InfoCatólica / Temas de Historia de la Iglesia / Categoría: General

1.05.10

El origen de los Congresos Eucarísticos: Marie Baptistine Tamisier

AL NO PODER SER RELIGIOSA, CENTRÓ SU VIDA EN EXPANDIR LA DEVOCIÓN A LA EUCARISTÍA

Un lector que de vez en cuando deja comentarios en este blog de historia, llamado “antiguo alumno salesiano”, me pedía hace unos días un artículo sobre Marie Baptistine Tamisier, considerada la iniciadora de los congresos eucarísticos internacionales. La petición me pilló por sorpresa y debo reconocer sencillamente que no sabía nada de esta mujer, por lo cual la cosa me ha venido bien para aprender algo de ella. Por eso me limito a reproducir lo que he encontrado y agradezco al “antiguo alumno salesiano” el haberme dado la oportunidad de conocer esta interesante figura.

En primer lugar conviene citar el breve pero interesante artículo sobre ella de la Enciclopedia Católica en versión española, de B. Randolph:

“Iniciadora de los congresos eucarísticos internacionales, nació en Tours el 1° de noviembre de 1834 y murió en esa ciudad el 20 de junio de 1910. Desde su niñez mostró una extraordinaria devoción por el Santísimo Sacramento; decía que, para ella, un día sin recibir la Sagrada Comunión era un verdadero Viernes Santo. En 1847 entró a estudiar con las Religiosas del Sagrado Corazón en Marmoutier, donde permaneció cuatro años. Sin sentir atracción especial por la vida religiosa, hizo tres intentos fallidos por asumirla; el tercero fue en el Convento de la Adoración Perpetua fundado por el Venerable Padre Eymard (en el cuadro), quien le aseguró que seguía perteneciendo a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento. Una dama adinerada buscó su ayuda para establecer una comunidad de adoración perpetua pero este plan tampoco llegó a realizarse. Luego, en 1871, se fue a vivir cerca de la tumba de San Juan Vianney, en Ars. Bajo la dirección del Abad Chevrier de Lyón, encontró su verdadera vocación, a la vez contemplativa y activa, dedicada a la causa de la Eucaristía. Se había preparado para este fin a través de múltiples pruebas y desilusiones. Por toda Francia y más allá de sus fronteras, a través de una nutrida correspondencia y de muchos viajes, fue difundiendo la devoción a este Sacramento. Con la ayuda de Monseñor de Ségur y Monseñor Richard, entonces Obispo de Belley, se organizaron peregrinaciones a los santuarios en los que se habían realizado milagros eucarísticos. El éxito de estas peregrinaciones llevó a la realización de los congresos eucarísticos. En el Congreso de Lourdes recibió el nombre de la Juana de Arco del Santísimo Sacramento, pero fue sólo después de su muerte cuando este nombre se asoció públicamente a los congresos. La historia de los congresos de Canon Vaudon, publicada justo antes de su muerte, aunque ofrece un recuento detallado de su carrera apostólica, sólo le da el título de “Señorita…”. Vivió por unos años en Issoudun, donde prestó sus servicios al Santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Dedicó todos los medios con los que contaba, inclusive a costa de privaciones personales, a la educación de los jóvenes aspirantes al sacerdocio.”

Por otra parte, he encontrado un artículo del argentino Gustavo Martinez Zuviría que creo es bastante ilustrativo. Es largo, por lo que reproduzco solamente algunas partes:

“Lyon es una ciudad ilustre que ha visto desfilar por sus calles las cabalgatas de los cardenales, escoltando la mula blanca del papa Juan XXII, elegido en un cónclave, allí mismo, entre sus viejas murallas. Lyon conoce muchas historias, y entre ellas ésta que voy a contar.

En el invierno de 1872, a la hora en que se alargan las sombras de las colinas y se levantan las nieblas del Ródano, por una de esas calles en declive que conducen a Notre Dame de Fourviéres, iba una mujercita vestida de negro, preguntando por la casa del padre Chevrier. Venía de Suiza, pero se advertía por su acento que era francesa de Tours.

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23.04.10

Mujeres que han hecho historia: Hildegarda de Bingen, esa gran desconocida

RECORDANDO ESTA FIGURA INTERESANTÍSIMA DE LA IGLESIA MEDIEVAL, A LA LUZ DE UN DISCURSO DE BENEDICTO XVI

AZUCENA ADELINA FRABOSCHI

La autora me propone este artículo, que tiene también publicado en una Web suya toda dedicada a Santa Hildegarda. Con mucho gusto lo reproduzco.

El 2 de marzo de 2006, en una conversación con los párrocos de Roma, el Papa Benedicto XVI declaró que “las mujeres hacen mucho, me atrevería a decir, por el gobierno de la Iglesia, comenzando por las hermanas de los grandes padres de la Iglesia, como san Ambrosio, hasta las grandes mujeres de la Edad Media –santa Hildegarda, santa Catalina de Siena–, y después santa Teresa de Ávila hasta llegar a la Madre Teresa”. Y a continuación añadió: “¿Cómo podría imaginarse el gobierno de la Iglesia sin esta contribución, que en ocasiones se hace muy visible, como cuando santa Hildegarda critica a los obispos, o como cuando santa Brígida y santa Catalina de Siena amonestan y logran que los Papas regresen a Roma?” No mucho tiempo después, en una entrevista concedida a los canales de televisión Bayerischer Rundfunk; ZDF; Deutsche Welle y a Radio Vaticano el 5 de agosto del mismo año, reiteraba: “Pensemos en Hildegarda de Bingen, que con fuerza protestaba respecto de los obispos y del Papa […]”.

Familiares son para nosotros los nombres de santa Catalina de Siena, de la doctora de Ávila y de la inolvidable Madre Teresa de Calcuta; tal vez no lo sea tanto el de santa Brígida de Suecia quien, al igual que santa Catalina, intervino de manera activa para poner fin al cautiverio de los Papas en la francesa ciudad de Aviñón (siglo XIV). Pero, decididamente, hay entre estos nombres uno que puede resultarnos bastante desconocido y que se nos aparece como detrás de un signo de interrogación: ¿quién es esta Hildegarda de Bingen, a quien la presentación papal nos muestra casi como una mujer criticona –y refunfuñona– tan luego de la jerarquía eclesiástica? Otra referencia, esta vez de Umberto Eco (“Filosofar en femenino”. Revista del diario La Nación, 4 de enero de 2004), suma desconcierto a nuestra pregunta: “En los manuales de filosofía no encontramos mujeres que enseñaran dialéctica o teología. Eloísa, la brillantísima e infeliz estudiante de Abelardo, tuvo que contentarse con ser abadesa. Pero el problema de las abadesas no debe tomarse con ligereza, y a él ha dedicado muchas páginas una mujer filósofa de nuestro tiempo como María Teresa Fumagalli. Una abadesa era una autoridad espiritual, organizativa y política y desempeñaba funciones intelectuales importantes en la sociedad medieval. Un buen manual de filosofía debe consignar entre los protagonistas de la historia del pensamiento a grandes místicas, como Catalina de Siena, por no hablar de Hildegarda de Bingen que, en cuanto a visión metafísica y a perspectivas sobre lo infinito, resulta difícil de superar aún en nuestros días”.

¿Quién es, pues, Hildegarda de Bingen?
Comencemos por decir que un silencio de siglos ha acompañado a esta asombrosa, fascinante mujer del siglo XII, redescubierta en los últimos cuarenta años del siglo pasado, y a la que la voz de las ciencias (medicina, psicología), las artes (música, pintura), y diversas corrientes de pensamiento (filosófico, teológico, ecológico, de espiritualidad, etc.) declaran de actualidad. Para citar apenas algunos casos, diré que los musicólogos tienen un gran interés en su música, de la que ya han aparecido unos cincuenta discos. Los ecologistas, por su parte, la reclaman como una primera conciencia ecológica por el valor que otorgó al mundo natural en tanto manifestación esplendorosa de Dios, a la interacción de hombre y naturaleza y a la responsabilidad del hombre por ella, con el trasfondo de una justicia cósmica. La medicina homeopática pondera su concepción de la salud como equilibrio de cualidades, y el uso de los remedios naturales, y los psicólogos subrayan su concepto del ser humano como una totalidad, y su peculiar caracterización tipológica de la mujer. Se habla de ella como de “una mujer renacentista”, cientos de años antes del Renacimiento.

Pero ¿quién fue Hildegarda de Bingen en su época? Vayamos, pues, a esa época: al siglo XII. La abadesa alemana nació en 1098 y murió en 1179, es decir que su vida transcurre en una gran parte del siglo XII, época de extraordinaria vitalidad y riqueza cultural, pero también y por eso mismo, tiempo de conflictos, de luces y de sombras. En un paisaje poblado de castillos con sus nobles caballeros y sus damas, pero también con los siervos ocupados en los múltiples menesteres de la vida cotidiana; poblado también de monasterios y de iglesias con sus monjes y monjas, rezos y cantos –el Oficio Divino–; transitado por bulliciosos estudiantes que se desplazan de un lugar a otro atraídos por la fama de tal o cual maestro; por juglares ágiles y coloridos que hacen el deleite de todos los del lugar y luego continúan, buscando otros aplausos; por trovadores que llevan en sus cantos las magnificadas hazañas de los ausentes; en ese paisaje europeo el Sacro Imperio Romano Germánico, patria de Hildegarda, ocupa algo más que sólo el horizonte. Es el Estado preponderante, involucrado desde el siglo XI en lo que se conoció como la “Querella de las investiduras”, que opuso la Iglesia al Imperio durante cien años, conflicto que adquirió grandes proporciones, con acciones bélicas de importancia, y acontecimientos de carácter político-religioso como las excomuniones lanzadas por los Papas contra los emperadores, y los antipapas suscitados por éstos.

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18.04.10

La ciencia y la fe se encontraron en Lourdes: Alexis Carrel

EL QUE LLEGÓ A SER PREMIO NOBEL DE MEDICINA ENCONTRÓ A DIOS EN LOURDES

Alexis Carrel nació en Lyon en 1873, de familia rica de comerciantes. Habiéndose quedado huérfano de padre, a los cinco años dejó la ciudad de Lyon para ir a vivir en el campo con su madre. Años después regresará a Lyonpar hacer los estudios secundarios y después asistir a la Facultad de Medicina. Precisamente en aquellos años de estudios universitarios abandonó las convicciones religiosas que había recibido en familia y abrazó la filosofía materialista y positivista.

Sin embargo, siempre mantuvo una profunda nostalgia de las certezas de su infancia, sobre todo se daba cuente de la ansiedad que le causaban sus nuevas creencias positivistas, pues eran incapaces de dar una respuesta convincente a la pregunta sobre el sentido de la vida y la muerte. Él mismo, después de su conversión, escribió sobre aquella época (hablando de sí mismo en tercera persona): “absorbido por los estudios científicos, fascinado por el espíritu de la crítica alemana, [Carrel] se había convencido poco a poco que más allá del método positivo, no hay certeza alguna. Y sus ideas religiosas, destruidas por el análisis sistemático, lo habían abandonado, dejándole el recuerdo dulce de un sueño delicado y hermoso. Por ello había encontrado refugio en el escepticismo indulgente (…) La búsqueda de las esencias y las causas parecía vana, sólo el estudio de los fenómenos era interesante. El racionalismo satisfacía totalmente su mente, pero en el fondo de su corazón se escondía un dolor secreto, la sensación de ahogo en un círculo demasiado pequeño, esto es, la insaciable necesidad de certeza.

En esos años, en los círculos médicos franceses, tema común de discusión era Lourdes y los milagros que allí ocurrían. Había quienes creían y quienes eran profundamente escépticos. En 1894, el famoso escritor Emile Zola, después de haber estado en Lourdes y haber sido testigo de acontecimientos inexplicables, escribió un libro en el que negaba rotundamente la veracidad de las apariciones. También Carrel, en su positivismo, estaba convencido de que los de Lourdes eran sólo falsos “milagros”, que en realidad eran curaciones fruto de la autosugestión.

Pero quería ir a ver por ti mismo y, en 1902, decidido participar como médico en una peregrinación, una oportunidad que le ofrecido un colega médico que por un contratiempo tuvo que abandonar en el último minuto. De este viaje de Alexis Carrel surgió un libro que tendría el título de “Viaje a Lourdes”.

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8.04.10

El Vaticano mostró desconfianza inicial ante el régimen de Franco (y II)

EL GOBIERNO DE BURGOS ENCONTRÓ FRIALDAD EN LOS AMBIENTES VATICANOS

JOSÉ FRANCISCO GUIJARRO

E1 28 de julio de 1936 el presidente de la Junta de Defensa Nacional de Burgos, el general Miguel Cabanellas, remitió a los ministros de Asuntos Exteriores de las diversas naciones un telegrama diplomático, en francés, que confirmó seguidamente mediante una carta de la misma fecha, asimismo en francés, en la que comunicaba la toma del poder en España por parte de la junta, así como la relación de los miembros que la componían. Llama la atención que el documento está extendido, como multicopia, y con la firma autógrafa del general, sobre un papel que ostenta un membrete impreso, con el escudo de la República española, con la corona mural y las columnas de Hércules a ambos lados, y las dos leyendas «Plus» y «Ultra»; y, debajo, la inscripción «Junta de Defensa Nacional», y en el renglón inferior, «Burgos», a lo que se le ha añadido a máquina «Espagne».

En un principio, la actitud oficial del Vaticano pudo calificarse de «prudente reserva», 1o cual era explicable, ya que no había medios de conocer de antemano, desde la Santa Sede, las probabilidades de éxito que pudiera obtener lo que, en caso contrario, podría quedar reducido a una bienintencionada intentona. Esta actitud, unida a la ausencia de una toma de posición pública sobre las «reprobables violencias» que tenían lugar en España contra todo lo religioso católico, produjo un notable malestar, sobre todo entre los españoles que habían podido salir de Barcelona en barcos italianos y estaban refugiados en Roma. El Vaticano daba la impresión de reaccionar de una forma tibia ante la barbarie que estaba teniendo lugar y la pobreza de explicaciones por parte del Gobierno de Madrid. De hecho, el Vaticano ya había protestado ante la embajada de España ante la Santa Sede por medio de dos notas diplomáticas, la primera de fecha 31 de julio y la segunda de 21 de agosto, que no tuvieron ningún efecto.

También el periódico oficioso vaticano L’Osservatore Romano publicó una primera reacción oficiosa explicando que la Santa Sede no había dejado de hacer llegar al Gobierno de Madrid enérgicas protestas ante los excesos cometidos. El artículo apareció en el número correspondiente al día 10-11 de agosto. La línea diplomática vaticana, en frase de monseñor Tardini, consistía en salvar lo salvable, mantenerse al margen desde el principio, esperando que las aguas volviesen a su causa. Se trataba de evitar la radicalízación de la persecución y también hacer pasar más desapercibida la presencia del encargado de negocios de la Santa Sede en Madrid.

El día 18 de agosto, entre las fechas, pues, de la primera y de la segunda de las infructuosas notas diplomáticas de la Secretaría de Estado, llegó a Roma el almirante Antonio Magaz y Pers,` marqués de Magaz, que había sido embajador ante la Santa Sede en los últimos años de la Monarquía, y que contaba, obviamente, con considerables relaciones y amistades entre los diferentes círculos romanos, tanto civiles como eclesiásticos.” Comisionado por la junta de Defensa Nacional de Burgos para servir de enlace con el Vaticano, solicitó -sin obtenerlo- el plácet de la Santa Sede para establecer relaciones oficiosas, de cara a poder establecerlas oficiales más adelante. Este primer fracaso se atribuye a que el primer fallo de Magaz y de la junta de Burgos fue presentarse en Roma acreditado ante el Papa y ante el rey de Italia, ignorando que la Santa Sede exige siempre un representante propio, para que no parezca que el Vaticano es un apéndice del estado italiano. Sólo fue recibido en Secretaría de Estado cuando el gobierno de Burgos designó embajador ante el rey de Italia a García Conde.

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24.03.10

Las primeras reacciones de Iglesia española ante el alzamiento militar de Franco (I)

EL CARDENAL GOMÁ RECIBIÓ CON ESCEPTICISMO LAS PRIMERAS NOTICIAS DE LA REVOLUCIÓN MILITAR

JOSÉ FRANCISCO GUIJARRO

Se había hecho público el día 8 de mayo de 1936 el nombramiento de un obispo auxiliar para la sede de Toledo, el aragonés Gregorio Modrego Casaus. hasta entonces canciller del arzobispado primado, oriundo de Tarazona -diócesis en la que monseñor Gomá había sido obispo, antes de ser trasladado a Toledo-; y se había fijado para su ordenación episcopal la fiesta de Santiago Apóstol, en la catedral de Tarazona, como lo refiere en su carta, fechada en el balneario de Belascoaín, en Navarra, el 13 de agosto de 1936 al Secretario de Estado, cardenal Pacelli:

“Salí de Toledo el 12 de julio, habiéndome sorprendido de improviso el levantamiento cívicomilitar en Tarazona, mi antigua Sede, adonde me había dirigido esperando la fecha de la consagración de mi Obispo Auxiliar, que debía celebrarse allí el día 25 de julio. He venido aquí para someterme a la cura de aguas de este Balneario, en la imposibilidad de ir a Cataluña como era mi propósito, para hacerlo en un balneario de aquella región.”

De este modo, en el momento del alzamiento el cardenal primado se encontraba fuera de su diócesis, donde probablemente hubiera sido asesinado, como tantos de sus sacerdotes, de haber permanecido en ella. Como, según veremos seguidamente, tras un viaje a Roma en diciembre de aquel año, fue designado representante personal y oficioso de Pío XI ante la junta de Gobierno Nacional, mantuvo durante toda la contienda su residencia en Pamplona, de donde le resultaba más ágil la comunicación con Roma y los desplazamientos a Burgos o a Salamanca, así como alguna visita esporádica a su sede, una vez que Toledo, en septiembre de 1936, había sido liberada. Y así, desde una zona que se encontró durante toda la guerra al margen del teatro de las operaciones militares y en la que no tuvo lugar ninguna represión por motivos religiosos, pudo ejercer, como primado, unas funciones de coordinación entre los demás obispos de España y mantener una eficaz comunicación con la Santa Sede.

Existía en España, desde 1923, una junta de Metropolitanos, de carácter meramente consultivo, cuya presidencia correspondió a los sucesivos arzobispos de Toledo -Reig, Segura, Gomá y, después de la guerra, Pla y Deniel-, aun cuando todavía no hubieran sido, estos dos últimos, promovidos al cardenalato. Así, si bien resulta anacrónico atribuirle al cardenal Gomá unas funciones que aún no habían quedado establecidas, no es menos cierto que, por la responsabilidad de ser el presidente de la junta de Metropolitanos, y en las circunstancias ciertamente excepcionales de estar España dividida en dos por la guerra, encontrándose muchas sedes impedidas o vacantes, y por el prestigio personal del que ya entonces gozaba el cardenal primado entre la mayoría de los obispos españoles, asumió, de hecho, unas funciones en la Iglesia española que, aunque canónicamente no le correspondieran, sin embargo no le fueron discutidas.

No obstante, en un momento en que era aún poco probable -por no decir materialmente imposible- el que por el correo certificado, que expresamente menciona el cardenal Gomá, expedido desde la frontera de Canfranc, hubiera podido llegar a manos del cardenal Secretario de Estado en Roma la documentación remitida desde Belascoaín (Navarra) en esta primera intervención del cardenal primado, ya se le había anticipado el superior general de los misioneros Hijos del Corazón de María, el padre Felipe Maroto, quien el 20 de agosto, tras una visita al cardenal Pacelli, elaboró allí mismo una petición manuscrita, que fue mecanografiada seguidamente, y llevada a la audiencia de Pío XI el día 22. En la respuesta del cardenal Pacelli ya se encuentran expresiones tales como «las localidades de España en las que se ha hecho feroz la persecución religiosa» y «los que escriben con sus sufrimientos y su sangre una página gloriosa en la historia de la Iglesia».

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