InfoCatólica / Liturgia, fuente y culmen / Categoría: Espiritualidad litúrgica

10.11.20

Prepararnos a la liturgia (Notas de espiritualidad litúrgica - XII)

campanarioSi queremos sacar fruto y alimentar el alma, si deseamos santificarnos y elevarnos a Dios, si buscamos el rostro de Cristo en la liturgia y glorificar a la santa Trinidad, el ex opere operantis de toda liturgia debe estar bien activo: habremos de prepararnos a la liturgia.

    Hay una actividad espiritual privada como preparación a la liturgia, de modo que el alma se disponga convenientemente y así vivir la liturgia con unción, participando realmente de corazón plena, consciente y activamente.

     Comencemos a ver la preparación remota: penitencia y purificación.

     La virtud de la penitencia debe acompasar los pasos del alma y purificarnos para acercarnos al Misterio de Dios en la liturgia. Recordemos: “¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?” (Sal 23). De cualquier manera no se puede estar en presencia del Señor. Dios mismo, con un serafín, purificó a Isaías para estar ante Él (cf. Is 6,1s), hombre de labios impuros.

     La liturgia requiere en el alma la penitencia y la purificación:

     “La liturgia, como toda espiritualidad, en primer lugar debe preocuparse de establecer al cristiano en aquel estado de pureza interior necesario para emprender el camino de la espiritual ascensión hacia Dios y para ir disponiéndole a las diversas comunicaciones. Dada nuestra condición de pecadores, el primer fruto de la gracia en un alma deberá ser siempre el perdón y la purificación, y para lograrlo deberá suscitar previamente el humilde reconocimiento de la propia condición de pecador, el profundo pesar por sus culpas y por sus tendencias perversas y el sincero deseo de un efectivo retorno a Dios. Es la actitud espiritual que se concreta con el nombre de compunción” (Brasó, G., Liturgia y espiritualidad, Barcelona 1956, 259-260).

    La compunción del alma debería ser lo habitual: reconocimiento de la santidad de Dios y del propio pecado y desorden interior pidiéndole gracia. La liturgia lo potencia arrojando luz sobre lo que somos. “La liturgia, fuente eficaz de la gracia, presencia y comunicación del misterio de Jesucristo, por esta sola realidad que llena al alma de luz sobrenatural y lo establece en la verdad hace al cristiano profundamente humilde y le lleva al sincero reconocimiento de su condición de pecador y de las posibilidades de cometer el mal que esta su condición supone” (Brasó, p 260).

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3.11.20

Vida espiritual del cristiano (Notas de espiritualidad litúrgica - XI)

fuenteLa vida interior de la almas, siguiendo la dirección del Espíritu Santo, es muy rica y variada y, desde luego, con muchos caminos y moradas.

     Cualquier espiritualidad, cualquier sistema espiritual o método, que se presente como absoluto, está engañando ya que todos son relativos y referentes a un fin: unirse al Señor. Incluso a cada alma el Señor la va llevando por caminos nuevos. Lejos está Dios de fabricar santos en serie, todos iguales, todos con la misma jerga, todos con las mismas devociones y prácticas de piedad cronometradas. El Espíritu Santo es un divino Artista para las almas, no un mediocre pintor que repita siempre lo mismo.

     Es santa Teresa de Jesús quien trata de la variedad de caminos y senderos interiores para llegar al Rey:

“No habéis de entender estas moradas una en pos de otra como cosa en hilada, sino poned los ojos en el centro, que es la pieza o palacio a donde está el rey, y considerad como un palmito, que para llegar a lo que es de comer tiene muchas coberturas, que todo lo sabroso cercan. Así, acá, en rededor de esta pieza están muchas y encima lo mismo; porque las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza, pues no le levantan nada, que capaz es de mucho más que podremos considerar, y a todas partes de ella se comunica este sol que está en este palacio” (1M 2,8).

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27.10.20

Orar litúrgicamente (Notas de espiritualidad litúrgica - X)

 El Señor   

Orar “litúrgicamente” si así podemos decirlo y llamarlo: una meta, un método. La liturgia es oración y nos enseña a orar.

     La espiritualidad litúrgica consiste en esto: lo primero es orar, orar de verdad y así vivir toda la liturgia con espíritu interior y orando; es más que asistir o que mirar una ceremonia sagrada bien ejecutada –y debe estar bien realizada, sin duda-: es orar, orar la liturgia, orar con la liturgia, sin buscar distracciones ni sustitutivos piadosos. Y orar es aplicarse a la inteligencia del Misterio de Cristo que se hace presente, se da y nos santifica en la liturgia:

      “La primera y esencial condición para orar litúrgicamente es simplemente la de orar. Cuando se ora así, asimilando el alimento espiritual que la Iglesia ofrece en sus textos litúrgicos, el espíritu queda completamente satisfecho y ya no tiene necesidad de refugiarse en otras prácticas de piedad. No porque las desprecie o las tenga en menos, sino simplemente porque ya está saciado” (Brasó, G., Liturgia y espiritualidad, Barcelona 1956, 253).

    Y esto, además, aplicado de un modo particular y exigente a un tiempo a los mismos sacerdotes, que tratan los santos misterios con sus palabras y sus manos:

     “Esto se debe decir especialmente respecto a los ministros de la plegaria litúrgica, ya que ellos por deber de estado están dedicados a ser los hombres de la oración de la Iglesia. El oficio divino, la misa, la administración de sacramentos y sacramentales llena buena parte de su día: con sólo penetrar y asimilar lo que pronuncian en nombre de la Iglesia tienen alimento sobreabundante para nutrir la más intensa vida interior. No es otra la norma de vida sacerdotal que les trazó la Iglesia en el día de su ordenación. Agnoscite quod agitis. Imitamini quod tractatis” (Brasó, pp. 253-254).

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13.10.20

Atención y rezo de la Liturgia de las Horas (Notas de espiritualidad litúrgica - IX)

orando

La liturgia en su celebración pide atención, porque eso es participar y también pide atención, concentración, cuando se prolonga en la meditación personal.

Esta atención hay que calificarla de amorosa, cordial, sapiencial, implicando todo el ser personal. Es concentración, sujetando en la medida de lo posible, la mente para que la imaginación no irrumpa y lleve lejos. Es recogimiento, de tal forma que el alma esté morando en sí, y sus potencias calmadas, acudan a su centro para estar allí junto al Señor.

La espiritualidad litúrgica reclama y realiza a un tiempo la suma de la perfección de san Juan de la Cruz: “Olvido de lo creado, / memoria del Creador, / atención a lo interior / y estarse amando al Amado”. Sólo así se podrá vivir bien la liturgia, sólo así se podrá orar y asimilar la liturgia personalmente.

Hemos, pues, de seguir la liturgia con atención amorosa, hasta donde podamos, aunque se nos escape alguna palabra, pero sí estando centrados en la liturgia misma, sin superponerle otros pensamientos, ni mucho menos superponerle o añadirle devociones privadas durante la misma liturgia; es introducirnos en esa corriente sobrenatural de gracia que es el desarrollo de la liturgia misma.

El gran paradigma es el rezo de la Liturgia de las Horas, en común o en privado, tanto de sacerdotes como de consagrados y fieles laicos. Esta gran oración eclesial, el Oficio divino, a todos atañe, y por tanto todos habremos de ver cómo vivirla mejor.

“Es importante prestar mayor atención pastoral a la promoción de la Liturgia de las Horas, como oración de todo el pueblo de Dios. En efecto, aunque los sacerdotes y los religiosos tienen un mandato preciso de celebrarla, también a los laicos se les recomienda encarecidamente” (Juan Pablo II, Aud. Gen., 28-marzo-2001).

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6.10.20

Unirse a los textos litúrgicos (Notas de espiritualidad litúrgica - VIII)

 libro      La liturgia da más fruto en nosotros si tenemos una disposición interior, si nos preparamos a ella. Parte de ese trabajo personal es asimilar los textos litúrgicos conociéndolos por la oración y meditación personal. Eso nos facilitará luego su escucha orante en la liturgia.

      Aquí, de nuevo, con otro matiz, hay que abordar el tema de la participación en la liturgia, buscando siempre su concepto verdadero y no su caricatura, ya que es siempre requisito y cualidad del alma ante el Misterio que se vive en la liturgia, y no acción exterior “creativa”, un hacer cosas y producir movimiento en torno al altar.

     La participación activa y fructuosa en la liturgia es poner en sintonía el alma con el espíritu de la liturgia, unirse a la liturgia con toda la mente y el corazón, amando a Cristo:

    “Sin afectar a la eficacia de la acción cultual de Jesucristo, tanto el ministro como los simples fieles que intervienen en la celebración o en la recepción de este culto esencial, por su razón de miembros vitalmente unidos a la Cabeza, pueden añadir algo a su integral perfección o al grado de percepción de su eficacia si, como seres inteligentes, aportan a la acción litúrgica una consonancia espiritual con la actitud correspondiente del alma de Jesucristo. Así, en el sacrificio de la misa, aunque siempre es grato y acepto al Padre porque siempre es el acto supremo de religión que le tributa Jesucristo, el carácter social y representativo del sacerdocio del Señor tendrá una expresión más perfecta y adecuada si el celebrante y los fieles asistentes no sólo participan exteriormente a la celebración de la misa, sino que además procuran adaptar su actitud espiritual a la del alma de Jesucristo” (Brasó, Liturgia y espiritualidad, Barcelona 1956, 236).

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