El uso variado del aceite en la liturgia

Era una prolongación natural que el aceite, usado en la vida de Israel y mostrado en la Escritura, se integrara en la liturgia cristiana como elemento creado puesto al servicio del orden de la Gracia. Tan sólo una visión panorámica, sin entrar en detalles, nos puede orientar en los distintos óleos y sus usos litúrgicos.

La variedad de usos señala su distinto significado y valor.

El aceite es ungüento, medicinal, y por ello con él se ungió a los enfermos.

El aceite es balsámico y tonificante, y tal como lo usaban deportistas y atletas, se empleó para el combate espiritual de los catecúmenos.

El aceite, con la cocción de esencias de flores, resultaba un perfume lleno de dulce fragancia, y se empleó para consagrar santificando en el sacramento del Bautismo y de la Confirmación, así como para expresar el sacerdocio en la unción de manos presbiteral o unción en la cabeza del nuevo obispo, y también para consagrar el altar y los muros de un nuevo templo.

El aceite, además, era el combustible de las lámparas que iluminaban el templo y rompían la oscuridad de la noche: las lámparas en las manos de las vírgenes prudentes aguardando la venida glorioso de Cristo Esposo.

Distintos aceites y distintos usos en la Iglesia, como avalan la vida litúrgica y la Tradición. San Ambrosio muestra su riqueza de significados:

“Y Cristo es con toda certeza una lámpara para mí, en cuanto esta boca nuestra habla de Él. Reluce en el fango, resplandece en el vaso del barro este tesoro que llevamos en vasijas de arcilla. Pon aceite, no vaya a ser que te falte porque la luz de la lámpara es el aceite, no un aceite de la tierra, sino aquel aceite de la misericordia celestial y de la gracia con el que eran ungidos los profetas.

 Tu aceite es la humildad, que hace que se enternezcan las durezas de nuestra mente. Tu aceite es tu misericordia, con la que se recuperan los cuerpos de los pecadores estrellados contra las piedras. Este óleo derramó sobre el herido por los ladrones, mientras descendía de Jerusalén, aquel samaritano del evangelio, quien al verle se movió a misericordia y vendó sus heridas, derramando óleo y vino.

 Este aceite sana a los enfermos –en efecto, la misericordia libera del pecado-; este aceite brilla en las tinieblas, si nuestras obras brillan ante los hombres; este aceite brilla en las solemnidades de la Iglesia.

 En definitiva, a aquellos a quienes no falta el aceite, tampoco les falta la luz de la fe, sino que han podido entrar con sus lámparas al lugar de las bodas. Por el contrario, aquellas que no tomaron aceite en sus lámparas –es decir, no tuvieron fe, ni prudencia, ni misericordia de ánimo-, con razón han quedado excluidas por falta de fe” (S. Ambrosio, Exp. Salmo 118, 14, 7).

¡Qué elocuente son los elementos de la liturgia, las materias sacramentales! Hay que entrar en su rico significado, saborear su mistagogia. Hay que comprenderlos, disfrutarlos.

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