La Liturgia de la Iglesia Constitucional Francesa

El año 1797 es famoso en la historia de los fastos jansenistas por el conciliábulo que convocaron y llevaron a cabo en Notre-Dame de Paris. Estaban presentes todos los restos del jansenismo, diezmado tanto por la apostasía de muchísimos de sus miembros como por la Revolución que no les había ahorrado el cadalso, pero también por la conversión de varios de sus miembros. Eran veintinueve obispos más seis procuradores de obispos ausentes a los cuales había que sumar otros delegados de segundo orden, todos ellos bajo la presidencia del “ciudadano Claude Lecoz”, obispo metropolitano del departamento de Ille-et-Villaine.

La finalidad del conciliábulo era salvar de sus ruinas aquel proyecto jansenista de Iglesia que había sido abortado por la Constitución civil del clero de 1790 y por el decreto contra los sacerdotes refractarios al juramento constitucional de 1791. En sus actas se denominan a sí mismos como “la Asamblea de los Obispos reunidos” y dicen pretender ocuparse del progreso de la Liturgia. Su deseo era que en Francia hubiese únicamente una única Liturgia para lo cual, consideraban los libros de Vigier y Mésenguy como elementos básicos para la consecución de ese objetivo y poder satisfacer de esa manera las necesidades religiosas de la Iglesia Galicana regenerada. El “concilio nacional” de 1797 testimoniaba su veneración por los autores de la reciente liturgia parisina y recomendaba, como Ricci había hecho en el Sínodo de Pistoya, “El año cristiano” de Le Tourneux y “La exposición de la Doctrina Cristiana” de Mésenguy, como los libros más interesantes para la fe y las costumbres.

Sin embargo, “los Obispos Reunidos” no sólo pusieron todo su empeño en recomendar solemnemente la memoria y los escritos de los reformadores litúrgicos parisinos, sino que elaboraron varios decretos concernientes la materia y el culto divino.

El primero comenzaba así: “El concilio nacional, considerando que es necesario alejar del culto público todos los abusos contrarios a la religión y recordar a los pastores la observancia de las santas reglas, decreta:

-Articulo primero: Las misas simultáneas están prohibidas.

Ya vimos el objetivo de esa prohibición en el plan de los antiliturgistas; observemos aquí el afán de imitar a José II y a Leopoldo, muy claro en los obispos republicanos.

En el segundo decreto se dice: “En la redacción de un ritual uniforme para la Iglesia galicana, la administración de los sacramentos será en lengua francesa. Las fórmulas sacramentales serán en latín”

Poco más de tres años después, en 1801, en las vigilias del famoso Concordato, la catedral de Paris vio aún reunidos en su seno a los pontífices de la Iglesia Constitucional, en su segundo y último concilio.

Entre las muchas cosas que centraron la atención y la solicitud pastoral de aquellos prelados, se encontraba el “proyecto de una liturgia universal para la Iglesia Galicana” que parecía revitalizarse de nuevo y para lo cual el tristemente famoso P. Henri Gregoire, sacerdote lorenés líder del clero juramentado elaboró un informe en el cual hizo entrar, según era habitual en él, un conjunto de anécdotas grotescas y detalles superficiales, sin nexo aparente entre unos y otros, pero con la intención de poner en evidencia aquella erudición superficial y mal elaborada que se encuentra en el fondo de todos sus escritos.

No se privó de atacar la devoción al Corazón de Jesús, tildándola de inconveniente; declamó contra las misas privadas y refiriéndose a San Gregorio VII, afirmó: “Por la tranquilidad del mundo y el honor de la religión, que el cielo nos libre de tales santos”. Finalmente se mostró partidario de recitar el Canon en voz alta y propuso la admisión del tan-tan chino para reemplazar al órgano…

Sin embargo el año 1799, tras diez rigurosos años de cruel persecución, la Iglesia de Francia vivirá un cambio: empezarán los primeros esfuerzos para la Restauración.

La Iglesia Constitucional durará desde 1790 hasta la firma del Concordato en 1801 entre Napoleón y el Papa Pío VII. Justamente, como veremos en el próximo capítulo, la estancia durante 4 meses del Papa en Francia, se convertirá en un capítulo importantísimo para la reforma litúrgica en Francia: será el principio del final.

Dom Gregori Maria

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