La fe nos viene del exterior y se recibe por la predicación

En medio de la confusión en la que vivimos, existe una definición de la fe que no se puede cambiar. A esta definición debemos atenernos los católicos en estos tiempos de ambigüedad y herejías que tenemos que soportar a todas horas.

La fe es la adhesión de la inteligencia a la verdad revelada por el Verbo de Dios. Creemos en una verdad que nos viene desde afuera y que no proviene de ninguna manera por nuestro propio espíritu. Creemos a causa de la autoridad de Dios que nos revela esa fe. No hay que ir a buscarla a otra parte. Nadie tiene derecho a arrebatarnos esa fe y reemplazarla por otra.

Pero para los modernistas, la fe sería un sentimiento interior, una experiencia personal, pues no habría que buscar fuera del hombre la explicación de la religión:

«Es pues en el hombre mismo donde se encuentra la fe y, lo mismo que la religión, es una forma de vida en la vida misma del hombre». De modo que la fe sería algo puramente subjetivo, una adhesión del alma a Dios, siendo este mismo inaccesible a nuestra inteligencia, pues cada cual está en sí mismo, cada cual en su conciencia.

El modernismo no es una invención reciente; es el espíritu de la Revolución Francesa que quiere encerrarnos en nuestra humanidad y poner a Dios fuera de la ley. Para los modernistas, la verdad no es algo que se recibe, algo ya hecho, sino que es algo que se construye: una vivencia, una experiencia personal.

Su definición falsa sólo busca corromper la autoridad de Dios y la autoridad de Iglesia.

Como dice el Manifiesto Antimodernista:

«Mantengo con toda certeza y profeso sinceramente que la fe no es un sentimiento religioso ciego que surge de las profundidades del subconsciente, bajo el impulso del corazón y el movimiento de la voluntad moralmente informada, sino un verdadero asentimiento de la inteligencia a la verdad adquirida extrínsecamente, asentimiento por el cual creemos verdadero, a causa de la autoridad de Dios cuya veracidad es absoluta, todo lo que ha sido dicho, atestiguado y revelado por el Dios personal, nuestro creador y nuestro Señor. Más aún, con la debida reverencia, me someto y adhiero con todo mi corazón a las condenaciones, declaraciones y todas las prescripciones contenidas en la encíclica Pascendi y en el decreto Lamentabili sane exitu, especialmente aquellas concernientes a lo que se conoce como la historia de los dogmas.

La fe, por tanto, nos viene del exterior y se recibe por la predicación:

Romanos 10

11 Pues la Escritura dice: «Todo el que crea en Él no será confundido».

12 No hay distinción entre judío y gentil. Uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan, 13 pues «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo».

14 Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán sin haber oído? ¿Y cómo oirán si nadie les predica?

15 ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Según está escrito: “¡Cuan hermosos los pies de los que anuncian buenas nuevas!”

16 Pero no todos obedecen al Evangelio. Porque Isaías dice: “Señor, ¿quién creyó nuestra predicación?”

17 Por consiguiente, la fe es por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo.

Hechos 8, 26-39

26 Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. 27 Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, 28 volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías. 29 Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. 30 Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? 31 Él dijo: ¿Y cómo podré, si alguien no me enseña? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él. 32 El pasaje de la Escritura que leía era este:

Como oveja a la muerte fue llevado;

Y como cordero mudo delante del que lo trasquila,

Así no abrió su boca.

33 En su humillación no se le hizo justicia;

Mas su generación, ¿quién la contará?

Porque fue quitada de la tierra su vida.

34 Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? 35 Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús36 Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? 37 Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios38 Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. 39 Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino.

Y estamos obligados a someternos a ella.

«Aquel que cree será salvo, aquel que no cree será condenado», así lo afirma Nuestro Señor.

La fe es creer lo que no vemos. Y creemos por la predicación:

Juan 20:28-29

28 —¡Señor mío y Dios mío! —exclamó Tomás.

29 —Porque me has visto, has creído —le dijo Jesús—; dichosos los que no han visto y sin embargo creen.

1 Pedro 1

«Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia nos reengendró a una viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, que os está reservada en los cielos a los que por el poder de Dios habéis sido guardados mediante la fe para la salud que está dispuesta a manifestarse en el tiempo último.

Por lo cual exultáis, aunque ahora tengáis que entristeceros un poco en las diversas tentaciones, para que vuestra fe probada, más preciosa que el oro, que se corrompe aunque acrisolado por el fuego, aparezca digna de alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo, a quien amáis sin haberlo visto, en quien ahora creéis sin verle, y os regocijáis con un gozo inefable y glorioso, recibiendo el fruto de vuestra fe, la salud de las almas».

Santo Tomás de Aquino

Tamtum Ergum

Veneremos, pues,

postrados a tan grande Sacramento;

y la antigua imagen ceda el lugar

al nuevo rito;

¡La fe reemplace la incapacidad de los sentidos!

Al Padre y al Hijo

sean dadas Alabanza y Gloria, Fortaleza, Honor,

Poder y Bendición;

una Gloria igual sea dada a

Aquel que de uno y de otro procede.

Amén.

Adoro te devote

Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

Vista, tacto y gusto en ti fallan; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en ti, que en ti espere y que te ame.

¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de ti viva y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

Pascendi

Nada detiene a los modernistas, ni aun las condenaciones de la Iglesia contra errores tan monstruosos. Porque el concilio Vaticano decretó lo que sigue: «Si alguno dijere que la luz natural de la razón humana es incapaz de conocer con certeza, por medio de las cosas creadas, el único y verdadera Dios, nuestro Creador y Señor, sea excomulgado». Igualmente: «Si alguno dijere no ser posible o conveniente que el hombre sea instruido, mediante la revelación divina, sobre Dios y sobre el culto a él debido, sea excomulgado». Y por último: «Si alguno dijere que la revelación divina no puede hacerse creíble por signos exteriores, y que, en consecuencia, sólo por la experiencia individual o por una inspiración privada deben ser movidos los hombres a la fe, sea excomulgado».

8. En consecuencia, [para los modernistas] el sentimiento religioso, que brota por vital inmanencia de los senos de la subconsciencia, es el germen de toda religión y la razón asimismo de todo cuanto en cada una haya habido o habrá. Oscuro y casi informe en un principio, tal sentimiento, poco a poco y bajo el influjo oculto de aquel arcano principio que lo produjo, se robusteció a la par del progreso de la vida humana, de la que es —ya lo dijimos— una de sus formas. Tenemos así explicado el origen de toda religión, aun de la sobrenatural: no son sino aquel puro desarrollo del sentimiento religioso. Y nadie piense que la católica quedará exceptuada: queda al nivel de las demás en todo. Tuvo su origen en la conciencia de Cristo, varón de privilegiadísima naturaleza, cual jamás hubo ni habrá, en virtud del desarrollo de la inmanencia vital, y no de otra manera.

¡Estupor causa oír tan gran atrevimiento en hacer tales afirmaciones, tamaña blasfemia! ¡Y, sin embargo, venerables hermanos, no son los incrédulos sólo los que tan atrevidamente hablan así; católicos hay, más aún, muchos entre los sacerdotes, que claramente publican tales cosas y tales delirios presumen restaurar la Iglesia! No se trata ya del antiguo error que ponía en la naturaleza humana cierto derecho al orden sobrenatural. Se ha ido mucho más adelante, a saber: hasta afirmar que nuestra santísima religión, lo mismo en Cristo que en nosotros, es un fruto propio y espontáneo de la naturaleza. Nada, en verdad, más propio para destruir todo el orden sobrenatural.

Por lo tanto, el concilio Vaticano, con perfecto derecho, decretó: «Si alguno dijere que el hombre no puede ser elevado por Dios a un conocimiento y perfección que supere a la naturaleza, sino que puede y debe finalmente llegar por sí mismo, mediante un continuo progreso, a la posesión de toda verdad y de todo bien, sea excomulgado».

Y tal experiencia es la que hace verdadera y propiamente creyente al que la ha conseguido.

¡Cuánto dista todo esto de los principios católicos! Semejantes quimeras las vimos ya reprobadas por el concilio Vaticano.

Cómo franquean la puerta del ateísmo, una vez admitidas juntamente con los otros errores mencionados, lo diremos más adelante. Desde luego, es bueno advertir que de esta doctrina de la experiencia, unida a la otra del simbolismo, se infiere la verdad de toda religión, sin exceptuar el paganismo. Pues qué, ¿no se encuentran en todas las religiones experiencias de este género? Muchos lo afirman. Luego ¿con qué derecho los modernistas negarán la verdad de la experiencia que afirma el turco, y atribuirán sólo a los católicos las experiencias verdaderas? Aunque, cierto, no las niegan; más aún, los unos veladamente y los otros sin rebozo, tienen por verdaderas todas las religiones. Y es manifiesto que no pueden opinar de otra suerte, pues establecidos sus principios, ¿por qué causa argüirían de falsedad a una religión cualquiera? No por otra, ciertamente, que por la falsedad del sentimiento religioso o de la fórmula brotada del entendimiento. Mas el sentimiento religioso es siempre y en todas partes el mismo, aunque en ocasiones tal vez menos perfecto; cuanto a la fórmula del entendimiento, lo único que se exige para su verdad es que responda al sentimiento religioso y al hombre creyente, cualquiera que sea la capacidad de su ingenio. Todo lo más que en esta oposición de religiones podrían acaso defender los modernistas es que la católica, por tener más vida, posee más verdad, y que es más digna del nombre cristiano porque responde con mayor plenitud a los orígenes del cristianismo.

En cuanto a su doctrina, descansa en los siguientes puntos que se reconocerán fácilmente en las corrientes actuales:

1.- “La razón humana no es capaz de elevarse hasta Dios".

2.- Como toda revelación exterior es imposible, el hombre buscará en sí mismo la satisfacción de la necesidad de lo divino que él experimenta y cuyas raíces se encuentran en su subconsciente.

3.- Esta necesidad de lo divino suscita en el alma un sentimiento particular «que de algún modo une al hombre con Dios».


Esa es la fe para los modernistas: Dios es creado en el alma y es la revelación.

El creyente hace su experiencia personal de la fe (de encuentro personal con Cristo) y luego la comunica a otros mediante el testimonio; así se propaga la experiencia religiosa.

Por eso las JMJ y los distintos encuentros, retiros y eventos de la nueva evangelización se basan en los testimonios de fe de los presentes. Y algunos portales de información religiosa se afanan en proporcionar toda clase de testimonios con el fin de transmitir la fe:

  • En una familia atea, buscó la fe, sola, desde los 7 años: hoy, actriz, es «la favorita de Dios».
  • De «la misa es un rollo» al «ya no voy»: 7 consejos para que tus hijos no dejen de practicar su fe
  • Un viaje de 1.500 kilómetros en busca de la fe: «En la oscuridad total», fue atraído por una Biblia
  • 9 consejos útiles para no olvidarse de Dios en vacaciones: date a los demás, lee vidas de santos…

¿Y las Sagradas Escrituras? Para los modernistas son «el conjunto de experiencias hechas en una religión dada». A través de esos libros habla Dios, pero el Dios que está dentro de nosotros. La Biblia no son sino libros inspirados de modo semejante a la inspiración poética. La Biblia es una obra humana. Y por lo tanto, es interpretable y adaptable a las circunstancias de cada tiempo. Y esos libros no deben interpretarse al pie de la letra…

Miren lo que dice Mons. Víctor Manuel, Tucho, Fernández, recién nombrado prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe:

¿Una comprensión más profunda de la doctrina pasa también por superar la homosexualidad como ‘objetivamente desordenada’, una definición del Catecismo que sigue hiriendo a quienes viven en una condición sexual no elegida y también a sus familias?

Este es un problema del lenguaje teológico, que a veces ignora el efecto que puede tener en el corazón de las personas, como si fuera indiferente al dolor que produce. Pero, como sabéis, no es el caso del Papa Francisco, que sin duda utilizaría un lenguaje distinto.

Bendecir a las parejas homosexuales es un sacrilegio para los círculos tradicionalistas. ¿Citan la Biblia con conocimiento de causa?

Hay textos bíblicos que no deben ser interpretados de manera ‘material’, no quiero decir ‘literal’. La Iglesia ha comprendido desde hace tiempo la necesidad de una hermenéutica que los interprete en su contexto histórico. Esto no significa que pierdan su contenido, sino que no deben tomarse completamente al pie de la letra. De lo contrario, tendríamos que obedecer el mandato de San Pablo de que las mujeres se cubran la cabeza, por ejemplo.

Por su parte, el P. Arturo Sosa, superior de los jesuitas, cuestionaba en una entrevista que las Escrituras reflejen fielmente las palabras de Jesús respecto a la indisolubilidad del matrimonio e invita a «discernir» sobre lo que realmente dijo, ya que en aquella época «nadie tenía una grabadora». Afirma por un lado que «nadie puede cambiar la palabra de Jesús», pero agrega inmediatamente que «es necesario saber cuál ha sido».  Dice el P. Sosa que «la doctrina no sustituye al discernimiento, como tampoco al Espíritu Santo».

Ya no hay magisterio, ya no hay dogma, ya no hay jerarquía, ya ni siquiera hay Sagradas Escrituras (recuerden que no había grabadoras en tiempos de Jesús): ahora, permítanme la ironía, los cristianos están directamente inspirados por el Espíritu Santo. «Vivimos un nuevo Pentecostés», dicen los herejes. Eso proclaman los secuaces del Sínodo de la Sinodalidad, el Sínodo que implica la democratización del magisterio: un peligro mortal para millones de almas desamparadas e intoxicadas. Dice Sosa que «la Iglesia ha confirmado siempre la prioridad de la conciencia personal». ¿Autonomía moral? ¿Independencia de Dios? ¿Libre examen? ¿La conciencia personal puede oponerse o contradecir la ley de Dios? No, la fe implica una adhesión completa del hombre a Dios.

El principio fundamental del modernismo liberal es la soberanía de la conciencia humana, que, negando la obediencia debida a la divina y eterna razón y declarándose a sí misma independiente, se convierte en sumo principio, fuente exclusiva y juez único de la verdad. Esta es la pretensión del liberalismo; según ellos no hay en la vida práctica autoridad divina alguna a la que haya que obedecer; cada ciudadano es ley de sí mismo. De aquí nace esa denominada moral independiente, que, apartando a la voluntad, bajo pretexto de libertad, de la observancia de los mandamientos divinos, concede al hombre una licencia ilimitada.

Pero como señala León XIII, «Es absolutamente necesario que el hombre quede todo entero bajo la dependencia efectiva y constante de Dios. Por consiguiente, es totalmente inadmisible una libertad humana que no esté sumisa a Dios y sujeta a su voluntad. Negar a Dios este dominio supremo o negarse a aceptarlo no es libertad, sino abuso de la libertad y rebelión contra Dios».

Si alguien dice que se puede comulgar, siendo un adúltero y viviendo en pecado mortal, da igual lo que la conciencia del pecador le diga: no puede comulgar sin comulgar su propia condenación. Porque mi opinión de nada vale. Y el criterio de discernimiento que cuenta es el de la Ley Moral Universal: la Ley de Dios. Lo que atente contra la Ley de Dios es pecado. Punto. Y la opinión de mi conciencia o mis intereses personales no se puede anteponer a la Ley de Dios. Si tú decides lo que está bien o mal, si cada uno tiene una moral autónoma e independiente de Dios, eres un impío: alguien que se rebela contra Dios, como Lucifer: «non serviam». Desobedecer a Dios, incumplir sus mandamientos, es el mayor acto de orgullo que el hombre puede cometer. Y el hombre soberbio que quiere ser como Dios se vuelve un siervo de Satanás, un demonio destinado a las penas del infierno, si no se convierte a tiempo.

Si un sínodo declara que se debe cambiar la doctrina sobre la homosexualidad y que se pueden bendecir las uniones de gais, lesbianas y transexuales, los responsables caerían en herejía flagrante y estarían excomulgados Latae sententiae. Las prácticas homosexuales son pecados que claman al cielo y merecieron la destrucción de Sodoma y Gomorra. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8).

El subjetivismo conduce al libre examen de las Sagradas Escrituras. Y ese libre examen termina irremediablemente con el cambio de la doctrina y de los dogmas y una interpretación herética de las Sagradas Escrituras que rompe con la Tradición. Y todo ello en nombre de la evolución y de la necesaria adaptación de la doctrina a los tiempos modernos. 

En la secta modernista se cumple aquella profecía de Isaías que dice: Oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón. Porque no quieren convertirse ni que yo los salve.

5 comentarios

  
Oscar Alejandro
Gracias profesor por su siempre valiente prédica.

Su última cita me ha hecho reflexionar sobre un aspecto muy importante en la dinámica de la fe, que es el papel del amor que proviene de la gracia, sin el cual lo meramente cognitivo es estéril.

A ello se refiere Benedicto XVI en su carta apostólica "Porta Fidei"

""1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida."

"10. En este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios. En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo.
A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san Lucas que Pablo, mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo» (Hch 16, 14). El sentido que encierra la expresión es importante. San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios."

También sería importante señalar que la predicación no siempre es el primer encuentro del no creyente con la fe, sino muy frecuentemente lo es, el testimonio de vida cristiano que mueve el corazón y la mente a desear conocer los "fundamentos" de la Fe. Al respecto dice Benedicto XVI:

"Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio".

""6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó."
"Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida"
«Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17).

7. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo"
"El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo»

"Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios."

Gracias por su testimonio.
Bendiciones!
16/07/23 6:01 AM
  
Manuel Pérez
Sugiero una lectura atenta y detenida de la Pascendi. San Pío X se esforzó en explicar de forma extensa en qué consiste el modernismo teológico.

La Pascendi no rechaza ni la experiencia personal ni el sentimiento religioso, sino su asunción como principios de la fe de forma independiente de la Revelación externa, la teología natural y los motivos de credibilidad, que en el modernismo son negados.

Por tanto, San Pío X no excluye la validez del sentimiento religioso o de la experiencia personal. Sí critica el reduccionismo de la fe a esos principios. Dicho de otro modo, no rechaza la subjetividad humana, sino el subjetivismo.

En este sentido, son una ayuda las experiencias de fe que confirman la predicación y doctrina de la Iglesia. Experiencia, repito, que confirma la Verdad, estando ésta por encima de aquella.

16/07/23 4:27 PM
  
Sacerdote
Fides ex auditu........
17/07/23 12:38 PM
  
LJ
Estamos llenos de excomulgados que no están excomulgados. Éso según las definiciones de los Concilios.
A la Fe se puede llegar por la razón. Ahora, los modernistas, que adolecen de relativismo, subjetivismo y victimismo, moldean la fe a su medida, en la amplia gama de las sensaciones de sus sentidos.
Ellos son su propio referente. Su centro.
El modernismo es antropocéntrico. Y la nueva misa, también.

18/07/23 1:11 PM
  
Perplejo
Gracias, Pedro Luis. Usted siempre está anclado a la verdad de nuestro Señor Jesucrista, la Palabra que llega a todo hombre y que le le da poder de llegar a hacerse hijo de Dios, si cree en su Nombre. Gracias por testimoniar tan arrebatadoramente su fe, la fe de la Iglesia
22/07/23 1:19 AM

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