Atención y rezo de la Liturgia de las Horas (Notas de espiritualidad litúrgica - IX)

orando

La liturgia en su celebración pide atención, porque eso es participar y también pide atención, concentración, cuando se prolonga en la meditación personal.

Esta atención hay que calificarla de amorosa, cordial, sapiencial, implicando todo el ser personal. Es concentración, sujetando en la medida de lo posible, la mente para que la imaginación no irrumpa y lleve lejos. Es recogimiento, de tal forma que el alma esté morando en sí, y sus potencias calmadas, acudan a su centro para estar allí junto al Señor.

La espiritualidad litúrgica reclama y realiza a un tiempo la suma de la perfección de san Juan de la Cruz: “Olvido de lo creado, / memoria del Creador, / atención a lo interior / y estarse amando al Amado”. Sólo así se podrá vivir bien la liturgia, sólo así se podrá orar y asimilar la liturgia personalmente.

Hemos, pues, de seguir la liturgia con atención amorosa, hasta donde podamos, aunque se nos escape alguna palabra, pero sí estando centrados en la liturgia misma, sin superponerle otros pensamientos, ni mucho menos superponerle o añadirle devociones privadas durante la misma liturgia; es introducirnos en esa corriente sobrenatural de gracia que es el desarrollo de la liturgia misma.

El gran paradigma es el rezo de la Liturgia de las Horas, en común o en privado, tanto de sacerdotes como de consagrados y fieles laicos. Esta gran oración eclesial, el Oficio divino, a todos atañe, y por tanto todos habremos de ver cómo vivirla mejor.

“Es importante prestar mayor atención pastoral a la promoción de la Liturgia de las Horas, como oración de todo el pueblo de Dios. En efecto, aunque los sacerdotes y los religiosos tienen un mandato preciso de celebrarla, también a los laicos se les recomienda encarecidamente” (Juan Pablo II, Aud. Gen., 28-marzo-2001).

Para rezar la liturgia, y el Oficio divino, lo primero es el deseo de unirse a lo que hace la Iglesia, aunque cueste entender las oraciones o haya cantos, himnos, etc., en otra lengua, como es el latín, y no lo entienda. Unirse cordialmente al espíritu con que la Iglesia reza o canta, una recta intención de unirse:

“Basta la voluntad sincera de unirse a la Iglesia para orar como ella ora y para expresar a Dios lo que ella desea, pronunciando con devoción y reverencia aquellas palabras, en su mayor parte reveladas por Dios para dictarnos la oración que le place, y que contienen los pensamientos y los afectos de la Esposa de Cristo. Es la forma más simple, pero sincera, de unión con la Iglesia orante” (Brasó, G., Liturgia y espiritualidad, Barcelona 1956, 243).

Un segundo paso, con el Oficio divino o Liturgia de las Horas, especialmente, es rezar saboreando himnos, salmos, cánticos y responsorios durante el Oficio, con atención amorosa, aunque no se pueda meditar ni detenerse en cada versículo o frase:

“Más vital es la recitación consciente y atenta de los textos, siguiendo con la mente el sentido inmediato de lo que los labios pronuncian, con la intención de unirse a la Iglesia para alabar a Dios de aquella manera en la celebración de aquel misterio que sirve como de fondo a la recitación e ilumina con su luz propia los diversos textos” (Brasó, pp 243-244).

Y un paso más: orar contemplando, con espíritu contemplativo, el Oficio divino y luego prolongarlo en el silencio, contemplando amorosamente, elevando el alma:

“Todavía es más perfecta la participación de aquel que, a través de las palabras, llega a la contemplación del misterio y mantiene unidas a él su inteligencia y su voluntad, mientras con la Iglesia va iluminando y siguiendo sus diversos aspectos por medio de la luz variadísima que irradian los textos litúrgicos. Esta compenetración con la Iglesia orante es tan profunda que invade todo el ser y la actividad espiritual del que así ora y lo establece en aquella unidad perfecta por la cual el Espíritu Santo y la Esposa se fusionan en una misma aspiración y en una sola voz: Veni. Veni, Domine Iesu! (Ap 22,17)” (Brasó, p. 244).

Marca mucho la espiritualidad litúrgica el ser conscientes de orar en nombre de todos por la comunión de los santos y en algunos casos –ministerio ordenado, vida consagrada, monacato, etc.- saber que se reza en nombre de la Iglesia como un encargo oficial que la Iglesia realiza a algunos de sus hijos:

“La otra condición para orar bien en la recitación de la plegaria litúrgica es orar en nombre de la Iglesia. Cuando recitamos las fórmulas de la liturgia deberíamos personificar de tal manera a la Iglesia que convirtiésemos su oración en nuestra oración… En la oración litúrgica debemos relegar a segundo término nuestros sentimientos, por devotos que sean, para dar paso y vivificar las aspiraciones de la Iglesia, entre las que podemos sin duda colocar también las nuestras, puesto que también nosotros formamos parte de la Iglesia orante” (Brasó, p. 244).

Para orar, siempre, hay que renunciar a uno mismo, la búsqueda de consolaciones y afectos, de gustos espirituales, para buscar el rostro del Dios vivo y recibir lo que Él quiera concedernos. Es renunciar al propio gusto subjetivo. Esa renuncia se da más aún cuando se ora en nombre de la Iglesia, situada en el corazón de la Comunión de los santos: es obligación canónica de rezar, con ganas o sin ellas, el Oficio en nombre de todos, pidiendo por todos, con formularios que uno no ha inventado ni elegido:

“El que ora en nombre de la Iglesia debe prescindir de sí mismo para dejar libres y a disposición de la Iglesia todas las actividades de su espíritu. Y en esta renuncia del propio interés por fidelidad y amor a la Iglesia encontrará su más alta perfección al ser incorporado a la oración de la Esposa de Cristo en aquel grado excepcional que ella reserva al ministro de la plegaria litúrgica.

Cuando oramos así, nuestra actitud espiritual es sincera, aunque las palabras no correspondan a nuestro actual estado psíquico. Porque no intentamos expresar lo que sentimos nosotros, sino lo que siente la Iglesia, procurando adaptar nuestros sentimientos a los suyos” (Brasó, pp. 244-245).

Esta concepción la encontramos, con gran sentido pastoral y espiritual, en la Introducción General de la Liturgia de las Horas, que nos dice:

“Quien recita los salmos en la Liturgia de las Horas no lo hace tanto en nombre propio como en nombre de todo el Cuerpo de Cristo, e incluso en nombre de la persona del mismo Cristo. Teniendo esto presente se desvanecen las dificultades que surgen cuando alguien, al recitar el salmo advierte tal vez que los sentimientos de su corazón difieren de los expresados en el mismo, así, por ejemplo, si el que está triste y afligido se encuentra con un salmo de júbilo o, por el contrario, si sintiéndose alegre se encuentra con un salmo de lamentación. Esto se evita fácilmente cuando se trata simplemente de la oración privada en la que se da la posibilidad de elegir el salmo más adaptado al propio estado de ánimo. Pero en el Oficio divino se recorre toda la cadena de los salmos, no a título privado, sino en nombre de la Iglesia, incluso cuando alguien hubiere de recitar las Horas individualmente. Pero quien recitare los salmos en nombre de la Iglesia, siempre puede encontrar un motivo de alegría y tristeza, porque también aquí tiene su aplicación aquel dicho del Apóstol: “Alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran” (Rom 12, 1) y así la fragilidad humana, indispuesta por el amor propio, se sana por la caridad, que hace que concuerden el corazón y la voz del que recita el salmo” (IGLH 108).

papa rezando breviario La Iglesia garantiza que siempre se esté orando al confiar esa obligación a unos cuantos miembros suyos, sacerdotes y religiosos, y así es constante la alabanza y la intercesión: “En virtud de la misión de representación e intercesión que se le ha confiado, el presbítero está obligado a realizar esta forma de oración oficial, hecha por delegación de la Iglesia no sólo en nombre de los creyentes, sino también de todos los hombres, e incluso de todas las realidades del universo (Cf. CIC, can. 1174,1). Por ser partícipe del sacerdocio de Cristo, intercede por las necesidades de la Iglesia del mundo y de todo ser humano, consciente de ser intérprete y vehículo de la voz universal que canta la gloria de Dios y pide la salvación del hombre” (Juan Pablo II, Aud. Gen., 2-junio-1993).

Es oficio pastoral el orar el Oficio divino, alabando, suplicando, intercediendo. “Dado que el sacerdote es mediador entre Dios y los hombres, muchos hombres se dirigen a él para pedirle oraciones. Por tanto, la oración en cierto sentido, ‘crea’ al sacerdote, especialmente como pastor. Y al mismo tiempo cada sacerdote se crea a sí mismo constantemente gracias a la oración. Pienso en la estupenda oración del breviario, Officium divinum, en la cual la Iglesia entera con los labios de sus ministros ora junto a Cristo” (Juan Pablo II, Disc. al simposio sobre el Dec. Presbyterorum ordinis, 27-octubre-1995).

¡Por nuestra voz oran los demás! En diferentes situaciones personales, trabajos, angustias, persecuciones… Prestamos y ofrecemos nuestra voz y el corazón, para que otros oren por nuestro medio y seamos intercesores y canales de la gracia.

3 comentarios

  
maru
''Por nuestra voz oran los demás""!, etc.etc. ''prestamos y ofrecemos nuestrs voz y el corazón''.....etc. Qué hermoso P. Javier, lo que hace el sacerdote!!!

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JAVIER:

Lo hacemos todos, ya que, por el bautismo, estamos unidos unos con otros en la Comunión de los santos.
El sacerdote, además, lo hace por encargo, por oficio pastoral, en nombre y por aquellos que especialmente le han sido encomendados.
13/10/20 12:06 PM
  
Anonimo
Una consulta

¿Es correcto añadir peticiones propias a las peticiones de laudes y visperas?

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JAVIER:

Sí. “Es lícito, sin embargo, tanto en las Laudes matutinas como en las Vísperas añadir ciertas intenciones particulares” (IGLH 188).

Teniendo en cuenta que:

-“En las Laudes se tienen preces, consagrando a Dios el día y el trabajo; a las Vísperas, las preces son de intercesión” (IGLH 51). En Laudes las intenciones que se añadan serán de este estilo: “En este día de retiro, danos espíritu de adoración y silencio”, “Infunde luz en nuestras almas para la reunión de comunidad de este día”…, y en Vísperas por las necesidades en general: “Te suplicamos que la paz crezca en todas las naciones”, “Aparta del mundo la pandemia y da salud a los enfermos”.

-Se pueden añadir preces en Vísperas, en el penúltimo lugar, y la última siempre es la petición por los difuntos: “En las preces que tienen lugar en las Vísperas, la última intención es siempre por los difuntos” (IGLH 186).

-Como las preces de la Liturgia de las Horas, estarán dirigidas a Dios directamente (“Te rogamos que…”, “Salva a los que…”), con estilo breve como las que están en el libro del Oficio divino, y no se dirigen a los fieles como las intenciones de la Misa (no se dirá: “pidamos por los pobres y los migrantes, para que el Señor…”)
13/10/20 2:59 PM
  
Vicente
que lo que dice la boca lo sienta el alma..........
15/10/20 2:20 PM

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