ruopen, hijo de su primogénito, se enzarzaron en luchas por la sucesión. Aimery había muerto en 1194, siendo sustituido por Radulfo II (1194-1196) y este por Pedro de Angulema, que falleció en 1208. Para entonces el emperador de Constantinopla ya había reconocido al patriarca latino como cabeza de la Iglesia siria. Los sucesores greco-ortodoxos de Atanasio fueron Teodosio III (1180-1182), Elías III (1182-1184), Cristobal II (1184-1185) y Teodoro IV Balsamon (1185-1199). Nacieron y residieron en Constantinopla, donde ejercían cargos directos en la Iglesia local, siendo su primado sirio puramente honorífico.

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Miguel el Grande

Mientras estos trastornos sucedían en la Siria litoral, los territorios bajo gobierno musulmán eran el principal asiento de la comunidad miafisista. Tras un patriarcado inusualmente largo de 40 años pastoreando a los jacobitas en medio de las turbulencias políticas y religiosas, murió Atanasio IV bar Khamoro en 1129. Había reforzado el poder patriarcal al designar al mafriano (primado de Mesopotamia) Dionisio Mosa en 1112. Ordenó 61 metropolitanos y obispos durante su gobierno. Fue elevado en su sustitución Juan X bar Mawdyono (1129-1137), a quien sucedió Atanasio VII bar Qutreh (1138-1166). Su sucesor Miguel había nacido en 1126 una familia del clero de Melitene (en el sultanato de Rum). Su padre Elías Qindasi era sacerdote (recordemos que en la Iglesia oriental los casados se pueden ordenar), y su tío Atanasio era obispo de Anazarbus de Cilicia. Cerca de la ciudad se hallaba el monasterio de Bar Sauma, sede patriarcal jacobita desde hacía más de un siglo. Allí profesó el joven, siendo elegido archimandrita y mejorando el monasterio (por ejemplo instalando un suministro de agua potable).

En un sínodo el 18 de octubre de 1166, fue elegido patriarca de la Iglesia siríaca miafisista. Dos años después peregrinó a Tierra Santa, visitando Jerusalén y Antioquía, donde permaneció durante un año. Este periplo sirvió para entablar excelentes relaciones con los señores cruzados, y muy especialmente con Amaury de Nesle, patriarca latino de Jerusalén, y con Aimery de Limoges, patriarca latino de Antioquía, con quienes trabó amistad. Su ascendiente entre los cristianos de Oriente le valió ser invitado por el emperador Manuel I Comneno a Constantinopla en 1170 para tratar la reunificación de las dos Iglesias. Desconfiando de los griegos, rechazó tanto esta invitación como dos entrevistas en años sucesivos con representantes del emperador. Su propio emisario, Juan de Kaishoum, se limitó a llevar al emperador las cartas que contestaban sus requerimientos: en todas ellas había simplemente una profesión del credo miafisista.

Miguel hubo de afrontar rebeliones de sus monjes de Bar Sauma en varias ocasiones, así como dos veces por parte de obispos opuestos a él, que llegaron a obtener su detención por soldados del poderoso emir de Mosul en 1174. Cada vez más incómodo con su propio clero, residió en los estados cruzados entre 1178 y 1180. El papa Alejandro III le invitó al tercer concilio lateranense, y aunque declinó acudir, Miguel remitió al mismo un largo tomo contra los cátaros albigenses.

La tensión en la Iglesia jacobita estalló en 1180, cuando un grupo importante de obispos elevaron como patriarca en su sustituición a Teodoro Bar Wahbon (antiguo discípulo del propio Miguel), provocando un cisma eclesiástico. El patriarca lo encerró en el monasterio de Bar Sauma, del cual logró escapar, huyendo a Damasco donde intentó en vano apelar a Saladino. Luego se refugió en Jerusalén hasta la caída de la ciudad en 1187, hallando acogida final en la casa del catholicos armenio Gregorio IV, que logró que el rey armenio de Cilicia, León II, le reconociera como patriarca de los jacobitas. El cisma duró hasta la muerte de Teodoro en 1193.

A pesar de su mediocre desempeño como patriarca (lleno de claroscuros), Miguel ha pasado a la historia como “El Grande” por su producción literaria: compuso trabajos sobre liturgia, sobre doctrina miafisista, leyes canónicas y sermones, pero sobre todo es conocido por su monumental “Crónica mundial”, la más larga y rica superviviente de toda la literatura siríaca. Esta ambiciosa obra comienza desde la Creación hasta su propia época, y tiene como gran valor el incluir referencias y fragmentos de autores antiguos hoy perdidos (por ejemplo el testimonio flaviano o Dionisio de Tel Mahre). En su obra proporciona también datos valiosos de su tiempo, como por ejemplo la tolerancia de los latinos hacia los miafisistas

“los pontífices de nuestra Iglesia jacobita vivían en medio de ellos sin ser moelstados ni perseguidos. En Palestina, como en Siria, nunca tuvieron dificultad para practicar su fe, ni se les insistió en una sola fórmula para todas las gentes y todas las lenguas de los cristianos. Ellos consideraban como cristianos a cualquiera que venerara la Cruz, sin inquisición de sus creencias”.

También alabó a los caballeros templarios y hospitalarios ante sus propios feligreses:

“Cuando los templarios y los hospitalarios ocupaban un puesto militar hasta la muerte, morían haciéndolo. Cuando un hermano moría, alimentaban a los pobres durante cuarenta días, y daban alojamiento a otros cuarenta. Consideraban mártires a cuantos morían en combate. Distribuían a los pobres la décima parte de su comida y bebida, así como la décima parte del pan que hacían. A pesar de sus grandes riquezas, eran caritativos con cualquiera que venerara la cruz. Fundaron hospitales por todas partes, sirviendo y ayudando a cuantos forasteros caían enfermos.”

En su obra, además, Miguel el Grande es el primer autor en identificar el idioma sirio con el antiguo arameo bíblico, así como en considerar a los sirios emparentados y descendientes de los asirios (en base a la similitud de nombres). De su Crónica bebieron autores como Bar Hebraeus, el seudo-Jacobo y Maribas el Caldeo.

Murió en el monasterio de Bar Sauma en noviembre de 1199. A su muerte el sínodo jacobita elevó a Atanasio VIII, pero frente a él se erigió como anti-patriarca precisamente el sobrino de El Grande, del mismo nombre, en Melitene. Se le conoció como Miguel el Joven y rigió allí hasta 1215.

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