Orar in modum crucis: las manos sacerdotales

in modum crucisUno de los signos casi universales para la oración es extender las manos. El cuerpo hace oración también, el cuerpo expresa la oración y las manos abiertas señalan la indigencia, el recibir, el señalar al cielo; esto es que común a distintas religiones por su valor expresivo, lo encontramos claramente en el Antiguo Testamento. El orante se dirige a Dios extendiendo sus manos hacia el cielo, por así decir, para que Dios desde arriba vea las palmas de las manos extendidas.

Salomón, el rey ora: “se puso ante el altar del Señor, frente a toda la asamblea de Israel, extendió sus manos hacia el cielo y dijo: “Señor, Dios de Israel, ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra…”” (1Re 8,22-23). “Cuando Salomón terminó de dirigir al Señor toda esta oración y esta súplica, se levantó de delante del altar del Señor, donde estaba arrodillado con las manos extendidas hacia el cielo” (1Re 8,54).

Así mismo, igualmente, lo narra el libro de las Crónicas:

“Salomón, puesto de pie ante el altar del Señor, frente a toda la asamblea del Israel, extendió las manos. Porque él había hecho un estrado de bronce, de dos metros y medio de largo, dos y medio de ancho, y uno y medio de alto, y lo había colocado en medio del atrio. Salomón subió al estrado, se arrodilló frente a toda la asamblea de Israel, extendió sus manos hacia el cielo” (2Cro 6,12-13).

Los salmos oran y cantan pidiendo que Dios escuche la oración “cuando elevo mis manos hacia tu Santuario” (Sal 27,2); o el salmo vespertino 140,2: “Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde”.

Y terrible es la denuncia del Señor por boca de Isaías: “Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre” (Is 1,15). Cuando las palmas de las manos, en horizontal, miran al cielo, ¡Dios las ve desde arriba manchadas de sangre, de injusticias, de pecados!

La Iglesia asumió este gesto orante tan expresivo, y al asumirlo, lo modificó. Ya no sería con las palmas en horizontal al cuerpo erguido para que Dios las vea desde el cielo, sino que las palmas in modum crucisse pondrían mirando hacia delante, para que el cuerpo al orar hiciera memoria del Señor en la cruz. Este cambio es propulsado y explicado por Tertuliano y Orígenes en sus respectivos tratados sobre la oración. Los cristianos deben modificar la práctica primitiva de alzar las manos hacia lo alto para extenderlos, en cambio, en la representación simbólica de la crucifixión y del Crucificado, y con los ojos mirando al cielo según el modo tradicional (cf. Lc 18,13).

Las palmas hacia delante, mostrándolas, “alzando las manos libres de iras y divisiones” (1Tm 2,8), es memoria del Crucificado; es la oración del mismo Cristo Mediador que muestra sus llagas gloriosas al Padre intercediendo por nosotros, sus hermanos. Oramos “in modum crucis” uniéndonos a Cristo crucificado; oramos “in modum crucis”, especialmente el sacerdote en la acción litúrgica, porque actúa in persona Christi.

La Tradición enseñaba a orar a los fieles extendiendo las manos con las palmas hacia delante para orar “in modum crucis”:

“Los ángeles oran también, oran todas las criaturas, oran los ganados y las fieras que se arrodillan al salir de sus establos y cuevas y miran al cielo: pues no hacen vibrar en vano el aire con sus voces. Incluso las aves cuando levantan el vuelo y se elevan hasta el cielo, extienden en forma de cruz sus alas, como si fueran manos, y hacen algo que parece también oración.

¿Qué más decir en honor de la oración? Incluso oró el mismo Señor a quien corresponde el honor y la fortaleza por los siglos de los siglos” (Tertuliano, De oratione, 29).

in modum crucis PlegariaY sobre todo, es clásico el siguiente texto del mismo autor:

“Pero nosotros, no solamente alzamos las manos, sino también las extendemos y, según la regla de la pasión del Señor, también con la oración hacemos nuestra profesión a Cristo” (Tertuliano, De oratione, 14).

O san Máximo de Turín:

“El hombre no tiene más que alzar las manos para hacer de su cuerpo la figura de la Cruz; he aquí por qué se nos enseña extender los brazos cuando oramos, para proclamar con este gesto la Pasión del Señor” (Hom. II de Cruce Domini).

Otros textos patrísticos que señalan esta práctica los encontramos en Tertuliano, Apologético, 30; Orígenes, Homilías sobre el Éxodo 3,3; Minucio Félix, Octavius 29; S. Ambrosio, De sacramentis 6, 4, 18; etc.

En la oración privada y personal, ya sabemos cómo expresar la plegaria, con el signo de la cruz al extender nuestras manos; pero también el Obispo o el sacerdote al presidir la liturgia: el gesto orante es importante por lo que significa, la intercesión del mismo Señor y la memoria de la Cruz de Cristo. Si se realiza bien el signo orante, éste será profundamente evocativo de la redención lograda por Cristo Jesús, aunque haya que vencer la costumbre más cómoda de extender sólo un poco los brazos casi pegados al cuerpo y sin llegar a mostrar las palmas de las manos.

Es, simplemente, orar “in modum crucis", con y en Cristo crucificado, tal y como señala el Caeremoniale episcoporum:

“104. Es costumbre en la Iglesia que el Obispo o el presbítero dirija a Dios las oraciones estando de pie y teniendo las manos un poco alzadas y extendidas. Este uso en la oración está ya atestiguado en la tradición del Antiguo (Cf. Es 9, 29; Sal 27, 2; 62, 5; 133, 2; Is 1, 15.) y ha sido recibido por los cristianos en recuerdo de la Pasión del Señor".

Y puede ser explicativo, iluminador para hoy, lo que se prescribía en el Misal anterior. Con las palabras de Martínez de Antoñana:

“Se tienen extendidas delante del pecho, a saber, una frente a otra, separadas ambas por la anchura del mismo pecho (como a la distancia de palmo y medio, sin que pasen la altura de los hombros, los dedos juntos y extendidos y mirando hacia arriba las puntas. […]

En España, por privilegio de San Pío V, en todos estos casos pueden tenerse extendidas pero vueltas al altar, no mirando una palma a la otra” (Manual de Liturgia Sagrada, pp. 481-482).

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