La Iglesia siríaca (VI)

La comunidad cristiana siria bajo el Islam

En 631 murió Atanasio Gammolo, sin duda el más influyente de los primeros patriarcas miafisistas sirios. Fue elegido para sustituirlo su secretario el monje Juan II de Sedre (Yuhannan de Sédré, 631-648), que ya había encabezado la delegación patriarcal al reino persa en 628. Él hubo de pilotar la iglesia siríaca durante los turbulentos años de la ocupación árabe. De hecho, el califa Umar le convocó en 638 y le exigió que explicara sus creencias, en representación de toda la comunidad cristiana de Siria, siendo esta la primera vez que el patriarca miafisista era tenido por la primera autoridad espiritual del país. A petición del califa, Juan hizo la primera traducción al árabe de los Evangelios conocida. Además de recoger estos encuentros, también escribió un tratado contra los artrodocetas.

Contemporáneamente, el mafriano Marutha de Tikrit (628-649), además de escribir himnos, cantos litúrgicos, homilías, comentarios de Evangelios, un tratado contra el difisismo y una Vida de Mor Audemmeh, fue el verdadero organizador de la Iglesia miafisista siria en Mesopotamia, estableciendo doce obispados en Persia, uno en Azería y dos en el actual Afganistán, siendo el artífice de la expansión de los jacobitas por Oriente (de forma paralela, aunque menos numerosa, que la de los difisistas de la Iglesia de Oriente.

Liberados de la tutela del emperador romano, los sirios se inclinaron ya por mayoría aplastante hacia la fe miafisista. La influencia monástica obró poderosamente en ese sentido. De hecho, la gran mayoría de los siguientes patriarcas miafisistas fueron monjes: Teodoro (649-667), Severo II bar Masqueh (667-681) o Anastasio II Baldoyo (681-686). Durante su gobierno tuvo lugar la guerra civil entre árabes al concluir el gobierno de los llamados “cuatro califas perfectos” que habían sucedido a Mahoma, y que concluyó con el triunfo de la familia Omeya y la instauración por Muhayya (gobernador de Siria) del califato de Damasco en 661. El dinámico imperio musulmán estableció su capital en la antigua ciudad aramea, elevando a Siria al centro político del mundo. Damasco vio su principal basílica, la de san Juan Bautista, convertida en la mezquita más grande y bella de su época.

La Escuela de Edesa

La decadencia de Antioquía se vio compensada con el florecimiento de la miafisistas Escuela de Edesa, lo cual supuso, no sólo el desplazamiento del eje de la Iglesia siríaca hacia oriente, sino también el reavivamiento de la vieja querella con los difisistas mesopotámicos de Nisbis.

Severo Sebokht (575-667 d.C), un converso del nestorianismo que tuvo que abandonar la escuela de su ciudad natal, Nisbis, en 612 para establecerse en el monasterio eufrático de Kennesrin, es la primera figura prominente de dicha escuela. Consagrado obispo de Europos del Éufrates, es considerado el primer intérprete medieval de Aristóteles (sobre todo la lógica y los silogismos) y vertió al griego el tratado “De la interpretación de Aristóteles” de Pablo el persa. La difusión de sus tratados hacia occidente fue la base para que siglos después se pudiera establecer la escolástica en la Cristiandad latina. Asimismo, su interés en la traducción al siríaco de obras orientales, permitió redescubrir las “tablas fáciles de Ptolomeo”, el astrolabio y la introducción en el mundo árabe (y a su través, a Occidente) de las cifras indias, posteriormente conocidas como arábigas y hoy difundidas universalmente. En cierto modo, concilió la filosofía cristiana con los avances científicos de la época, frente al cientifismo especulativo de la escuela antioquena clásica.

Entre sus discípulos en Kennesrin destaca Jacobo de Edesa (633-708 d.C), nacido en un pueblo entre Alepo y Antioquía, que fue obispo de Edesa tras formarse en la escuela teológica de Alejandría (donde estudió intensamente la obra del monofisista Juan Filopón). Apenas cuatro años después, dejó el cargo tras ser desautorizado por el patriarca Juliano II ante su propio clero, por querer aplicar estrictamente el código canónico. Tras peregrinar por varios monasterios, se estableció definitivamente en Mor Eusebohna, cerca de su pueblo natal, donde- por sus amplios conocimientos de siríaco, griego y hebreo- se convirtió en el san Jerónimo de los sirios, revisando y traduciendo al siríaco el Antiguo Testamento, tanto de la versión original de los Setenta como de la siríaca Peshitta, y manuscritos hebreos independientes. Su trabajo bibliográfico (que dividía por vez primera los libros en capítulos) fue minucioso, agregando citas, notas al pie e incluso indicaciones de cómo pronunciar los nombres hebreos antiguos. Produjo además muchas obras: un Hexameron o exhaustivo comentario del Génesis en forma de diálogo, tan científico como teológico; una continuación de la Cronographia de Eusebio de Cesarea (continuándola hasta el reinado del emperador Justiniano II y el califa Abd-al-Malik); una gramática siríaca que normativizó esa lengua (ya la única hablada entre el pueblo sirio en aquellos años, en detrimento del griego, reservado a los eruditos); traducciones al siríaco de Severo de Antioquía, Aristóteles o Galeno, un manual de filosofía hagiografías, biografías homilías, obras litúrgicas, etc, etc. Un trabajo impresionante que le acredita como uno de los autores sirios más destacados en la historia. Por cierto, que entre sus aficiones estaba la astronomía, y Jacobo de Edesa sostenía que la tierra era redonda, que la luna no emitía luz propia sino reflejada (y que por tanto sus fases eran un fenómeno óptico) e incluso escribió que, dado el tamaño calculado para nuestro planeta, entre la península ibérica y la India debía existir una tierra desconocida e inexplorada aún, anticipando la existencia de América.

Otros discípulos menos brillantes de Sebokht en Kenneserin fueron Jorge, consagrado “obispo de los árabes” para evangelizar a las tribus junto a la ciudad de al-Kufa en 686 d.C, y el monje Atanasio de Balad, dedicado principalmente (como su amigo Jacobo de Edesa) a la traducción y comentario al siríaco de autores griegos, destacando entre ellos varios padres de la Iglesia (Gregorio Nazianceno, Basilio de cesarea, Severo de Antioquía) y sobre todo el filósofo Aristóteles, verdadero objeto de todos los miembros de esta escuela. En 683 fue elevado al patriarcado miafisista de Antioquía.

Gloria y ocaso de Siria en el califato

Para entonces, el Islam se hallaba extendido en Oriente, Persia y Egipto, y continuaba expandiéndose por el Norte de África, Anatolia y Afganistán. Aunque a los cristianos se les toleraba su culto, debían pagar el impuesto obligado (o yizia) de los dhimmis (los adherentes a las religiones “del Libro”, o sea, judíos y cristianos), y les estaba vedado el acceso a cargos públicos. Muchos cristianos comenzaron progresivamente a apostatar para hacerse musulmanes. Por ese motivo, Atanasio II escribió varias cartas criticando a los cristianos que imitaban los usos religiosos musulmanes o se casaban con ellos, abjurando de su fe. Curiosamente, en otra carta criticaba también la participación de cristianos en sacrificios paganos o las relaciones de mujeres cristianas con paganos, descubriendo así que en plena expansión del Islam, el paganismo aún pervivía en algunos lugares de Siria.

A Atanasio II le sucedieron Juliano II (687-708 d.C), Elías (709-722 d.C)- un monje converso de la ortodoxia tras leer a Severo de Antioquía-, y Atanasio III (724-740 d.C), e Iwanis (o Iván, también llamado Juan II por algunos cronistas). En 744 fue visitado por el califa Marwan II, al que dio muchos regalos, obteniendo de este una autorización oficial. Esto suponía un afianzamiento de la posición del patriarca, y también una mayor tolerancia a los cristianos, pero por otra parte, iniciaba el camino de dependencia de los siríacos al poder civil. Y un poder musulmán.

Marwan II no disfrutó mucho de ese poder: las guerras civiles entre miembros del clan gobernante habían minado su autoridad, sobre todo en Persia y Mesopotamia. En 750 fue derrotado por una coalición de árabes al mando de Abu Al-Abbas, que poco después le asesinó e inauguró una nueva dinastía, la de los abbásidas.

Al Abbas trasladó la capital de inmediato a Kufa, al sur de Irak, para alejarse de Damasco, donde los omeya aún tenían partidarios. En 762 se establecería definitivamente en Bagdad. Como en Mesopotamia eran mayoritarios los nestorianos, los miafisistas perdieron su efímera preeminencia en el califato. Tras ser brevemente el centro del mundo, Siria perdió para siempre su importancia en el imperio musulmán.

El patriarcado melquita en el exilio

Y si los miafisistas habían tenido un breve periodo de esplendor durante el gobierno de los omeyas, exactamente lo contrario había ocurrido a los ortodoxos. Al llegar los musulmanes a Antioquía, el patriarca Macedonio (sucesor de Anastasio III,620-628 d.C) huyó a Constantinopla bajo la protección del emperador hasta su muerte en 640 d.C.

Es muy poco lo que se sabe de sus sucesores, titulares de la tesis de forma meramente testimonial, pues residían en la capital del imperio, acompañados por la mayoría de sus obispos, de modo que la menguante comunidad ortodoxa siria se hallaba desatendida.

A Jorge I (640-656) le sucedió Macario, del que nada se sabe antes de su participación en el Sexto Concilio Ecuménico, el Tercero de Constantinopla, convocado en 681 por el emperador Constantino IV para liquidar el monotelismo, un fracasado intento de reunificación de ortodoxia y miafisismo que sólo había provocado el cisma con la Cristiandad latina, y que ya no tenía sentido una vez los países de mayoría miafisista (Egipto, Siria y Armenia) habían caído en poder de los infieles. Macario fue el único patriarca oriental que defendió el monoteletismo, y para enfrentarse a los legados papales, trató de dar un sentido monotelita a escritos de varios papas. Únicamente tuvo éxito con una carta del papa Honorio, consiguiendo indirectamente que el pontífice finalmente anatemizara a su predecesor Honorio por ese motivo.

Macario fue depuesto por el concilio y enviado a Roma junto a sus partidarios, donde el papa Benedicto II trató sin éxito de convencerlo para que abandonara el monoteletismo, acabando sus días en un monasterio.

Liquidado el monoteletismo, poco se sabe de los sucesores de Macario, Teófanes, su sustituto (681-687 d.C), Sebastián (687-690 d.C), Jorge II (690-695 d.C) y Alejandro II (695-702 d.C). Incluso las listas son confusas, y algunas incluyen un Tomás entre Teófanes y Jorge II. La decadencia de la comunidad melquita fue tal que después de 702, no fue nombrado patriarca ortodoxo de Antioquía, durante 40 años.

Las comunidades cristianas siríacas en la política abbasí

Finalmente, un monje ortodoxo- ignorante pero piadoso- llamado Esteban logró que el califa omeya Hixam levantara la prohibición de nombrar patriarca. En 742, Esteban IV se convirtió en el primer patriarca ortodoxo presencial de Antioquía en más de un siglo, y también consagró el regalismo califal sobre la comunidad melquita, del mismo modo que lo haría la comunidad jacobita por aquellos años. La primera víctima de ese regalismo fue el propio Esteban, depuesto por Marwan II apenas alcanzó al poder a finales de 744, para ser sustituido por su tesorero Teofilacto Ban Qanbara de Harran (744-751 d.C), con la principal misión (incluido el mando de un ejército califal) de acabar con la comunidad maronita.

San Marón fue un monje anacoreta sirio muerto en 410, que había creado una comunidad en torno al Monte Líbano basada en el ascetismo riguroso. Sus sucesores ejercieron de guías de la comunidad y, aunque abrazaron las enseñanza de Calcedonia, se mantuvieron alejados de las disputas entre ortodoxos y miafisistas. Con la conquista musulmana y el exilio de patriarca y obispos, perdieron el contacto con la autoridad religiosa imperial. Para cubrir esa ausencia, en 686 d.C, decidieron elevar a su abad, Yuhannan Maron (san Juan Maron), como patriarca de Antioquía y todo el Oriente, obteniendo el reconocimiento del papa Sergio, pero no de los otros patriarcas ortodoxos residentes en Constantinopla. Juan marón trasladó la sede patriarcal al monasterio de san Marón de Kfarhi (cerca de Hama), donde rigieron sus sucesores Ciro y Gabriel. Asumieron una cierta independencia teológica al no aceptar la tesis de la doble voluntad de Cristo expuesta por san Máximo el Confesor y aceptada por el Tercer Concilio de Constantinopla. Para entonces, los maronitas se habían establecido como comunidad ortodoxa pero separada de los melquitas, y en cierto modo más vinculados a Roma que a Constantinopla, convirtiéndose en la tercera comunidad siria occidental y en el cuarto jugador de la partida de los cristianos de oriente, junto a nestorianos, jacobitas y melquitas. Se desconocen los efectos de la tarea encomendada a Teofilacto, más allá de constatar la división dentro del campo ortodoxo entre melquitas (a los que sería más correcto a partir de ahora llamar greco-ortodoxos) y maronitas.

Los abbasíes no sólo trasladaron su capital a Irak, sino que también siguieron una política religiosa diversa a la de los omeyas: del monopolio político y económico de árabes y musulmanes, se pasó a una apertura a otras etnias (como los persas) y confesiones religiosas (sobre todo cristianos y judíos, las religiones “del Libro”). Lo que marcaría ahora el imperio sería el gobierno absoluto del califa.

De ese modo, la tolerancia por los cristianos aumentó, pero lo hizo en base a una sumisión política total al califa. La división entre cristianos favorecía esa tendencia, pues el monarca siempre podía apoyar a unos para perjudicar a otros.

Así, Abu Al-Abbas aceptó la restitución del patriarcado ortodoxo que había permitido su antecesor omeya, pero condicionada a su gobierno sobre el patriarca, que definitivamente dejó de ser una suerte de agente religioso del emperador de Oriente. Para demostrarlo, en 751 sustituyó al patriarca greco-ortodoxo Teofilacto (sospechoso de simpatías omeyas), por su candidato Teodoro (757-791 d.C).

El cisma en la comunidad miafisista

Más dificultades tuvo su sucesor y sucesor Al-Mansur (el fundador de Bagdad, junto a la histórica Babilonia) en designar al sucesor del patriarca miafisista (la comunidad más numerosa con diferencia) a la muerte de Iwanis I en octubre de 754. Nombró primeramente a un tal Isaac, que tomó el nombre sirio de Euwanis, pero fue rechazado por los obispos, al igual que al sucesor designado un año después tras su asesinato, Atanasio Sandalaya (755-758 d.C), que también acabó muriendo violentamente. Se reunió entonces un sínodo de obispos jacobitas en Hierápolis (norte de Siria), que tras mucho tiempo de discusiones sin alcanzar un consenso, acabó cediendo a las presiones de muchos clérigos y fieles, elevando a Jorge, vicario del obispo Teodoro de Samosata, un monje de Kennesrin converso de la greco-ortodoxia. Los obispos mesopotámicos, disconformes, se retiraron y elevaron a su propio patriarca, Juan de Callinico, provocando un cisma dentro de la comunidad. El califa no reconoció a ninguno de los dos.

A la muerte de Juan de Callinico en 765, se reunió un sínodo de reconciliación en Saroug (no lejos de Hierápolis), que fracasó por la negativa de Jorge a reconocer las consagraciones episcopales realizadas por el difunto. Al-Mansur vio su oportunidad y acogió en su propio palacio una reunión de los obispos disidentes que elevaron a David de Dara como nuevo patriarca, con el firman del califa, que en 766 ordenó la prisión de Jorge en Bagdad por resistir a sus decisiones. Por cierto que Jorge coincidió en las mazmorras con el catholicos nestoriano Jacobo II, y alcanzaron un acuerdo histórico entre ambos enconados enemigos, devolviéndose mutuamente templos arrebatados en varias ciudades de Mesopotamia. Las relaciones entre miafisistas y difisistas, tras unos siglos anteriores llenos de apasionamiento y persecución mutua, mejoraron ostensiblemente desde ese momento, ante el enemigo común del Islam dominante.

David de Dara, convertido en marioneta del califa, trató de imponer su autoridad con la cooperación de los gobernadores musulmanes: los obispos partidarios de Jorge fueron depuestos y exiliados, y sustituidos por clérigos afectos. A la muerte de Al-Mansur en 775, su sucesor Al-Mahdi liberó a Jorge, pero con la exigencia de que no pretendiera ejercer de patriarca. En los años sucesivos, sin embargo, sus seguidores lograron recuperar sus sedes frente al debilitado David, que ya no contaba con apoyo califal. Tras su muerte en diciembre de 790 en el monasterio de Bar Sawma, los obispos elevaron a Jospeh (790-792 d.C), recuperando la unidad definitivamente.

La decadencia de la Iglesia siríaca

Con el desplazamiento del poder político a Bagdad, la Iglesia siríaca también desplazó su centro de actividades hacia Mesopotamia. Ciriaco de Tikrit (al sur de Asiria) fue elevado nuevo patriarca jacobita en 792 en un sínodo en Hellenopolis. Fue hombre estricto con el código canónico, y convocó numerosos sínodos. En el de 793 en el monasterio de Beth Batin (cerca de Harran, en el extremo más nororiental de Siria) introdujo 30 nuevas normas canónicas, y en el de 797 en el monasterio de Nawawis, intentó una reconciliación con la minúscula secta de los aftartrodocetistas (también llamados “julianistas”), bloqueada finalmente por la mayoría de obispos. En 808 convocó un tercer sínodo en Beth Gabrin para condenar el uso de los monjes de Gubba Baraya de un término (laḥmo shmayono, “pan celestial”) no canónico que se había hecho popular durante la consagración. Varios obispos opuestos a Ciriaco formaron un conciliábulo y consagraron como patriarca a Abraham de Qartin, provocando un nuevo cisma, durante el cual el antipatriarca consagró numerosos obispos y hasta metropolitanos, todos ellos empleadores profusos del laḥmo shmayono. Ciriaco murió durante el concilio de Mosul de 817, siendo enterrado en su ciudad natal y beatificado por la Iglesia jacobita. Fue autor de un monumental tratado Sobre la Divina Providencia, con 98 discursos, así como 72 nuevos cánones de la Iglesia miafisista siria, un elogio de la castidad, varias cartas al patriarca copto de Alejandría, y un Credo común elaborado con el “patriarca” julianista.

Un sínodo de 48 obispos en Ar-Rakka elevó en su sustitución a Dionisio de Tell Mahroyo (una aldea cercana a Callinicum- antigua Leontópolis, en el Alto Eufrates). Provenía de una antigua familia patricia, y se formó en el monasterio de Kennesrin, principal centro de espiritualidad miafisista de Siria, hasta su destrucción por un incendio en 815. Pasó al monasterio de Kaisum, cerca de Samosasta, donde se especializó en estudios históricos (fue autor de unos célebres Anales en los que trató la historia de Oriente entre los siglos VI a IX). Dionisio contó con el apoyo del influyente maphriano (primado) de Mesopotamia, Basilio I.

Dionisio pasó su pontificado empeñado en lograr de nuevo la unidad de la iglesia jacobita, y buscando para ello el apoyo de diversas autoridades musulmanas, señaladamente el califa Al-Mamún, con el que se entrevistó varias veces entre 829 y 834. No logró evitar que, a la muerte de Abraham en 837, los díscolos del laḥmo shmayono elevaran para sucederle a un tal Simón, como antipatriarca, del cual se desconoce cuantos años rigió. También tuvo diversas disputas sobre la titularidad de sedes con el clero mesopotámico, acostumbrado a una amplia autonomía, cuando logró dominar el nombramiento de los maphrianos. Los últimos años de su vida fueron amargos: la familia califal abbasí cayó en una guerra civil casi perenne, y los cristianos sufrieron opresión y confiscaciones, sin que el patriarca pudiese evitarlo pese a su antigua amistad con las autoridades musulmanas. Murió triste y frustrado en 845 d.C.

Juan III, un monje del monasterio de Mar Zacchaeus cerca de Raqqa, fue elevado al patriarcado jacobita de Antioquia en febrero de 846. Su principal tarea fue regular las relaciones con el poderosos maphriano mesopotámico, y en el sínodo de Kfar Tutho (869 d.C) emitió 8 cánones de derecho eclesiástico que regularon definitivamente las relaciones entre ambos jerarcas, evitando de ese modo un nuevo cisma. A su muerte en 873 la sede permaneció vacante durante 5 años, hasta que el sínodo de obispos de Mar Zacchaeus consagró en 878 al monje Yeshu de Harbaz, que tomó el nombre de Ignacio II, en recuerdo del gran patriarca de tiempos apostólicos. Fue el primero en la Iglesia siríaca en adoptar un nuevo nombre al acceder al patriarcado. Siguiendo con la costumbre de sus predecesores, emitió doce cánones antes de su muerte en 883. Fue sucedido por el monje Romano de Tikrit, que tomó el nombre de Teodosio Romano (887-896 d.C), destacando por su profundo interés en la ciencia, muy particularmente en medicina y filosofía, realizando traducciones del griego al siríaco y al árabe. A su muerte fue elevado el monje de Beth Bain Dionisio II (896-909 d.C).

Poco se sabe de los sucesores de Dionisio, salvo sus nombres y fechas de gobierno: Juan IV Qurzahli (910-922 d.C), Basilio I (923-935 d.C), Juan V (936-953), Iwanis II (954-957), Dionisio III (958-961 d.C) y Abraham I (962-963).

Algo parecido sucede con los patriarcas de la Iglesia melquita en el mismo período. A Teodoro le había sucedido Teodoreto en 773, y no se sabe cuanto tiempo rigió la Iglesia, salvo que fue sustituido por Job (813-826), Nicolás (826-834), Simeón (834-840), Elías (840-852), Teodosio (852-860), Nicolás II (860-879), Miguel (879-890), Zacarías (890-902), Jorge III (902-917), Job II (917-939), Eustracio (939-960) y Cristóforo (960-966). Un dato interesante es comprobar que en la polémica iconoclasta que sacudió al imperio romano en los siglos VIII y IX, los patriarcas siríacos greco-ortodoxos fueron firmes defensores de la iconodulia.

Pero si poca es la información que poseemos de las dos iglesias siríacas occidentales tradicionales, todavía es menor la que poseemos de la comunidad maronita del Líbano, salvo una lista de nombres de patriarcas sin más datos: Juan Marón II, Juan, Gregorio, Esteban, Marcos, Eusebio Hoaushab, Juan II (alrededor de 869 d.C), Jesús, Daoud (David), Gregorio II, Teofilacto Habib, Jesús II y Domicio de Beirut fueron los regentes de la sede ortodoxo-maronita en este periodo.

La contribución cristiana al saber del califato

 

Los cristianos siríacos contribuyeron grandemente a preservar la sabiduría griega y verterla al árabe durante la dominación abbasí, lo cual a la postre permitió que la Cristiandad occidental accediera a esos conocimientos a través de los emiratos musulmanes en la península ibérica. Muchos son los ejemplos, entre los que destacamos a Maraba II (patriarca nestoriano entre 741-751 d.C), filósofo y traductor de Aristóteles al árabe; Teófilo de Edesa (695-785 d.C), astrólogo maronita; Jibrail de Bukhtyishu (alrededor de 785 d.C), médico nestoriano; Hunayn ben Ishaq (809-873 d.C), médico nestoriano; Agapio de Herápolis (muerto en 942 d.C), historiador greco-ortodoxo; Sergio de Rashyan, traductor jacobita; Hibha, lógico aristotélico nestoriano, etcétera.

En los primeros siglos de la famosa “casa de Sabiduría” fundada en Bagdad por el califa Al-Mamún en 820, los cristianos fueron la mayoría de los sabios de todo el imperio que allí estudiaron y enseñaron todas las disciplinas de las ciencias. Ellos conservaron y desarrollaron las antiguas ciencias griegas y persas y las legaron a sus discípulos árabes, para que llevaran el saber de la Edad de Oro del califato a su máximo esplendor.

Convulsiones en el califato

Durante el oscuro periodo de 850 a 950 d.C, la población de Siria se convirtió mayoritariamente al islam, pasando los cristianos siríacos a constituir una minoría, lo cual empeoró su situación. La guerra civil abasí terminó en 870 d.C, con la pérdida de fuerza del califa: los gobernadores regionales ganaron autonomía y progresivamente fueron declarándose independientes. Ahmad ben Tulúa, gobernador de Egipto, llegó a dominar Palestina y Siria, donde rigió de forma autónoma durante 37 años. Mientras, en la debilitada corte califal, los mercenarios turcos se afirmaron como el verdadero gobierno detrás de califas durante la primera mitad del siglo X. Los turcos eran conversos recientes al Islam, y promulgaron medidas más intolerantes contra los no musulmanes, señaladamente contra los cristianos, que vieron ciclícamente sus posesiones confiscadas y sus familias expulsadas. La tradicional tolerancia religiosa de los abbasíes pasó a la historia.

A partir de 946 d.C, la familia iraní (y chíi) de los búyidas monopolizo el cargo de visir y ejerció el auténtico poder, relegando a los califas abbasíes a meros títeres simbólicos. Al ser minoría religiosa ellos mismos, los bulles aliviaron en parte la dureza de las disposiciones contra los cristianos y otros grupos religiosos.

Sin embargo, la debilidad del califato no había pasado desapercibida. El imperio islámico, en permanente expansión desde su creación, se había descompuesto desde dentro, víctima de las intrigas y rivalidades entres los nobles musulmanes. Pronto los enemigos exteriores vendrían a golpear sucesivamente sobre esa debilidad para sacar partido. El primer golpe vendría desde Occidente, y afectaría muy especialmente a Siria: un viejo conocido volvía para reclamar lo que consideraba suyo. El Imperio romano de Oriente no sólo no había desaparecido, sino que atravesaba un periodo de renacimiento. Había llegado la hora de la venganza.

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