Algunos aspectos de la oración por la unidad de los cristianos
Mañana empieza la semana de oración por la unidad de los cristianos. Por si alguno no lo sabía, diremos que según la web del Vaticano, en el hemisferio norte la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos se celebra tradicionalmente del 18 al 25 de enero. Estas fechas fueron propuestas en 1908 por Paul Watson para cubrir el periodo entre la fiesta de San Pedro y la de San Pablo, que tienen un significado simbólico. En el hemisferio sur donde el mes de enero es tiempo de vacaciones de verano, las Iglesias frecuentemente adoptan otra fecha para celebrar la semana de oración, por ejemplo en torno a Pentecostés (sugerido por el movimiento Fe y Constitución en 1926) que representa también otra fecha simbólica para la unidad de la Iglesia.
Alguno se preguntará quién fue el tal Paul Watson. Pues bien, fue un pastor episcopaliano que a los nueves meses -curiosa cifra- de lanzar la Church Unity Octave (Octava por la Unidad de la Iglesia) recibió la gracia de convertirse a la fe católica. Por tanto, no me negarán ustedes que la cosa no empezó mal.
Mucho ha llovido desde 1908, así que toca analizar cuáles son las circunstancias actuales en relación a este tema, que forma parte, conviene recordarlo, de la voluntad expresa de Cristo, que pidió al Padre precisamente por la unidad entre todos los cristianos. Si el Señor lo quiso, nosotros debemos quererlo. Otra cosa es el cómo, cuándo y bajo qué condiciones debe darse esa unidad.

Todos los asistentes a la Misa de hoy han escuchado las palabras de San Pablo a los fieles cristianos. Palabras que, como bien confesará cualquiera que se precie de ser católico, son inspiradas por el Espíritu Santo. Por tanto, no son la mera opinión particular de un apóstol, aunque ello ya debería de ser lo suficientemente valorado como para tenerlas en cuenta. No, ese párrafo leído hoy lleva la autoridad del mismísimo Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad, que procede del Padre y del Hijo y que junto con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria.
La Congregación para la Doctrina de la Fe ha cumplido con su deber al ordenar la retirada de un libro de un pastor metodista, Pablo Manuel Ferrer, de la editorial católica San Pablo. El pastor no es evangélico, como se asegura en muchos medios. Pertenece a lo que se conoce como protestantismo liberal, que no se diferencia gran cosa de los teólogos heterodoxo-modernistas que sufrimos desde hace décadas en la Iglesia. La lástima es que todos “nuestros” liberales no se vayan con el pastor Ferrer a su chiringuito eclesial. Y también es una lástima que John Wesley no levante la cabeza para poner a ese pastor en el lugar que se merece.
El Supremo de los Estados Unidos ha emitido una sentencia histórica por la cual las iglesias -y resto de grupos religiosos- pueden despedir a aquellos empleados por motivos de coherencia de vida, ortodoxia en su labor de enseñanza o comportamiento. En España una ex-profesora de religión católica acaba de conseguir en los tribunales que se le paguen los sueldos que no ha percibido desde el 2001, cuando el obispado de Almería decidió no renovar el permiso para que enseñara esa asignatura. La razón es que se había casado por lo civil con un divorciado. Por tanto, desde el punto de vista de la moral católica, esa mujer era, y es, una adúltera.
Hace unos días el Papa recibió, como es habitual al principio de cada año, a los embajadores acreditados ante la Santa Sede. Y, como es igualmente costumbre, les pronunció un discurso en el que abordó un abanico de temas que forman parte de la preocupación tanto del Santo Padre como de toda la Iglesia.








