22.01.23

Dios y después, todo lo demás

 
Acabo de encontrar por casualidad una perla en el perfil de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Una perla que resume perfectamente lo que es el liberalismo: «Libertad y después, todo lo demás».
 
 
 
 
Los católicos ponemos a Dios en primer lugar y después, todo lo demás. La diferencia es sustancial, abismal. Lo primero es el Bien, la Verdad, la Caridad. Porque Dios es el Bien y la Verdad; Dios es Caridad. Dios, primero y después, todo lo demás. Una libertad que no sea para el bien, para la verdad y para la caridad no es verdadera libertad, sino licencia para el mal: libertinaje. La libertad sin Dios es la rebelión de Satanás: no obedeceré, “non serviam". La libertad para desobedecer a Dios es pecado mortal y solo puede conducir a la muerte y al mal: eso es el aborto, la eutanasia y todas la leyes contra Dios aprobadas por los impíos y los apóstatas.

18.01.23

Otra vez el aborto

¡Menuda escandalera se ha formado en toda España a cuenta de las medidas que ha propuesto Vox para tratar de combatir el aborto! Y eso que lo único que propone el pobre García-Gallardo consiste en ofrecer la posibilidad, a las embarazadas que quieran abortar, de escuchar el latido del corazón de su hijo y de ver una ecografía.

Todos los partidos políticos – excepto Vox, obviamente – se rasgan las vestiduras. Y los medios de comunicación, que son todavía peores que los políticos, se ponen en pie de guerra ante la posibilidad de que alguien se atreva a cuestionar el consenso general sobre el aborto, aunque sea tímidamente.

¿Consenso general? Pues sí. En España hay un consenso a favor del divorcio, del aborto, de la eutanasia, de las leyes de género, de las leyes LGTBI, de las leyes educativas adoctrinadoras y pervertidoras y de toda la basura ideológica que copa el llamado “arco parlamentario": liberales, socialistas y comunistas. Todas esas ideologías son impías, son enemigas de Dios y legislan contra la Ley de Dios. Y como el liberalismo y el marxismo se infiltraron en la Iglesia hace ya muchos años, parte de los obispos, curas, frailes y monjas, no solo se han rendido ante estas ideologías del mundo, sino que se han convertido en sus más entusiastas valedores y adalides: solo tienen que escuchar la cadena COPE y su entusiamo con el PP y con el aborto. Ya se sabe que el converso es siempre más radical, porque tienen que hacerse perdonar y necesitan la aceptación de sus nuevos correligionarios.

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13.01.23

Progresistas, Conservadores y Católicos Tradicionales

Leo en Adelante la Fe un artículo de Roberto De Mattei, maestro a quien admiro y aprecio de corazón, titulado Ante la confusión que reina en la Iglesia. En él, el profesor De Mattei advierte de la existencia de dos partidos en el Vaticano: los progresistas y los conservadores, que parece ser que se identifican con los bergoglianos y los ratzingerianos, aunque el propio De Mattei concluye que la división entre ambos bandos no está tan clara y cita para ello a Monseñor Gänsewin:

«Además, recuerda monseñor Gänsewin, entre los papables, “muchos que están considerados más liberales, por emplear un término que todos entienden, fueron ascendidos a cargos importantes durante el pontificado de Benedicto” (Nada más que la verdad). Entre los nombres indicados por el Prefecto de la Casa Pontificia están los principales cardenales del ala progresista, como Jean Claude Hollerich (arzobispo de Luxemburgo, 2011), Luis Antonio Tagle (arzobispo de Manila, 2011) y Matteo Maria Zuppi (obispo auxiliar de Roma, 2012)».

Cada vez reina más confusión y no nos queda más que limitarnos «a vivir y actuar como todos los días, con espíritu de plena fidelidad a la Iglesia y de total abandono a la Divina Providencia».

Efectivamente, cada día hay más confusión en la Iglesia Católica. Y no conozco los intríngulis de los partidos vaticanos, como los puede conocer un vaticanista reputado como don Roberto.

Pero desde mi retiro del mundanal ruido, yo no veo dos partidos dentro de la Iglesia; veo tres: progresistas, neocones y católicos tradicionales.

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10.01.23

Rebeldes contra el Creador o la Libertad Liberal

En nuestro mundo, la gente vive impulsada por sus deseos, por su voluntad, por su libertad desenfrenada y autónoma. Hasta tal punto es así, que nuestra voluntad (nuestros deseos) se impone incluso a la mismísima realidad: no digamos nada a la voluntad de Dios… Eso ya se da por hecho. Porque el mundo no existe, la realidad no existe: todo es producto de nuestra mente. Y cada uno construye su propia realidad. Cada uno levanta su propio mundo y cada cual elabora su propio conocimiento del mundo y de sí mismo. Y así, cada uno es lo que quiere ser o lo que siente o experimenta que es.

Es el constructivismo llevado a sus últimas consecuencias: puro subjetivismo. Se trata del imperio de la voluntad, del dominio de la libertad sin Dios ni moral. Vivimos un mundo donde impera la ley del deseo.

En 1989, Queen publicaba la canción I want it all and I want it now. Lo quiero todo y lo quiero ya. Quiero realizar todos mis sueños y no puedo esperar para alcanzarlos. Quiero ser un triunfador. Quiero tener éxito. Quiero ser el mejor. Quiero ser rico. Quiero viajar por todo el mundo. Quiero disfrutar de la vida. Quiero ser feliz.

La voluntad, los deseos, los sentimientos mandan. Y la razón, la inteligencia y el sentido común desaparecen. «No quiero conocer la verdad. No quiero conocer la realidad. Quiero alcanzar mis sueños, llegar a mis metas, conquistar el cielo aquí y ahora».

Pero cuando el hombre prescinde de la razón, enloquece. Cuando una sociedad desprecia la razón – el Logos – es capaz de cualquier cosa: de condenar a muerte a Dios y pretender fusilarlo; de inventarse mundos irreales donde un hombre puede volverse mujer con solo quererlo o viceversa; donde las cosas no son lo que son, sino lo que yo quiero que sean y como yo quiero que sean. Es el liberalismo llevado al paroxismo: soy autónomo y libre para ser lo que quiera, como quiera: sin límites biológicos ni científicos ni físicos.

Y en este mundo enloquecido, los pocos cuerdos que quedan corren el riesgo de ser linchados por los que siguen inventando un mundo en su caverna y se niegan a salir de ella para conocer la verdad y la realidad. Porque la verdad es que uno es lo que es: no lo que le gustaría ser. Y ahí tenemos uno de los grandes problemas de hoy en día: la gente no se acepta como es, no se quiere como es, no le gusta cómo es. Y aquí empiezan los trastornos psiquiátricos, las terapias psicológicas y en muchos casos, desgraciadamente, los suicidios.

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7.01.23

Hay que volver a Cristo

«Este es mi Hijo el amado, en quien tengo mis complacencias»

Leía recientemente un comentario de Facebook de don Ramón Portela Alonso, que me pareció ciertamente inapelable. Decía así (subrayados míos):

Veía el otro día la conferencia de José Antonio Zorrilla en San Telmo Museoa, San Sebastián, titulada “Ucrania: ¿Cómo hemos llegado a esta situación?". Llegado el turno de preguntas una mujer conturbada reclamaba al conferenciante que le diese un criterio moral para guiarse en el espacio de la geopolítica. José Antonio en su respuesta volvió a reiterar lo que había sido el meollo de su mensaje, en geopolítica (y otro tanto se puede decir de la política, añado yo) no existe moral todo se cifra en el poder. Si hago mención de esta anécdota es porque pone de manifiesto una vez más como la gente se resiste a admitir el hecho de que la esfera pública ha dejado de ser un espacio moral. La sociedad, sin embargo, prefiere seguir viviendo en la ficción de que la vida pública posee carácter moral. Aquella mujer deseaba aquietar su conciencia, no podía soportar la verdad palmaria, política es poder, no hay buenos ni malos. La mujer pretendía que el conferenciante le indicase quienes eran los buenos para que ella pudiese actuar de un modo moral y así tranquilizar su conciencia. La gran falsedad de la edad moderna consiste en fingir que después de haber expulsado a Dios de la vida pública, ésta puede seguir transcurriendo por los cauces de la moralidad. A fin de mantener viva esta ficción se revisten de carácter moral todas las pulsiones síquicas y biológicas del hombre. De este modo apelando a cualquier instinto emocional el hombre moderno se convence a sí mismo de que vive moralmente. Se sosiega a sí mismo pensando que puede expulsar a Dios de la vida pública y seguir siendo bueno. La fe que le niega a Dios se la concede a la democracia, entendida como fundamento de la vida social. Pero la democracia así concebida no es más que el mundo sin moralidad. Ya no hay buenos o malos solo hay poder. La expulsión de Dios de la vida pública no conduce al limbo laicista sino a quedar sojuzgados bajo el poder del príncipe de este mundo.

El mundo de la política se ha convertido en un espacio de inmoralidad, en una estructura de pecado, porque se ha expulsado a Cristo de la esfera pública. Por eso estamos como estamos.

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