¿Qué diferencia hay entre matarlos antes o después de nacer?
Mucho revuelvo ha provocado el artículo publicado en el Journal of Medical Ethics dedicado a defender la “moralidad” del asesinato de los niños recién nacidos, bajo el argumento de que son seres humanos pero no personas. Los autores son un tal Alberto Giubilini y una tal Francesca Minerva, que seguramente eran conscientes del escándalo mediático que iban a causar. El editor del medio, Julian Savulescu, va por ahí rasgándose las vestiduras porque a Alberto y a Francesca les han dicho de todo menos guapos. Dice incluso que les han amenazado de muerte. Algo que, de ser cierto, es condenable. Pero no es condenable que toda persona de bien sienta el mayor de los desprecios hacia gentuza capaz de apoyar la legitimidad del asesinato de bebés recién nacidos.
Ahora bien, es necesario que la sociedad sea coherente. Si acepta que se puede matar a un ser humano antes de nacer, ¿por qué no aceptar que se le puede quitar la vida nada más salir del seno materno? ¿cuál es la diferencia esencial entre un no nacido y un recién nacido? Ya lo digo yo: ninguna. Ambos necesitan de su madre para sobrevivir. Ambos son incapaces de valerse por sí mismos. Ambos tienen la misma identidad biológica. Y por supuesto, aunque esto es un argumento que ignoran los impíos e incrédulos, ambos tienen la misma dignidad como seres creados a imagen y semejanza de Dios.

Sí, lo sé. Para muchos soy un pesado que parece vivir obsesionado con dogmas, doctrinas, herejías, cánones, bulas de excomunión, etc. Numerosos son igualmente los que me recuerdan que no tengo autoridad alguna para decir que tal o cual sacerdote, religioso, teólogo o bloguero viven apartados de la fe de la Iglesia. Y luego están quienes piensan que es bueno que ocupe parte de mi tiempo a estos menesteres pero debería de moderar mi tono, mis expresiones, etc.
Llevaba tanto tiempo sin saber de él que ya me estaba preocupando. Me refiero al P. Juan Masiá, sj, a quien sus superiores en la Compañía de Jesús pidieron que no escribiera más artículos para la prensa española. Aunque cerró su blog en Religión Digital, de vez en cuando soltaba alguna de sus perlas en artículos que aparecían publicados acá y allá. Ahora bien, a este sacerdote jesuita -uno no entiende como sigue siendo ambas cosas- le ocurre lo que a muchos heterodoxos. Si no hacen públicas sus herejías -uso el término de forma coloquial, no según el derecho canónico-, no viven a gusto. Necesitan tener público que atienda a sus razones. En cierta manera son como el niño travieso que no se conforma con hacer estropicios sino que busca que se sepa que ha sido él quien los ha causado.
Ahí lo tienen. Este señor presume de haber desobedecido a Cristo durante toda su vida. Este señor presume de haberle negado el sacramento que abre la puerta a la salvación a todos aquellos indígenas con los que ha tratado en 40 años. Este señor ha estafado a la Iglesia, a esos hombres y mujeres y al Altísimo. Es más, tiene la poca vergüenza de decir que el no haber bautizado a nadie es “por gracia del Buen Dios". Yo más bien pienso que Satanás debe de estar descoyuntándose de la risa ante semejante despliegue de miseria espiritual.
Ayer publicábamos la noticia de que








