
En nuestro mundo, la gente vive impulsada por sus deseos, por su voluntad, por su libertad desenfrenada y autónoma. Hasta tal punto es así, que nuestra voluntad (nuestros deseos) se impone incluso a la mismísima realidad: no digamos nada a la voluntad de Dios… Eso ya se da por hecho. Porque el mundo no existe, la realidad no existe: todo es producto de nuestra mente. Y cada uno construye su propia realidad. Cada uno levanta su propio mundo y cada cual elabora su propio conocimiento del mundo y de sí mismo. Y así, cada uno es lo que quiere ser o lo que siente o experimenta que es.
Es el constructivismo llevado a sus últimas consecuencias: puro subjetivismo. Se trata del imperio de la voluntad, del dominio de la libertad sin Dios ni moral. Vivimos un mundo donde impera la ley del deseo.
En 1989, Queen publicaba la canción I want it all and I want it now. Lo quiero todo y lo quiero ya. Quiero realizar todos mis sueños y no puedo esperar para alcanzarlos. Quiero ser un triunfador. Quiero tener éxito. Quiero ser el mejor. Quiero ser rico. Quiero viajar por todo el mundo. Quiero disfrutar de la vida. Quiero ser feliz.
La voluntad, los deseos, los sentimientos mandan. Y la razón, la inteligencia y el sentido común desaparecen. «No quiero conocer la verdad. No quiero conocer la realidad. Quiero alcanzar mis sueños, llegar a mis metas, conquistar el cielo aquí y ahora».
Pero cuando el hombre prescinde de la razón, enloquece. Cuando una sociedad desprecia la razón – el Logos – es capaz de cualquier cosa: de condenar a muerte a Dios y pretender fusilarlo; de inventarse mundos irreales donde un hombre puede volverse mujer con solo quererlo o viceversa; donde las cosas no son lo que son, sino lo que yo quiero que sean y como yo quiero que sean. Es el liberalismo llevado al paroxismo: soy autónomo y libre para ser lo que quiera, como quiera: sin límites biológicos ni científicos ni físicos.
Y en este mundo enloquecido, los pocos cuerdos que quedan corren el riesgo de ser linchados por los que siguen inventando un mundo en su caverna y se niegan a salir de ella para conocer la verdad y la realidad. Porque la verdad es que uno es lo que es: no lo que le gustaría ser. Y ahí tenemos uno de los grandes problemas de hoy en día: la gente no se acepta como es, no se quiere como es, no le gusta cómo es. Y aquí empiezan los trastornos psiquiátricos, las terapias psicológicas y en muchos casos, desgraciadamente, los suicidios.
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