El cardenal Godfried Danneels, arzobispo de Malinas-Bruselas, cerró con su intervención los turnos de ponencias del Congreso Internacional de Liturgia de Barcelona. La prensa lo ha presentado como aperturista y ha destacado “su impecable trayectoria de compromiso doctrinal y pastoral a favor del aggiornamento del concilio Vaticano II”. Dados los antecedentes de franca hostilidad hacia sus fieles diocesanos de sensibilidad tradicional (para quienes no ha habido de su parte esa comprensión que pedía el papa Juan Pablo II que se les dispensara), es necesario matizar –y mucho– ese “aperturismo” del primado belga, tan acogedor, sin embargo para los ajenos a la Iglesia de la que es pastor y pontífice. También hay que precisar en qué consiste su compromiso doctrinal y pastoral conciliar, ya que las cosas que sostuvo en su intervención hacen pensar que se adscribe a la línea de la hermenéutica de la ruptura.
Ruptura, en efecto, es lo que él ve –aunque no lo exprese con este término– en la reforma litúrgica postconciliar: “Se ha realizado una enorme revolución en la praxis de la liturgia en los cuarenta últimos años”. Lo que el arzobispo Piero Marini se resistía a admitir (a saber: que la reforma litúrgica había significado una verdadera revolución) lo afirma con toda claridad y sin tapujos el purpurado, y se agradece su franqueza. Viene ella a corroborar lo que ya el artífice de dicha reforma –Annibale Bugnini– había hecho entender: que el trabajo del Consilium había consistido no sólo en una revisión, sino en dar a los ritos estructuras nuevas. Danneels no sólo habla de revolución, sino que la califica de “enorme” y en esto es fiel a la visión de su inmediato antecesor en la sede mechliniense, el cardenal Suenens, que definió al Vaticano II como “1789 para la Iglesia”, es decir, como si por ésta hubiera pasado la Revolución Francesa.
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