“¡Un Cardenal, lo que se dice un Cardenal!”

Esta semana, después de varios meses de sequía informativa proveniente de la Ciudad Eterna, hemos constatado la esperada apertura de compuertas que empieza a dar paso a un generoso caudal de noticias que nos atañen.

En primer lugar, y como eco de un rumor que cada vez era más difundido, el famoso vaticanista Paolo Rodari recogía en su blog la hipótesis del nombramiento de Mons. Agostino Vallini como substituto al frente del Vicariato de Roma de Mons. Camillo Ruini, lo que dejaría vacante la presidencia del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, que hasta ahora ostentaba como Prefecto.

Como consecuencia de todo ello, nuestro n.s.b.a. Cardenal Martínez se perfilaría como el mejor candidato a ocupar ese significativo cargo, lo que nos alegraba sobremanera, según dejábamos patente ayer desde primera hora de la mañana, en la noticia que publicábamos en cabecera.

A última hora de la jornada de anteayer martes, aún nos llegaba otra noticia no menos dichosa: la ya inminente beatificación del que fuera Secretario de Estado y gran apoyo del Papa San Pío X, el Cardenal español Rafael Merry del Val.

¡Un Cardenal, lo que se dice un Cardenal! La exclamación viene espontánea a los labios cuando se pronuncia el nombre de Merry del Val, de este Príncipe de la Iglesia que fue el mejor colaborador de la inmensa obra restauradora de Pío X, acostumbrado a verlo todo bajo una luz sacerdotal: desde la responsabilidad de su alto cargo hasta la misión extraordinaria en el Canadá, pasando por la custodia de los muchachos del Trastevere.

Hostil a toda forma de exhibición, enemigo de las propias fotografías, no ponía nunca en evidencia su inmensa cultura, sus dotes excepcionales de mente y de corazón; en torno a sí amaba el silencio y la sencillez, la vida escondida en el trabajo para la salvación de las almas. Era grande, pero él no se daba cuenta de su grandeza, rehuyendo los elogios personales o cualquier manifestación pública o privada que fuese reconocimiento de sus insignes méritos. Aristócrata de alma más aún que de la sangre y del nombre…

Era el siervo de Dios que fijaba en el papel, entre los pensamientos ascéticos, esta oración: “Cambiad mi corazón, oh Jesús, aniquilado de amor por mí. Descubrid a mi espíritu el exceso de vuestra santa humillación y haced que, iluminado por vuestra luz, empiece hoy a destruir esa parte del “hombre antiguo” que vive todavía en mí. Este es el fondo principal de mis miserias, el obstáculo que continuamente opongo a vuestro amor.”

En pocas frases él mismo en vida expuso su línea de conducta: “Dad todos los días en vuestro corazón el primer puesto al Señor. No actuéis nunca mirando a los placeres del mundo; ¡nada de respeto humano! Con tal de que Dios esté contento, ¿qué importa lo demás? Haced bien todo lo que hagáis: hacedlo por Dios, únicamente por Dios, y vuestra vida será la primera estrofa de un cántico eterno, la aurora de una felicidad que jamás tendrá ocaso. El éxito de la labor poco importa. Lo que importa es hacer lo que Dios quiere, como Él quiere y hasta que Él quiera.”

Sacerdote de horizontes sobrenaturales, Merry del Val fue maestro de almas como pocos: práctico, positivo, vigoroso y paternal, las comprendía en sus luces, en sus sombras, en sus angustias, con el difícil arte del saber escuchar y consolar.

Docto, experimentado y piadoso, si hubiese tenido tiempo para escribir habría dado a la ascética una luminosa aportación. Mirando más allá de las apariencias de una vida ordenada, metódica, desbordante de ocupaciones, se presentan a la vista panoramas y horizontes de virtud de un grado tal que producen asombro, tanta fuerza tienen de santidad.

Su jubileo cardenalicio, el 9 de noviembre de 1928, tuvo resonancia mundial, con una grandiosidad de manifestaciones de afecto, de estimación de reconocimiento.

A los setenta y cuatro años cumplidos, el Cardenal Merry del Val estaba aún en pleno vigor de sus fuerzas. Al verle transitar por las calles de Roma, a pie, con paso seguro; al verle majestuoso en las funciones litúrgicas de la Basílica Vaticana; al verle conversar con los jóvenes del Trastevere, se hubiera dicho que estaba destinado a una gran longevidad. Por el contrario, su vida estaba próxima a extinguirse. Un ataque de apendicitis determinó la intervención quirúrgica de urgencia. Y la muerte sobrevino rápida y fulgurante, pía y santa, en silencio…pero no inesperada para él, preparado como quien tiene las manos rebosantes de bienes, tranquilo, sereno e imperturbable como quien acostumbra a decir: “Estoy en las manos de Dios.” Murió el 26 de febrero de 1930

La España católica, con mano generosa, quiso que de un modo magnífico, aunque sencillo, los venerables restos de su hijo reposaran en una tumba de ónice de las Baleares. Allí yace, en Roma, en la espera de la resurrección bienaventurada, y por expreso deseo suyo, junto a la que fuera tumba de Pío X, Pontífice “a cuyo lado sufrió, combatió y esperó, más que ministro ejecutor, colaborador leal e íntimo de su gobierno”. Son palabras del cardenal Pacelli, palabras del futuro Papa Pío XII en el templo máximo de la Cristiandad, “ a donde miraba su laboriosa fe, donde se sublimaba su esperanza, donde su caridad iba a beber del fervor de las almas que le devoraba, para levantarlas todas en un abrazo infinito y elevarlas por encima de la cúpula de Miguel Ángel hasta el trono de Dios”

En el año 2003, con ocasión del centenario de su arribo a la secretaria de Estado, el cardenal Ángelo Sodano le dedicó elogiosas palabras en su Homilía, durante la ocurrente celebración eucarística.

Hoy nosotros, esperando ver ya pronto el día glorioso de su beatificación y posterior canonización, saludamos la más que probable y certera decisión del Papa Benedicto XVI de agilizar él mismo el proceso y sin demora elevar a los altares a ese gran cardenal español que fue Don Rafael Merry del Val.

Prudentius de Barcino

http://www.germinansgerminabit.org